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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (37 page)

BOOK: Hermoso Caos
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—Por cierto, ¿cómo se Vincula un Orden Nuevo? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—Ni idea.

Tenía que haber una forma de descubrirlo.

Tal vez haya algo en la
Lunae Libri
sobre el tema.

Lena parecía frustrada.

—Seguro. Mira en la N, de Nuevo Orden. O en la V, de Vinculación. O en la P, de psicópata, que es como me estoy empezando a sentir.

—Dímelo a mí.

Suspiró, balanceando más fuerte sus piernas.

—Incluso aunque supiera cómo hacerlo, la pregunta del millón es: ¿por qué yo? Yo rompí el último. —Se la veía cansada, con su camiseta negra empapada de sudor y su collar de amuletos enredado en su largo pelo.

—Tal vez era necesario que se rompiera. A veces las cosas tienen que romperse para poder arreglarse.

—O tal vez no necesitaban arreglarse.

—¿Quieres que nos vayamos? Ya he tenido suficiente charla de
El crisol
por hoy Asintió agradecida.

—Yo también.

Caminamos por el vestíbulo, cogidos de la mano, y observé que el pelo de Lena empezaba a rizarse. La Brisa Caster. Por eso no me sorprendió que la señora Hester ni siquiera levantara la vista de sus largas uñas, que se estaba pintando de púrpura, mientras salíamos dejando el mundo de los Demonios y el Mortal detrás.

Tal y como Link había dicho, el lago Moultrie estaba realmente caliente y marrón. No había una gota de agua a la vista. No había nadie alrededor, aunque quedaban unos cuantos recuerdos de la señora Lincoln y sus amigas clavados en el cuarteado barro de la orilla.

TELÉFONO ROJO DE LOS VIGILANTES DE LA COMUNIDAD

AVISE DE CUALQUIER ACTIVIDAD APOCALÍPTICA

Incluso había apuntado su número de teléfono particular en la parte de abajo.

—¿Y qué constituye exactamente una actividad apocalíptica? —Lena trató de no sonreír.

—No lo sé, pero estoy seguro de que si le pedimos a la señora Lincoln que añada una aclaración, la pondrá aquí mañana mismo. —Pensé en ello—. No pescar. No verter basura. No llamar al Demonio. No a las plagas de calor y cigarrones, o de Vex.

Lena golpeó la tierra seca.

—Nada de ríos de sangre. —Le había contado lo de mi sueño, al menos ese sueño—. Y nada de sacrificios humanos.

—No le des ideas a Abraham.

Lena apoyó su cabeza en mi hombro.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí? —La pinché con un trozo de hierba seca—. Saliste huyendo en la parte de atrás de la Harley de John.

—No quiero recordar esa parte. Quiero recordar la parte buena —susurró.

—Hay un montón de partes buenas.

Sonrió, y supe que siempre recordaría este día. Igual que el día en que la encontré llorando en el jardín de Greenbrier. Había momentos en que al mirarla todo se detenía. Momentos en que el mundo se desvanecía y sabía que nada podía pasar entre nosotros.

La estreché contra mí y la besé con fuerza, en un lago muerto donde nadie podía vernos y a nadie le importaba. Con cada segundo que pasaba, el dolor crecía en mi cuerpo, lo mismo que la presión sobre mi corazón palpitante, pero no me detuve. Nada me importaba más que esto. Quería sentir sus manos en mi piel, su boca tirando de mi labio inferior. Quería sentir su cuerpo contra el mío hasta que no pudiera sentir nada más.

Porque, salvo que encontráramos a quienquiera que fuese y convenciéramos al Uno Que Son Dos para que hiciera lo que tuviera que hacerse con la Decimoctava Luna, tenía la angustiosa sensación de que no importaba lo que sucediera a cualquiera de nosotros.

Ella cerró los ojos, y yo los míos, y aunque no estábamos cogidos de las manos, sentí como si lo estuviéramos.

Porque sabíamos lo que teníamos.

20 DE NOVIEMBRE
La siguiente generación

—R
etírate, boy scout. Te he contado todo lo que sé. ¿Por qué iba a ocultarte nada ahora? —John sonrió y miró por encima de Liv—. Yo aquí sólo llevo los pantalones. Ella es la que lleva el cinturón.

Era cierto. Su cinturón de escorpión estaba rodeando la cintura de Liv. Lena se lo había entregado, ya que ella parecía ser la niñera de John cuando Macon no estaba con él. Nunca le dejaban solo. Incluso por la noche, Macon Vinculaba el estudio con Hechizos de Ocultación y Confinamiento.

Pero si John decía la verdad sobre sus habilidades, bastaba con que tocara a Macon para conseguir algunos de sus poderes. La pregunta era: ¿por qué no lo hacía? Estaba empezando a pensar que no quería marcharse, pero eso no tenía sentido.

Últimamente nada lo tenía.

Desde mi conversación con la Lilum —Rueda de la Fortuna, Reina Demonio, señora English Que No Era La Señora English— tenía más preguntas que respuestas. Y ninguna idea de cómo encontrar al Uno Que Son Dos, ni de cuánto tiempo nos quedaba.

Necesitaba averiguar cuándo sería la Decimoctava Luna. No podía quitarme de la cabeza la idea de que tenía que ver con John Breed, desde que el John de la Residencia del Condado lo garabateó en su mensaje.

A este John no parecía importarle. Estaba tendido todo lo largo que era sobre un catre pegado a la pared, durmiendo y fastidiándome alternativamente.

Lena estaba frustrada. Los encantos de John ya no funcionaban con ella.

—Abraham debió decirte algo sobre la Decimoctava Luna.

Se encogió de hombros, con aire aburrido.

—Es tu novio quien no puede dejar de hablar del tema.

—¿En serio? ¿Por qué no levantas tu culo y me haces callar?

Ethan, cálmate. No dejes que te afecte.

Liv se levantó.

—Ethan, creo que podemos comportarnos de manera más civilizada. Por lo que sabemos, John es tan víctima del reino del terror de Abraham como el resto de nosotros. —Sonaba muy comprensiva, demasiado comprensiva.

—¿Acaso ha mordido a alguno de tus mejores amigos últimamente? —espeté.

Liv pareció avergonzada.

—Entonces no quiero saber nada de ser educado.

John se levantó del catre.

—No hace falta que la hables así. Estás cabreado conmigo. No lo pagues con Olivia. Está partiéndose el culo para ayudarte.

Miré a Liv. Se había ruborizado mientras comprobaba los diales en su selenómetro. Me pregunté si el magnetismo del John Íncubo estaba teniendo efectos sobre ella.

—No te ofendas, pero cierra el pico ya.

—¡Ethan! —Lena me lanzó su versión de la Mirada. Ahora me estaban dando por todos los lados.

John estaba divirtiéndose.

—Quieres que hable, quieres que me calle. Avísame cuando te hayas decidido.

No quería hablar con él en absoluto. Quería que desapareciera.

—Liv, ¿por qué tenéis que mantenerlo cerca? No nos ha contado nada. Apuesto a que ha utilizado sus habilidades para absorber poderes Caster y enviar un mensaje a Abraham y Sarafine, que a estas alturas estarán de camino.

Liv cruzó los brazos con desaprobación.

—John no ha estado absorbiendo ningún poder. La mayor parte del tiempo está a solas conmigo. Con Macon y conmigo. —Volvió a sonrojarse—. Y gritarle no te va a llevar a ninguna parte. John es prácticamente una víctima de tortura. No puedes imaginar la forma en que Silas y Abraham le trataron cuando estaba creciendo. Nada de lo que puedas decir se parece a lo que ha soportado.

Me volví hacia John.

—¿Así que eso es lo que has estado haciendo aquí? ¿Contarle a Liv historias lacrimógenas para que sienta pena por ti? Tío, realmente eres un auténtico idiota manipulador.

John se levantó y se encaminó hacia donde yo estaba.

—Qué gracioso, yo estaba pensando que tú eras un idiota encantador.

—¿En serio? —Cerré el puño.

—No. —Y lo mismo hizo él.

—Ya basta. —Lena se interpuso entre los dos—. Esto no está ayudando.

—Y no es nada científico, ni educado, ni siquiera remotamente entretenido —añadió Liv.

John regresó a su catre.

—No sé por qué todos estáis convencidos de que esto tiene que ver conmigo.

No estaba dispuesto a contarle lo de los mensajes de un chico que había sufrido daños cerebrales y no podía hablar.

—Esto está relacionado con la Decimoctava Luna. La de Lena no es hasta febrero, salvo que Sarafine y Abraham estén otra vez impulsando las lunas fuera de su tiempo. —Lena cruzó los brazos, observando a John.

Él se encogió de hombros, revelando el tatuaje negro de su brazo.

—Así que tenéis unos meses. Más vale que os pongáis en marcha.

—Te lo he explicado, ella no dijo que fuera la Decimoctava Luna de Lena. Tal vez no tengamos tanto tiempo.

Liv se dio la vuelta para mirarme.

—¿Quién no dijo qué?

Mierda.
Aun no quería contarle lo de la Lilum, y menos delante de John. Lena no era la única chica que sabía que era dos cosas a la vez. Liv ya no era una Guardiana, pero aún actuaba como tal.

—Nadie. No es importante.

Liv me observaba atentamente.

—Has dicho que un chico llamado John en la Residencia del Condado sabía algo sobre la Decimoctava Luna, uno que estaba en la espeluznante habitación del cumpleaños. Pensé que ésa era la razón por la que estabas acosando a John.

—¿Acosando a John? ¿Es eso lo que crees que hago? —No podía creer lo rápido que él la había convencido.

—De hecho, yo lo llamaría hostigamiento. —John parecía complacido consigo mismo.

Le ignoré. Estaba demasiado ocupado tratando de cubrir mis huellas con Liv.

—Era un chico llamado John, pero no estaba en la habit…

Me detuve.

Un chico llamado John.

Lena me miró.

La habitación del Cumpleaños.

Estábamos pensando lo mismo.

¿Qué pasaría si hubiéramos estado enfocando todo mal?

—John, ¿cuándo es tu cumpleaños?

Estaba estirado, lanzando una pelota sobre el lugar donde apoyaba las botas contra el muro.

—¿Por qué? ¿Vas a hacerme una fiesta, Mortal? No me gustan demasiado las tartas.

—Tú contesta a la pregunta —dijo Lena.

La pelota volvió a golpear el muro.

—El 22 de diciembre. Al menos eso es lo que Abraham me dijo. Aunque probablemente sea un día que escogió al azar. Él me encontró, ¿recordáis? Y no tenía ninguna nota pinchada en mi camisa con la fecha de mi cumpleaños escrita en ella.

No podía ser tan estúpido.

—¿Te parece que Abraham es la clase de persona a quien le importa si tienes cumpleaños o no?

La pelota dejó de rebotar contra la pared.

Liz estaba pasando las hojas del almanaque. Escuché cómo contenía el aliento.

—¡Oh, Dios mío!

John caminó hasta la mesa y miró por encima del hombro de Liv.

—¿Qué?

—El 22 de diciembre es el solsticio de invierno, la noche más larga del año.

John se dejó caer en la silla a su lado. Intentó parecer indiferente, pero pude advertir que sentía curiosidad.

—¿Y qué? Es una larga noche. ¿A quién le importa?

Liv cerró el almanaque.

—Los antiguos celtas consideraban el solsticio de invierno el día más sagrado del año. Creían que la Rueda del Año dejaba de girar durante un rato en el momento del solsticio. Era un momento de purificación y renacimiento…

Liv seguía hablando, pero yo sólo podía oír mis propios pensamientos.

La Rueda del Año.

La Rueda de la Fortuna.

Purificación y renacimiento.

Un sacrificio.

Eso es lo que la Lilum intentaba decirme en casa de la señora English. En la Decimoctava Luna, la noche del solsticio de invierno, debía hacerse el sacrificio para dar luz al Nuevo Orden.

—¿Ethan? —Lena me miraba fijamente, con gesto preocupado—. ¿Te encuentras bien?

—No. Ninguno de nosotros lo está. —Miré a John—. Si estás diciendo la verdad, y no estás esperando a que Abraham y Sarafine vengan en tu rescate, necesito que me digas todo lo que puedas sobre él.

John se inclinó por encima de la mesa hacia mí.

—Si crees que no puedo escapar de un pequeño estudio en los Túneles, es que eres más idiota de lo que pensaba. No tienes ni idea de lo que puedo hacer. Estoy aquí porque… —echó una mirada a Liv—. No tengo a donde ir.

No sabía si estaba mintiendo. Pero todas las señales —las canciones, los mensajes, incluso tía Prue y la Lilum— apuntaban en su dirección.

John tendió un lápiz a Liv.

—Abre ese cuaderno rojo y te contaré todo lo que quieras saber.

Después de escuchar a John hablar de su infancia junto a Silas Ravenwood —que parecía un sargento de instrucción que pasaba la mayor parte del tiempo dando palizas a John y obligándole a memorizar su doctrina contra los Caster— incluso yo empecé a sentir lástima por él. Aunque nunca lo reconocería.

Liv escribía cada palabra.

—Así que, básicamente, Silas odia a los Caster. Interesante, teniendo en cuenta que se casó con dos de ellos. —Miró a John—. Y crio a otro.

John se rio, y no hubo forma de ignorar la amargura de su voz.

—No me gustaría estar cerca si te oyera llamarme así. Silas y Abraham nunca me consideraron un Caster. Según Abraham, yo soy «la siguiente generación», más fuerte, rápida, insensible a la luz del sol, y todos esos rollos. Abraham es bastante apocalíptico para ser un Demonio. Cree que el final se acerca, incluso si tiene que provocarlo él mismo, y que la raza inferior finalmente desaparecerá.

Me froté la cara con las manos. No estaba seguro de cuánto más podría aguantar.

—Supongo que eso son malas noticias para nosotros los Mortales.

John me miró de forma extraña.

—Los Mortales no son la raza inferior. Sólo la base de la cadena de alimentación. Estaba hablando de los Caster.

Liv se colocó el lápiz detrás de la oreja.

—No me había dado cuenta de lo mucho que odiaba a los Caster de Luz.

John sacudió la cabeza.

—No lo entendéis. No estoy hablando de los Caster de Luz. Abraham quiere desembarazarse de todos los Caster.

Lena levantó la vista, sorprendida.

—Pero Sarafine… —empezó Liv.

—Ella no le importa. Sólo le cuenta lo que ella quiere oír. —La voz de John era seria—. A Abraham Ravenwood no le importa nadie.

Había muchas noches en las que no podía dormir, pero esa noche no quería hacerlo. Quería olvidar el complot de Abraham Ravenwood para destruir el mundo, y la promesa de la Lilum de que se destruiría solo. Salvo, por supuesto, que alguien quisiera sacrificarse a sí mismo. Alguien a quien tenía que encontrar.

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