Ilión (85 page)

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Authors: Dan Simmons

BOOK: Ilión
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—Ni nosotros tampoco —rió Harman.

Próspero rodeó su sillón.

—Sí —susurró—. Vosotros sí. Con los seres humanos, no importa lo
civilizados
que podáis parecer, sólo es cuestión de despertar la vieja programación.

Daeman y Harman se miraron uno al otro. Harman se estremeció de nuevo dentro de la termopiel azul.

—Vuestros genes recordarán cómo matar —dijo Próspero—. Vamos, dejadme que os muestre el instrumento de destrucción.

El holograma de Próspero no podía manipular los controles virtuales de la consola central, pero enseñó a Daeman y Harman a usar sus manos con los complejos y brillantes manipuladores, interruptores, placas, dinamos y palancas.

Una imagen cobró solidez sobre la consola, luego rotó en tres direcciones para ser inspeccionada.

—Es uno de esos grandes artilugios del anillo-e que vimos al llegar —dijo Daeman.

—Un acelerador lineal con su anillo de recolección de agujero de gusano —dijo Próspero—. Los posthumanos estaban tan orgullosos de estas cosas... Como habéis visto, hicieron miles.

—¿Y? —dijo Harman—. ¿Estás diciendo que el sistema de fax de la Tierra está controlado por estas cosas?

Próspero negó pesadamente con la cabeza.

—Vuestro sistema de fax es terrestre. No mueve cuerpos por el espacio y el tiempo, sólo datos. Pero estos recolectores de agujeros de gusano son las arañas en el centro de la red de teleportación cuántica de los posthumanos.

—¿Y? —repitió Harman—. Nosotros sólo queremos regresar a la Tierra.

—Agarra ese controlador verde y aprieta dos veces el círculo rojo —dijo Próspero.

Daeman así lo hizo. En la imagen holográfica del acelerador lineal orbital, una pequeña cuadrícula de motores impulsores latió dos veces, enviando al espacio un diminuto cono plateado de gases cristalizados. La larga disposición de vigas, tanques, columnas y anillos empezó a rotar muy lentamente. Los contraimpulsores dispararon igual de brevemente, y el largo acelerador se estabilizó. El titilante agujero de gusano de su extremo, de cincuenta metros de diámetro, centrado dentro del enorme y brillante anillo de recolección, no había girado con el acelerador.

Daeman se inclinó para acercarse a la imagen holográfica del acelerador y vio que el anillo de recolección se apoyaba en balancines. Metió una mano en la imagen, tocó distintos elementos, y vio la imagen vid convertirse en diagramas y letras descriptivas:
línea de retorno, inyector, cuadriimpulsores
. Apartó la mano y la imagen en tiempo real reapareció.

—Impulsores de traslación orbital y control de altitud —dijo Próspero—. Este asteroide se encuentra en órbita estable (sería un acontecimiento de los que provocan la extinción de especies si cayera a la Tierra), pero los aceleradores de recolección del agujero de gusano y los espejos Cachemira eran trasladados constantemente.

—-Desde aquí —dijo Daeman.

Próspero asintió.

—Y desde las otras ciudades asteroidales.

Harman y Daeman volvieron a mirarse.

—¿Hay más ciudades posthumanas? —preguntó Harman.

—Tres más —respondió el magus—. Una en este anillo ecuatorial. Dos en el anillo polar.

—¿Hay posthumanos vivos en ellas? —preguntó Daeman. De repente vio una alternativa a la destrucción al final de los Cinco Veinte de vida.

—No. —Próspero se sentó en su sillón de alto respaldo—. Y no hay otras fermerías tampoco. Esta ciudad fue la única que se ocupó de vosotros, los antiguos modificados de allá abajo. —Indicó con una mano manchada la Tierra que asomaba por la curva derecha de la cúpula. La habitación de repente se iluminó de nuevo con la luz terráquea.

—Todos los posts están muertos —repitió Daeman.

—No, muertos no —dijo Próspero—. Se fueron a otro lugar.

Daeman miró el amanecer de la Tierra y la negrura del espacio sobre la titilante curva de la atmósfera.

—¿Adonde?

—A Marte, para empezar —dijo el magus. Miró sus expresiones de asombro y se echó a reír—. ¿Alguno de los hombres modernos tiene idea de dónde está Marte? ¿De
qué
es Marte?

—No —respondió Daeman sin el menor embarazo—. ¿Volverán los posts de allí?

—No lo creo —dijo Próspero, todavía sonriendo.

—Entonces no importa, ¿no? —dijo Harman—. Próspero, ¿estabas sugiriendo que podríamos usar este... este acelerador de partículas del agujero de gusano... como arma?

—Como el arma definitiva contra esta ciudad —contestó Próspero—. Los explosivos o las armas corrientes tendrían poco efecto contra la ciudad de cristal o contra este asteroide. Estas torres están hechas para soportar el impacto de meteoritos. Pero tres kilómetros o más de materiales exóticos de masa pesada con un agujero de gusano en el morro, bajo presión, causarán un impacto definitivo, sobre todo si apuntáis directamente a la fermería.

—¿Sobrevivirá Calibán? —preguntó Daeman.

Próspero se encogió de hombros.

—Sus túneles y grutas lo han salvado antes. Pero tal vez una colisión semejante causará una extinción de la especie de Calibán propiamente dicha.

—¿Puede escapar antes del impacto? —preguntó Harman.

—Sólo sí descubre el sonie y se apodera de una de vuestras termopieles —dijo Próspero. Sonrió de manera desconcertante, como si tal perspectiva no fuera del todo improbable.

—¿Cuánto tiempo necesitará esta monstruosidad de acelerador en llegar? —preguntó Daeman—. ¿Hasta el impacto?

—Podéis programarlo para que llegue tan rápida o tan lentamente como queráis —dijo el magus, levantándose y caminando hasta el interior de la consola central, donde la parte inferior de su cuerpo desapareció en los paneles metálicos y virtuales. Alzó un brazo, la túnica resbaló un poco, y el delgado antebrazo y el dedo huesudo señalaron el extremo del acelerador más apartado del anillo del agujero de gusano—. Justo aquí —dijo Próspero— están los impulsores de cambio de plano, los motores más potentes. Os mostraré cómo activarlos y apuntar con esta arma.

Los dos siguieron sus instrucciones para rotar el acelerador y programar lo que Próspero llamaba sus coordenadas de trayectoria y delta-v. El dedo de Daeman tembló sobre el botón virtual de
inicio
.

—No nos has dicho cuánto tiempo tenemos hasta el impacto —le dijo a Próspero.

El holograma agitó los dedos.

—Cincuenta horas no parece mal. Una hora para llegar a la fermería y haceros con el control. Cuarenta y ocho horas para permitir que las nuevas llegadas sanen y para enviarlas a todas de vuelta intactas. Una hora luego para encontrar el camino hasta el sonie y escapar antes de que este pequeño mundo se acabe.

—¿No hay tiempo para dormir? —dijo Harman.

—Yo no lo aconsejaría —respondió Próspero—. Calibán probablemente intentará mataros cada minuto de ese tiempo.

Harman y Daeman intercambiaron una mirada.

—Podemos turnarnos para dormir y comer y vigilar los controles —dijo Daeman. Sopesó la pistola y luego la guardó en la mochila de Savi—. Mantendremos a Calibán a raya.

Harman asintió, vacilante. Parecía muy, muy cansado.

Daeman miró de nuevo la imagen en tiempo real del acelerador lineal y colocó el pulgar sobre el botón de activación del
impulsor
.

—Próspero, ¿estás seguro de que esto no acabará con la vida en la Tierra o algo así?

El magus se echó a reír.

—Con la vida tal como la conocéis, sí —dijo—. Pero no será un acontecimiento que acabe con la especie como un asteroide de fuego. Al menos no lo creo. Tendremos que verlo.

Daeman miro a Harman cuyas manos estaban hundidas hasta las muñecas en el panel virtual.

—Hazlo —dijo Harman.

Daeman pulsó el botón. En la pantalla sobre el proyector holográfico, ocho enormes impulsores situados en el extremo del acelerador lineal se iluminaron con sólidos y continuos latidos de ignición de iones azules. La larga estructura se estremeció levemente y empezó a moverse muy despacio, directamente hacia la cara de Daeman y Harman.

—Adiós, Próspero —dijo Daeman, recogiendo la mochila y encaminándose hacia la salida semipermeable.

—Oh, no —dijo Próspero—. Si llegáis a la fermería, yo estaré allí. No me perdería las siguientes cincuenta horas por nada del mundo.

54
Las llanuras de Ilión y Olimpo

Dejo la ciudad en llamas en busca de Aquiles y veo el caos extendiéndose hasta el mar. Troyanos y aqueos por igual apartan cadáveres de los cráteres humeantes de las Puertas Esceas y los llevan al borde del agua, y por todas partes hombres confundidos ayudan a sus camaradas heridos a volver a Ilión o a cruzar el foso defensivo que conduce a los campamentos griegos. Como sucede con la mayoría de los bombardeos aéreos de mi época, el ataque es más aterrorizador que efectivo. Imagino que hay varios cientos de muertos (guerreros troyanos y aqueos y civiles de Ilión incluidos), pero la mayoría escaparon ilesos, sobre todo lejos de las murallas que se desploman y los ladrillos que vuelan.

Mientras me acerco a la parte inferior de la Colina de Espinos veo al pequeño robot que se dirige hacia mí, arrastrando a su amigo flotante como si fuera un niño pequeño que tirara de una vagoneta Radio Flyer especialmente grande. Por algún motivo, me siento tan contento de verlos con vida (aunque quizás un término mejor sería decir que «siguen existiendo») que estoy a punto de echarme a llorar.

—Hockenberry —dice el robot, Mahnmut—, estás herido. ¿Es grave?

Me toco la cabeza y el cuero cabelludo. Casi ha dejado de sangrar.

—No es nada.

—Hockenberry, ¿sabes qué fue ese gran estallido?

—Una explosión nuclear —digo—. Podría haber sido termonuclear, pero a pesar de todo el ruido sospecho que fue sólo un arma de fisión. Un poco más grande que la bomba de Hiroshima, tal vez. No sé mucho de bombas.

Mahnmut ladea la cabeza para mirarme.

—¿De dónde eres, Hockenberry?

—De Indiana —respondo sin pensar.

Mahnmut espera.

—Soy escólico —le digo otra vez, sabiendo que él está transmitiendo todo esto a su silencioso amigo a través del enlace de radio que antes llamó tensorrayo—. Los dioses me reconstruyeron a partir de huesos viejos y ADN y algún tipo de fragmento de memoria que extrajeron de los trocitos que encontraron en la Tierra.

—¿Memoria a partir del ADN? —dijo Mahnmut—. No lo creo.

Agito las manos, impaciente.

—No importa —replico—. Soy un muerto ambulante. Viví en la segunda mitad del siglo XX, probablemente morí en la primera mitad del siglo XXI. Estoy un poco pez con las fechas. Estuve un poco pez sobre mi vida pasada hasta hace unas semanas, cuando los recuerdos empezaron a regresar. —Sacudo la cabeza—. Soy un muerto ambulante.

Mahnmut continúa mirándome con esa oscura tira metálica que tiene por ojos. Entonces asiente juiciosamente y me da una patada (con bastante mala idea) en la espinilla izquierda.

—¡La madre que te parió! —grito, saltando sobre la otra pierna—. ¿Por qué has hecho eso?

—Me parece que estás vivo —dice el robotito—. ¿Cómo viniste aquí desde el siglo XX o el siglo XXI de la Edad Perdida, Hockenberry? La mayoría de nuestros científicos moravecs están seguros de que el viaje temporal es imposible a menos que te aproximes a la velocidad de la luz o nades demasiado cerca de un agujero negro. ¿Has hecho alguna de esas cosas?

—No lo

—digo—. Y desde luego no
importa
. ¡Mira todo esto!

Indico la ciudad humeante y el caos de las llanuras de Ilión. Algunas de las naves griegas se están haciendo ya a la mar.

Mahnmut asiente. Para tratarse de un robot, su lenguaje corporal es extrañamente humano.

—Orphu se pregunta por qué han interrumpido los dioses su ataque —me dice.

Miro hacia el cascado caparazón que tiene detrás. A veces me olvido de que hay un cerebro ahí dentro.

—Dile a Orphu que no lo sé. Tal vez quieren disfrutar del miedo y el caos un rato antes de descargar el
coup de grâce
. —Vacilo un segundo—. Eso es francés y... —empiezo a decir.

—Sí, sé francés, por desgracia —dice Mahnmut—. Durante el bombardeo, Orphu me ha estado citando algunas tonterías irrelevantes de Proust en francés. ¿Qué vas a hacer a continuación, Hockenberry?

Miro hacia el campamento aqueo. Las tiendas arden, los caballos heridos corren despavoridos, los hombres se arremolinan, los barcos se aprestan a zarpar, otros se alejan ya de la costa, las velas hinchadas al viento.

—Iba a buscar a Aquiles y Héctor —digo—. Pero con este lío puede que tarde horas.

—Dentro de dieciocho minutos y treinta y cinco segundos va a suceder algo que lo cambiará todo —dice Mahnmut.

Lo miro y espero.

—Planté un... Aparato... allá arriba, en el Lago de la Caldera —dice el pequeño robot—. Orphu y yo lo trajimos desde el espacio de Júpiter. Llevar ese artilugio allá arriba era el objetivo principal de nuestra misión, aunque no tendríamos que haber sido nosotros los que... bueno, eso es otra historia. En cualquier caso, dentro de diecisiete minutos cincuenta y dos segundos el Aparato se disparará.

—¿Es una bomba? —pregunto roncamente. De repente tengo la boca completamente seca. No podría escupir ni aunque mi vida dependiera de ello.

Mahnmut se encoge de hombros a esa extraña manera humana suya.

—No lo sabemos.

—¡No lo sabéis! —exclamo—. ¿No lo sabéis? ¿Cómo habéis podido plantar un... un... Aparato allá arriba y colocar un temporizador si no sabéis qué es lo que va a hacer? ¡Es ridículo!

—Tal vez —dice Mahnmut—, pero para eso nos enviaron aquí... bueno... en realidad nos enviaron
allí
, los moravecs que planearon esta misión.

—¿Cuánto tiempo has dicho? —pregunto, agarrando el brazalete de supuesto cuero de mi muñeca que me sirve también de cronómetro oculto. El brazalete tiene microcircuitos y pequeños proyectores holográficos para cuando necesito saber la hora.

—Diecisiete minutos y ocho segundos —dice el pequeño robot—. Y contando.

Pongo el contador en mi reloj y dejo visible la pequeña pantalla holográfica.

—Mierda —digo.

—Sí —conviene Mahnmut—. ¿Vas a TCear de vuelta, Hockenberry? ¿Al Olimpo?

Yo me he llevado la mano al medallón TC de mi garganta, pero sólo porque estaba pensando en ganar unos cuantos minutos teleportándome al campamento aqueo para buscar a Aquiles. Pero la pregunta de Mahnmut me hace detenerme y pensar.

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