Informe sobre la Tierra: Fundamentalmente Inofensiva (18 page)

BOOK: Informe sobre la Tierra: Fundamentalmente Inofensiva
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Estaba completamente claro que no podía abrirlo allí mismo, en la cabaña, ni siquiera en el pueblo. Podría aparecer delante de ella en cualquier momento. Lo que significaba que tendría que ir a donde no la encontrara.

Podía detenerse allí mismo, donde estaba. Había tomado aquel camino con la esperanza de que no fuese tras ella, pero aunque la siguiera jamás la encontraría entre los árboles de la colina, a la caída de la noche y bajo la lluvia.

Mientras subía la colina, el paquete no había dejado de agitarse bajo su brazo. Era un objeto agradablemente grande: una caja de tapa cuadrada con lados del tamaño de un brazo y de una cuarta de hondo, envuelta en papel marrón y atada con una novedosa cuerda que se anudaba sola. No sonaba al agitarlo pero, cosa interesante, el peso se concentraba en el medio.

Y ya que había llegado tan lejos, se daría el gusto de no pararse allí, sino de continuar hacia lo que parecía ser zona prohibida, donde había caído la nave de su padre. No estaba completamente segura de lo que significaba la palabra «encantada», pero sería divertido averiguarlo. Continuaría la marcha y dejaría el paquete para cuando llegara allí.

Pero se estaba haciendo de noche. Aún no había utilizado la pequeña linterna porque no quería que la vieran desde lejos. Ahora tendría que usarla, pero ya no importaba porque estaba en la otra ladera de la colina que dividía los dos valles.

Encendió la linterna. Casi en el mismo momento, un relámpago en forma de horquilla desgarró el valle al que se dirigía, dándole un buen susto. Cuando las tinieblas volvieron a envolverla como un escalofrío y un trueno resonó por toda la comarca, se sintió súbitamente indefensa y perdida con sólo un débil lápiz luminoso que le temblaba en la mano. Quizá debería pararse, después de todo, y abrir el paquete allí mismo. O volver, quizá, y salir mañana otra vez. Pero sólo fue una vacilación momentánea. Sabía que aquella noche no volvería, y pensó que nunca se presentaría otra ocasión.

Empezó a bajar por la ladera. La lluvia empezaba a arreciar. Mientras poco antes sólo caían algunas gotas gruesas, ahora estaba cayendo un buen chaparrón que silbaba entre los árboles, y el terreno se iba volviendo resbaladizo bajo sus pies.

Al menos pensaba que era la lluvia lo que silbaba. Había sombras que saltaban y la miraban de reojo mientras la luz de su linterna se movía entre los árboles. De frente y hacia abajo.

Siguió a toda prisa durante otros diez o quince minutos, ya calada hasta los huesos y tiritando, y poco a poco se dio cuenta de que más allá, frente a ella, parecía haber otra luz. Era muy tenue y no sabía si se lo estaba imaginando. Apagó la linterna para comprobarlo. Parecía haber una especie de débil resplandor. No sabía qué era. Volvió a encender la linterna y continuó colina abajo, derecha hacia lo que fuese aquello.

Pero algo pasaba en el bosque.

De momento no sabía qué era, pero no daba la animada impresión de un bosque saludable a las puertas de una buena primavera. Los árboles se inclinaban en quebradizos ángulos y tenían un aire pálido y marchito. Al pasar frente a ellos, más de una vez Random tuvo la inquietante impresión de que intentaban alcanzarla, pero sólo era una ilusión causada por la forma en que la luz de su linterna hacía oscilar y parpadear las sombras.

De pronto, algo cayó de un árbol delante de ella. Alarmada, dio un salto hacia atrás, dejando caer la linterna y el paquete. Se puso en cuclillas y sacó del bolsillo la piedra especialmente afilada.

Lo que había caído del árbol se estaba moviendo. La linterna en el suelo, apuntaba en su dirección: una sombra amplia y grotesca apareció entre la luz, dirigiéndose hacia ella con movimientos vacilantes. Oyó un débil rumor de crujidos y chillidos entre el continuo silbido de la lluvia. Buscó a tientas por el suelo, encontró la linterna y enfocó directamente a la criatura.

En aquel mismo momento, otra saltó de un árbol a unos pocos metros de distancia. Enfocó rápidamente la linterna de una a otra. Alzó la mano con la piedra, dispuesta a arrojarla.

Eran bastante pequeñas, en realidad. El ángulo de la luz era lo que las hacía parecer tan grandes. No sólo pequeñas, sino diminutas, peludas y delicadas. Y había otra, que caía ahora de los árboles. Cruzó el rayo de luz, de modo que la vio claramente.

Cayó con limpieza y precisión, se volvió y luego, como las otras dos, empezó a avanzar despacio y decididamente hacia ella.

Random se quedó inmóvil en el sitio. Aún blandía la piedra, lista para lanzarla, pero cada vez se convencía más de que las criaturas a quienes estaba apuntando con la piedra dispuesta a arrojársela, eran ardillas. O al menos, criaturas semejantes a ardillas. Suaves, cálidos, delicados animalitos parecidos a ardillas que se acercaban a ella en una actitud que no sabía si le gustaba.

Enfocó de lleno a la primera. Hacía ruidos agresivos, intimidantes, como si chillara, y en uno de sus diminutos puños llevaba un trapo rosa, húmedo y raído. Random alzó la piedra con aire amenazador, pero aquello no hizo impresión alguna en la ardilla, que siguió avanzando hacia ella con el trapo húmedo.

Dio un paso atrás. No sabía cómo enfrentarse a aquello. Si hubieran sido animales de brillantes colmillos, bravos, gruñones y babeantes, se habría abalanzado resueltamente sobre ellos, pero no tenía ni idea de cómo encararse con unas ardillas que se comportaban así.

Siguió retrocediendo. La segunda ardilla iniciaba una maniobra para rodearla por el flanco derecho. Llevaba como una copa. Parecía el dedal de una bellota. La tercera iba justo detrás de ella, avanzando a su vez. ¿Qué era lo que llevaba? Como un trozo de papel húmedo, pensó Random.

Dio otro paso atrás, tropezó con el tobillo en la raíz de un árbol y cayó hacia atrás.

Inmediatamente, la primera ardilla se precipitó hacia adelante y se abalanzó sobre ella, reptando por su estómago con una fría determinación en los ojos y un trapo húmedo en el puño.

Random intentó incorporarse de un salto, pero sólo logró moverse unos centímetros. La ardilla hizo un movimiento brusco sobre su estómago, que la sobresaltó. El animalito se inmovilizó, apretándole la piel con sus diminutas garras a través de la empapada camisa. Entonces, despacio, centímetro a centímetro, prosiguió su ascensión sobre ella, se paró y le ofreció el trapo.

Random se sintió casi hipnotizada por el extraño aspecto de la criatura y sus ojos diminutos y relucientes. Volvió a ofrecerle el trapo. Repitió la operación varias veces, chillando con insistencia, hasta que al fin, con un movimiento nervioso y vacilante, Random se lo arrebató. La criatura siguió observándola con atención, recorriéndole el rostro con rápidos movimientos de los ojos. Random no sabía qué hacer. Por la cara le corría lluvia y barro y tenía una ardilla sentada encima. Se limpió el barro de los ojos con el trapo.

La ardilla profirió un grito de triunfo, recuperó el trapo, se levantó de un salto, se alejó correteando hacia la oscura noche circundante, trepó rápidamente a un árbol, se metió en un agujero del tronco, se puso cómoda y encendió un cigarrillo. Mientras, Random trataba de mantener a raya a la ardilla que llevaba la copa de bellota llena de lluvia y a la que tenía el papel. Retrocedió apoyándose en el trasero.

—¡No!— gritó—. ¡Fuera!

Retrocedieron asustadas y luego volvieron a la carga con sus regalos. Random blandió la piedra hacia ellas.

—¡Marchaos!— gritó.

Las ardillas se retiraron, consternadas. Luego, una de ellas se lanzó directamente hacia ella, le soltó en el regazo la copa de bellota, se volvió y salió corriendo hacia la oscuridad. La otra permaneció un momento inmóvil, temblando, luego colocó ordenadamente el trozo de papel a sus pies y desapareció a su vez.

Estaba sola de nuevo, pero estremecida de confusión. Tambaleándose, se puso en pie, recogió la piedra y el paquete, se quedó quieta y luego cogió también el trozo de papel. Estaba tan húmedo y deteriorado que resultaba difícil saber qué era. Parecía un fragmento de una revista de líneas aéreas.

Justo cuando Random intentaba comprender exactamente qué significaba todo aquello, un hombre apareció en el claro, la apuntó con un rifle de horrible aspecto y disparó.

A cuatro o cinco kilómetros detrás de ella, por la otra ladera, Arthur subía arrastrando penosamente la pierna.

Unos minutos después de emprender la marcha, había vuelto a casa a buscar una linterna. Que no era eléctrica. La única del pueblo se la había llevado Random. Era una especie de mortecino quinqué: una lata de la fragua de Strinder, provista de un depósito de combustible de aceite de pescado y una mecha de hierba seca y trenzada, perforada y envuelta en una telilla traslúcida hecha con membranas secas de la tripa de un Animal Completamente Normal.

Acababa de apagársele.

La agitó unos momentos de un lado para otro en un gesto completamente inútil. Era evidente que no iba a conseguir que el quinqué se encendiese de nuevo en medio del fuerte aguacero, pero había que hacer un intento simbólico. De mala gana, lo tiró al suelo. ¿Qué hacer? Era imposible. Estaba enteramente empapado, le pesaba la ropa, abultada por la lluvia, y además estaba perdido en la oscuridad.

Durante un breve instante se vio envuelto en luz cegadora, y a continuación se vio perdido de nuevo en la oscuridad.

Pero al menos el relámpago le había mostrado que se encontraba muy cerca de la cresta de la colina. Una vez que la rebasara, podría..., bueno, no estaba seguro de lo que podría hacer. Ya lo pensaría cuando llegase.

Siguió cojeando, cuesta arriba.

Pocos minutos después, sin aliento, comprendió que se encontraba en la cumbre. Abajo, a lo lejos, había como un tenue destello. No tenía idea de qué era, y en realidad apenas le apetecía pensarlo. Pero era lo único que podía hacer, así que, tropezando, perdido y asustado echó a andar hacia el resplandor.

El destello de luz mortal pasó limpiamente a través de Random y, un par de segundos después, lo mismo hizo el individuo que lo había lanzado. Aparte de eso, el desconocido no prestó atención alguna a Random. Había disparado a alguien que estaba detrás de ella, y cuando Random se volvió a mirar, él estaba arrodillado junto a un cadáver, registrándole los bolsillos

La escena se inmovilizó y desapareció. Un momento después fue sustituida por unos dientes gigantescos enmarcados en unos inmensos labios rojos y perfectamente pintados. De pronto surgió un enorme cepillo azul y empezó a aplicar espuma a los dientes, que siguieron brillando entre la trémula cortina de lluvia.

Random parpadeó dos veces y entonces lo entendió.

Era un anuncio. El tipo que le había disparado formaba parte de una película holográfica de las que se proyectan en los vuelos. Ya debía estar muy cerca de donde se había estrellado la nave. Evidentemente, algunos de sus dispositivos eran más indestructibles que otros.

El siguiente kilómetro de su excursión fue especialmente penoso. No sólo tuvo que vérselas con el frío, la lluvia y la oscuridad, sino también con los fragmentados y revueltos restos de los mecanismos de distracción de a bordo. A su alrededor, naves espaciales, coches a reacción y helípodos se estrellaban y explotaban continuamente, iluminando la noche, gente de malvado aspecto con extraños sombreros hacía contrabando a través de ella con drogas peligrosas, y en un pequeño claro a su izquierda la orquesta y coros de la Opera Estatal de Hallapolis ejecutaba la Marcha de la Guardia Estelar de Anjaqantine, que cierra el Acto IV del Blamvellanum de Woont, de Rizgar.

Y entonces llegó al borde de un cráter burbujeante de muy desagradable aspecto. En el fondo del agujero aún persistía un tenue y cálido resplandor despedido por lo que en otras circunstancias se habría tomado por un enorme chicle caramelizado: los restos fundidos de una gran nave espacial.

Se quedó mirándolo durante un buen rato y luego echó a andar en torno al borde. Ya no estaba segura de lo que buscaba, pero siguió avanzando de todas formas, dejando a su izquierda el horror del cráter.

La lluvia empezó a ceder un poco, pero seguía cayendo bastante, y como ignoraba lo que había en la caja, si era algo delicado o que pudiera estropearse, pensó en buscar un sitio relativamente seco para abrirlo. Esperó que no lo hubiera estropeado ya, cuando se le cayó.

Enfocó la linterna hacia los árboles circundantes, que por aquella parte eran escasos, en su mayoría calcinados y partidos. A media distancia creyó distinguir una confusa masa rocosa que podría procurarle abrigo y se encaminó hacia allá. Por todos lados encontraba despojos expelidos en el momento en que la nave se hizo pedazos, antes de la bola de fuego final.

A unos doscientos o trescientos metros del borde del cráter se encontró con los destartalados fragmentos de un material esponjoso de color rosa, empapado, cubierto de barro y goteante entre los árboles rotos. Supuso, correctamente, que debían de ser los restos de la envoltura de escape que había salvado la vida a su padre. Se acercó a observarlo con más detenimiento y entonces vio en el suelo algo medio cubierto por el barro.

Lo recogió y lo limpió. Era una especie de aparato electrónico del tamaño de un libro pequeño. En respuesta a su pulsación, destellando tenuemente en la portada, surgieron unas letras amplias y graciosas. Decían: NO SE ASUSTE. Sabía lo que era. Era el ejemplar de su padre de la Guía del autoestopista galáctico.

El descubrimiento la tranquilizó inmediatamente, alzó la cabeza al tormentoso cielo y dejó que la lluvia le resbalara por la cara hasta la boca.

Sacudió la cabeza y se apresuró hacia las rocas. Encaramada a ellas, casi en seguida encontró el sitio perfecto. La entrada de una gruta. Enfocó el interior con la linterna. Parecía seco y seguro. Avanzando con mucho cuidado, entró. Era bastante espaciosa, aunque no muy profunda. Agotada y llena de alivio se sentó en una piedra cómoda, puso la caja delante de ella y procedió a abrirla de inmediato.

17

Durante una largo período de tiempo hubo muchas conjeturas y polémicas sobre adónde había ido a parar la «materia perdida» del Universo. En toda la Galaxia, los departamentos científicos de las más importantes universidades adquirían equipos cada vez más elaborados para sondear y escudriñar las entrañas de galaxias lejanas, y luego el centro mismo y hasta los límites de todo el Universo, pero cuando finalmente se descubrió, resultó ser el material en que embalaban los equipos.

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