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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (3 page)

BOOK: Imperio
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—¿Está diciendo que Estados Unidos necesita hacer lo mismo? —preguntó Reuben Malich.

—¡En absoluto! —respondió Torrent, fingiéndose horrorizado—. ¡Dios no lo quiera! Sólo digo que si Estados Unidos quiere alguna vez tener un peso en la historia como lo tuvo Roma, en vez de ser un breve episodio como fueron los imperios caldeo o sasánida, será porque habremos engendrado a nuestro propio Augusto, y gobernaremos allá donde ahora sólo compramos y vendemos.

—Entonces espero que caigamos antes —dijo Reuben Malich. Supo al decirlo que debería haberse guardado aquel comentario para sus notas en árabe. Ésa era la trampa a la que lo había conducido Torrent al demostrarle respeto; sin embargo, sabiendo que se había descubierto y que sin duda Torrent lo ignoraría, no podía guardar silencio, porque entonces los estudiantes estarían convencidos de que aquel soldado anhelaba tanto el imperio como aparentemente lo anhelaba Torrent—. Estados Unidos existe como idea —dijo Reuben—, y si renunciamos a esa idea, entonces no habrá ningún motivo para que Estados Unidos exista.

—Oh, Soldadito, pobrecillo —dijo Torrent—. La idea de Estados Unidos se perdió con la Seguridad Social. Pusimos el clavo en el ataúd con los derechos colectivos. No queremos la libertad individual porque no queremos asumir individualmente la responsabilidad. Queremos que otro se encargue de nosotros. Si tuviéramos un dictador que hiciera que todo funcionara mejor que nuestro sistema actual y al mismo tiempo fingiera respetar el Congreso, le lameríamos la mano como perros.

Todos los alumnos del seminario hicieron muecas, pero no porque pensaran que estaba equivocado, sino porque aquello sonaba a neoconservadurismo.

—Una vez más —les recordó Torrent—. No estoy abogando por nada. Sólo hago una observación. Somos historiadores, no políticos. Tenemos que examinar cómo funcionan nuestras instituciones, no cómo deseamos engañarnos pensando que deberían funcionar. Nuestra política a corto plazo frustra siempre los intereses nacionales a largo plazo. No podemos arreglar la Seguridad Social, no podemos arreglar el sistema fiscal, no podemos arreglar el déficit comercial, no podemos arreglar las exportaciones, no podemos arreglar nada porque siempre hay dinero de campañas implicado o la demagogia impide cualquier avance. ¡Entre la ANR
[1]
y la AAPR,
[2]
ni siquiera se pueden hacer las cosas sobre las que las grandes mayorías están de acuerdo en que deben hacerse! La democracia a esta escala no funciona, no funciona desde hace años. Y en cuanto a la idea americana, nos desprendimos de ella con la Gran Depresión y
nadie la echa de menos.
—Entonces sonrió—. Excepto tal vez el Soldadito.

La Universidad de Princeton era justo lo que Reuben esperaba que fuera: hostil a todo lo que él valoraba, despectiva, con ínfulas y estrecha de miras. De hecho, exactamente como los de la universidad pensaban que era el Ejército.

Siguió pensando, durante el primer par de semestres, que tal vez esa actitud suya hacia ellos era tan cegata y tendenciosa y equivocada como la de ellos hacia él. Pero clase tras clase, seminario tras seminario, descubrió que demasiados estudiantes estaban decididos a seguir ignorando cualquier dato del mundo real que no encajara con sus ideas preconcebidas. E incluso aquellos que trataban de mantener la amplitud de miras simplemente no advertían la magnitud de las mentiras que les habían contado sobre la historia, los valores, la religión, todo. Así que tomaban los hechos históricos y los cotejaban con los dogmas de los catedráticos izquierdistas y pensaban que la verdad se encontraba en algún punto intermedio.

Y por lo que Reuben podía decir, el punto intermedio que encontraban seguía estando muy lejos de cualquier dato fidedigno sobre el mundo real.

«¿Soy igual que ellos, un intolerante que sólo aprende lo que encaja con mi visión del mundo?» Eso era lo que no paraba de preguntarse. Pero finalmente llegó a la conclusión de que no, no lo era. Se enfrentaba a cada información nueva tal como venía. Cuestionaba sus propias convicciones cada vez que la información parecía violarlas. Cambiaba de opinión, y a menudo. A veces sólo en parte, a veces por completo. Héroes que una vez había admirado (Douglas MacArthur, por ejemplo) le daban horror. ¿Cómo podía un comandante ser tan engreído tan infundadamente? De otros a los que antes no apreciaba (aquel gran burócrata, Eisenhower, o aquel terrible incompetente, Burnside), había aprendido a apreciar no pocas virtudes.

El Ejército lo había enviado allí para aprender eso, se daba cuenta. Sí, un doctorado en historia sería útil. Pero en realidad estaba consiguiendo un doctorado en dudas y escepticismo, una licenciatura en la retórica y las creencias de la loca izquierda. Podría sentarse en una habitación con un senador de la extrema izquierda y escucharlo con cara seria, sin tener que rebatir ningún punto, y comprendiendo por completo todo lo que decía y todo lo que daba a entender.

En otras palabras, estaba aprendiendo acerca del enemigo igual que cuando estaba en una misión de Operaciones Especiales en un país extranjero que ignoraba (oficialmente al menos) su presencia.

La Universidad de Princeton era como un planeta alienígena. Reuben Malich el astronauta que había perdido el casco... y se pasaba día tras día resollando en busca de aire.

Tuvo que adquirir la disciplina de hierro del soldado que trabaja con el Gobierno: la habilidad de permanecer en la misma sala con la estupidez y no decir nada, no dejar intuir nada.

Sin embargo, el verdadero peligro no era que perdiera los nervios. En el segundo año de carrera comprendió que empezaba a aceptar algunas de las ideas más absurdas como si tuvieran alguna base de verdad. Era Goebbels en la práctica: si cuentas las mismas mentiras el tiempo suficiente y con suficientemente énfasis, incluso la gente que más sabe acaba dándote la razón.

Somos animales tribales. No podemos enfrentarnos mucho tiempo a la tribu.

Gracias al cielo podía volver a casa con Cecily cada día. Ella era su ancla con la realidad. Contrariamente a la izquierda de pega de la universidad, Cessy era una auténtica liberal a la antigua usanza, una demócrata de la tradición que llegó a su cénit con Truman y tocó su última trompeta con Moynihan.

Era parte de la locura de su matrimonio, el motivo por el que su padre no dejaba de preguntarle, incluso el misino día de la boda:

—¿Tienes la menor idea de lo que estás haciendo?

Porque Reuben no sólo estaba comprometido con valores conservadores, era también de familia y educación serbias, un cristiano ortodoxo que sabía serbio porque sus padres se habían asegurado de que lo aprendiera.

Cessy era croata. Católica, sí, pero también de la tribu que los serbios más odiaban. Serbios y croatas habían sido en el pasado el mismo pueblo. Pero los turcos habían gobernado Serbia durante mucho tiempo y Croacia había estado por su parte bajo la protección de la católica Austro-Hungría. ¿Qué sabían los croatas de opresión y sufrimiento? Y cuando llegaron los nazis, colaboraron con los conquistadores, y el precio de su perfidia se pagó con sangre serbia.

Nadie olvidaba cosas como ésa en los Balcanes. Esas heridas escocían generación tras generación. Así que, cuando Reuben volvió a casa desde Ohio con una chica
croata
y la dejó con su familia mientras se marchaba a cumplir su servicio de entrenamiento en la reserva a su país, sus padres estaban escandalizados.

Ella se los ganó por completo. Era difícil creer que nadie pudiera vencer el férreo odio de su padre por los croatas, pero Cessy había insistido en que no pasaría nada y que se marchara a jugar a los soldados un rato. Y cuando Reuben regresó a casa de permiso la primera vez, rápidamente quedó claro no sólo que su familia apreciaba a Cessy, sino que la apreciaba mucho más que a Reuben. Oh, decían que todavía lo querían más a él, pero él sabía que era sólo para hacer que se sintiera bien. Ellos
adoraban
a Cessy.

Y a él le parecía bien.

—Deberías ser nuestra embajadora ante las Naciones Unidas —le dijo durante aquel primer permiso—. Podrías hacer que hutus y tutsis fueran amigos. Podrías conseguir que israelíes y palestinos se abrazaran y besaran. Hindúes y musulmanes, hindúes y sijs, shia y baha'i, vascos y españoles...

—Vascos y españoles no —le dijo ella—. Ese problema se remonta a cuando todavía había mastodontes en Europa. Es prácticamente como si fueran cromañones contra neardentales.

—Quiero que nuestros bebés sean tan listos como tú y tan duros como yo —dijo él.

—Yo sólo quiero que se parezcan a mí —dijo Cessy—. Porque tener hijas que se parezcan a ti sería cruel.

Sus hijas se parecieron en efecto a Cessy, y sus hijos tenían el cuerpo esbelto y flexible de Reuben, y en general su vida familiar era perfecta. Eso se encontraba cada día cuando volvía a casa de la facultad; ése era el entorno en el que estudiaba. Ésa era la raíz en la realidad que seguía llamándolo desde el borde de la seducción de aquella tierra de fantasía académica.

Hasta que Averell Torrent decidió que quería el alma de Reuben.

No era la primera vez que un profesor acosaba a Reuben. Se habían molestado porque había asistido a clase de uniforme el primer día. Se lo habían tomado como una afrenta. ¿Por qué no iban a hacerlo? Eso había pretendido.

Algunos simplemente lo ignoraron el resto del semestre, hasta que su trabajo durante el curso los obligó a ponerle sobresaliente. Otros le declararon la guerra, pero con sus burdos ataques a Reuben siempre conseguían que el tiro les saliera por la culata y se ganaba la simpatía de los otros estudiantes, porque Reuben respondía a todos los ataques con infalible cortesía y sensatez. Muchos empezaron a defenderlo... y por extensión a defender el Ejército. Así que Reuben decidió perder tranquilamente todas las batallas en clase por los corazones y las mentes de los estudiantes, pero ganó la guerra.

Con Torrent, sin embargo, mientras estudiaban los imperios antiguos (Egipto, China) y las antiguas repúblicas (primero Atenas, luego Roma), para los compañeros de clase se convirtió en un espectáculo de enfrentamiento entre Torrent y Reuben. No se enfadaban con Reuben (sabían que era Torrent quien siempre iniciaba sus largos debates que consumían toda la clase), pero lamentaban el hecho de que Reuben Malich hubiera acaparado su única clase con el gran hombre.

«No puedo evitarlo —respondía Reuben en silencio a su malestar—. Viene a por mí. ¿Qué se supone que debo hacer, taparme los oídos y cantar en voz alta para no oír sus preguntas?»Aunque se sentía tentado de hacer precisamente eso. Porque lo que Torrent decía de Estados Unidos y el imperio tenía una lógica perversa. Mientras que los otros estudiantes se iban por las ramas discutiendo si las declaraciones de Torrent eran «conservadoras» o liberales», «reaccionarias» o «políticamente correctas», Reuben no podía dejar de darle vueltas a la afirmación de Torrent: que Estallos Unidos no estaba en la situación de Roma antes de su caída, sino en la situación de Roma antes de que la guerra civil destruyera la República y propiciara la dictadura de los Césares.

Así que cuando Torrent finalmente acalló los intentos de los estudiantes por adscribir sus observaciones a uno u otro campo político, Reuben se dispuso a hablar.

—Señor —dijo—, si la guerra civil es la precursora necesaria del fin de la democracia...

—De la fachada de democracia.

—Entonces eso significa que nuestra república, tal como está, se encuentra a salvo. Porque nosotros no tenemos señores de la guerra. No tenemos ejércitos privados.

—Querrá usted decir «de momento» —contestó Torrent de inmediato—. Querrá decir «que sepamos».

—No somos Yugoslavia —respondió Reuben, el ejemplo más obvio, para él al menos—. No tenemos claras divisiones étnicas.

De nuevo, una avalancha de protestas de los otros alumnos. ¿Y los negros? ¿Los hispanos? ¿Los judíos?

Debatieron un rato, pero Reuben estaba decidido a seguir el hilo de su razonamiento.

—Podemos tener tumultos, pero no guerras sostenidas, porque los bandos están demasiado mezclados geográficamente y los recursos son demasiado unilaterales.

Torrent negó con la cabeza.

—Las semillas de la guerra civil están siempre ahí, en cada país. Inglaterra en el siglo XVII... nadie hubiese dicho que aquellos engreídos puritanos provocarían una guerra civil entre monárquicos y puritanos, y, sin embargo, lo hicieron.

—Entonces cree
usted
que Estados Unidos podría dividirse en dos facciones capaces de librar una guerra sostenida? —preguntó Reuben.

Torrent sonrió.

—El estado rojo y el estado azul.
[3]

—Yo lo digo. Pero la división geográfica sigue estando clara. El Noreste y la Costa Oeste contra el Sur y el Centro, con algunos estados divididos porque están demasiado equilibrados.

—Nadie va a
combatir
por esas diferencias.

Torrent esbozó su irritante sonrisa de superioridad.

—El discurso actual es ya tan apasionado y demencial y está tan cargado de odio como lo estuvo el de la esclavitud antes de la primera Guerra Civil... e incluso entonces la mayoría de la gente se negó a creer que la guerra fuese posible hasta que cayó Fort Sumter.

—Una cosa —dijo Reuben—. Una cosita nada más.

—¿Sí?

—El Ejército de Estados Unidos está absolutamente dominado por los ideales del estado rojo. Hay algunos azules, sí, por supuesto. Pero no te enrolas en el Ejército, por lo general, a menos que compartas bastante la ideología del estado rojo.

—Entonces, como los del estado rojo controlan el Ejército, usted piensa que no puede haber una guerra civil.

—Creo que es improbable.

—No se burle de mí.

Reuben se encogió de hombros. No se estaba burlando, estaba especificando, pero que Torrent pensara lo que quisiera.

—¿Y si la Casa Blanca controlara el estado azul? —preguntó Torrent—. ¿Y si el presidente ordenara que las tropas estadounidenses dispararan contra los ciudadanos americanos que lucharan por los ideales del estado rojo?

—Nosotros obedecemos al presidente, señor.

—Porque piensan que los llamarán para disparar contra los grupos de milicias de chalados neofascistas de Montana —dijo Torrent—. ¿Y si les dijeran que dispararan contra la Guardia Nacional de Alabama?

—Si hubiera una rebelión en Alabama, lo haríamos de inmediato.

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