Authors: Dan Simmons
La primera ave retrocedió tambaleándose, agarró la lanza que asomaba por su pecho y rompió la gruesa vara de roble. La segunda esquivó el empellón de Odiseo echando la cabeza hacia atrás como una cobra. Sorprendida del ataque de aquel pequeño bípedo sin plumas, el ave saltó dos veces (retrocediendo tres metros) y tiró de la lanza que pretendía herirla.
Odiseo tenía que apartar la lanza rápidamente después de cada amago, por temor a que se la arrancara de las manos. Todavía gritando, el hombre retrocedió y pareció resbalar con el ensangrentado cadáver del bípedo. Rodó de costado.
El Ave Terrorífica, ilesa, vio su oportunidad y la aprovechó, saltando dos metros en el aire y lanzándose sobre Odiseo con los espolones y las zarpas extendidas.
Todavía rodando, Odiseo se incorporó sobre una rodilla con un único movimiento fluido y plantó la lanza en el suelo un segundo antes de que el Ave Terrorífica cayera sobre ella con todo el peso de su cuerpo y se clavara la punta de bronce, que atravesó el musculoso pecho y le llegó al horrible corazón. Odiseo tuvo que rodar de nuevo para apartarse mientras la enorme criatura se desplomaba sin vida donde él había estado arrodillado.
—¡Cuidado! —gritó Harman, y empezó a correr hacia la refriega.
La primera Ave Terrorífica, sangrando por la herida de lanza y con el asta rota todavía clavada en el pecho, corría a espaldas de Odiseo. La cabeza del ave se abalanzó sobre dos metros de cuello serpentino cubierto de plumas y el enorme pico chasqueó en el lugar donde habría estado la cabeza de Odiseo si éste no se hubiera apartado. Pero el guerrero se lanzó hacia delante en vez de hacerlo hacia atrás, rodando de nuevo, con las manos vacías esta vez mientras el Ave Terrorífica pasaba de largo y luego giraba, retorciéndose y volviéndose de manera casi tan imposiblemente rápida como los herbívoros de extrañas patas.
—¡Eh! —gritó Harman, y le lanzó una piedra al ave gigante.
El animal alzó la cabeza molesto por la impertinencia, los ojos amarillos parpadearon y el enorme depredador se abalanzó hacia Harman, que resbaló en la tierra, dijo «¡Mierda!» con voz aguda y echó a correr por donde había venido. De repente Harman advirtió que no podría dejar atrás al monstruo, y se volvió, las piernas separadas, los puños levantados, dispuesto a enfrentarse a la carga del Ave Terrorífica con las manos desnudas.
Ada buscó una piedra, un palo, algún arma. No había nada a su alcance. Se puso en pie de un salto.
Odiseo alzó su escudo y, usando el cadáver del herbívoro como trampolín, saltó hacia la espalda del Ave Terrorífica, desenvainando su espada corta mientras lo hacía.
El ave siguió corriendo hacia Harman y Ada, pero ahora tenía el cuello vuelto, la cabeza torcida; su gigantesco pico rojo golpeaba el escudo circular de Odiseo. Cada vez que las enormes mandíbulas golpeaban, Odiseo era empujado hacia atrás, pero sus piernas apretaban con fuerza el cuerpo del animal, a tres metros del suelo, y aunque se doblaba igual que un falso jinete del drama turín, no llegó a caer. Entonces, cuando la cabeza del Ave Terrorífica se volvió para buscar a Harman con sus ojos amarillos, Odiseo se abalanzó hacia delante y atacó con la espada el cuello de plumas blancas de la gigantesca ave, cercenando la yugular.
Saltó, cayó de pie y corrió hacia Harman mientras el Ave Terrorífica se desplomaba en el suelo y se quedaba inmóvil a tres metros escasos de ellos. La sangre borboteaba a metro y medio en el aire; la roja fuente disminuyó y dejó de manar cuando el enorme corazón paró de latir.
Jadeando, cubierto de sangre de herbívoro y Aves Terroríficas y hierba y barro, sujetando con fuerza la espada ensangrentada y el escudo, Odiseo sonrió con los dientes apretados y dijo:
—Sólo quería una para cenar, pero nos quedaremos con la segunda para las sobras.
Ada se acercó a Harman y le tocó el brazo. Él no se volvió a mirarla. Tenía los ojos desorbitados.
Odiseo se acercó al ave más cercana, le seccionó la enorme cabeza y pasó el cuchillo por su pecho, pelando piel y plumas con la facilidad con la que alguien ayuda a quitarse un grueso abrigo.
—Necesitaré más bolsas de plástico —les dijo a Harman y Ada—. Hay algunas en el compartimento de popa del sonie. Decid a la máquina: «Abre la taquilla.» Se abrirá. Deprisa.
Harman había iniciado ya el camino hacia el sonie, pero se volvió.
—¿Deprisa? ¿Por qué?
Odiseo se limpió la sangre de la barba con el dorso de la mano y les dedicó una blanca sonrisa.
—Estas aves huelen la sangre a diez leguas de distancia... y hay centenares de parejas de Aves Terroríficas que salen de caza por las llanuras al anochecer.
Harman se volvió y echó a correr hacia el sonie para traer las bolsas.
Ada advirtió que Savi y Daeman estaban borrachos antes de empezar la cena.
Sirvieron la comida en una sala de cristal adjunta al soporte más alto del costado de la torre sur. Savi estaba calentando comida precocinada en una burbuja de microondas corriente, pero a Ada le fascinó: nunca había visto una comida preparada exclusivamente por un ser humano. La ausencia de servidores en las áreas de residencia de la Puerta Dorada resultaba aún más notoria durante las comidas.
Odiseo estaba fuera, en la ancha viga de apoyo del puente. Había levantado una burda estructura de metal y piedra donde quemaba la madera traída de las llanuras. Se había puesto a llover y Odiseo tenía que conseguir que la hoguera no se apagara. Las llamas iluminaban la pintura oxidada y ajada de la torre.
Mientras observaba a través de la pared transparente verde y bebía una copa de ginebra, Harman preguntó:
—¿Es una especie de altar a sus dioses paganos?
—Más bien no —dijo Savi—. Así es como cocina su comida.
La anciana llevó platos y cuencos a la mesa redonda donde esperaban los demás.
—Dile que entre, ¿quieres? —le dijo a Harman—. Nuestra comida se enfría mientras la suya se quema, y una tormenta viene de camino. No es buena idea estar en la superestructura del puente durante una tormenta.
Cuando por fin se sentaron, Odiseo colocó los platos de madera llenos de humeante carne en una encimera cercana para que nadie tuviera que ver la ennegrecida comida, y Savi fue pasando una jarra de vino. Se sirvió la última. Ada oyó a la anciana susurrar:
—
Baruch atah adonai, eloheno melech ha olam, borai pri hagafen
.
—¿Qué es eso? —preguntó Ada en voz baja. Todos los demás se reían por algo que había dicho Daeman y nadie pareció reparar en los murmullos de Savi. La única vez que Ada había oído otro idioma era en el drama turín; allí los hombres que batallaban hablaban en un extraño galimatías, pero de algún modo el turín traducía cada palabra, de modo que todos los que estaban bajo el paño comprendían el significado sin tener que escuchar en realidad.
Savi negó con la cabeza, aunque Ada no supo si era para decir que no conocía el significado de las extrañas palabras o que no estaba dispuesta a revelárselo.
—Exploré todos los niveles del puente y las burbujas situadas alrededor del puente —estaba diciendo Hannah, entusiasmada—. El metal del puente es viejo y oxidado pero... sorprendente. Y hay extrañas formas de metal en algunas de las salas de abajo. Están sueltas, no forman parte de ninguna estructura. Algunas tienen forma de hombres y mujeres.
Savi ladró una risa. Volvía a llenar su vaso de vino. Ninguna palabra extraña acompañó ahora esta acción.
—Son estatuas —-dijo Odiseo—. Esculturas. ¿Nunca has visto esas cosas?
Hannah negó lentamente con la cabeza. Aunque la muchacha se había pasado años aprendiendo a calentar y verter metal, según sabía Ada, la idea de hacer cosas con la forma de seres humanos y otras criaturas vivientes era sorprendente. A Ada también le parecía extraña.
—No tienen arte —le dijo bruscamente Savi a Odiseo—. Ni escultura, ni pintura, ni artesanía, ni fotografía, ni holografía, ni siquiera manipulación genética. Ni música, ni danza, ni ballet, ni deportes, ni canto. Ni teatro, ni arquitectura, ni
kabuki
, ni no-obras, ni nada. Son tan creativos como... pájaros recién nacidos. No, retiro eso: incluso los pájaros saben cantar y construir un nido. Estos
eloi
modernos son cucos silenciosos que habitan los nidos de otros pájaros sin dar siquiera una canción como pago. —Savi empezaba a pronunciar sus palabras muy despacio.
Odiseo miró a Hannah, Ada, Daeman y Harman, pero su expresión era ilegible. Mientras tanto, los cuatro invitados miraban a Savi, preguntándose por qué su tono era tan furioso.
—Pero claro —continuó la anciana, mirando a los ojos solamente a Odiseo—, tampoco tienen literatura. Ni tú tampoco.
Odiseo sonrió a la mujer. Ada reconoció la sonrisa de cuando el hombre estaba cortando carne del flanco del herbívoro caído. Odiseo se había bañado antes de la cena, incluso se había lavado el pelo gris rizado, pero Ada todavía imaginaba sus brazos y sus manos y su barba tal como estuvieron antes: manchados de sangre y vísceras. No era asunto suyo, pero le pareció que era poco inteligente por parte de Savi reprenderlo así.
—El preletrado se encuentra con los posletrados —continuó Savi, abriendo los brazos como para presentar a Odiseo a los otros cuatro. Luego alzó un dedo—. Oh, me olvidaba de nuestro amigo Harman, aquí presente. Es el Balzac y el Shakespeare de la actual basura de la humanidad antigua. Lee como un niño de seis años de la Edad Perdida, ¿verdad, Harman
Uhr
? Mueves los labios cuando lees las palabras, ¿eh?
—Sí —dijo Harman, sonriendo levemente—. Mis labios se mueven cuando leo. No sabía que hubiera otra forma de hacerlo. Y tardé más de cuatro Veintes en llegar a ese grado de eficiencia.
A Ada le pareció que el hombre de noventa y nueve años estaba siendo insultado, pero no le importaba; sólo le interesaba lo que Savi diría a continuación.
Ada se aclaró la garganta.
—¿Qué animal... mataste... hoy? —le preguntó a Odiseo, la voz aguda y quebradiza—. No me refiero a las Aves Terroríficas, sino al otro.
—Lo llamo el bicho de la nariz ondulante —dijo Odiseo—. ¿Quieres probar un poco?
Se volvió hacia la encimera y alzó el plato del fuego y lo plantó ante Ada.
Queriendo ser amable, Ada tomó el trocito más pequeño del plato, maneándolo torpemente con sus utensilios.
El plato fue pasando. Hannah y Daeman fruncieron el ceño ante la carne, la olisquearon, sonrieron amablemente, pero no tomaron nada. Cuando el plato llegó a Savi, ésta se lo pasó a Odiseo sin decir palabra.
Ada mordisqueó el bocado más pequeño que pudo cortar. Estaba delicioso: como filete, sólo que más fuerte y más rico. El humo de la madera le daba un sabor diferente a las cosas de microondas que había probado hasta entonces. Cortó un trozo más grande.
Odiseo estaba comiendo con un cuchillo corto y afilado que había traído a la mesa consigo, cortando las tiras finas y masticándolas mientras las sujetaba con la punta del cuchillo. Ada intentó no mirar.
—
Macrauchenia
—dijo Savi entre bocado y bocado de su ensalada de arroz al microondas.
Ada alzó la cabeza, preguntándose si sería parte del extraño ritual lingüístico de la mujer.
—¿Cómo dices? —preguntó Daeman.
—
Macrauchenia
. Ése es el nombre del animal que nuestro amigo griego mató, y que nuestros otros dos amigos están comiendo como si no hubiera segundo plato. Cubrieron estas llanuras suramericanas hace un millón de años, pero se extinguieron antes de que la humanidad apareciera en Suramérica. Fueron recuperados por los ARNistas durante los locos años posteriores al rubicón, antes de que los posthumanos pusieran fin a la reintroducción de especies extintas a la buena de Dios. Una vez que recuperaron el
Macrauchenia
, sin embargo, algunos ARNistas pensaron que sería inteligente recuperar el
Phorushracos
.
—¿Foru qué? —dijo Daeman.
—
Phorushracos
. Las Aves Terroríficas. Los genios ARNistas se olvidaron de que esas aves fueron el principal depredador en Suramérica durante millones de años, hasta que llegaron los
Smilodontes
desde Norteamérica, cuando el nivel de las aguas bajó y emergió el puente de tierra entre los continentes. ¿Sabíais que el istmo de Panamá está de nuevo bajo el agua? ¿Que los continentes han vuelto a separarse?
Miró alrededor, obviamente embriagada, beligerante y segura de que ninguno de ellos tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
Harman tomó un sorbo de vino.
—¿Queremos saber qué es un
Smilodonte
?
Savi se encogió de hombros.
—Solo un gato jodidamente grande con unos dientes de sable jodidamente grandes. Se comía las Aves Terroríficas para almorzar y se hurgaba los dientes de sable con las garras que sobraban. Los idiotas ARNistas recuperaron a los dientes de sable, pero no aquí. En la India. ¿Alguien sabe dónde está... estaba? ¿Debería? Los posthumanos lo soltaron en Asia y lo llevaron al maldito archipiélago.
Los cinco la miraron.
—Gracias por recordármelo —dijo Odiseo con acento cargado, y se levantó y se acercó a la encimera—. El siguiente plato, Ave Terrorífica.
Llevó a la mesa el plato más grande.
—Llevo bastante tiempo esperando para probar esta exquisitez, pero nunca tuve tiempo de cazar una hasta hoy. ¿Quién quiere?
Todos menos Daeman y Savi se ofrecieron voluntarios para probar una rodaja. Todos se sirvieron más vino. En el exterior, la tormenta había llegado con furia y los destellos de los relámpagos se dibujaban en la estructura del puente, iluminando el barranco y las ruinas de abajo además de las nubes y los entrecortados picos a cada lado.
Ada, Harman y Hannah intentaron probar cada uno un poco de carne y luego bebieron copiosamente agua y vino. Odiseo comía tajada tras tajada de la punta de su cuchillo.
—Me recuerda al... pollo —dijo Ada en medio del silencio.
—Sí —dijo Hannah—, decididamente parece pollo.
—Pollo con un sabor extraño, fuerte y amargo —-dijo Harman.
—Buitre —dijo Odiseo—. Me recuerda al buitre —-dio otro gran bocado, lo engulló y sonrió—. Si volviera a cocinar Ave Terrorífica, usaría un montón de salsa.
Cinco de ellos comieron arroz al microondas en silencio mientras Odiseo disfrutaba de más trozos de Ave Terrorífica y
Macrauchenia
, engulléndolos con grandes tragos de vino. La pausa en la conversación habría sido incómoda de no ser por la tormenta. Se había levantado viento, los relámpagos eran casi continuos, iluminaban la burbuja con estallidos de luz blanca, y los truenos habrían ahogado cualquier conversación. La burbuja verde donde cenaban parecía bambolearse lentamente cuando el viento aullaba y los cuatro invitados se miraban entre sí con ansiedad apenas oculta.