Hermoso Caos (41 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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Yo. Mi otro yo.

Ésa era la razón por la que estaba cambiando, perdiendo más y más de mí mismo cada día.

La razón por la que ya no me gustaba el batido de chocolate, o los huevos revueltos de Amma. La razón por la que no podía recordar lo que había en las cajas de zapatos de mi dormitorio o mi número de teléfono. La razón por la que, de repente, me había vuelto zurdo.

Mis rodillas flaquearon, y sentí que me caía hacia delante. Podía ver el suelo acercándose hacia mí. Una mano me agarró del brazo y volvió a enderezarme. Link.

—Entonces, ¿cómo se consigue volver a unir las dos partes? ¿Existe algún hechizo o algo? —Link sonaba impaciente, como si estuviera dispuesto a cargarme sobre sus hombros y salir corriendo.

El bokor echó la cabeza hacia atrás y se rio. Cuando volvió a hablar, sentí como si estuviera mirando a través de mí.

—Se necesita algo más que un hechizo. Y ésa fue la razón por la que tu Vidente vino a verme. Pero no te preocupes, tenemos un acuerdo.

Sentí como si alguien me hubiera echado encima un cubo de agua fría.

—¿Qué clase de acuerdo?

Recordé lo que le había dicho a Amma la noche que la seguimos hasta aquí.
Sólo hay un precio.

—¿Cuál es el precio? —Estaba gritando, mi voz resonando en los oídos.

El bokor levantó su báculo cubierto de piel y me señaló.

—Ya he compartido bastantes secretos esta noche. —Sonrió, toda la oscuridad y el demonio de su interior se retorcieron en una cara humana.

—¿Cómo es que no tenemos que pagarle? —preguntó Link.

—Tu Vidente pagará suficiente por todos vosotros.

Hubiera querido seguir preguntándole, pero sabía que no nos diría nada más. Y si había secretos aún más profundos que éste, no quería saberlos.

7 DE DICIEMBRE
Cartas de Providencia

C
uando regresé a casa, era medianoche pasada. Todo el mundo estaba dormido, excepto una persona. Amma tenía las luces encendidas, su habitación resplandecía entre los desvaídos postigos azules de su ventana. Me pregunté si sabría que me había ido, y dónde había estado. Casi esperaba que fuera así. Eso haría que lo que estaba a punto de hacer fuera cien veces más sencillo.

Amma no era la clase de persona con la que podías enfrentarte. Era el enfrentamiento en persona. Vivía bajo sus propias reglas, su ley, las cosas en las que creía y que para ella eran tan ciertas como el sol de cada mañana. Era también la única madre que me quedaba. Y la mayoría de los días, la única familia. La idea de pelearme con ella me hacía sentir vacío y enfermo por dentro.

Pero no tan vacío como me hacía sentir saber que sólo era la mitad de mí mismo. La mitad de la persona que había sido siempre. Amma lo sabía y nunca había dicho una palabra.

Y las palabras que había dicho eran mentiras.

Llamé a la puerta de su dormitorio antes de que pudiera cambiar de opinión. La abrió al instante, como si me hubiera estado esperando. Llevaba puesta su bata blanca con rosas rojas, la que le regalé el año pasado por su cumpleaños.

Amma no me miró directamente, sino más allá de mí, como si pudiera ver algo más que la pared que tenía a la espalda. Quizás podía. Quizás había fragmentos míos esparcidos por todo el lugar, como una botella rota.

—Te estaba esperando. —Su voz parecía débil y cansada, y se apartó de la puerta para dejarme pasar.

La habitación de Amma aún tenía el aspecto de haber sido saqueada, pero había algo diferente. Había cartas desplegadas en la pequeña mesa camilla bajo la ventana. Me acerqué hasta la mesa y cogí una. La Espada Sangrante. No eran cartas de tarot.

—¿Leyendo las cartas otra vez? ¿Qué es lo que dicen esta noche, Amma?

Cruzó la habitación y empezó a recoger las cartas formando un montón.

—No tienen mucho que decir. Creo que he visto todo lo que hay que ver.

Otra carta captó mi atención. La sostuve delante de ella.

—¿Y qué me dices de ésta? El Alma Fracturada. ¿Qué tiene esta que decir?

Sus manos temblaban tan intensamente que le llevó tres intentos tratar de arrancarme la carta.

—Crees que sabes algo, pero un pedazo de algo es lo mismo que nada. Ninguno de ellos te da mucho de nada.

—¿Te refieres a un pedazo de mi alma? ¿Es eso lo mismo que nada? —Lo dije con intención de herirla, para hacer estallar su alma y que así pudiera ver lo que se sentía.

—¿Dónde has oído eso? —Su voz era temblorosa. Agarró la cadena alrededor de su cuello y frotó el gastado amuleto de oro que colgaba de ella.

—De tu amigo de Nueva Orleans.

Los ojos de Amma se pusieron en blanco y tuvo que agarrarse al respaldo de la silla para no caer. Supe por su reacción que lo que quiera que hubiera visto esa noche no era a mí levantando almas con el bokor.

—¿Me estás diciendo la verdad, Ethan Wate? ¿Has ido a ver a ese demonio?

—Fui porque me mentiste. No me quedaba otra elección.

Pero Amma ya no me escuchaba. Estaba pasando cartas enloquecida, extendiéndolas a su alrededor bajo sus pequeñas palmas.

—Tía Ivy, muéstrame algo. Dime lo que significa.

—¡Amma!

Mascullaba entre dientes, recolocando las cartas una y otra vez.

—No puedo ver nada. Tiene que haber un camino. Siempre hay un camino. Sólo hay que seguir mirando.

Agarré sus hombros suavemente.

—Amma. Deja ya las cartas. Háblame.

Levantó una carta. Tenía la imagen de un gorrión con el ala rota.

—El Futuro Olvidado. ¿Sabes cómo se llaman estas cartas? Cartas de Providencia, porque dicen algo más que el futuro. Dicen tu destino. ¿Entiendes la diferencia?

Negué con la cabeza. Tenía miedo de decir algo. Se estaba volviendo desquiciada.

—Tu futuro puede cambiar.

Miré en sus ojos oscuros, que estaban llenos de lágrimas.

—Quizás también puedas cambiar el destino.

Las lágrimas empezaron a rodar, y ella sacudió su cabeza hacia delante y hacia atrás histérica.

—La Rueda de la Fortuna nos aplasta a todos.

No podía soportar oírlo de nuevo. Amma no sólo se estaba volviendo oscura, sino completamente loca, y yo estaba viendo cómo sucedía.

Se apartó, se levantó la bata y se puso de rodillas. Sus ojos fuertemente apretados, pero su barbilla alzada hacia el techo azul.

—Tío Abner, tía Ivy, abuela Sulla, necesito vuestra intercesión. Perdonad mi intrusión, como el Buen Dios nos perdona a todos. —Observé mientras ella esperaba, murmurando las palabras una y otra vez. Pasó más de una hora antes de que se rindiera, exhausta y derrotada.

Los Antepasados no se presentaron.

Cuando era pequeño, mi madre solía decir que todo lo que hacía falta saber sobre el sur podía encontrarse en Savannah o en Nueva Orleans. Aparentemente eso mismo ocurría con mi vida.

Lena no estaba de acuerdo. A la mañana siguiente empezamos a discutirlo en la clase de historia. Y no ganaba yo.

—Un Alma Fracturada no son dos cosas, L. Es una cosa partida por la mitad.

Cuando le hablé de «dos almas», todo lo que Lena escuchó fueron «dos» y supuso que me estaba ofreciendo como el Uno Que Son Dos.

—Podría ser cualquiera de nosotros. Yo soy el Uno Que Son Dos tanto como cualquiera. ¡Echa un vistazo a mis ojos! —Pude sentir crecer su pánico.

—No estoy diciendo que yo sea el Uno Que Son Dos, L. Sólo soy un simple Mortal. Si hizo falta un Hechizo para romper el Orden, va a necesitarse algo más que un Mortal para restaurarlo, ¿no crees? —No parecía convencida, pero en el fondo debía de saber que estaba en lo cierto.

Para lo bueno o para lo malo, eso es lo yo que era. Un Mortal. Y ésa era la fuente de todos los problemas entre nosotros. La razón por la que casi no podíamos tocarnos, ni tampoco podíamos estar realmente juntos. ¿Cómo iba yo a salvar el mundo Caster cuando apenas podía vivir en él?

Lena bajó la voz.

—Link. Él es dos cosas, un Íncubo y un Mortal.

—Chist. —Miré de reojo a Link, pero estaba distraído, tratando de grabar LÍNKCUBO con su bolígrafo en el pupitre—. Estoy casi seguro de que apenas puede calificarse como ninguno de los dos.

—John es las dos cosas, un Caster y un Íncubo.

—L.

—O Ridley. Puede que aún quede algún resto de Siren en ella, incluso como Mortal. Dos. —Ahora se estaba acercando—. Amma es una Vidente y una Mortal. Dos cosas.

—¡No es Amma! —Debí de gritar, porque toda la clase se giró en sus asientos. Lena me miró, molesta.

—¿No lo es, señor Wate? Porque el resto de nosotros pensaba que sí. —El señor Evans me miró como si estuviera listo para sacar el cuadernillo rosa con los partes de castigo.

—Lo siento, señor.

Me refugié detrás del libro de texto y bajé la voz.

—Sé que suena raro, pero esto es algo bueno. Ahora sé por qué todas estas cosas de locos han estado sucediendo, como esos extraños sueños y ver a la otra mitad de mí mismo por todas partes. Ahora todo tiene sentido.

No era completamente verdad, y Lena no pareció convencida, pero no dijo nada más ni tampoco yo lo hice. Entre el calor y los cigarrones, Abraham y los Vex, John Breed y la Lilum poseyendo el cuerpo de nuestra profesora de inglés, supuse que teníamos suficiente por lo que preocuparnos. Al menos eso fue lo que me dije.

¡DEJA QUE NIEVE! ¡ES HORA DE UN CAMBIO EN EL TIEMPO!

¡COMPRA YA TUS ENTRADAS!

Los carteles estaban por todas partes, como si el hecho necesitara ser anunciado. El baile de invierno estaba aquí, y este año el Comité de Baile, dirigido por Savannah Snow y su club de fans, había decidido llamarlo el Baile de Nieve. Savannah insistía en que no tenía nada que ver con ella
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y sí con la ola de calor, razón por la cual todos lo empezaron a llamar el Baile del Barro. Lena y yo íbamos a asistir.

Lena no quería ir, sobre todo después de lo que había sucedido en el baile de invierno el año anterior. Cuando le di las entradas, las miró como si quisiera prenderlas fuego.

—Es una broma, ¿no?

—No, no es broma. —Estaba sentada frente a ella en la mesa de la cafetería, pinchando el hielo de mi soda con la pajita. Esto no iba a salir bien.

—¿Cómo se te ha ocurrido pensar que me apetece ir a ese baile?

—Para bailar conmigo. —Le puse una mirada de cachorro abandonado.

—Puedo bailar contigo en mi habitación. —Alargó una mano—. De hecho, ven aquí. Bailaré contigo aquí, en la cafetería.

—No es lo mismo.

—No voy a ir. —Lena se mantenía firme.

—Entonces iré con otra —declaré.

Sus ojos se estrecharon.

—Alguien como Amma.

Ella sacudió la cabeza.

—¿Por qué te apetece tanto? Y no me digas que es por bailar conmigo.

—Puede ser nuestra última oportunidad. —Sería un alivio preocuparse por algo tan inofensivo como una catástrofe de baile, en vez de por la destrucción del mundo. Casi me sentía decepcionado porque Ridley no estuviera por allí para arruinarlo con su estilo.

Así que finalmente Lena accedió, a pesar de que aún no le convencía nada el asunto. No me importó. La haría ir. Con todo lo que se estaba fraguando, no sabía si habría algún baile más en el Jackson.

Estábamos sentados en las calurosas gradas metálicas del campus, tomando el almuerzo en lo que se suponía que debía ser un frío día de diciembre. Lena y yo no queríamos tropezamos con la señora English y Link no quería tropezarse con Savannah, así que las gradas se habían convertido en nuestro escondite.

—¿Llevarás el coche mañana, verdad? —Le lancé la corteza de mi sándwich a Link. Mañana era el Baile de Nieve, y entre Link y Lena sólo había un cincuenta por ciento de posibilidades de que pudiéramos estar allí.

—Claro. Sólo me falta decidir si llevaré el pelo engominado o liso. No puedo esperar a que veas mi nuevo esmoquin. —Link me lanzó de vuelta la corteza.

—Esperad a ver el mío. —Lena cogió una goma de su muñeca y se hizo una coleta—. Creo que llevaré gabardina y botas y cogeré un paraguas, en caso de que alguien se tome lo del Baile del Barro en sentido literal. —No intentó ocultar el sarcasmo de su voz.

Había sido así desde que les convencí para que fuéramos.

—No tenéis que venir conmigo si no queréis. Pero puede que éste sea el último baile de Gatlin, y tal vez de cualquier otra parte. Yo voy a ir.

—Deja de decir eso. No va a ser el último baile. —Lena estaba frustrada.

—No te bajes los pantalones tan rápido. —Link me golpeó el hombro, con demasiada fuerza—. Será increíble. Lena va a arreglarlo todo.

—¿Ah, sí? —Lena sonrió levemente—. Quizá John te mordió más fuerte de lo que creímos.

—Seguro. ¿No tendrías algún Hechizo Para-Abortar-Este-Asqueroso-Baile? —Link había estado deprimido desde que Ridley desapareció—. Oh, espera. No hace falta. Porque va a ser asqueroso por mucho Hechizo que hagas.

—¿Por qué no intentas el Hechizo de Quédate-En-Casa-y-Cierra-Tu-Bocaza? Ya que vas a ser el que lleve a Savannah Snow al baile. —Cerré el envoltorio de mi sándwich.

—Ella me lo ha pedido.

—También te lo pidió en su fiesta después del partido y mira lo que sucedió.

No saques el tema, Ethan.

Bueno, es cierto.

Lena arqueó una ceja.

Sólo harás que se sienta peor.

Créeme, Savannah ya se encargará de eso.

Link suspiró.

—¿Dónde crees que estará ella ahora?

—¿Quién? —dije, aunque ambos sabíamos perfectamente de quién estaba hablando.

Me ignoró.

—Probablemente causando problemas por alguna parte.

Lena dobló su bolsa de comida en cuadraditos cada vez más pequeños.

—Definitivamente, causando problemas en alguna parte.

El timbre del recreo sonó.

—Probablemente sea mejor así. —Link se levantó.

—Definitivamente es mejor así —coincidí.

—Podía haber sido peor, supongo. No es que estuviera muy pillado por ella, ni tampoco que estuviera enamorado de ella o algo así. —No supe averiguar a quién estaba tratando de convencer, pero se metió las manos en los bolsillos y caminó a través del campus antes de que pudiera decir nada.

—Sí. Eso realmente hubiera sido un fastidio. —Apreté la mano de Lena, pero la solté antes de que se me fuera la cabeza.

—Me siento tan mal por él. —Lena dejó de andar y deslizó sus manos por mi cintura. La acerqué y ella apoyó su cabeza en mi pecho—. Sabes que haría cualquier cosa por ti, ¿verdad?

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