Authors: Dan Simmons
—No —dijo Savi. Su cara estaba a sólo centímetros de la de una de las mujeres muertas—. No hay hemorragia en los ojos ni signos de asfixia ni oídos reventados, como debería haberse producido en una pérdida cataclísmica de atmósfera. Y mirad esto.
Los otros dos flotaron para acercarse. Savi metió tres dedos enguantados en el agujero irregular del cuello correoso de un cadáver. Los dedos desaparecieron hasta los nudillos. Asqueado, Daeman se retiró, pero no antes de advertir que los otros cadáveres también tenían heridas similares en cuellos, muslos y cavidades torácicas.
—¿Carroñeros? dijo Harman.
—No, no lo creo —dijo Savi, flotando de cadáver en cadáver, inspeccionando cada herida—. Ni los efectos de la descomposición. No creo que hubiera aquí muchas bacterias viables antes de que el aire empezara a escapar y el frío a adueñarse del lugar. Tal vez los posthumanos ni siquiera tenían bacterias en las tripas.
—¿Como es posible? —pregunto Daeman.
Savi negó con la cabeza. Flotó hasta dos cadáveres sujetos en sillas en la siguiente plataforma. Los cuerpos tenían heridas más amplias en el vientre. Jirones de ropa rasgada flotaban en el aire frío y fino.
—Algo les abrió un agujero en el vientre —susurró Savi.
—¿Qué? —Daeman oyó lo hueca que sonaba su voz en el comunicador de la termopiel.
—Creo que toda esta gente, estos posts, murieron por heridas —dijo Savi—. Algo les ha roído la garganta, el vientre y el corazón.
—¿Qué? —volvió a preguntar Daeman.
En vez de responder, Savi sacó la pistola negra de su mochila y la guardó en el bolsillo del muslo de su traje de termopiel. Indicó la zona abierta de la ciudad interior, que se curvaba a un kilómetro de distancia por delante.
—Allí se mueve algo —dijo.
Sin esperar a ver si los dos hombres la seguían, Savi se impulsó y flotó en aquella dirección.
Después de su captura, Mahnmut pensó que su mejor opción hubiese sido disparar el Aparato (fuera lo que fuese) en cuanto el dios rubio del carro volador destruyó el globo y empezó a remolcarlos hacia el Monte Olympus.
Pero no pudo llegar al Aparato. Ni al transmisor. Ni a Orphu. Mahnmut necesitó cuanto tenía para agarrarse a la baranda de la barquilla mientras volaban casi a Mach 1 hacia el volcán marciano. Si el Aparato, el transmisor y Orphu no hubieran estado atados a la plataforma de la barquilla con todos los metros de cuerda y cable que Mahnmut había podido encontrar, los tres objetos habrían caído doce mil metros y más hasta el altiplano situado entre el volcán más septentrional de Tharsis (Ascraeus) y el Mar de Tetis.
El dios de la máquina (todavía cargando toneladas de peso con el añadido de los cables con una sola mano) ganó altitud mientras el carro se dirigía al norte, viraba sobre el mar, todavía subiendo, y llegaba al Monte Olympus desde el norte. Incluso con sus cortas patas colgando y sus manipuladores hundidos profundamente en la baranda de la barquilla, Mahnmut tuvo que admitir que era una vista impresionante.
Una masa casi sólida de nubes cubría casi toda la región entre los volcanes de Tharsis y el Olympus. Sólo las oscuras sombras de los volcanes sobresalían de la capa nubosa. Al suroeste, el sol naciente era pequeño pero muy brillante, y teñía el océano y las nubes de un dorado brillante. El resplandor dorado del Mar de Tetis era tan intenso que Mahnmut tuvo que conectar sus filtros polarizadores. El Olympus mismo, justo al borde del océano de Tetis, era apabullante, inmenso, un cono interminable de costados helados alzándose hasta una cumbre imposiblemente verde con una serie de lagos azules en su caldera.
El carro descendió y Mahnmut vio los acantilados verticales de cuatro mil metros justo en la base del cuadrante noroccidental, y aunque los acantilados estaban en sombras, también divisó carreteras diminutas y estructuras en lo que parecía ser una estrecha franja de playa, aunque casi con toda certeza había cuatro o cinco kilómetros de costa entre los acantilados y el océano dorado. Mas al norte y hacia el mar, convertida en isla por la terraformación, estaba Lycus Sulci, que parecía una cabeza de lagarto alzada hacia el Monte Olympus.
Mahnmut le describió todo esto a Orphu, subvocalizando en el canal de tensorrayo. El único comentario del ioniano fue:
—Parece bonito, pero me gustaría que hiciéramos este recorrido por nuestros propios medios.
Mahnmut se acordó de que no había venido a ver las vistas cuando la gigantesca forma humanoide dirigió el carro hacia la cumbre del enorme volcán. A tres mil metros por encima de las faldas heladas, atravesaron un campo de fuerza (los sensores de Mahnmut registraron la sacudida del ozono y los diferenciales de voltaje) y luego se estabilizaron para el acercamiento final a la cumbre verde y herbosa.
—Lamento no haber visto venir antes a ese tipo del carro y haber emprendido alguna acción evasiva —le dijo Mahnmut a Orphu en los últimos segundos que faltaban antes de tener que desconectar la comunicación para el aterrizaje.
—No es culpa tuya —dijo Orphu—. Estos
deus ex machinas
saben como engatusarnos a nosotros los literatos.
Después de aterrizar, el dios que los había capturado agarró a Mahnmut por el cuello y lo llevó sin más ceremonias al mayor espacio artificial que el pequeño moravec hubiese visto jamás. Otros dioses masculinos salieron a transportar a Orphu, el Aparato y el transmisor. Más dioses varones entraron en el salón mientras Zeus escuchaba al primer dios describir su captura. Mahnmut se consoló pensando que aquellas personas de los carros se
consideraban
a sí mismas dioses, y que por lo tanto su elección del Monte Olympus como hogar no era ninguna coincidencia. Los hologramas situados en nichos de docenas y docenas de dioses reforzaron su hipótesis. Entonces el über-dios que Mahnmut supuso que era Zeus empezó a hablar y todo fue incomprensible para el moravec. Mahnmut pronunció una frase o dos en inglés. Los dioses de barba gris y los más jóvenes fruncieron el ceño, sin comprender. Mahnmut se maldijo por no haber descargado nunca el griego antiguo o el griego moderno en sus bases de datos. No le había parecido necesario la primera vez que zarpó en
La Dama Oscura
para explorar los océanos de Europa.
Mahnmut pasó al francés. Al alemán. Al ruso. Al japonés. Repasaba su modesta base de datos de lenguajes humanos, dando forma a la misma frase («Vengo en son de paz y no pretendo molestar») cuando la figura de Zeus alzó una mano enorme para hacerlo callar. Los dioses hablaban entre sí y no parecían contentos.
¿Qué está pasando?
, envió Orphu por tensorrayo. El caparazón del ioniano estaba a cinco metros de distancia, en el suelo, junto a los otros dos artefactos de la barquilla. Sus captores no parecían haber tenido en cuenta que era una persona sentiente dentro de aquella forma cascada y abollada, y trataban a Orphu como si fuera otra cosa más. Mahnmut así lo esperaba. Por eso decía «vengo» en vez de «venimos». Fuera lo que fuese que decidieran hacerle los dioses, existía la remota posibilidad de que dejaran a Orphu en paz, aunque Mahnmut no tenía ni idea de cómo podría escapar el pobre ioniano sin ojos, oídos, patas ni manipuladores.
Los dioses están hablando
, envió Mahnmut, subvocalizando por tensorrayo.
No los comprendo.
Repite unas cuantas palabras que estén usando.
Mahnmut así lo hizo, enviándolas en silencio.
Es un dialecto del griego clásico
, dijo Orphu.
Está en mi base de datos. Puedo entenderlos.
Descárgame esa base de datos
, envió Mahnmut.
¿Por tensorrayo?
Tardaría una hora. ¿Tienes una hora?
Mahnmut volvió la cabeza para mirar a los hermosos varones humanoides que se ladraban sílabas unos a otros. Parecían a punto de tomar una decisión.
No
, dijo.
Subvocalízame lo que ellos digan y yo traduciré, decidiremos la respuesta adecuada, y yo enviaré los fonemas para tu respuesta
, dijo el ioniano.
¿En tiempo real?
¿Tenemos otra opción?
, dijo Orphu.
Su captor estaba hablando con la figura barbuda del trono dorado, Mahnmut envió lo que oía, recibió la traducción una fracción de segundo después, consultó con Orphu, y memorizó las sílabas de su respuesta en griego. Al pequeño moravec no le parecía un sistema demasiado eficaz.
—... es un pequeño autómata listo y los otros objetos carecen de valor como botín, mi señor Zeus —dijo el dios rubio de dos metros y medio de altura.
—Señor del arco de plata, Apolo, no desprecies estos juguetes como inútiles hasta que sepamos de dónde vienen y por que. El globo que destruiste no era ningún juguete.
Ni yo soy un juguete
, dijo Mahnmut.
Vengo en son de paz y no era mi intención molestar a nadie.
Los dioses murmuraron entre sí.
¿Qué altura tienen estos dioses?
, preguntó Orphu por tensorrayo.
Mahnmut los describió rápidamente.
No es posible
, dijo el ioniano.
La estructura del esqueleto humano deja de ser eficaz a partir de dos metros de altura, y tres metros sería absurdo. Los huesos inferiores de las piernas se romperían.
Estamos en gravedad marciana
, le recordó Mahnmut a su amigo.
Es el peor campo-g que he soportado, y eso que es sólo una tercera parte del terrestre.
Entonces, ¿piensas que estos dioses son de la Tierra?
, preguntó Orphu.
Parece improbable a menos que...
Discúlpame
, envió Mahnmut.
Estoy ocupado
.
Zeus se echó a reír y se inclinó hacia delante en su trono.
—Así que el pequeño juguetito puede hablar el lenguaje humano.
—Puedo —repuso Mahnmut, repitiendo las palabras de Orphu. Ningún moravec conocía el tratamiento de respeto adecuado para el dios de todos los dioses, el rey de los dioses, el señor del universo. Habían decidido no probar ninguno.
—Los Curadores pueden hablar —replicó Apolo, todavía dirigiéndose a Zeus—. Pero no saben pensar.
—Yo sé hablar y pensar —dijo Mahnmut.
—¿De verdad? —dijo Zeus—. ¿Tiene nombre la pequeña persona que habla y piensa?
—Soy Mahnmut el moravec —dijo Mahnmut firmemente—. Marino de los mares congelados de Europa.
Zeus se rió, pero fue un rugido tan grave que el material de la superficie de Mahnmut vibró.
—¿Lo eres? ¿Quién es tu padre, Mahnmut el moravec? Mahnmut y Orphu tardaron dos segundos enteros en decidir la respuesta más sincera.
—No tengo padre, Zeus.
—Entonces eres un juguete —dijo. Cuando el dios fruncía el ceño, sus grandes cejas blancas casi se tocaban por encima de su afilada nariz.
—No soy un juguete —dijo Mahnmut—. Simplemente soy una persona con una forma diferente. Igual que mi amigo, Orphu de Io, moravec espacial que trabaja en el toro de Io.
Indicó el caparazón y todos los ojos divinos se volvieron hacia Orphu. Había sido insistencia de Orphu revelar su naturaleza. Dijo que quería compartir el destino de Mahnmut, fuera cual fuese.
—¿Otra persona pequeña, pero ésta con forma de cangrejo roto? —dijo Zeus, ahora serio.
—Sí —dijo Mahnmut—. ¿Puedo conocer los nombres de nuestros captores?
Zeus vaciló, Apolo negó con la cabeza, pero al final el rey de los dioses hizo un irónico gesto y abrió las manos señalando a cada dios por turno.
—Vuestro captor, como sabéis, es Apolo, mi hijo. Junto a él, encargado de gritar antes de que te unieras a nuestra conversación, está Ares. La oscura figura situada detrás de él es mi hermano Hades, otro hijo de Cronos y Rea. A mi derecha está el hijo de mi esposa, Hefesto. El regio dios que se encuentra junto a tu amigo-cangrejo es mi hermano Poseidón, convocado aquí en honor de vuestra llegada. Cerca de Poseidón, con su collar de algas doradas, está Nereo, también de las profundidades. Tras el noble Nereo, Hermes, guía y aniquilador de gigantes. Hay muchos más dioses... y diosas, veo, que entran en el Gran Salón mientras hablamos, pero estos siete dioses y yo seremos vuestro jurado.
—¿Jurado? —dijo Mahnmut—. Mi amigo Orphu de Io y yo no hemos cometido ningún crimen contra vosotros.
—Al contrario —dijo Zeus con una risotada. Cambió al inglés—. Habéis venido del espacio de Júpiter, pequeño moravec, pequeño robot, probablemente con traición en el corazón. Fuimos mi hija Atenea y yo quienes destruimos vuestra nave, y confieso que creí que os habíamos destruido a todos. Sois pequeñas abominaciones de piel dura. Pero que hoy sea vuestro fin.
—¿Hablas el lenguaje de esta criatura? —le preguntó Ares a Zeus—. ¿Conoces esta lengua bárbara?
—Tu Padre habla todas las lenguas, dios de la guerra —replicó Zeus—. Guarda silencio.
El enorme salón y las muchas terrazas se estaban llenando rápidamente de dioses y diosas.
—Que se lleven a este pequeño hombre-perro-máquina y al cangrejo sin patas a una habitación sellada de este salón —dijo Zeus—. Consultaré con Hera y los demás, y decidiremos qué hacer con ellos en breve. Llevad los otros objetos a una sala de tesoros cercana. Evaluaremos su valor dentro de poco.
Los dioses llamados Apolo y Nereo se acercaron a Mahnmut. El pequeño moravec pensó en luchar y huir (tenía un láser de bajo voltaje en la muñeca que le permitiría desconcertar a los dioses un segundo o dos; podría correr rápidamente a cuatro patas durante distancias cortas, quizá salir de aquel Gran Salón y zambullirse en el lago de la caldera para ocultarse en sus profundidades), pero entonces Mahnmut miró a Orphu, a quien cuatro dioses levantaban ya sin ningún esfuerzo y se dejó alzar y sacar de la sala como si fuera un gran muñeco de metal.
Según el cronómetro interno de Mahnmut, esperaron en el almacén sin ventanas treinta y seis minutos antes de que llegara su verdugo. Era un espacio grande, con paredes de mármol de dos metros de grosor y (según indicaban sus instrumentos) campos de fuerza imbuidos que podían soportar una explosión nuclear de intensidad baja.
Es hora de disparar el Aparato
, envió Orphu por tensorrayo.
Lo que haga será preferible a dejar que nos destruyan sin luchar.
Lo dispararía si pudiera
, dijo Mahnmut.
No tiene control remoto. Y yo estaba demasiado ocupado montando nuestra barcaza para preparar uno.
Oportunidades perdidas
, se estremeció Orphu.
Al infierno con todo. Lo intentamos..