Ilión (23 page)

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Authors: Dan Simmons

BOOK: Ilión
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—¿Estás seguro? —preguntó Ada cuando lo alcanzaron. Sólo había una losa de roca alzándose hacia las frías estrellas ardientes y las veloces nubes. Todos miraron al suelo en busca de signos de la tienda o de las hogueras o huellas de las máquinas, pero no había nada.

—Fue hace año y medio —dijo Harman—. Los servidores probablemente limpiaron bien y...

—Oh, Dios mío —lo interrumpió Hannah.

Todos se volvieron velozmente. La joven ataviada de naranja miraba hacia el cielo. Alzaron la cabeza, justo cuando advertían el juego de luces de colores en las rocas a su alrededor.

El cielo nocturno estaba lleno de cortinas de luz danzante y titilante: bandas de azules y amarillos y rojos bailarines.

—¿Qué es esto? —susurró Ada.

—No lo sé —respondió Harman, también susurrando. La luz continuó rebulléndose en las porciones de cielo limpias de nubes. Harman se quitó la capucha de termopiel—. Dios mío, es casi igual de brillante sin la visión nocturna. Creo que vi algo parecido hace décadas cuando estuve...

—Servidores —interrumpió Daeman—, ¿qué es esta luz?

—Una forma de fenómeno atmosférico asociado con las partículas cargadas del Sol cuando interactúan con el campo electromagnético de la Tierra —dijo la voz de la lejana máquina—. Ya no disponemos de los datos concretos de la explicación científica, pero recibe varios nombres, incluyendo...

—Muy bien —dijo Harman—. Ya es suficiente... eh —había vuelto a colocarse la capucha y contemplaba la losa de roca que tenían delante.

Había complejas muescas en la roca. No parecían haber sido hechas por el viento ni por otras causas naturales.

—¿Qué es esto? —preguntó Ada—. No se parece a los símbolos de los libros.

—No —respondió Harman.

—¿Algo del Hombre Ardiente? —dijo Hannah.

—No recuerdo que hubiera muescas en la roca cerca de la tienda de la cerveza —dijo Daeman—. Pero tal vez los servidores arañaron la superficie al retirar el material después de la celebración.

—Tal vez —dijo Harman.

—¿Deberíamos seguir buscando por aquí? —-preguntó Ada—. ¿Intentamos buscar algún signo de que esa mujer que persigues estuvo aquí? ¿O de que incluso estuvo aquí el Hombre Ardiente? Tal vez queden algunas cenizas.

—-¿Con este viento? —rió Daeman—. ¿Después de año y medio?

—Un pozo —dijo Ada—. Una hoguera. Podríamos...

—No —dijo Harman—. Aquí no vamos a encontrar nada. Faxeemos a algún lugar cálido y comamos algo.

Ada volvió su cabeza amarilla para mirar a Harman, pero no dijo nada.

Los dos servidores se les habían acercado flotando y el voynix se alzaba detrás.

—Nos vamos —le dijo Harman al servidor—. Podéis usar los haces de vuestras linternas para guiarnos hacia el fax-pabellón.

Era poco más de mediodía en Ulanbat y el habitual centenar de invitados se congregaba en la fiesta del Segundo Veinte de Tobi en la planta septuagésimo novena de los Círculos del Cielo. Los jardines colgantes se agitaban y susurraban con la brisa que llegaba flotando desde el desierto rojo. Un puñado de hombres y mujeres jóvenes que no habían advertido su ausencia en los últimos días saludaron a Daeman, pero éste siguió a Harman, Hannah y Ada mientras buscaban algo caliente que comer con los dedos en la larga mesa del banquete y un servidor les ofrecía vino frío. Harman los hizo apartarse de la multitud y dirigirse a una mesa de piedra cerca de la baja muralla que marcaba el perímetro del círculo. Doscientos cincuenta metros más abajo, caravanas de camellos guiadas por servidores y seguidas por voynix avanzaban por la dura Autopista de Gobi.

—¿Qué ocurre? —dijo Ada mientras se sentaban a comer a la sombra del jardín—. Sé que allí pasó algo.

Harman empezó a hablar, se detuvo, y esperó a que un servidor pasara flotando de largo.

—¿Os habéis preguntado alguna vez si ese servidor utilitario es el mismo que habéis visto en otro lugar? —preguntó—. Todos parecen iguales.

—Eso es absurdo —dijo Daeman. Entre bocados a un muslo de pollo, se lamía los dedos y tomaba vino helado.

—Tal vez —dijo Harman.

—¿Qué viste allí en la oscuridad? —preguntó Hannah—. ¿Aquellas marcas en la roca?

—Eran números —dijo Harman.

Daeman se echó a reír.

—No, no lo eran. Conozco los números. Todos conocemos los números. Eso no eran números.

—Eran números escritos con palabras.

—No se parecen a los galimatías de los libros —dijo Ada—. A las palabras.

—No —dijo Harman—. Creo que era el tipo de escritura que la gente hacía a mano. Las palabras estaban todas entrelazadas y conectadas y gastadas por el viento. Sospecho que las escribieron en el último Hombre Ardiente. Pero pude leerlas.

—Palabras —rió Daeman—. Hace un momento acabas de decir que eran números.

—¿Qué decían? —preguntó Hannah.

Harman miró de nuevo alrededor.

—Ocho-ocho-cuatro-nueve —dijo en voz baja.

Ada sacudió la cabeza.

—Parece el código de un fax-nódulo, pero es demasiado alto. Nunca he visto ningún código que empezara con dos ochos.

—No hay ninguno —dijo Daeman.

Harman se encogió de hombros.

—Tal vez. Pero cuando acabemos aquí, voy a intentar ese nódulo central.

Ada contempló el lejano horizonte. Los anillos eran visibles por encima de ellos, dos cadenas lechosas cruzando un cielo celeste claro.

—¿Por eso conservaste las cuatro termopieles en vez de arrojarlas a la papelera de eliminación, como nos dijeron los servidores que hiciéramos?

—No sabía que te hubieras dado cuenta —dijo Harman. Sonrió y bebió vino—. Intenté hacerlo con disimulo. Supongo que no soy muy bueno con los secretos. Al menos los servidores ya habían faxeado para marcharse.

Como siguiendo una clave, un servidor se acercó flotando para volver a llenar sus vasos. La pequeña máquina esférica flotaba más allá de la muralla, a doscientos cincuenta metros por encima del terreno amarillo rojizo, mientras sus diestros brazos manipuladores servían el vino en sus copas.

Si Harman no hubiera insistido en que se pusieran sus termopieles y se las colocaran bajo la ropa antes de faxear, podrían haber muerto.

—Santo Dios —gimió Daeman—, ¿dónde estamos? ¿Qué pasa?

No había ningún pabellón de fax-nódulos. El código 8849 los había llevado directamente a la oscuridad y el caos. El viento aullaba. Había hielo bajo sus pies. Los cuatro chocaban con cosas duras a cada paso que daban en la ululante oscuridad. Incluso el fax-portal había desaparecido tras ellos.

—¡Ada! —gritó Hannah—. ¡La luz!

Sus capuchas proporcionaban luz nocturna, pero ninguno la llevaba puesta en este momento y no parecía haber luz ambiental que aumentar en aquella negrura absoluta.

—Estoy intentando encender... ¡ya!

La pequeña linterna que le había pedido prestada a Tobi derramó un fino haz en la noche, iluminando una puerta abierta cubierta de escarcha, bloques de hielo de diez centímetros de largo, olas heladas de hielo en el suelo. Ada movió la luz y tres rostros la miraron, la sorpresa claramente visible en cada uno de ellos.

—No hay ningún pabellón —dijo Harman en voz alta.

—Todo fax-nódulo tiene su pabellón —respondió Hannah—. No puede haber ningún portal sin pabellón nódulo. ¿No?

—No así en los antiguos tiempos —dijo Harman—. Había miles de nódulos privados.

—¿De qué está hablando este tío? —gritó Daeman—. ¡Salgamos de aquí!

Ada había dirigido la luz hacia el lugar por donde habían faxeado. No había ningún portal. Se encontraban en una pequeña habitación con estantes y mostradores y paredes, todo cubierto de hielo. Al contrario que todos los fax-pabellones, no había ningún pedestal en el centro de la sala, el fax-nódulo con la placa de códigos. Y eso significaba que no había ninguna salida, ninguna forma de volver atrás. Un millón de copos de hielo bailaron en el rayo de luz de la linterna. Más allá de las paredes, el viento aullaba.

—Daeman, lo que dijiste antes parece ser verdad —dijo Harman.

—¿Qué? ¿Qué dije antes?

—Que estamos atrapados, atrapados como ratas.

Los ojos de Daeman se movieron de un lado a otro y el rayo de luz de la linterna se dirigió hacia las paredes heladas. El viento aulló con más fuerza.

—Parece igual que el viento del Valle Seco —dijo Hannah—. Pero allí no había edificios, no?

—No lo creo —contestó Harman—. Pero sospecho que estamos en la Antártida.


¿Dónde?
—dijo Daeman. Los dientes le castañeaban—. ¿Qué es una... antártida?

—El lugar frío donde estuvimos esta mañana —dijo Ada.

Atravesó la puerta, dejando a los otros sumidos en la oscuridad durante un momento. Se apresuraron a seguirla y corrieron tras ella como patitos.

—Hay un pasillo aquí —dijo Ada—. Cuidado dónde pisáis. El suelo tiene un palmo de nieve y hielo.

El pasillo congelado conducía a una cocina helada, la cocina helada a un salón helado con sofás volcados cubiertos de nieve. Ada pasó el rayo de luz de la linterna por una pared de ventanas triplemente cubiertas de hielo.

—Creo que sé dónde estamos —susurró Harman.

—Eso no importa ahora —dijo Hannah—. ¿Cómo salimos de aquí?

—Esperad —dijo Ada, dirigiendo el rayo de la linterna al suelo para que las caras de todos quedaran iluminadas por la luz reflejada desde abajo—. Quiero saber dónde crees que estamos.

—Según la historia que he oído, la mujer que estoy buscando... la Judía Errante, tenía una casa, un domi, en el monte Erebus, un volcán de la Antártida.

—¿En el Valle Seco? —preguntó Daeman. El joven no paraba de mirar por encima del hombro la oscuridad que tenía detrás—. ¡Dios, me estoy
congelando
!

Hannah se movió tan rápidamente sobre el hielo hacia Daeman que éste se tambaleó y casi resbaló.

—Tonto, tienes que ponerte la capucha de la termopiel —dijo ella—. Todos tenemos que hacerlo. Nos vamos a congelar si no lo hacemos. Además, estamos perdiendo un montón de calor corporal a través del cuero cabelludo.

Le sacó de la camisa la capucha verde de termopiel y se la colocó.

Todos se apresuraron a imitarla.

—Esto está mejor—dijo Harman—. Ahora puedo ver. Y oigo mucho mejor... los auriculares del traje reducen el aullido del viento.

—Estabas diciendo antes que esta mujer tenía una casa en un volcán... ¿cerca del Valle Seco? ¿Lo suficientemente cerca como para que caminemos hasta el fax-pabellón que hay allí?

Harman hizo un gesto de indefensión con las manos.

—No lo sé. Me preguntaba si es así como apareció en el Hombre Ardiente, caminando sin más, pero no conozco la geografía de este lugar. Puede que esté a mil kilómetros de aquí.

Daeman contempló las ventanas negras y heladas donde el viento agitaba las hojas a prueba de rotura.

—Yo no voy a salir de aquí —dijo llanamente—. Por nada del mundo.

—Por una vez, estoy de acuerdo con Daeman —dijo Hannah.

—No comprendo nada —dijo Ada—. Dijiste que la mujer vivió aquí hace mucho tiempo, hace siglos y más siglos. ¿Cómo pudo...?

—No lo sé —contesto Harman. Tomó la linterna de Ada y empezó a recorrer el siguiente pasillo. Se detuvo ante lo que parecían ser barrotes blancos. Mientras los otros observaban, volvió al salón, asió el trozo de mueble más pesado que pudo encontrar (una pesada mesa cuyas patas se rompieron al liberarla), y regresó para aplastar los trozos de hielo uno tras otro, abriendo un camino en el pasillo cubierto.

—¿Adonde vas? —llamó Daeman—. ¿De qué va a servir salir de aquí? Nadie ha estado ahí fuera en un millón de años. Sólo vamos a congelarnos cuando...

Harman abrió de una patada la puerta situada al fondo del pasillo. La luz escapó. Y el calor. Los otros tres se movieron tan rápidamente como les fue posible sobre la traicionera superficie.

Era muy parecida a la habitación en la que habían faxeado, un espacio sin ventanas y de unos seis metros cuadrados. Pero al contrario de la otra habitación, ésta era cálida, iluminada, y estaba libre de nieve y hielo. Y al contrario que la otra habitación también, ésta estaba casi ocupada por un disco metálico circular de más de tres metros de diámetro. La cosa flotaba silenciosamente a tres palmos del suelo de hormigón, y un campo de fuerza titilaba como un dosel de cristal sobre la superficie superior del círculo plateado. En esa superficie había seis marcas rodeadas de un suave material negro: cada marca tenía la forma de un ser humano con dos asideros o controladores donde deberían estar las manos.

—Parece que alguien esperaba a dos personas más— le susurró Hannah.

—¿Qué es esto? —dijo Daeman.

—Creo que es un sonie... también llamado un AFV —respondió Harman, la voz apagada.


¿Qué?
—preguntó Daeman—. ¿Qué significa eso?

—No lo sé —dijo Harman—. Pero la gente de la Edad Perdida solía volar en ellos.

Tocó el campo de fuerza: se dividió como azogue bajo sus dedos, fluyó alrededor de su mano, engulló su muñeca.

—¡Cuidado! —dijo Ada, pero Harman ya se había puesto de rodillas y luego se tumbó sobre el estómago, colocándose sobre el disco y el material negro. Su cabeza y su espalda se alzaron levemente sobre la curvada superficie superior de la máquina.

—Se está bien —dijo—. Es cómodo. Y cálido.

Eso fue suficiente para los demás. Ada fue la primera en subirse al aparato, tenderse sobre el estómago y agarrar las dos asas.

—¿Son algún tipo de control?

—No tengo ni idea —dijo Harman, mientras Hannah y Daeman subían al disco y ocupaban las impresiones exteriores, dejando vacías las dos formas del centro.

—¿No sabes cómo pilotar esta cosa? —preguntó Ada, un poco más nerviosa esta vez—. ¿Por los libros? ¿Por tus lecturas?

Harman negó con la cabeza.

—Entonces, ¿qué estamos haciendo? —preguntó Ada.

—Experimentando. —Harman retorció la parte superior de su asa derecha. Allí había un solo botón rojo. Lo pulsó.

La pared ante ellos desapareció como si la hubieran hecho volar hacia la noche antártica. El frío viento y la nieve revoletearon a su alrededor en una cegadora implosión, como si el aire de la habitación hubiera sido barrido y la tormenta hubiera venido a ocupar su lugar.

Harman abrió la boca para decir: «¡Agarraos!» Pero antes de que pudiera hablar, el disco saltó de la habitación a una velocidad imposible, presionando las suelas de sus botas contra el metal y haciendo que todos ellos se aferraran salvajemente a las asas.

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