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Authors: Martín de Ambrosio

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Guardapolvos (2 page)

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Para no mencionar el último de los artilugios de la evolución, que algunos llaman cultura, que trastoca todo hasta el punto de negar su propio origen, so parricida. Por ese lado, por el camino de la explicación de lo inexplicable también se proponen ir estas páginas, ya casi dispuestas a proclamar el libre albedrío de la tinta y el papel.

Quizá por esa razón, esta introducción puede terminar con una invocación:

«Oh, cultura, oh, biología, no os separéis, si sois lo mismo con distinto ropaje, dadme las altas miras que me permitan no sucumbir a los lenguajes reduccionistas de tus caínes y de tus abeles, oh cultugía, o biolotura, si sois lo mismo, ¡no os separéis!»

1
.
El científico inglés Desmond Morris, autor de
El mono desnudo
, insinúa que puede ser productor del bipedalismo: el orgasmo ayudó evolutivamente a que la mujer repose luego del acto sexual lo que impide que ande y no retenga el líquido seminal que permitirá la concepción.

2
.
Kimura fue víctima de la tristemente célebre esclerosis lateral amiotrófica. O mal de Lou Gehrig, porque mató a ese beisbolista norteamericano. En nuestras pampas fue la responsable del final de Roberto Fontanarrosa. El físico Stephen Hawking sufre una variante.

ADENTRO (DEL HOSPITAL) QUE AFUERA LLUEVE

«El placer provoca un destrozo material, moral, social.»

Llorarás de terror, el peligro alimenta el amor. Por favor, por favor, que no venga a estorbar la razón.

Alejandro Dolina,

Lo que me costó el amor de Laura.

¿Qué quiere, señora? Quiere toda mi boca. Esto es un horno, me estoy poniendo porno.

Los Visitantes,

«La pantera».

Buen día, Lexotanil; buen día, señora; buen día, doctor. Maldito sea tu amor.

Fito Páez,

«Ciudad de pobres corazones».

Correspondencia

Alberto me escribió este mail como respuesta a la consulta que le hice:

Martín: tengo algunos personajes que podrían contarte historias porno de hospital que ellos mismos protagonizaron y que no podrás creer. Incluso uno tiene grabaciones, videos, y demás, pero temo que tu pudor podría estallar si te los mostraran. Desde ya que es
IMPRESCINDIBLE
la más absoluta garantía de anonimato ya que como imaginarás son padres de familia y devotos maridos. Son muy amigos míos y creo que podría abrir esa puerta sin mayores problemas. No pienso contarte ninguna de mis inocentes aventuras, ya que al lado de ellos yo soy Mary Poppins. Aun así puedo revelarte algunas travesuras que no me he animado a escribir y que me mandarían en cana sin juicio previo. Mientras te escribo mi cabeza comienza a recordar cosas y me parece que tendrás que pensar en vaaariosss tomos de anécdotas de porno hospitalario. Che, es buena la idea, ¿no? Al menos está asegurado que comprarán el libro las esposas de muchos médicos. A la mía se lo daremos dedicado especialmente porque es una santa que no merezco. Cuando me digas, me pongo a laburar.

Unos días después, el mismo Alberto:

Te vas a divertir con Raúl cuando lo entrevistes. Pedile anécdotas de él y de otros. Especialmente su relación con su amante de más de veinte años que a su vez le provee de otras minas y hasta le organiza tríos muy reparadores y reconfortantes. Llevalo a ese terreno para que te cuente esas jugosas peripecias que aún vive todas las semanas.

Como sucede cuando se sufre un régimen de censura y la situación obliga a ser creativos a la hora de decir lo que uno tiene ganas (y se provoca una situación, digamos, artificial que termina resultando como una vara que hay que saltar, como un manierismo externo que impulsa a mejorar y que ha dado resultados maravillosos a lo largo de la historia); del mismo modo, decía, cuando el sexo no puede ejecutarse por las vías ordinarias y de un modo sumario, surgen las barreras a sortear. Y el cerebro, obligado a ser ingenioso, comienza a dar lo mejor de sí, a la manera de las ratas en laberintos que buscan la salida para dar con el queso escondido o el mono que tiene que bajar las bananas colocadas con malicia en lo más alto del tótem. La situación de hospital, la guardia, funciona también un poco así. No es tu pareja, no es tu cama, ni siquiera tu casa (con tu mesa y tus sillones). Hay que hacer algo distinto, ver cómo se puede llegar a un nivel de goce similar con distintos elementos. Y como entra a jugar el cerebro —principal órgano sexual, dicen algunos sin errar demasiado—, la cosa se pone más sabrosa. Claro que de ahí a la perversión hay un solo y pequeño paso: cuando se estandarizan como comunes, o se instalan como el grado cero de la sexualidad, situaciones no del todo ordinarias. Lo cierto es que el sexo de hospital es para el cuerpo una experiencia urgente, higiénica (otra vez), alejada por situación, disposición de tiempo, lugar, por el puto contexto del
savoir-faire
, de la elegancia y el refinamiento; todo eso compensado por la nocturnidad, el escalamiento, la trampa, el goce de sobrellevar los peligros de la cacería, la aventura (en su sentido emocional y no como cana al aire).

Viajo a Temperley en tren. En el bar Mallorca, no tan lejos del hospital donde trabaja, me espera Raúl. Sé que es gastroenterólogo, después sabré que tiene 64 años. En el camino pienso que las tres mejores cosas que dio el Imperio Británico son los ferrocarriles, el tenis y la filosofía analítica (el imperialismo norteamericano podría ser la peor). Soy el de saco y corbata, me escribe por mensaje de texto en el celular. Representa más o menos la edad que tiene; un poco de panza le infla la camisa y le hace formar una parábola a la corbata. Sabe para qué se encuentra conmigo, así que la situación incómoda de dos desconocidos que toman café no necesita que yo pregunte nada.

Llevo dos historias a la vez, desde hace veinticinco años y con vigencia actual, dice. Mis amigos me dicen que si junto los años que llevo de pareja por izquierda y por derecha, debería pedir la libertad de acción, como hacen los futbolistas. Llevo 52 años sumados. Empezó cuando tenía 39 años y estaba ya casado y con dos hijos. Mi rival hace lo mismo que yo, es médica y tiene un hijo. (Nota: todo el tiempo usará este léxico que confunde un poco al interlocutor hasta que se encuentra el código; su «rival» es su «novia» o «amante» de décadas.)

La relación empezó en una clínica privada donde ella tenía internado a su padre por un mal intestinal. Me hace la interconsulta a mí, me viene a ver por primera vez y yo encargo un análisis de laboratorio para volver a verla un rato después; es que me había deslumbrado. Nunca había tenido una novia rubia; era de aspecto mediano, dice, bien formada, bien compacta. Era ocho puntos, para que te des una idea de lo que estamos hablando. Le dije que me viera en un rato en mi consultorio. Cuando se apareció y me dijo «permiso, doctor», yo le respondí «vos me volvés loco». Centro y a la olla, a ver qué pasa, dice con metáfora futbolística que repetirá con variantes. Se sonrojó ante el ataque y hablamos un poco de qué le pasaba al padre. Quedamos en volver a encontrarnos a la noche, siempre en función de cómo evolucionaba el padre de su enfermedad. Quedamos para las nueve de la noche. Le dije que no me fallara porque entre el tráfico de la zona sur y que era una hora inconveniente para salir de mis hábitos familiares de casa todo se complicaba. Tenía que valer la pena. Nos encontramos, hablamos, la llevé a la estación del ferrocarril y me dijo que era separada y sin hijos; la realidad es que estaba casada y tenía uno. Me mintió. La segunda vez que nos vimos, a las cuarenta y ocho horas, fuimos derecho para un hotel y ahí me dijo la verdad. Yo, de frente, le dije que era casado. Yo trabajo así, dice: al revés. Siempre digo que estoy casado y feliz con mi matrimonio. Porque esto es algo que hago en mi favor, no en contra de mi mujer, como piensan muchos pelotudos que denigran a sus esposas. Encuentro la sobriedad en mi mujer, que sería la occidental y cristiana, y en mi novia la alegría de una persona amante de la libertad total y con muchísima fuerza interior. Hace dos años exactos, en agosto de 2008, se le murió el marido, ahora es viuda. Ahí me surgió algún temor porque en estas relaciones si no estás empatado, hay un problema. Ella siempre ocupó el rol de número dos. Una vez me dijo que querría ocupar el número uno pero sabía que eso era imposible. En los primeros años de la relación yo me quería ir de mi casa. Ella, mi novia, me decía, pelotudo, porque ella habla así, no te das cuenta de que al mes lo nuestro sería igual que estar casados. Lo más interesante es que tenía a su padre enfermo al que cuidaba pero para escaparse conmigo le decía «no te caigás ni te cagués que me tengo que ir a culear con Raúl». Así nomás. Y el padre le respondía «y bueno, nena, si eso te hace feliz». Nunca escuché nada igual, dice Raúl. Con el padre. El hospital es siempre el centro neurálgico donde planificamos qué hacer y cómo; muchas veces ahí mismo y chau. Yo hago maniobras distractorias, dice. A mi mujer le hablo de otras, para evitar sospechas, le dirijo la mirada, los celos.

Nos reunimos con otra amiga periódicamente, dice. ¿Cómo?, pregunto falsamente sorprendido (me habían avisado de que tenía que ir por ese lado, el de las terceridades). Es así, me dice. A los cincuenta empecé a decirle a mi novia que me iba a morir sin haber estado con dos minas a la vez. Ella, puro amor y sacrificio, convenció a una amiga. Eso es lo que yo llamo la festividad de San Blas —se ríe—, porque yo soy Raúl Blas. Nos juntamos cada dos meses, algo así, y puede darse mañana. La dinámica es que las atenciones son hacia la invitada, la atendemos entre los dos, incluso ellas juegan un poco entre ellas. Pero solas, cuando yo no estoy, no tienen nada, dice. Mi interpretación es que con tal de hacerme feliz mi novia resigna cualquier cosa y además sabe que me posee totalmente, no arriesga nada colocando a una tercera en el medio. Llevamos este ritmo desde hace unos seis años, pero con algunas ausencias prolongadas porque la tercera es bastante caprichosa, a veces dice que viene y no viene, o se cae de sorpresa, sin avisar. El primer encuentro entre los tres lo tuve con ayuda de un amigo inmoral que me alquiló una habitación en un hotel de la calle Corrientes, diciendo que yo era un prestigioso médico rosarino que venía a la Capital. Incluso tuvo que pagarme la pieza porque era una época en la que yo no andaba muy bien de dinero, dice Raúl. Y piensa qué época fue esa, hace la cuenta y nota que estaba equivocado: no, claro, seis años no hace de esto, hace mucho más, doce como mínimo, sí unos doce. Así que me encontré con ellas dos en un lugar, cenamos, tomamos algo y nos fuimos en un taxi al hotel. Mientras yo me registraba ellas se quedaron en el lobby como esperándome. ¿Era un cinco estrellas?, pregunto. Sí, me dice Raúl, era un tres estrellas. Tres estrellas. Claro. Subimos. Y es ahí que la amiga de mi novia dice «ah, ustedes me trajeron engañada acá». Sí, le dijimos. Pero nosotros vamos a coger y te invitamos. Ella respondió yo estoy al pedo así que también voy a coger con ustedes. Se desnudó. Luego eso se transformó en un saludable hábito.

Raúl vuelve a hablar de su bigamia. Jamás pensé que podía verme en este equilibrio; son dos brazos que tengo y necesito a ambos. Seriedad y libertad. Austeridad y generosidad. Alegría, jovialidad y libertad total de parte de mi novia. Límites de una, sin límites de otra. Esta persona (habla de su novia) es una persona excepcional, nunca trató de impedir mi matrimonio, estima mucho a mi mujer y habla bien de ella, la res
peta. ¿Qué harías si te enteraras de que la otra sale a su vez con otro señor?, pregunto. Pero como en la pregunta hablo de la «otra» piensa que hablo de la amiga de su novia, la tercera del trío, y no de su novia, como era mi intención primera para después hacerle la misma pregunta sobre una posible infidelidad de su esposa. Así que me responde en consecuencia: la otra tiene como cinco extras más que yo le conocí, dice. Y quiso llevar a mi novia a otro trío pero mi novia no aceptó. Es altamente recomendable, el terceto, sigue. ¿En qué cambia?, digo, ¿en qué cambia sexualmente? En que es la libertad total, dice. Tengo la impresión de que cada una le hace a la otra lo que el hombre le hace a ella. Es por carácter transitivo que va la cosa. Yo, en ese momento, creo en Dios. Solamente —ríe— un Dios te puede dar un regalo así. Y soy ateo. Yo a la extra, dice, la atiendo por atrás también, así que cuando le estoy dando por adelante y le pido que se dé vuelta, mi novia me alienta para que la haga mierda: dale, dale, con todo papito, hasta los huevos, rompela toda a esta putita.

Yo creo que los tríos son cada vez más comunes en los jóvenes, ¿no?, dice, lo escucho por radio en el programa de Matías Martin y me parece que, si no mienten los que llaman, es así. No tenemos ningún clima especial ni ningún gran aderezo entre nosotros. Tomamos, sí, whisky porque a ella le gusta, a la tercera, los tres en un mismo vaso. Igual yo trato de tomar poco para no llegar a casa con olor.

Después tengo una cuarta que es también más o menos fija. Tendrá ahora unos cincuenta años y tenemos relaciones desde los 19 de ella con un importante hiato de ausencia. Era muy bonita entonces, pero sólo me hace sexo oral por un problema, una especie de deformidad que tiene en la zona genital que también le complica lo anal. Viene al hospital una vez por mes. Mi novia sabe y hasta alguna vez ha arreglado para dejarme su propio consultorio para que entre con ella. Es un pacto: mi novia me autoriza a tener experiencias orales exclusivamente. Hemos dicho de contarnos todo, dice.

Es ahí donde trato otra vez de preguntarle qué haría si supiera que su mujer tiene amante. Piensa que hablo de su novia. Y me contesta que, según ella, sólo estuvo con su marido y conmigo. Y ahora que es viuda, solo conmigo. ¿Qué pasaría si se enterara? Sería terrible, dice Raúl. Yo ya aprendí a convivir con esta ambivalencia afectiva. Yo necesito estabilidad por la profesión; las chicas me sacan de la profesión, del ambiente que es pesado, donde todo es ver angustia, dolor, sufrimiento humano. Me atienden bien. Soy un privilegiado, lo sé. Eso me alienta en períodos de penurias económicas; he recibido siempre aliento bilateral.

Le pregunto cómo resulta el sexo con su esposa a partir de estas experiencias. Vuelve al fútbol. Viste la media inglesa, dice, eso de empatar de visitante y ganar de local. Bueno, para mí es al revés. Yo, de local, en casa y con mi mujer saco un puntito. En cambio, de visitante saco los tres. La media inglesa al revés. Son casi cuarenta años juntos con noviazgo y todo.

Nunca me encontraron, dice, en el hospital.

Ella (vuelve a hablar de su novia) maneja cerebralmente todo. Por ejemplo, cuando acabo antes que ella, me putea y me dice boludo de mierda, qué te pasa, no podés aguantar, y yo le digo así tratás al doctor, con ese respeto, qué bonito. Deberías hablar con ella, yo debería sentarla acá, quedarme callado y que ella te cuente. Es veinte mil veces más jugosa que yo. Es alguien muy abierto, sin escrúpulos ni temores. Expresa sentimientos como nunca vi. Diría, este pajero de mierda se quería ir de la casa al principio, quería dejar a la mujer. La tiene tan clara que asusta. Siempre me dice que la gracia está en lo prohibido. Dice que no quiere que lo nuestro dure sino que perdure. ¿Cómo? Si algo perdura es para siempre, si dura quiere decir que en algún momento se va a acabar, reflexiona, semiólogo de paso.

Después, en las guardias, tuve otras. En el hospital atendí una vez a una señorita de 16 años. Azucena se llamaba. El nombre me fascinaba. Y ella también. La fui adobando muy lento, logré que se pusiera de novia y que la desvirgaran y entre los 19 y 26 cada cuarenta y cinco días venía a mi consultorio externo y me hacía sexo oral. Yo la auscultaba y en un momento sacaba el pito de entre el guardapolvo. Ella decía «qué cosa», como diciendo qué enfermedad, pero se lo metía en la boca. Siempre decía qué cosa. Sólo una vez pude sacarla del hospital. Era de un hogar humilde de Lanús y yo también atendía a la madre. Pero después perdí todo contacto.

BOOK: Guardapolvos
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