Authors: Dan Simmons
Levanto la cabeza lo suficiente para ver que ella está sonriendo, la barbilla apoyada en la mano izquierda, el dedo alzado a lo largo de la mejilla hasta una perfecta ceja oscura. Sus ojos son del color del coñac caro.
—Cólera —dice ella en voz baja—.
Menin aede thea
... ¿Sabes quién ganará esta guerra, Hockenberry?
Tengo que pensar rápido. Sería un escólico muy malo si no supiera cómo termina el poema (aunque la
Ilíada
acaba con los ritos funerarios por Patroclo, el amigo de Aquiles, no con la destrucción de Troya, y no hay ninguna mención a ningún caballo gigantesco excepto en los comentarios de la Odisea, que es otro poema distinto), pero si finjo saber cómo acabará esta guerra, y está claro por la discusión que acabo de oír que el edicto de Zeus de que no debe informarse a los dioses del futuro como se dice en la
Ilíada
sigue vigente... quiero decir, si los propios dioses no saben qué pasará a continuación, ¿no estaría yo poniéndome por encima de los dioses, incluyendo el Hado, al decírselo? La soberbia no ha sido nunca un tributo que estos dioses recompensen. Además, Zeus (el único que sabe la historia completa de la Ilíada) ha prohibido a los otros dioses que pregunten y a todos los escólicos que discutan otra cosa que no sean los acontecimientos ya pasados. Fastidiar a Zeus no es un buen plan para sobrevivir en el Olimpo. A pesar de todo, parece que estoy exento de la disrupción nanocítica. Por otro lado, creo por completo a la diosa del Amor cuando dice que convertirá mis tripas en ligas.
—¿Cuál era la pregunta, diosa? —es todo lo que consigo decir.
—Sabes cómo termina el poema de la
Ilíada
, pero desafiaría la orden de Zeus si te lo preguntara —dice Afrodita, su pequeña sonrisa desaparece, sustituida por algo parecido a un puchero—. Pero puedo preguntarte si ese poema predice esta realidad en concreto. ¿Lo hace? En tu opinión, escólico Hockenberry, ¿gobierna Zeus el universo, o lo gobierna el Hado?
Oh, mierda
, pienso. Cualquier respuesta acabará conmigo sin tripas y con esta hermosa mujer (diosa) usándolas como ligas viscosas.
—Tengo entendido, diosa, que aunque el universo se doblega a la voluntad de Zeus y debe obedecer los caprichos de la fuerza divina llamada Hado, el
kaos
todavía tiene algo que ver en las vidas de dioses y hombres.
Afrodita emite un sonido suave y divertido. Todo en ella es tan suave, apetecible, excitante...
—No esperaremos a que el caos decida esta competición —dice, la voz despojada de todo regocijo—. ¿Viste a Aquiles retirarse de la batalla hoy?
—Sí, diosa.
—¿Sabes que el ejecutor de hombres ya le ha rezado a Tetis para que castigue a sus amigos aqueos por la vergüenza que Agamenón le ha hecho pasar?
—No he sido testigo de esa oración, diosa, pero sé que sigue el rumbo del... del poema.
Esto sí puedo decirlo. Es un acontecimiento ya pasado. Además, la diosa marina Tetis es la madre de Aquiles y todo el mundo en el Olimpo sabe que él ha pedido su intervención.
—En efecto —dice Afrodita—. Esa perra gorda de pechos húmedos ya ha estado en el Gran Salón, y se arrojó a los pies de Zeus en cuanto el viejo loco regresó de su encuentro con los etíopes del río Océano. Le suplicó, por el bien de Aquiles, que garantizara victoria tras victoria a los troyanos, y el viejo carcamal accedió, poniéndose así en ruta de colisión con Hera, campeona principal de los argivos. De ahí la escena de la que fuiste testigo.
Permanezco de pie con los brazos extendidos, las palmas hacia abajo, la cabeza levemente inclinada, mientras contemplo a Afrodita como si fuera una cobra, pero sabiendo que si ella decide atacarme, el golpe será mucho más rápido y más letal que el de ninguna cobra.
—¿Sabes por qué has sobrevivido más que ningún otro escólico? —pregunta Afrodita.
Incapaz de hablar sin condenarme, niego levemente con la cabeza.
—Todavía estás vivo porque he previsto que ejecutes un servicio para mí.
El sudor que corre por mí frente me hace cosquillas y me pica en los ojos. Más sudor me empapa las mejillas y el cuello. Como escólicos, nuestro deber jurado (mi deber durante los últimos nueve años, dos meses y dieciocho días) es observar la guerra en las llanuras de Ilión sin intervenir jamás, observar sin cometer ningún acto que pudiera cambiar el resultado de la guerra o la conducta de sus héroes de ninguna forma.
—¿Me has oído, Hockenberry?
—Sí, diosa.
—¿Te interesa oír cuál será este servicio, escólico?
—Sí, diosa.
Afrodita se levanta del diván y ahora inclino la cabeza, pero oigo el roce de su túnica de seda, incluso la suave fricción de sus suaves muslos blancos frotándose levemente mientras se aproxima; puedo oler el aroma a perfume y hembra limpia mientras permanece tan cerca. Había olvidado por un momento lo alta que es una diosa, pero me acuerdo de nuestras respectivas alturas cuando se alza sobre mí, sus pechos a centímetros de mi cabeza gacha. Por un instante debo combatir la necesidad de enterrar mi cara en el valle perfumado entre esos pechos, y aunque sé bien que eso sería mi último acto antes de una muerte violenta, sospecho en este momento que bien merecería la pena.
Afrodita coloca la mano sobre mi tenso hombro, toca el duro cuero repujado del Casco de la Muerte y luego pasa las yemas de sus dedos por mi mejilla. A pesar de mi miedo, siento una poderosa erección sacudiéndose, alzándose, reafirmándose.
El susurro de la diosa, cuando se produce, es suave, sensual, levemente divertido, y estoy seguro de que ella sabe el estado en que me encuentro, lo espera como es debido. Baja la cabeza y se inclina tan cerca que noto el calor de su mejilla irradiando contra la mía mientras me susurra dos sencillas órdenes al oído.
—Vas a espiar a los otros dioses para mí —dice suavemente. Y entonces, apenas audible por el redoble de mi corazón—: Y cuando sea el momento adecuado, vas a matar a Atenea.
Contando a Mahnmut, había cinco moravecs galileanos en la cámara de reuniones presurizada en lo alto de la placazona. La criatura mecánica europana le resultaba familiar (el integrador primero Asteague/Che, con base en Pwyll), pero los otros tres le resultaban más extraños que los krakens al provinciano Mahnmut. El moravec ganimediano era alto, elegante como todos los ganimedianos, atávicamente humanoide, envuelto en negro buckycarbono y mirando con ojos de mosca; el calistano era de un tamaño y un diseño más parecidos a los de Mahnmut: de un metro de altura, sólo vagamente humanoide, con sintepiel e incluso un poco de carne real bajo la clara cobertura de polimido, y sólo treinta o cuarenta kilogramos de masa; la criatura ioniana era... impresionante. Un moravec de uso pesado y antiguo diseño, construido para soportar toros de plasma y géiseres de sulfuro, la entidad con base en Io medía al menos tres metros de altura y seis de longitud, y tenía la forma de un cangrejo de herradura terrestre: blindado, con un desordenado montón de apéndices morfeables, impulsores, lentes, flagelos, antenas, sensores de amplio espectro y facilitadores. Estaba obviamente acostumbrado al duro vacío: su superficie estaba erosionada y arañada, vuelta a pulir y reparada tantas veces que parecía tan llena de agujeros como la propia Io. Aquí, en la sala de reuniones presurizada, usaba potentes repulsores de fuente para no taladrar el suelo. Mahnmut se mantenía a distancia del ioniano, frente a él en la placa de comunión.
Ninguno de los demás se presentó, ni a través de infrarrojos ni por tensorrayo, así que Mahnmut hizo lo mismo. Se conectó a los umbilicales nutrientes en su hueco de la placa, y esperó.
Por mucho que le gustara respirar cuando podía permitirse el lujo de hacerlo, a Mahnmut le sorprendió que la sala estuviera presurizada a 700 milibares sobre todo, estando allí el ganimedano y el ioniano, que no respiraban. Entonces Asteague/Che empezó a comunicarse a través de micromodulación de ondas de presión de la atmósfera (en inglés de la Edad Perdida, nada menos) y Mahnmut advirtió que la sala estaba presurizada por cuestiones de intimidad, no de comodidad. El habla-sónica era la forma de comunicación más segura del sistema galileano, e incluso el blindado obrero durovac de Io había sido retroequipado para acomodarse a ello.
—Quiero daros las gracias a todos por dejar vuestros deberes para venir aquí hoy —empezó a decir el de Pwyll, el integrador primero—, sobre todo a los que habéis viajado desde fuera de este mundo para estar presentes. Yo soy Asteague/Che. Bienvenidos, Koros III de Ganímedes, Ri Po de Calisto, Mahnmut de la investigación del polo sur, aquí, en Europa, y Orphu de Io.
Mahnmut giró sorprendido e inmediatamente abrió un canal.
¿Orphu de Io? ¿Eres entonces mi viejo interlocutor shakespeariano, Orphu de Io?
En efecto, Mahnmut. Es un placer conocerte en persona, amigo mío.
¡Qué extraño!; ¿Cuáles eran las probabilidades de que nos encontráramos de esta manera, en persona, Orphu?
No tan extraño, amigo mío. Cuando me enteré de que ibas a ser invitado a esta expedición suicida, insistí en ser incluido.
¿Expedición suicida?
—...después de más de cincuenta años jupiterinos sin contacto con los posthumanos —estaba diciendo Asteague/Che—, unos seiscientos años terrestres, hemos perdido la pista de lo que están haciendo los pH. Es hora de enviar una expedición sistema adentro, hacia el fuego del campamento, y averiguar cuál es el estatus de estas criaturas y calibrar si son una amenaza directa e inmediata para los galileanos. —Asteague/Che hizo una breve pausa—. Tenemos motivos para sospechar que lo son.
La pared situada tras el integrador europano era transparente, por ella se veía la masa de Júpiter sobre los campos helados iluminados por las estrellas. Se volvió opaca y entonces mostró las diversas lunas y mundos moviéndose en su danza fija alrededor del lejano sol. La imagen se centró en el sistema Tierra-Luna-anillos.
—Durante los últimos quinientos años ha habido cada vez menos actividad en los espectros de frecuencia modulada, gavitrones y neutrinos en los anillos de habitáculos polares y ecuatoriales de los posthumanos —dijo Asteague/Che—. Durante el último siglo, ninguna. En la Tierra misma, sólo hay rastros residuales... posiblemente debidos a actividad robótica.
—¿Existe todavía el grupito de humanos originales? —preguntó Ri Po, el pequeño calistano.
—No lo sabemos —respondió Asteague/Che. El integrador pasó la mano por el teclado y una imagen de la Tierra llenó la ventana, Mahnmut sintió que se le paraba la respiración. Dos tercios del planeta estaban iluminados por el Sol. Mares azules y unos cuantos rastros de continentes marrones eran visibles bajo las masas móviles de nubes blancas. Mahnmut nunca había visto la Tierra, y la intensidad del color le resultó casi abrumadora.
—¿Es una imagen en tiempo real? —preguntó Koros III.
—Sí. El Consorcio de las Cinco Lunas ha construido un pequeño telescopio óptico de espacio profundo justo en la parte frontal exterior del magnetodisco jupiterino. Ri Po estuvo implicado en el proyecto.
—-Pido disculpas por la baja de resolución —dijo el calistano—. Ha pasado más de un año jupiterino desde que nos dedicamos a la astronomía de luz visible. Y este proyecto fue apresurado.
—¿Hay rastros de los originales? —dijo Orphu de Io.
Los descendientes de tu Shakespeare
, por tensorrayo a Mahnmut.
—No se sabe —contestó Asteague/Che—. La mayor resolución es inferior a dos kilómetros y no hemos visto ningún signo de vida humana-original ni de artefactos, aparte de ruinas previamente localizadas. Hay un poco de faxactividad de neutrinos, pero puede ser automática o residual. En realidad, los humanos no nos preocupan ahora. Los post-humanos sí.
¿Mi Shakespeare? ¡Querrás decir nuestro Shakespeare!
, tensorrayó Mahnmut al gran ioniano.
Lo siento, Mahnmut. Por mucho que me gusten los sonetos (incluso las obras teatrales de tu bardo) mi preferido es Proust.
¡Proust! ¡Ese esteta! ¡Estás bromeando!
En absoluto.
En el espectro subsónico del tensorrayo se produjo un estertor que Mahnmut interpretó como la risa del ioniano.
El integrador abrió imágenes de algunos de los millones de habitáculos orbitales moviéndose en su danza de anillos alrededor de la Tierra. Muchos eran blancos, otros plateados. Por brillantes que parecieran en la pesada luz, tan cerca del Sol, también parecían extrañamente fríos. Y vacíos.
—No hay lanzaderas. No hay evidencias de faxeo de neutrinos anillos-a-Tierra. Y el puente-convoy de materiales pesados acelerando entre los anillos y Marte (observado en fecha tan reciente como hace veinte años jupiterinos, doscientos cuarenta y tantos años anillo Tierra/pH) ha desaparecido.
—¿Crees que los posthumanos han desaparecido? —preguntó Koros III—. ¿Que habrán muerto? ¿O emigrado?
—Sabemos que hubo un cambio en su uso de energía, cronoclástico, cuántico y gravitacional —dijo el integrador. La unidad era más alta y un poco más humanoide que Mahnmut, cubierta de brillantes materiales amarillos. Su voz era suave, calmada, cuidadosamente modulada—. Nuestro interés se centra en Marte.
La imagen del cuarto planeta llenó la ventana.
El interés que Mahnmut sentía por Marte era marginal en el mejor de los casos, y las imágenes que tenía del planeta eran de la Edad Perdida. Este mundo no se parecía a las fotos y holos de aquella época.
En vez de un mundo rojo oxidado, la imagen reciente de Marte revelaba un mar azul que cubría la mayor parte del hemisferio norte, el río del Valle Marineris era una cinta azul de muchos kilómetros de ancho que conectaba con ese océano. Gran parte del hemisferio sur seguía siendo marrón rojizo, pero había también grandes manchas de verde. Los Montes Tharsis, en realidad volcanes, seguían del suroeste al noreste en oscura procesión (uno con una visible columna de humo), pero el Monte Olympus se alzaba ahora a unos veinte kilómetros de una enorme bahía que trazaba un arco en el océano norteño. Nubes blancas se amontonaban y agrupaban en la mitad iluminada de la imagen y brillantes luces resplandecían cerca de la Llanura de Hellas más allá del borde oscuro del exterminador. Mahnmut vio un huracán girando al norte de la costa de la Planicie Chryse.
—Lo terraformaron —dijo Mahnmut en voz alta—. Los posts terraformaron Marte.