Himnos homéricos (12 page)

BOOK: Himnos homéricos
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514

Apolo.
—Temo, oh hijo de Maya, mensajero, taimado, que me hurtes la cítara y los curvados arcos; pues has recibido de Zeus la honra de hacer permutables los trabajos de los hombres en la fértil tierra. Mas si te avinieras a prestarme el gran juramento de los dioses, ya asintiendo con la cabeza, ya invocando la impetuosa agua de la Estix, harías una cosa agradable y acepta a mi corazón.

521

Entonces el hijo de Maya prometió, asintiendo con la cabeza, no robar nada de cuanto el que hiere de lejos poseyera, ni acercarse a su sólida casa; y Apolo Letoída asintió, en concordia y amistad, a que ningún otro dios ni hombre descendiente de Zeus le sería más querido entre los inmortales; y perfecto

* * *

te haré mensajero de los inmortales y de todos los hombres, caro y honorable a mi corazón; y te daré luego la hermosísima varita de la felicidad y de la riqueza, áurea, de tres hojas, la cual te guardará incólume, siendo poderosa para todos los dioses en virtud de las palabras y acciones buenas que declaro haber aprendido de la voz de Zeus. Pero, en cuanto al arte adivinatoria por la cual preguntas, oh bonísimo alumno de Zeus, no está decretado por la divinidad que lo aprendas tú ni otro alguno de los inmortales, pues así lo ha decidido la inteligencia de Zeus; y yo, a quien aquella arte se ha confiado, he asentido con la cabeza y prometido con firme juramento que ningún otro de los sempiternos dioses, fuera de mí, conocerá las pruedentes decisiones de Zeus. Y tú, hermano, el de la áurea varita, no me mandes que revele cuántos divinales proyectos medita el largovidente Zeus. De los hombres dañaré a unos y protegeré a otros, recorriendo las múltiples familias de los míseros humanos. Se aprovechará de mi vaticinio el que venga guiado por la voz y el vuelo de aves agoreras: ése se aprovechará de mi vaticinio, pues no le engañaré. Pero el que, fiándose de aves que gritan en vano, quiera escudriñar irracionalmente mi vaticinio y entenderlo más que los sempiternos dioses, afirmo que ése habrá hecho el viaje en balde aunque yo le acepte sus dones. Otra cosa te diré, hijo de la gloriosa Maya y de Zeus que lleva la égida, numen útilísimo de los dioses: existen unas venerandas ninfas, hermanas de nacimiento, vírgenes, que se enorgullecen de sus veloces alas y son en número de tres; llevan empolvada de blanca harina la cabeza, tienen sus moradas en un repliegue del Parnaso, y fueron secretamente las maestras del arte adivinatoria que yo, apacentando bueyes y siendo todavía niño, practiqué sin que mi padre se preocupara por ello. Volando desde su morada, unas a un lado y otras a otro, se alimentan de panales y llevan a cumplimiento cada uno de sus propósitos. Cuando son agitadas por el furor profético, después de haber comido miel fresca, se prestan benévolamente a decir la verdad; pero si se ven privadas de la agradable comida de los dioses, mienten promoviendo tumulto unas con otras. Yo te las doy: deleita tu ánimo interrogándolas cuidadosamente; y, si instruyeres a algún hombre mortal, éste escuchará muchas veces tu voz cuando la ocasión se le ofrezca. Ten estas cosas, hijo de Maya, y cuida de las agrestes vacas de tornadizos pies, y de los caballos y de los mulos pacientes en el trabajo.

* * *

y el glorioso Hermes reine sobre los leones de torva mirada, y los jabalíes de blancos dientes, y los perros, y las ovejas que cría la anchurosa tierra; y sea el único mensajero irrecusable para Hades, el cual, aunque indotado, le hará un presente que no será sin duda el más pequeño.

574

Así el soberano Apolo amó con toda suerte de amistad al hijo de Maya; y también el Cronión le otorgó su gracia. Y Hermes se comunica con todos, mortales e inmortales, y pocas veces les es útil; mas en un sinnúmero de ocasiones engaña, durante la oscuridad de la noche, a las familias de los mortales hombres.

579

Así, pues, salve, oh hijo de Zeus y de Maya; y yo me acordaré de ti y de otro canto.

V
A AFRODITA
1

Musa, cuéntame las obras de la áurea Afrodita Cipria, que infunde en los dioses suaves deseos y subyuga las razas de los mortales hombres, las aves mensajeras de Zeus y las fieras todas, así las que cría en gran número el continente como las que nutre el mar; que a todos les preocupan las obras de Citerea, la de hermosa corona.

7

Pero hay tres diosas a quienes no ha podido persuadir el ánimo ni engañar. Una es la hija de Zeus que lleva la égida, Atenea, de ojos de lechuza; a quien no le placen las obras de la áurea Afrodita, sino las guerras y las obras de Ares, y luchas y combates y cuidarse de preclaras acciones. Fue ella quien primeramente enseñó a los artesanos que viven en la tierra a construir carretas y carros con adornos de bronce; y a las doncellas de delicado cuerpo, a hacer, dentro de sus cámaras, espléndidas labores que les sugería en la mente. Tampoco la risueña Afrodita ha domado con el amor a Ártemis, la de las flechas de oro, clamorosa; pues a ésta le gustan los arcos y cazar fieras en los montes, y las cítaras, y los coros, y los gritos desgarradores, y los bosques umbríos y una ciudad de hombres justos. Tampoco le gustan las obras de Afrodita a Hestía, doncella respetable a quien engendró el artero Cronos antes que a nadie y es, no obstante, la más joven por la voluntad de Zeus que lleva la égida; virgen veneranda que fue pretendida por Posidón y Apolo, pero no los quiso en modo alguno, sino que los rechazó porfiadamente y, tocando la cabeza de su padre Zeus, prestó un gran juramento que se ha cumplido: ser virgen todos los días. Y el padre Zeus dióle una hermosa recompensa: colocóla en medio de las casas, para que recibiera el suculento olor de los sacrificios. Se la honra además en todos los templos de los dioses y es para todos los mortales la más augusta de las deidades.

33

A estas tres, Afrodita no les ha podido convencer el entendimiento, ni tampoco engañar; pero ningún otro ser se libra de ella, ni entre los bienaventurados dioses, ni entre los mortales hombres. Y hasta perturba la mente de Zeus que se complace en el rayo, a pesar de ser el más grande y el que ha obtenido mayores honras: cuando ella quiere, engaña su precavida inteligencia y logra fácilmente que se junte con hembras mortales y se olvide de Hera, su hermana y mujer, que es la más notable por su aspecto entre las inmortales diosas, fue engendrada la más gloriosa por el artero Cronos y tuvo por madre a Rea; y Zeus, que conoce los eternales decretos, hízola su veneranda consorte, entendida en cosas honestas.

45

Zeus, a su vez, inspiró en el corazón de Afrodita un dulce deseo de acoplarse con varón mortal, para que muy pronto ni ella estuviera exenta del concúbito humano; ni la misma Afrodita, amante de la risa, pudiera decir, gloriándose entre todos los dioses y sonriéndose dulcemente, que unía a los dioses con mujeres mortales que daban a los inmortales hijos mortales, y que juntaba asimismo a las diosas con los mortales hombres.

53

Inspiróle, pues, en el corazón, un dulce deseo de Anquises, que se hallaba apacentando vacas en las alturas del monte Ida, abundante en manantiales, y por su cuerpo parecía un inmortal. Así que le vio Afrodita, amante de la risa, se enamoró de él, sintiendo que un vehemente deseo se adueñaba de su albedrío. Fuese enseguida a Chipre, penetró en el perfumado templo de Pafos donde tenía un campo sagrado y un perfumado altar, y cerró las puertas espléndidas. Allí las Gracias la lavaron y ungieron con aceite inmortal, divino y sutil, que siempre estaba perfumado para ella; cuales cosas embellecen todavía más a los sempiternos dioses. Luego Afrodita, amante de la risa, revistió su cuerpo de hermosos vestidos, se adornó con oro y, dejando la olorosa Chipre, se lanzó hacia Troya, haciendo el viaje rápidamente, por lo alto, por entre las nubes. Llegó al Ida, abundante en manantiales, procreador de fieras; y, atravesando la montaña, se fue directamente al establo: iban tras ella, moviendo la cola, blanquecinos lobos, leones de torva mirada y veloces panteras, insaciables de carne de ciervo; y la diosa, al notarlo, sintió que se le alegraba el ánimo en la mente, y les infundió en el pecho un dulce deseo, y todos fueron acostándose por parejas en los sombríos vericuetos. Llegó en esto a la bien construida cabaña y halló al héroe Anquises que tenía la belleza de un dios y se había quedado en el establo, solo, alejado de sus compañeros. Éstos se habían ido todos, con las vacas, por los prados herbosos; y él se había quedado en el establo, solo, alejado de los demás, e iba acá y acullá pulsando vigorosamente la cítara. Afrodita, hija de Zeus, se detuvo a su presencia, habiendo tomado la estatura y el aspecto de una doncella libre de todo yugo: no fuera que, al contemplarla Anquises con sus ojos, le tuviese temor. Anquises, al verla, se quedó pensativo y admiraba su aspecto, su estatura y sus vestidos espléndidos. Afrodita se había revestido de un peplo más brillante que el resplandor del fuego, llevaba retorcidos brazaletes y lucientes agujas; tenía alrededor de su tierno cuello bellísimos collares, pulcros, áureos, de variada forma; y en su tierno pecho brillaba una especie de luna, encanto de la vista. El deseo amoroso se apoderó de Anquises, quien, vuelto hacia ella, así le dijo:

92

—Salve, oh reina, que has venido a estas moradas, seas cual fueres de las bienaventuradas diosas —o Ártemis, o Leto, o la áurea Afrodita, o la noble Temis, o Atenea, la de ojos de lechuza—; o quizás has llegado aquí siendo una de las Gracias, que acompañan a todos los dioses y son llamadas inmortales; o eres alguna de las ninfas que pueblan los hermosos bosques o de las que habitan este hermoso monte, las fuentes de los ríos y los prados herbosos. Yo te erigiré un altar en una atalaya, en sitio abierto por todos lados, y te ofreceré hermosos sacrificios en cada estación; y tú, con ánimo benévolo, concédeme que sea ilustre entre los troyanos y haz que tenga floreciente prole, que viva bien y largo tiempo, que mezclado con el pueblo contemple dichoso la luz del sol, y que llegue hasta el umbral de la vejez.

107

Afrodita, hija de Zeus, respondióle en el acto:

108

—Oh Anquises, el más glorioso de los hombres que de la tierra han nacido, no soy ciertamente una diosa —¿por qué me confundes con las inmortales?—, sino mortal, y mujer fue la madre que me dio a luz. Mi padre es Otreo, de ínclito nombre, si acaso lo has oído nombrar, y reina sobre toda la Frigia bien amurallada. Conozco bien vuestra lengua y la mía, por haberme criado en el palacio una nodriza troyana que me crió constantemente desde que me recibió de mi madre, siendo yo muy pequeñita; por esto conozco bien vuestra lengua. Ahora el Argifontes, el de la varita de oro, me arrebató de un coro de Ártemis, que lleva arco de oro y es amante del bullicio. Muchas ninfas y doncellas de rico dote jugábamos, y una multitud inmensa formaba en torno nuestro una corona: de allí me arrebató el Argifontes, el de la varita de oro, quien me condujo por cima de muchas tierras cultivadas por los mortales hombres y por cima de otras no sorteadas ni cultivadas en las cuales las fieras carnívoras vagan por los sombríos vericuetos —parecíame que no tocaba con mis pies la fértil tierra— y me dijo que cabe al lecho de Anquises sería llamada legítima esposa y te daría a ti hijos ilustres. Así que me mostró el sitio y me hubo hablado, volvióse el fuerte Argifontes a las familias de los inmortales; y yo vine a encontrarte, obligada por dura necesidad. Mas, por Zeus te lo suplico y por tus padres nobles, pues unos viles no te habrían engendrado tal cual eres: llévame, no rendida aún e inexperta en amores, y muéstrame a tu padre y a tu madre entendida en cosas honestas y a tus hermanos nacidos de tu mismo linaje; que no seré para aquéllos una nuera indigna, sino tal cual les corresponde. Manda pronto un mensajero a los frigios de ágiles corceles, para que se lo participen a mi padre y a mi madre que está ansiosa, los cuales te enviarán abundante oro y vestiduras tejidas; y tú recibe muchos y espléndidos regalos. Y después que esto hicieres, celebra con un convite las deseadas nupcias a fin de que sean honorables para los hombres y los inmortales dioses.

143

Dicho esto, la diosa inspiróle en el corazón un dulce deseo. El amor se apoderó de Anquises, quien profirió estas palabras dirigiéndose a ella:

145

—Si eres mortal y fue mujer la madre que te dio a luz, y tu padre es Otreo de ínclito nombre, según dices, y has venido aquí por la voluntad de Hermes, el nuncio inmortal, en adelante serás llamada esposa mía todos los días; y ninguno de los dioses ni de los mortales hombres me detendrá hasta haberme unido amorosamente contigo, aunque el mismo Apolo, el que hiere de lejos, me tirara luctuosas flechas con su arco de plata. Yo quisiera, oh mujer semejante a una diosa, subir a tu lecho y hundirme luego en la mansión de Hades.

155

Así diciendo, cogióle la mano; y Afrodita, amante de la risa, vuelta hacia atrás y con los ojos bajos, se deslizaba hacia el lecho bien aparejado, hacia el lugar donde solían disponerlo para el rey con suaves colchas, encima de las cuales estaban echadas pieles de osos y de leones de ronca voz que él mismo había matado en los altos montes. Así que llegaron al lecho bien construido, Anquises le fue quitando los relucientes adornos —broches, redondos brazaletes, sortijas y collares—, le desató la faja, la desnudó del espléndido vestido, que puso en una silla de clavazón de plata; y enseguida, por la voluntad de los dioses y por disposición del hado, él, que era mortal, se acostó con una diosa inmortal sin saberlo claramente.

168

A la hora en que los pastores hacen volver de los floridos prados al establo los bueyes y las pingües ovejas, la diosa derramó sobre Anquises un dulce y suave sueño, y empezó a cubrir su cuerpo con el hermoso vestido. Cuando la divina entre las diosas hubo colocado alrededor de su cuerpo todas las prendas, quedóse en pie dentro de la cabana: su cabeza tocaba al techo bien construido y en sus mejillas brillaba una belleza inmortal, cual es la de Giterea, de hermosa corona. Entonces le despertó del sueño, le llamó y le dijo estas palabras:

177

—Levántate, Dardánida: ¿por qué duermes con sueño tan profundo? Dime si te parece que soy semejante a aquella que contemplaste primeramente con tus ojos.

180

Así dijo; y él, recordando de su sueño, pronto la oyó. Y así que vio el cuello y los ojos hermosos de Afrodita, turbóse y, desviando la vista, la dirigió a otro lado. Cubrióse nuevamente el rostro con la manta, y, suplicante, estas aladas palabras le dijo:

185

—Cuando por vez primera te vi con mis ojos, conocí, oh diosa, que eras una deidad; pero tú no me hablaste sinceramente. Mas ahora te suplico por Zeus, que lleva la égida, que no permitas que yo habite entre los hombres y viva lánguidamente; antes bien compadécete de mí, que no es de larga vida el varón que se acuesta con las inmortales diosas.

191

Afrodita, hija de Zeus, respondióle en el acto:

192

—¡Oh Anquises, el más glorioso de los mortales hombres! Cobra ánimo y no temas excesivamente en tu corazón; que ningún temor has de abrigar de que te venga algún mal de mi parte ni de la de los demás bienaventurados, pues eres caro a los dioses. Tendrás un hijo, que reinará sobre los troyanos y de su estirpe nacerán perpetuamente hijos tras hijos. Su nombre será Eneas a causa del terrible dolor que se apoderó de mí por haber caído en la cama de un hombre mortal. Siempre los de vuestro linaje han sido, entre los mortales hombres, los más semejantes a los dioses por su aspecto y por su natural. —Así el próvido Zeus robó al rubio Ganímedes por su belleza, para que estuviera entre los inmortales y en la morada de Zeus escanciara a los dioses, ¡cosa admirable de ver!; y ahora, honrado por todos los inmortales, saca el dulce néctar de una crátera de oro. Inconsolable pesar se apoderó del alma de su padre Tros, que ignoraba adonde la divinal tempestad le había arrebatado el hijo, y desde entonces lo lloraba constantemente, todos los días; pero Zeus se apiadó de él y le dio a cambio del hijo caballos de ágiles pies, de los que usan los inmortales. Se los dio de regalo para que los poseyera, y el mensajero Argifontes se lo explicó todo por orden de Zeus: que Ganímedes sería inmortal y se libraría de la vejez como los dioses. Y desde que oyó el mensaje de Zeus ya no lloró más; sino que se alegró interiormente, en su corazón, y alegre se dejaba conducir por los caballos de pies rápidos como el viento—. A su vez, la Aurora robó a Titono, de vuestro linaje, parecido a los inmortales. Fue luego a pedir a Zeus, el de las negras nubes, que aquél fuese inmortal y viviese todos los días; y Zeus asintió y le realizó el voto. ¡Oh insensata! No atinó en su mente la veneranda Aurora a impetrar para él una juventud perpetua a fin de arrancarle de la vejez funesta. Y así, mientras le duró la amabilísima juventud, habitaba junto a las corrientes del Océano en los confines de la tierra, y se deleitaba con la Aurora, la de áureo solio, hija de la mañana; mas cuando las primeras canas se esparcieron por su hermosa cabeza y por su poblada barba, la veneranda Aurora se abstuvo de su lecho y, conservándolo en el palacio, lo alimentaba con manjares y ambrosía, y le daba hermosas vestiduras. Pero al punto que lo abrumó completamente la odiosa vejez y ya no pudo mover ni levantar ninguno de sus miembros, a ella le vino a la mente que la mejor resolución sería la que tomó: lo puso en el tálamo y ajustó las puertas espléndidas. Desde entonces la voz de Titono fluye continuamente, pero ningún vigor le queda del que antes tenía en los flexibles miembros. —No de este modo te quisiera inmortal entre inmortales, y que vivieras todos los días. Si vivieras siendo cual eres en figura y cuerpo, y fueses llamado esposo mío, el pesar no envolvería mi prudente espíritu. Mas ahora pronto te envolverá la senectud cruel, que a todos los hombres alcanza, funesta, fatigosa, aborrecida de los mismos dioses. Y yo tendré que sufrir por tu causa perpetuamente, todos los días, una gran afrenta entre los inmortales dioses; quienes temían antes mis coloquios y ardides con los cuales junté en otro tiempo a todos los inmortales con mujeres mortales, pues mi inteligencia a todos los subyugaba. Mas ahora ya no se abrirá mi boca para hablar de tales cosas entre los inmortales, pues he cometido un pecado muy grande, atroz e infando: se me extravió la mente y, habiéndome acostado con un mortal, llevo un hijo debajo de la faja. Tan pronto como éste vea la luz del sol, lo criarán las ninfas montaraces, de profundo seno, que habitan este monte grande y divino; no obedecen ni a mortales ni a inmortales; viven largo tiempo, alimentándose con divinal manjar; y danzan en hermoso coro ante los inmortales. Con ellas se unen amorosamente los Silenos y el vigilante Argifontes en el fondo de deleitosas cuevas. Cuando nacen las ninfas, brotan simultáneamente de la fértil tierra abetos o encinas de elevada copa; árboles hermosos, que florecen en los altos montes, hállanse en lugares abruptos, forman los llamados bosques de los inmortales, y jamás los mortales los cortan con el hierro. Mas cuando la Parca de la muerte se les presenta a las ninfas, sécanse primero los hermosos árboles sobre la tierra, marchítase la corteza alrededor del tronco, caen las ramas, y al mismo tiempo dejan la luz del sol las almas de aquéllas. Las ninfas, pues, criarán mi hijo, teniéndolo con ellas, y así que le llegue la muy amable pubertad, las diosas lo traerán aquí y te mostrarán el niño. Y cinco años después —para que en mi espíritu pase revista a todas estas cosas— volveré en persona a traerte el hijo. Tan pronto como veas con tus ojos semejante retoño, gozarás contemplándolo —pues será muy semejante a los dioses— y lo llevarás enseguida a la ventosa Ilion. Y si alguno de los mortales hombres te preguntare qué madre puso, para ti, tu amado hijo debajo de su faja, acuérdate de hablarle así como te lo mando: dile que es prole de una de las ninfas de cutis suave como botón de rosa, que pueblan esta montaña vestida de bosque. Mas si, gloriándote con ánimo insensato, revelaras que te has unido amorosamente con Citerea de hermosa corona, Zeus, irritándose, te heriría con el ardiente rayo. Todo te lo he dicho: tú medítalo en tu mente, domínate y no me nombres, temiendo la cólera de los dioses.

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