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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

HHhH (39 page)

BOOK: HHhH
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Son las 7 pasadas cuando encuentran la trampilla.

Gabčík, Valčík y sus dos camaradas están atrapados como ratas. Su escondite pasa a ser su prisión y todo lleva a creer que será su tumba, pero mientras tanto van a convertirlo en un búnker. La trampilla se levanta. Cuando aparecen las piernas de un uniforme SS, lanzan a su vez una corta ráfaga, como firma de la sangre fría que los posee. Gritos. Las piernas desaparecen. Su situación es muy mala y desesperada, pero también bastante sólida en cierto modo, al menos a corto plazo, mucho más corto que en la galería. Kubiš y sus dos camaradas se beneficiaban de una posición superior que les permitía dominar a sus agresores. Aquí es al contrario, ya que el asaltante llega por arriba, pero la estrechez de la vía de acceso obliga a los SS a descender de uno en uno, dando tiempo a los defensores de prepararse para matarlos uno tras otro. Es algo parecido a lo que ocurrió en las Termópilas, si se quiere, salvo que la tarea llevada a cabo por Leónidas aquí ya ha sido ejecutada por Kubiš. Protegidos por los espesos muros de piedra, Gabčík, Valčík, Hrubý y Švarc disponen de un poco de tiempo, al menos para reflexionar. ¿Cómo salir de allí? Por encima de ellos oyen: «Rendíos y no se os hará ningún daño.» El único acceso a la cripta es esa trampilla. Está también el respiradero horizontal, a unos tres metros por encima del suelo: cuentan con una escalera para alcanzarlo, pero es demasiado estrecho para que pueda pasar un hombre, y de todos modos da directamente a la calle Resslova, invadida por centenares de SS. «Seréis tratados como prisioneros de guerra.» También hay unos escalones que conducen a una antigua puerta condenada, pero ésta, suponiendo que consiguieran derribarla, daría acceso al interior de la nave que ya es un hormiguero de alemanes. «Me dicen que os diga que debéis rendiros. Por eso os lo digo. Que no os sucederá nada malo, que os tratarán como prisioneros de guerra.» Los paracaidistas reconocen la voz del sacerdote, el padre Petrek, que los ha acogido y escondido en su iglesia. Uno de ellos responde: «¡Somos checos! ¡No nos rendiremos jamás, oís, jamás, jamás!» Sin duda no es Gabčík, porque este habría matizado: «Checos y eslovacos»; en mi opinión, es Valčík. Pero otra voz repite: «¡Jamás!» y añade una ráfaga. En eso reconozco más el estilo de Gabčík (aunque la verdad es que no sé nada en absoluto).

De una manera o de otra, la situación es de bloqueo. Nadie puede entrar ni salir de la cripta. Fuera, los altavoces repiten constantemente: «Rendíos y salid con las manos en alto. Si no os rendís, volaremos la iglesia y seréis sepultados bajo los escombros.» A cada anuncio, los ocupantes de la cripta responden con una salva. La Resistencia, por lo general desprovista de palabra, se expresa también con una maravillosa elocuencia. Fuera, se les pregunta a unos SS puestos en fila quién se ofrece voluntario para bajar a la cripta. Nadie rechista. El comandante vuelve a repetirlo, con amenazas. Unos pocos soldados, pálidos, dan un paso al frente. Los demás son designados a la fuerza. Escogen a uno para descender por la trampilla. Mismo castigo: una ráfaga en las piernas, un horrible aullido, un lisiado más entre los superhombres. Si los paracaidistas disponen de municiones suficientes, esto puede durar mucho tiempo.

La verdad es que no quiero acabar esta historia. Desearía congelar eternamente este momento en que los cuatro hombres deciden en la cripta no resignarse y excavar un túnel. Debajo de la especie de claraboya-respiradero, con no sé qué herramientas, constatan que el muro, ubicado bajo el nivel del suelo, está hecho de ladrillos que se desmenuzan y se despegan fácilmente. Tal vez, después de todo, exista una posibilidad, si podemos excavar en la piedra. Detrás del endeble muro de ladrillo, alcanzan tierra blanda que les hace redoblar los esfuerzos. ¿Cuánta puede haber hasta alguna tubería, un desagüe, un camino que lleve hasta el río? ¿Veinte metros? ¿Diez? ¿Menos? Los setecientos SS están fuera con el dedo en el gatillo, paralizados o sobrexcitados por el nerviosismo y el miedo a esos cuatro hombres, por la perspectiva de tener que desalojar a unos enemigos parapetados, decididos y nada asustados, que saben combatir y de quienes ignoran el número, como si pudiera haber batallones enteros allí dentro (la cripta tiene quince metros de largo). Fuera, hay agitación en todos los sentidos y Pannwitz da órdenes. Dentro, excavan con la energía de la desesperación, quizá no quede más remedio que luchar por luchar y nada más, quizá nadie crea en ese plan de evasión insensato, delirante, pre-hollywoodiense, pero yo creo en él. Los cuatro hombres pican, se relevan para picar. ¿Puede ser que, mientras tanto, se oiga la sirena de los bomberos? ¿O no usan sirena? Debo consultar de nuevo el testimonio del bombero que participó en aquella terrible jornada. Gabčík se afana picando en la tierra, está sudando cuando antes tenía tanto frío desde hace varios días, estoy seguro de que la idea del túnel ha sido suya, es optimista por naturaleza, y también de que es el que más excava, no soporta la inacción ni la espera mortal de un fatal destino, eso no, al menos hay que hacer algo, intentar cualquier cosa. Kubiš no habrá muerto por nada. Ni nadie dirá que ha muerto por nada. ¿Habían empezado a excavar ya durante el asalto a la nave, aprovechando el tumulto de las explosiones para ahogar el ruido de los golpes de pico? También lo ignoro. ¿Cómo se puede saber tanto y tan poco a la vez sobre una gente, una historia, unos acontecimientos históricos con los que uno vive desde hace años? Pero en el fondo sé que van a lograrlo, lo presiento, van a salir de ese avispero, van a escapar de Pannwitz, Frank se volverá loco de rabia y harán películas sobre ellos.

¿Dónde está ese maldito testimonio del bombero?

Hoy estamos a 27 de mayo de 2008. Cuando los bomberos llegan, a eso de las 8, ven SS por todas partes y un cadáver en la acera porque nadie ha creído oportuno retirar el cuerpo de Opálka. Les explican lo que se espera de ellos. La idea luminosa ha sido de Pannwitz: ahumarlos, o si eso no funciona, ahogarlos como ratas. Ningún bombero desea encargarse de ese trabajo, incluso entre sus filas se oye a uno abuchear: «Para eso que no cuenten con nosotros.» El jefe de bomberos se atraganta: «¿Quién ha dicho eso?» Pero, ¿quién iba a hacerse bombero para encargarse de semejante trabajo? Se designa un voluntario a la fuerza para ir a echar abajo la reja que obstruye la claraboya. Ésta cae al cabo de unos pocos golpes. Frank aplaude. Una nueva batalla se entabla entonces en torno a ese orificio horizontal, de apenas un metro de largo y treinta centímetros de alto aproximadamente, agujero negro abierto a lo desconocido y a la muerte para los alemanes, rayo de luz no menos mortal para los ocupantes de la cripta. Esta lucerna se convierte en la casilla codiciada por todas las piezas que aún quedan en el tablero para obtener una ventaja posicional decisiva en una partida en que las blancas (pues aquí son las negras las que empiezan y se benefician de la iniciativa) plantearían la defensa de una contra todas.

28 de mayo de 2008. Los bomberos consiguen deslizar su manguera por el orificio del respiradero. El caño es empalmado a una boca de riego. Las bombas se activan. El agua fluye por la claraboya.

29 de mayo de 2008. El agua empieza a subir. A Gabčík, a Valčík y a sus dos compañeros les llega por los pies. A la menor sombra que ven aparecer por la claraboya, disparan una ráfaga. Pero el agua sigue subiendo.

30 de mayo de 2008. El agua sube un poco aunque muy lentamente. Frank se impacienta. Los alemanes arrojan granadas lacrimógenas dentro de la cripta para ahumar a los ocupantes, pero eso no funciona porque las granadas caen en el agua. ¿Por qué no han intentado eso desde el principio? Misterio. No excluyo que, como tantas otras veces, procedan con desorden y precipitación. Pannwitz no tiene pinta de ser un hombre muy reflexivo, si bien supongo que no están en su mano todas las operaciones militares y, después de todo, quizá a él también le entre el pánico. Gabčík y sus camaradas tienen los pies en el agua pero a este ritmo se morirán de viejos antes que ahogados.

1.º de junio de 2008. Frank está extremadamente nervioso. Cuanto más tiempo pasa, más teme que los paracaidistas acaben encontrando un pasadizo para escapar. El agua podría incluso ayudarlos, si llegaran a descubrir el lugar de la grieta por la que se fuga, ya que es evidente que la cripta no se caracteriza por una estanquidad a toda prueba. Allí dentro están organizados. Uno se ocupa de recoger las granadas y de devolverlas a la calle. Otro se dedica intensamente al túnel que han empezado a excavar. Un tercero, subido en una escalera, expulsa la manguera hacia afuera del respiradero. El último lanza ráfagas en cuanto alguien se acerca. Al otro lado del muro de piedra, soldados y bomberos inclinados de a dos, se encargan de recoger la manguera y de volver a meterla evitando las balas.

2 de junio de 2008. Los alemanes instalan un gigantesco proyector para deslumbrar a los ocupantes de la cripta e impedirles ver afuera. Antes incluso de que lo enciendan, una ráfaga, como una puntuación irónica, ya lo deja inservible.

3 de junio de 2008. Los alemanes se obstinan en querer deslizar unos tubos en la cripta para ahogarlos con agua o con humo, pero una y otra vez los ocupantes utilizan la escalera como un brazo telescópico para expulsarlos. No comprendo por qué no podían meter los tubos por la trampilla, que hasta donde yo sé había quedado abierta en el interior de la nave. ¿Tal vez los tubos fueran demasiado cortos o el acceso por la nave impracticable para el tipo de material requerido? ¿O más bien es una improbable providencia que ofusca toda lucidez táctica a los asaltantes?

4 de junio de 2008. Los paracaidistas tienen el agua hasta las rodillas. Fuera, han mandado venir a Čurda y a Ata Moravec. Ata se niega a hablar, pero Čurda les grita por el hueco abierto: «¡Rendíos, muchachos! A mí me han tratado bien. Seréis prisioneros de guerra, todo irá bien.» Gabčík y Valčík reconocen la voz, saben ya quién ha sido el que los ha traicionado. Mandan su respuesta habitual: una ráfaga. Ata está con la cabeza baja, el rostro tumefacto, el aire ausente de un joven que ha entrado ya a medias en el mundo de los muertos.

5 de junio de 2008. Al cabo de unos metros, la tierra del túnel se vuelve dura. ¿Van a dejar los paracaidistas la excavación para concentrarse en disparar? Me resisto a creerlo. Se afanan aún más en la tierra. Excavarán hasta con las uñas si hace falta.

9 de junio de 2008. Frank no puede más. Pannwitz reflexiona. Tiene que haber otra entrada. Ponían a los monjes muertos en la cripta. ¿Por dónde bajaban los cuerpos? Siguen registrando la iglesia, desescombran, arrancan los tapices, destruyen el altar, sondean la piedra, buscan por todas partes.

10 de junio de 2008. Y por fin se encuentra. Debajo del altar destaca una pesada losa que suena a hueco. Pannwitz manda venir a los bomberos y les pide que rompan la losa. Un doble plano mostraría, por un lado, a los bomberos picando la piedra en la superficie, mientras por otro los paracaidistas pican la tierra del subsuelo. El cuadro se titularía: «Carrera contra la muerte de cien contra uno.»

13 de junio de 2008. Han pasado veinte minutos, durante los cuales los bomberos se han empleado a fondo en la losa. Farfullan en mal alemán a los soldados armados que están detrás de ellos que les es imposible incidir en la piedra con las herramientas que tienen. Los SS, sobrepasados, los despachan y traen dinamita. Los artificieros la ponen alrededor de la losa y luego, cuando todo está preparado, evacuan la iglesia. Fuera se manda retroceder a todo el mundo. Los paracaidistas seguramente dejan de excavar allá abajo. El silencio que sigue a todo el jaleo ha debido de alertarlos. Son fatalmente conscientes de que algo se prepara. La deflagración viene a confirmarlo. Una nube de polvo se abate sobre ellos.

16 de junio de 2008. Pannwitz ordena que se retiren los cascotes. La losa se ha partido en dos. Un agente de la Gestapo mete la cabeza por el agujero abierto. Enseguida, las balas silban a su alrededor. Pannwitz sonríe con aire satisfecho. Han hallado la entrada. Mandan descender a los SS pero sigue planteándose el problema de la vía de acceso: de nuevo, una exigua escalera de madera no deja pasar a más de un hombre a la vez. Los primeros desafortunados SS son abatidos como bolos. Pero ahora los paracaidistas tienen que vigilar tres boquetes diferentes. Aprovechando que han descuidado su atención en el tragaluz, un bombero consigue hacerse con la escalera y llega a sacarla al exterior en el momento en que uno de los ocupantes volvía de repeler un tubo por enésima vez. Fuera, Frank aplaude. El bombero será recompensado por su celo (pero castigado cuando llegue la Liberación).

17 de junio de 2008. La situación se complica horriblemente. A partir de ahora, los defensores están privados de su brazo telescópico de la suerte y su búnker hace aguas por todas partes, tanto en sentido literal como figurado. Desde el momento en que los SS cuentan con dos vías de acceso, más el peligro que representa la claraboya, los paracaidistas comprenden que el final se acerca. Saben que están perdidos. Dejan de cavar, si no lo habían hecho ya, para concentrarse en los disparos. Pannwitz ordena un nuevo asalto por la entrada principal, a la vez que se lanzan granadas en la cripta y se trata de hacer bajar a otro hombre por la trampilla. Dentro, las Sten escupen todo lo que pueden para rechazar a los agresores. La confusión es total, es el Álamo que resiste y resiste, esto no se acaba, atacan por todas partes, por la trampilla, por la escalera, por el respiradero, y mientras las granadas caigan en el agua y no exploten, los cuatro hombres vacían sus cargadores sobre todo lo que se menea.

18 de junio de 2008. Llegan a su último cargador y eso es algo de lo que uno se da cuenta muy rápido, imagino, sobre todo si está en medio de un tiroteo. Los cuatro hombres no necesitan hablar. Gabčík y su amigo Valčík intercambian una sonrisa, estoy seguro, les veo hacerlo. Saben que han luchado bien. Es ya mediodía cuando cuatro detonaciones secas perforan el tumulto de las armas, que cesa de inmediato. El silencio cae al fin sobre Praga como un sudario de polvo. Donde los SS todo el mundo se ha parado, nadie se atreve a disparar más ni a moverse. Esperan. Pannwitz está rígido. Hace una seña a un oficial SS que, titubeante, muy lejos del estatuario aplomo varonil que debería demostrar en cualquier circunstancia, pide a dos de sus hombres que vayan a ver. Descienden con precaución los primeros peldaños y se paran. Como dos chiquillos, se dan la vuelta hacia su comandante que les apremia a continuar,
weiter, weiter!
Todos los observadores presentes en la iglesia los siguen con la mirada conteniendo el aliento. Desaparecen en la cripta. Todavía transcurren unos largos segundos hasta que se oye una llamada, literalmente de ultratumba, en alemán. El oficial empuña su revólver y se precipita por la escalera. Sale de nuevo con el pantalón mojado hasta las cachas y grita: «
Fertig!
» Se acabó. Cuatro cuerpos flotan en el agua, los de Gabčík, Valčík, Švarc y Hrubý, muertos por su propia mano para no caer en las del enemigo. En la superficie del agua flotan billetes de banco rotos y documentos de identidad también hechos pedazos. Entre los objetos diseminados, un hornillo, ropa, colchones, un libro. Por las paredes, restos de sangre, en los peldaños de la escalera de madera, charcos también de sangre (ésta por lo menos es alemana). Y unos casquillos, pero sin carga: los últimos se los habían reservado para ellos.

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