Himnos homéricos (9 page)

BOOK: Himnos homéricos
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257

—Febo soberano, que hieres de lejos, haré alguna advertencia a tu espíritu, ya que deseas construir un hermosísimo templo que sea oráculo para los hombres, los cuales te traerán constantemente perfectas hecatombes. Te diré, pues, una cosa que fijarás en tu memoria: aquí te molestará siempre el ruido de las veloces yeguas y de los mulos que se abrevan en mis sagradas fuentes, y los hombres preferirían ver en este sitio carros bien construidos y percibir el estrépito de corceles de ágiles pies, que no un templo grande y con muchas riquezas. Pero, si quieres dejarte persuadir —ya que eres, oh soberano, más poderoso y más excelente que yo, y tu fuerza es muy grande—, constrúyelo en Crisa, debajo de la garganta del Parnaso. Allá ni los hermosos carros te molestarán, ni el estrépito de los corceles de ágiles pies se alzará en torno del ara bien construida. Y las ilustres familias de los hombres ofrezcan dones al Ie-Peán; y tú, con espíritu regocijado, acepta los hermosos sacrificios de los hombres limítrofes.

275

Diciendo así, persuadió el espíritu del que hiere de lejos, con el fin de que la gloria sobre la tierra fuese no para él, sino para la misma Telfusa.

277

Desde allí fuiste más lejos, oh Apolo, que hiere de lejos, y llegaste a la ciudad de los flegias, hombres violentos; los cuales no se cuidan de Zeus y viven sobre la tierra en un hermoso valle, cerca del lago Cefíside. Desde allí, lanzándote con ímpetu, subiste rápidamente la cordillera y llegaste a Crisa al pie del nevado Parnaso, monte vuelto hacia el céfiro; de la parte superior del cual cuelga una roca y por debajo se extiende un valle cóncavo y escabroso. El soberano Febo Apolo decidió construir allí un agradable templo y dijo estas palabras:

287

—Aquí me propongo construir un hermosísimo templo, que sea oráculo para los hombres, los cuales me traerán siempre perfectas hecatombes —así los que poseen el pingüe Peloponeso, como los que viven en Europa y en las islas bañadas por el mar— cuando vengan a consultarlo; y yo les profetizaré lo que verdaderamente está decidido, dando oráculos en el opulento templo.

294

Diciendo así, Febo Apolo echó los cimientos anchos, muy largos, seguidos; sobre ellos pusieron el lapídeo umbral Trofonio y Agamedes, hijos de Ergino, caros a los inmortales dioses; y a su alrededor innumerables familias de hombres construyeron el templo con piedras labradas, para que siempre fuese digno de ser cantado. Cerca de allí había una fuente de hermoso raudal, donde el soberano hijo de Zeus mató con su robusto arco una dragona muy gorda y grande, monstruo feroz que causaba en aquella tierra muchos daños a los hombres, y no sólo a ellos, sino también a las reses de gráciles piernas; pues era una sangrienta calamidad. Ella fue la que alimentó en otro tiempo al terrible y pernicioso Tifaón, calamidad de los mortales, después de recibirlo de Hera, la de trono de oro; pues ésta lo había dado a luz, irritada contra el padre Zeus, porque el Cronida engendró en su cabeza la gloriosa Atenea. Así que lo supo se irritó la veneranda Hera y habló de esta suerte ante los dioses reunidos:

311

—Sabed por mí, todos los dioses y todas las diosas, que Zeus, que amontona las nubes, ha empezado a menospreciarme, él antes que nadie, después que me hizo su mujer entendida en cosas honestas: ahora, sin contar conmigo, ha dado a luz a Atenea, la de ojos de lechuza, que se distingue entre todos los bienaventurados inmortales; mientras que se ha quedado endeble, entre todos los dioses, este hijo mío, Hefesto, de pies deformes, a quien di a luz yo misma, y, cogiéndolo con mis manos, lo arrojé y tiré al anchuroso ponto; pero la hija de Nereo, Tetis, la de argénteos pies, lo acogió y cuidó entre sus hermanas. ¡Ojalá hubiese obsequiado a los dioses con otro favor! Mas tú, cruel y artero, ¿qué nuevo propósito maquinarás ahora? ¿Cómo te atreviste a dar a luz tú solo a Atenea, la de ojos de lechuza? ¿No la hubiera parido yo? ¡Y, no obstante, yo era tenida por esposa tuya, entre los inmortales que poseen el anchuroso cielo! Guárdate de que yo medite algún mal contra ti en los sucesivo: ahora me ingeniaré para que nazca un hijo mío, que se distinga entre los inmortales dioses, sin que yo manche tu lecho ni el mío, ni me acueste en tu cama; pues, aunque apartada de ti, permaneceré entre los inmortales dioses.

331

Diciendo así, se alejó de los dioses, enojada en su corazón. Acto continuo se puso a rogar Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, golpeando la tierra con su mano inclinada, dijo estas palabras:

334

—Oídme ahora, oh tierra y anchuroso cielo que estás arriba, y dioses Titanes que habitáis debajo de la tierra, junto al gran Tártaro, y de los cuales proceden hombre y dioses: ahora oídme, vosotros todos, y dadme un hijo, sin intervención de Zeus, que en modo alguno le sea inferior en fuerza, sino que le supere tanto como el largovidente Zeus supera a Cronos.

340

Diciendo así, azotó el suelo con su mano robusta y se movió la vivificante tierra; y ella, al notarlo, alegróse en su corazón, pues creyó que se cumpliría lo que había pedido. Desde entonces y por espacio de un año cumplido, ni una sola vez se acostó en la cama del próvido Zeus, ni se sentó en la silla artísticamente adornada, en que se sentaba antes para meditar juiciosos intentos; sino que, quedándose en sus templos frecuentados por muchos suplicantes, se deleitaba con los sacrificios Hera veneranda, la de ojos de novilla. Mas después que pasaron días y meses y, transcurrido el año, volvieron a sucederse las estaciones, Hera dio a luz un hijo que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres: el terrible y pernicioso Tifaón, calamidad de los mortales. Hera veneranda, la de ojos de novilla, lo cogió enseguida y, llevándoselo, entregó el monstruo al monstruo; la dragona lo recibió, y Tifaón causaba muchos males a las gloriosas familias de los hombres. Mas aquel que se encontraba con la dragona había dado con el día fatal; hasta que el soberano Apolo, el que hiere de lejos, le arrojó un fuerte dardo y quedó tendida, desgarrada por graves dolores, muy anhelante, revolcándose por el suelo. Entonces oyéronse una serie grande, inmensa, de chillidos; y la dragona daba muchas vueltas acá y acullá, dentro del bosque, hasta que por fin perdió la vida, exhalando un vaho sanguinolento. Y Febo Apolo, gloriándose, dijo:

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—Ahora púdrete ahí, sobre el suelo que alimenta a los hombres, y ya no serás funesta causa de perdición para los vivos, que comen el fruto de la fértilísima tierra y traerán acá perfectas hecatombes; pues no te librarán de la muerte ni Tifoeo ni la Quimera de odioso nombre, sino que te pudrirán aquí mismo la oscura tierra y el resplandeciente Hiperión.

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Así dijo gloriándose; y a ella la oscuridad le cubrió los ojos. Allí la pudrió la sagrada fuerza del sol, y por esto aquel lugar es llamado Pito, y sus habitantes dan al rey el sobrenombre de Pitio, porque allí mismo la fuerza del penetrante sol pudrió el monstruo.

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Entonces Febo Apolo comprendió en su espíritu que la fuente de hermoso raudal le había engañado. E, irritándose, se fue hacia Telfusa, la encontró enseguida, y, deteniéndose muy cerca de ella, le dijo estas palabras:

379

—¡Telfusa! No hubieras debido, después de haber engañado mi mente, dejar correr tu agua de hermoso raudal por ese agradable lugar que posees. Aquí resplandecerá también mi gloria y no la de ti sola.

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Dijo. Y el soberano Apolo, el que hiere de lejos, haciendo resbalar una cumbre con las prominencias de sus rocas, ocultó las corrientes y erigió un altar en un bosque cubierto de árboles muy cercano a la fuente de hemoso raudal; y allí todos ruegan al soberano, dándole el sobrenombre de Telfusio, porque oprobió las corrientes de la sagrada Telfusa.

388

Luego Febo Apolo meditó en su ánimo qué hombres llevaría como iniciados en sus ritos para que fueran sus sacerdotes en la pedregosa Pito; y mientras revolvía estas cosas, vio en el oscuro ponto una nave veloz en que iban muchos excelentes hombres, cretenses de la minoia Cnoso, los cuales ofrecen sacrificios al soberano y anuncian cuantas decisiones revela Apolo, el de espada de oro, dando oráculos desde el laurel en los valles del Parnaso. Éstos, para atender a sus negocios y para lucrarse, navegaban en una negra nave hacia Pilos y los hombres nacidos en Pilos; mas Febo Apolo les salió al encuentro en el ponto y, habiendo tomado la figura de un delfín, saltó a la nave veloz y en ella se echó como un monstruo grande y horrendo. Ninguno de los marineros lo había notado ni advertido

* * *

la sacudía por todas partes y agitaba los maderos de la nave. Y ellos, temerosos, estaban sentados silenciosamente dentro de la nave, y ni soltaban los aparejos de la negra nave ni desataban la vela de la nave de azulada proa; sino que, como en un principio la habían puesto con las correas de piel de buey, así navegaban; y el impetuoso noto empujaba por la popa la rápida nave. Primeramente navegaron a lo largo de Malea y de la tierra lacónica y llegaron a Helos, ciudad marítima, y a Ténaro, lugar del Sol que alegra a los mortales donde pacen los rebaños de largas crines de este soberano, y es sitio ameno. Allí quisieron detener la nave y, desembarcando, contemplar el gran prodigio y ver con sus ojos si el monstruo se quedaría sobre la cubierta de la cóncava nave o se lanzaría nuevamente a las olas del mar abundante en peces; pero la nave bien construida no obedecía al timón, y fue recorriendo el camino a lo largo y más allá del pingüe Peloponeso, pues el soberano Apolo, el que hiere de lejos, la dirigía fácilmente con su soplo; y así, prosiguiendo su rumbo, llegó a Arena, y a la agradable Argífea, y a Trío vado del Alfeo, y a la bien edificada Epi, y a la arenosa Pilos y a los hombres nacidos en Pilos; pasó a lo largo de Crunos y Calcis, a lo largo de Dima, y a lo largo de la Elide, donde dominan los epeos; y cuando, animada por el viento favorable de Zeus, llegó a Feras, les aparecieron por debajo de las nubes el alto monte de Ítaca, Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Mas, así que hubo pasado a lo largo de todo el Peloponeso y ya se veía el inmenso golfo de Crisa con que el pingüe Peloponeso termina, sopló por la voluntad de Zeus un recio viento, el sereno Céfiro, lanzándose impetuoso desde el éter para que la nave, corriendo, acabara de atravesar el agua salobre del mar. Entonces navegaron hacia atrás, hacia la Aurora y el Sol, guiándoles el soberano Apolo, hijo de Zeus, y llegaron al puerto de Crisa, la que se ve de lejos y está cubierta de viña; y la nave surcadora del ponto rozó las arenas.

440

Entonces se lanzó de la nave el soberano Apolo, el que hiere de lejos, semejante a un astro en medio del día —de él salían abundantes chispas y su resplandor llegaba al cielo—, y enseguida penetró en el templo por entre los preciosos trípodes. Allí el dios encendió una llama, mostrando sus armas, y el resplandor ocupaba toda Crisa: las esposas de los criseos y sus hijas de hermosa cintura gritaron por la impetuosa entrada de Febo, y a cada uno le sobrevino un gran temor. De allí saltó nuevamente, rápido como el pensamiento, para volar a la nave; semejante a un hombre joven y fuerte que acaba de llegar a la juventud y lleva cubiertos por la cabellera sus anchurosos hombros. Y hablando a los marineros, díjoles estas aladas palabras:

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—¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis navegando por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras? ¿Por qué estáis pasmados de esta manera y ni saltáis a tierra, ni dejáis los aparejos de la negra nave? Que ésta es la costumbre de los hombres industriosos, cuando en una negra nave llegan del ponto a la ciudad, rendidos de cansancio, y enseguida el deseo de una agradable comida se apodera de su corazón.

462

Así dijo, y les infundió audacia en el pecho. Y el capitán de los cretenses, respondiéndole, dijo a su vez:

464

—¡Oh forastero! Puesto que en nada te pareces a los mortales ni por tu cuerpo ni por tu natural, sino solamente a los inmortales dioses, ¡salve y regocíjate mucho y que los dioses te colmen de bienes! Y ahora dime la verdad sobre esto, para que yo la sepa: ¿Cuál es este pueblo? ¿Cuál esta tierra? ¿Qué mortales han nacido aquí? Con otro intento navegábamos por el gran abismo del mar hacia Pilos desde Creta, donde nos gloriamos de tener nuestro linaje; y, aunque deseosos de volver a la patria, contra nuestra voluntad hemos venido aquí en la negra nave por otro camino, por otros derroteros, pues alguno de los inmortales nos ha traído sin que nosotros lo quisiéramos.

474

Díjoles en respuesta Apolo, el que hiere de lejos:

475

—¡Forasteros! Antes habitabais Cnoso, poblada de muchos árboles; pero ahora ya no volveréis a vuestras amables ciudades y hermosas moradas, ni a vuestras queridas esposas, sino que guardaréis mi rico templo honrado por muchos hombres: yo soy hijo de Zeus y me glorío de ser Apolo, y os he traído aquí por el gran abismo del mar no meditando ningún mal contra vosotros, sino para que guardéis aquí mi rico templo, muy honrado por todos los hombres, y conozcáis las decisiones de los inmortales, por cuya voluntad seréis también honrados siempre, constantemente, todos los días. Mas, ea, obedeced muy prestamente lo que voy a decir: amainad primeramente las velas, desatando las cuerdas, arrastrad a tierra firme la veloz nave, sacad las riquezas y los aparejos de la nave bien proporcionada, y erigiendo un ara en la orilla del mar, encended fuego, quemad la blanca harina y rogad después, poniéndoos alrededor del altar. Como en el oscuro ponto salté primeramente a la veloz nave, parecido a un delfín, invocadme llamándome delfinio; y el mismo altar, igualmente delfinio, será siempre famoso. Cenad después junto a la veloz nave negra y ofreced libaciones a los bienaventurados dioses que poseen el Olimpo. Y cuando hubiereis satisfecho el deseo de la dulce comida, venid conmigo y cantad Ie-Peán hasta que lleguéis al sitio donde guardaréis el rico templo.

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Así dijo; y ellos le escucharon y obedecieron. Primeramente amainaron las velas, desataron el correaje y abatieron por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía; luego saltaron a la orilla del mar, arrastraron la veloz nave desde el mar a tierra firme y la pusieron en alto, sobre la arena, sosteniéndola con grandes maderos; y, finalmente, erigieron un ara en la orilla del mar: entonces encendieron fuego, quemaron la blanca harina y rogaron, como se les había mandado, poniéndose alrededor del altar. Tomaron luego la cena junto a la veloz nave negra y ofrecieron libaciones a los bienaventurados dioses que poseen el Olimpo. Mas cuando hubieron satisfecho el deseo de la dulce comida, echaron a andar: precedíales el soberano Apolo, hijo de Zeus, con la cítara en la mano, tañéndola deliciosamente y andando bella y majestuosamente; y los cretenses le seguían a Pito, golpeando el suelo y cantando el Ie-Peán, de la suerte que se cantan los peanes de los cretenses a quienes la Musa inspiró en el pecho el canto melodioso. Incansables, subieron con sus pies la colina y pronto llegaron al Parnaso y a un sitio agradable donde habían de habitar honrados por muchos hombres: en conduciéndolos allí, Apolo les mostró el recinto sagrado y el templo opulento. Conmovióseles el corazón en el pecho a los cretenses y su capitán dijo así, interrogando al dios:

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