Authors: Dan Simmons
Savi se detuvo y tomó aliento. Obviamente estaba agitada. Tomó aire de nuevo e indicó las jarras que había sobre la mesa.
—Tengo té, por si os interesa. O un vino muy fuerte. Yo voy a tomar vino.
Así lo hizo, sirviéndolo con manos temblorosas. Indicó las copas. Daeman negó con la cabeza. Hannah y Ada tomaron té. Harman aceptó una copa de vino tinto.
—Harman —empezó a decir la anciana de nuevo, más controlada ahora—, hiciste dos preguntas antes de que me desviara de la respuesta. Primero, por qué he reparado en ti. Segundo, por qué he sobrevivido tanto tiempo.
»La respuesta a la primera pregunta es que me interesa todo aquello en lo que están interesados los voynix y lo que les alarma, y ellos están interesados en ti y les alarma tu conducta a lo largo de las últimas décadas...
—Pero, ¿por qué van los voynix a reparar en mí o a preocuparse por mí...? —empezó a decir Harman.
Savi alzó un dedo.
—A tu segunda pregunta, puedo decir que he vivido todos estos siglos durmiendo gran parte del tiempo y ocultándome cuando estoy despierta. Cuando me muevo es, o bien con un sonie (habéis disfrutado de un viaje en uno) o a través de faxes secretos, moviéndome entre los muros de los nódulos actuales, usando las antiguas matrices de campofaxes.
—No comprendo —dijo Ada—. ¿Cómo puedes faxear en secreto?
Savi se puso en pie. Los otros la imitaron.
—Comprendo que ha sido un día muy ajetreado para vosotros, mis jóvenes amigos, pero tenéis muchas cosas por delante si decidís seguirme. Si no, el sonie os devolverá al pabellón de fax-nódulos más cercano... en lo que solía ser Sudáfrica, creo. Es vuestra elección —miró a Daeman—. Cada uno de vosotros debe elegir.
Hannah apuró su té y soltó la copa.
—¿Y qué vas a mostrarnos si te seguimos, Savi
Uhr
?
—Muchas cosas, hija mía. Pero ante todo, os enseñaré a volar y faxear a dos lugares de los que nunca habéis oído hablar... dos lugares con los que nunca habéis soñado.
Los cuatro se miraron unos a otros. Harman y Ada asintieron, acordando que seguirían a la mujer.
—Sí, cuenta conmigo —dijo Hannah.
Daeman pareció sopesar su decisión en silencio un instante. Luego dijo:
—Iré. Pero antes, quiero un poco de ese vino fuerte, después de todo.
Savi le llenó la copa.
Mahnmut reseteó sus sistemas e hizo una rápida valoración de daños. Nada lesivo en sus componentes orgánicos ni cibernéticos. La explosión había causado una rápida despresurización de tres tanques de lastre de proa, pero doce permanecían intactos. Comprobó los relojes internos; había estado inconsciente menos de treinta segundos antes del reseteo y estaba todavía conectado virtualmente a su sumergible a través de las bandas habituales.
La Dama Oscura
informaba de salvajes cabriolas, algún daño menor en el casco, sobrecarga en los sistemas monitorizadores, temperaturas en el casco por encima del punto de ebullición, y de una docena de problemas más, aunque nada exigía la atención inmediata de Mahnmut. Trató de restablecer las conexiones de vídeo, pero todo lo que pudo ver fue el interior al rojo vivo de la bodega de la nave espacial, las puertas abiertas y, a través de esas puertas, las estrellas dando tumbos.
¿Orphu?
No hubo respuesta en la banda común ni en ninguno de los canales máser o de tensorrayo. Ni siquiera estática.
La compuerta seguía abierta. Mahnmut se puso una mochila de reacción personal y cables de cuerda de microfilamentos irrompibles y salió por la compuerta, combatiendo las fuerzas vectoriales de los giros de la nave agarrándose a los asideros que conocía después de décadas de trabajo en las profundidades marinas. Comprobó en su casco que las puertas de la bodega de carga del submarino estaban completamente abiertas, calculó cuánto espacio necesitaría y luego escogió al azar algunas de las máquinas cuidadosamente colocadas por Koros y las expulsó del sub, de la nave espacial que se desintegraba entre burbujas de metal fundido y plasma brillante. Mahnmut no sabía si estaba eyectando las armas de destrucción masiva que Koros planeaba llevar a la superficie (
¡En mi nave!
, pensó con la misma ira que antes), o si estaba expulsando equipo que necesitaría para sobrevivir si alguna vez llegaba a Marte. En ese momento, no le importaba. Necesitaba el espacio.
Tras atar la cuerda a las abrazaderas del casco de
La Dama Oscura
, Mahnmut se lanzó al espacio, cuidando de no chocar con las puertas desvencijadas de la bodega de carga.
Una vez fuera y a salvo a cien metros de la nave, rotó para ver por primera vez los daños.
Era peor de lo que pensaba. Como había descrito Orphu, toda la proa de la nave espacial había desaparecido: la sala de control y todo lo demás en diez metros a la redonda. Eliminado como si nunca hubiera existido. Sólo una nube brillante de plasma que se disipaba alrededor de la proa indicaba dónde habían estado Koros III y Ri Po.
El resto del fuselaje de la nave se había resquebrajado y fragmentado. Mahnmut imaginaba cuáles habrían sido los catastróficos resultados si los motores de fusión, los tanques de hidrógeno, el achicador Matloff-Fennelly y otros artilugios de propulsión no hubieran sido expulsados poco antes del ataque. La explosión secundaria sin duda los habría volatilizado a Orphu y a él.
¿Orphu?
Mahnmut utilizaba ahora la radio además del tensorrayo, pero la antena reflectora se había desgajado del casco con el relé máser. No hubo respuesta.
Tratando de evitar los fragmentos voladores, gotas de metal brillante, y lo peor de la nube de plasma en expansión mientras se mantenía en línea para que los tumbos no lo atrajeran a la nave moribunda, Mahnmut usó los impulsores de reacción para sobrevolar el casco de la nave. Los giros eran ahora tan feroces (estrellas, Marte, estrellas, Marte) que Mahnmut tuvo que cerrar los ojos y usar el radar de la mochila para encontrar el camino por el casco.
Orphu estaba todavía en su hueco. Mahnmut sintió una momentánea alegría (la firma del radar mostraba que su amigo estaba intacto y en su sitio), pero luego abrió los ojos y vio la carnicería.
La explosión que había arrancado la proa había quemado y quebrado el casco superior de la nave hasta la posición de Orphu y, tal como había dicho el ioniano, resquebrajado y ennegrecido un tercio de su pesado caparazón. Los manipuladores de proa de Orphu habían desaparecido. Le faltaban las antenas de comunicación delanteras. Y los ojos. Los últimos diez metros del caparazón superior de Orphu estaban agrietados.
—¡Orphu! —gritó Mahnmut por tensorrayo directo.
Nada.
Usando hasta la última de sus habilidades informáticas, Mahnmut calibró los vectores implicados y se lanzó hacia el casco superior, con los diez propulsores disparando microestallidos para ajustar su peligrosa trayectoria, hasta que quedó a un metro del mismo. Sacó la herramienta-k del cinturón de la mochila y disparó un pitón al casco, luego le ató la cuerda, asegurándose de que no se enrollara. Tendría que soltarse al cabo de un momento.
Tras tensar la cuerda y balancearse colgado de ella como el brazo de un péndulo, Mahnmut se lanzó en arco hasta la cuna de Orphu... aunque cráter calcinado parecía una descripción más acertada dadas las actuales circunstancias.
Agarrado al caparazón de Orphu, con las piernas colgando salvajemente ante él, Mahnmut pegó un disco de conexión al cuerpo de su amigo, justo delante de donde habían estado sus ojos.
—¿Orphu?
—¿Mahnmut? —La voz de Orphu era cascada pero fuerte. Sobre todo, parecía sorprendido. ¿Dónde estás? ¿Cómo contactas conmigo? Todos mis comunicadores se han estropeado.
Mahnmut sintió el tipo de alegría que sólo unos pocos personajes de Shakespeare experimentaban alguna vez.
—Estoy en contacto contigo. Línea dura. Voy a sacarte de aquí.
—¡Eso es una idiotez! —tronó la voz del ioniano—. Soy inútil. No...
—Calla —replicó Mahnmut—. Tengo un cable. Tengo que atarte con él. ¿Dónde…?
—Hay una abrazadera a unos dos metros de mi bulto sensor —dijo Orphu.
—No, no la hay. —Mahnmut odiaba la idea de clavar un pitón en el cuerpo de Orphu, pero lo haría si tenía que hacerlo.
—Bueno... —empezó a decir Orphu, y guardó unos terribles segundos de silencio mientras asimilaba la extensión de sus heridas—. Más adelante, entonces. Lo más lejos de los daños. Justo encima del amasijo impulsor.
Mahnmut no le dijo a su amigo que los impulsores externos también habían desaparecido. Dio la vuelta, encontró el conector y ató la cuerda de microfilamentos con un nudo muy seguro. Si había una cosa que el moravec Mahnmut tenía en común con los marineros humanos que le habían precedido durante milenios en los mares de la Tierra, era el arte de atar un buen nudo.
—Aguanta —-dijo Mahnmut por la línea de conexión—. Voy a sacarte. No te preocupes si perdemos contacto. Hay un montón de fuerzas vectoras en marcha ahora mismo.
—¡Esto es una locura! —exclamó Orphu, la voz todavía chillona a través de la conexión—. No hay espacio en
La Dama Oscura
y no serviré de nada si me llevas allí, así que...
—Calla —repitió Mahnmut con calma, y añadió—: amigo mío.
Mahnmut disparó todos los impulsores de la mochila de reacción, soltando la cuerda del pitón al hacerlo.
Los impulsores sacaron a Orphu de su hueco en el casco. El giro de la nave hizo el resto, enviando a ambos moravecs a un centenar de metros de distancia.
Con los cómputos delta-v nublando su campo de visión, Marte y las estrellas todavía alternándose cada medio segundo, Mahnmut dejó que la cuerda se tensara y luego disparó los impulsores, gastando energía a un ritmo feroz, hasta equiparar las velocidades de giro y auparse por el largo cable hasta
La Dama Oscura
.
La masa de Orphu era increíble, empeorada por los giros, pero el cable era irrompible y en ese momento también lo era la voluntad de Mahnmut. Los acercó a la bodega abierta y el submarino que esperaba.
La nave espacial empezó a romperse por la tensión, y pedazos de la popa se desgajaron y pasaron volando sobre Mahnmut mientras permanecía aferrado al caparazón de Orphu, dos toneladas de metal que no alcanzaron la cabeza del moravec más pequeño por poco menos de cinco metros. Mahnmut tiró de ambos.
No sirvió de nada. La nave se rompía alrededor de
La Dama Oscura
, las explosiones seguían resquebrajando la cubierta mientras los gases de reacción y las cámaras presurizadas internas iban cediendo Mahnmut nunca llegaría al submarino antes de que quedara destrozada del todo.
—Muy bien —murmuro Mahnmut—. La montaña tiene que ir a Mahoma.
—¿Qué? —exclamó Orphu, alarmado por primera vez.
Mahnmut había olvidado que la conexión seguía operativa.
—Nada. Agárrate.
—¿Cómo puedo agarrarme, amigo mío? Mis manos y brazos han desaparecido. Agárrate tú a mí.
—Bien —dijo Mahnmut, y activó todos los impulsores que tenía. Gastó con tanta rapidez los suministros de energía que tuvo que pasar a la reserva de emergencia.
Funcionó.
La Dama Oscura
emergió de la oscura bodega de la nave sólo segundos antes de que el vientre del navío espacial empezara a romperse.
Mahnmut se alejó más, viendo las gotas de metal fundido salpicar el pobre y ajado caparazón de Orphu.
—Lo siento —susurró Mahnmut mientras agotaba el combustible para apartar el sumergible de la moribunda nave.
—-¿Sientes qué? —preguntó Orphu.
—Nada —jadeo Mahnmut—. Te lo diré más tarde.
Tiró, empujó, impulsó, e izó al estilo moravec al gran ioniano hasta la bodega de carga casi vacía. Se estaba mejor en la oscuridad de la bodega: las estrellas/planeta/estrellas/planeta que giraban salvajemente ya no producían en Mahnmut vértigo visual. Metió a su amigo en el principal hueco de carga y activó las tenazas ajustables.
Orphu ya estaba seguro. Era probable que los tres (
La Dama Oscura
y los dos moravecs) estuvieran condenados, pero al menos acabarían su existencia juntos. Mahnmut conectó los comunicadores del submarino al puerto de línea dura.
—Ahora estás a salvo —jadeó Mahnmut, sintiendo que las partes orgánicas de su cuerpo se acercaban a la sobrecarga—.Ahora voy a cortar la comunicación.
—Qué... —empezó a decir Orphu, pero Mahnmut había cortado la línea portátil y fue pasando mano sobre mano hasta la compuerta de la bodega de carga. Todavía funcionaba.
Con sus últimas fuerzas, se aupó al corredor interno lleno de vacío hasta el nicho medioambiental y cerró la escotilla, pero no presurizó la cámara, sino que conectó el soporte vital. El O
2
fluyó. Los comunicadores sisearon con la estática. Los sistemas de la nave informaron de los daños sufridos; eran soportables.
—¿Sigues ahí? —dijo Mahnmut.
—¿Dónde estás tú?
—En mi sala de control.
—¿Cuál es la situación, Mahnmut?
—La nave está esencialmente girando hasta hacerse pedazos. El submarino está más o menos intacto, incluyendo el envoltorio silencioso y los impulsores de proa y popa, pero no tengo ni idea de cómo controlarlos.
—¿Controlarlos? —Entonces Orphu comprendió—. ¿Sigues intentando entrar en la atmósfera de Marte?
—¿Qué otra opción tenemos?
Hubo un segundo o dos de silencio mientras Orphu reflexionaba al respecto. Finalmente, dijo:
—Estoy de acuerdo. ¿Crees que podrás pilotar este cacharro hasta la atmósfera?
—Ni hablar —dijo Mahnmut, casi alegre—. Voy a descargar todo el software de control que puso Koros y te voy a dejar pilotar a ti.
Por la conexión llegó aquel ruido a medias entre el rumor y el estornudo, aunque a Mahnmut le costaba creer que su amigo se estuviera riendo en aquel preciso momento.
—No lo dirás en serio... Estoy ciego... no sólo me faltan los ojos y las cámaras, sino que tengo quemada toda la red óptica. Soy un caos. Esencialmente, soy un poquito de cerebro en una cesta rota. Dime que estás bromeando.
Mahnmut descargó los bancos de programación que el submarino tenía sobre los impulsores externos añadidos, los paracaídas... todo aquel jaleo críptico. Activó todas las cámaras del casco del submarino pero tuvo que apartar la mirada. Los giros eran tan terribles y producían tanto vértigo como antes. Marte llenaba el campo de visión: casquete polar, mar azul, casquete polar, mar azul, un poco de espacio negro, casquete polar... y verlo hacía que Mahnmut se sintiese mareado.