Informe sobre la Tierra: Fundamentalmente Inofensiva (15 page)

BOOK: Informe sobre la Tierra: Fundamentalmente Inofensiva
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Pero la mejor carne de todas se salvaba del festín y se entregaba fría al Hacedor de Bocadillos que, aplicando sobre ella las artes que los dioses habían enviado a Lamuella por mediación suya, producía los exquisitos Bocadillos de la Tercera Estación que todos los del pueblo consumirían al día siguiente, antes de empezar a prepararse para los rigores del Próximo invierno.

Hoy sólo hacía bocadillos corrientes, si es que tales exquisiteces, tan amorosamente preparadas, pudieran calificarse alguna vez de corrientes. Su ayudante estaba ausente, de modo que el Hacedor de Bocadillos aplicaba su propia guarnición, cosa que le encantaba. En realidad disfrutaba con casi todo.

Cortaba una loncha, cantaba. Colocaba cuidadosamente cada loncha de carne en una rebanada de pan, la recortaba y armaba un rompecabezas con todos los recortes. Un poco de ensalada, algo de salsa, otra rebanada de pan, otro bocadillo, otra estrofa de «Yellow Submarine».

—Hola, Arthur.

El Hacedor de Bocadillos casi se rebanó el pulgar.

Los aldeanos observaron consternados cómo la mujer se dirigía resueltamente a la cabaña del Hacedor de Bocadillos. Bob Todopoderoso les había enviado al Hacedor de Bocadillos en un carro de fuego. Al menos eso decía Thrashbarg, que era la autoridad en esas cosas. Bueno, al menos eso afirmaba Thrashbarg, y Thrashbarg era..., etcétera, etcétera. No merecía la pena discutir sobre eso.

Algunos aldeanos se preguntaban por qué Bob Todopoderoso iba a enviarles su único divino Hacedor de Bocadillos en un carro de fuego en lugar de, pongamos, en otro que hubiera aterrizado tranquilamente sin destruir medio bosque, llenándolo de espíritus y además lesionando seriamente al propio Hacedor de Bocadillos. El Anciano Thrashbarg explicó que ésa era la voluntad inefable de Bob, y cuando le preguntaron qué significaba inefable, él les dijo que buscaran la palabra en el diccionario.

Lo que constituyó un problema, porque el único diccionario lo tenía el Anciano Thrashbarg y no quería prestárselo. Le preguntaron por qué no se lo dejaba y él contestó que ellos no tenían por qué saber cuál era la voluntad de Bob Todopoderoso, y cuando le preguntaron por qué no, volvió a responderles que porque lo decía él. De todas formas, alguien entró un día subrepticiamente en la cabaña del Anciano Thrashbarg mientras él había salido a bañarse y buscó «inefable». Al parecer, «inefable» significaba «incognoscible, indescriptible, indecible, algo imposible de conocer y que no puede expresarse con palabras». Así que aquello aclaraba las cosas.

Por lo menos tenían los bocadillos.

El Anciano Thrashbarg dijo un día que Bob Todopoderoso había decretado que él, Thrashbarg, fuese el primero en escoger bocadillos. Los aldeanos le preguntaron cuándo había ocurrido eso exactamente, y él les contestó que el día anterior, cuando ellos no miraban.

—¡Tened fe o arderéis en la hoguera!— sentenció el Anciano Thrashbarg.

Le dejaron ser el primero en escoger bocadillos. Parecía lo más fácil.

Y ahora aquella mujer que venía de muy lejos había ido derecha a la cabaña del Hacedor de Bocadillos. Estaba claro que se había extendido su fama, aunque era difícil saber a dónde, ya que según el Anciano Thrashbarg no existía ningún otro sitio. En cualquier caso, viniera de donde viniese, probablemente de alguna parte inefable, ya estaba allí y en aquellos momentos se encontraba en la choza del Hacedor de Bocadillos. ¿Quién era aquella mujer? ¿Y quién era la extraña niña malhumorada que se había quedado frente a la cabaña, dando patadas a las piedras y con todas las muestras de no querer estar allí? ¿No resultaba raro que alguien viniese de algún lugar inefable en un carro que a todas luces era mucho mejor que aquel de fuego en que les habían enviado al Hacedor de Bocadillos, si ni siquiera quería estar allí?

Todos miraron a Thrashbarg, pero estaba de rodillas, murmurando, con los ojos fijos en el cielo y decidido a no cruzar la mirada con nadie hasta que se le ocurriera algo.

—¡Trillian!— exclamó el Hacedor de Bocadillos, chupándose la sangre del pulgar—. ¿Qué...? ¿Quién...? ¿Cuándo...? ¿Dónde...?

—Justo las preguntas que yo iba a hacerte— repuso Trillian, echando una mirada por la cabaña de Arthur.

Estaba limpia, con los utensilios de cocina bien ordenados. Había armarios y estantes bastante sencillos, y un camastro en un rincón. Al fondo de la habitación había una puerta que Trillian no supo adónde daba porque estaba cerrada.

—Bonito— comentó, aunque en tono inquisitivo. No llegaba a comprender la situación.

—Muy bonito— convino Arthur—. Maravilloso. No sé si alguna vez he estado en algún sitio tan bonito. Soy feliz aquí. Me aprecian, les hago bocadillos y..., bueno, eso es todo. Me aprecian y les hago bocadillos.

—Parece, humm...

—¡dílico— concluyó Arthur en tono firme—. Lo es. Verdaderamente, lo es. No espero que te guste mucho, pero para mí es, bueno, perfecto. Oye, siéntate, por favor, ponte cómoda. ¿Puedo ofrecerte algo, humm, un bocadillo?

Trillian cogió un bocadillo y lo observó. Lo olió con atención.

—Pruébalo— sugirió Arthur—. Está bueno.

Trillian dio un mordisquito, luego un bocado y lo masticó con aire Pensativo.

—Está bueno— confirmó, mirándolo.

—La obra de mi vida— sentenció Arthur, tratando de imprimir orgullo a la voz y esperando no parecer un completo imbécil. Estaba acostumbrado a que le reverenciaran un poco, y de pronto tenía que realizar algunos cambios de velocidad mental.

—¿De qué es la carne?— preguntó Trillian.

—Ah, sí. Es, humm, es de Animal Completamente Normal.

—¿De qué?

—De Animal Completamente Normal. Es parecido a una vaca, o mejor dicho, a un toro. Una especie de búfalo, en realidad, Un animal grande, que embiste.

—¿Y qué tiene de raro!

—Nada, es completamente normal.

—Ya veo.

—Sólo es raro el sitio de dónde viene.

Tricia frunció el ceño y dejó de masticar.

—¿De dónde viene?— preguntó con la boca llena. No tragaría hasta saberlo.

—Pues, bueno, no es sólo de dónde viene, sino también de adónde va. La carne está muy bien, se puede comer perfectamente. Yo he consumido toneladas. Es estupenda. Muy jugosa. Muy tierna. Un sabor ligeramente dulce con un regusto enigmático y prolongado.

Trillian seguía sin tragar.

—¿De dónde viene?— preguntó— , ¿y adónde va?

—Vienen de un sitio que está un poco al este de las Montañas Hondo. Son las mas grandes que tenemos por aquí, debes haberlas visto al venir, luego se precipitan a millares por las llanuras Anhondo y, bueno, eso es todo. De ahí es de donde vienen. Ahí es adonde van.

Trillian frunció el ceño. En todo aquello había algo que no acababa de comprender.

—Quizá no me haya explicado con la suficiente claridad— añadió Arthur—. Cuando digo que vienen de un lugar al este de las Montañas Hondo, me refiero a que ahí es donde aparecen de repente. Luego pasan a toda velocidad por las llanuras Anhondo y, bueno, desaparecen. Disponemos de unos seis días para cazar lo más posible antes de que se esfumen. En primavera hacen lo mismo, sólo que al revés, ¿comprendes?

De mala gana, Trillian tragó. O eso o escupirlo, y en realidad tenía muy buen sabor.

—Entiendo— aseguró, después de comprobar que no le había sentado mal—. ¿Y por qué los llaman Animales Completamente Normales?

—Pues creo que, porque si no, la gente podría pensar que era un poco raro. Me parece que fue el Anciano Thrashbarg quien les puso ese nombre. Dice que vienen de donde vienen y que van adonde van, que ésa es la voluntad de Bob y sanseacabó.

—¿Quién...?

—Ni se te ocurra preguntarlo.

—Bueno, parece que te va bien.

—Me encuentro bien. Tú tienes buen aspecto.

—Estoy bien. Muy bien.

—Pues eso es bueno.

—Sí.

—Bien.

—Bien.

—Muy amable de tu parte haber venido a verme.

—Gracias.

—Bueno— repitió Arthur, buscando algo que decir. Era asombroso lo difícil que resultaba pensar en algo que decir a alguien después de tanto tiempo.

—Supongo que te preguntarás cómo he dado contigo— dijo Trillian.

—¡Sí!— exclamó Arthur—. Precisamente eso me estaba preguntando. ¿Cómo me has encontrado?

—Bueno, pues no sé si lo sabes o no, pero ahora trabajo en una gran emisora Sub-Etha, de esas que...

—Sí, lo sabía— afirmó Arthur, recordando de pronto—. Sí, lo has hecho muy bien. Es estupendo. Muy interesante. Bien hecho. Debe ser muy divertido.

—Agotador.

—Toda esa precipitación de un lado para otro. Supongo que sí, ya lo creo.

—Tenemos acceso prácticamente a toda clase de información. Encontré tu nombre en la lista de pasajeros de la nave que se estrelló.

Arthur se quedó pasmado.

—¿Quieres decir que sabían lo del accidente?

—Pues claro que lo sabían. Una nave espacial de línea no puede desaparecer sin que nadie se entere.

—Pero ¿quieres decir que sabían dónde había ocurrido? ¿Sabían que yo había sobrevivido?

—Sí.

—Pero nadie ha salido a mirar, ni a buscar ni a rescatar a nadie. No han hecho absolutamente nada.

—Bueno, no podían. Lo del seguro era toda una complicación. Simplemente echaron tierra a todo el asunto. Hicieron como si no hubiera pasado nada. Lo de los de seguros se ha convertido en una verdadera estafa. ¿Sabes que han vuelto a establecer la pena de muerte para los directores de las empresas de seguros?

—¿De verdad?— repuso Arthur—. No, no lo sabía. ¿Por qué delito?

Trillian frunció el ceño.

—¿Delito? ¿A qué te refieres?

—Ya entiendo.

Trillian dirigió una larga mirada a Arthur y luego, con otro tono de voz, le conminó:

—Es hora de que afrontes tus responsabilidades, Arthur.

Arthur trató de entender aquella observación. Con frecuencia tardaba unos momentos en comprender exactamente adónde quería ir a parar la gente, así que dejó pasar unos momentos, sin prisa. La vida era muy agradable y relajada en aquellos días, había tiempo para calar el significado de las cosas. Dejó que la observación calara en su mente.

Pero siguió sin comprender qué quería decir, así que terminó confesándoselo.

Trillian le respondió con una sonrisa fría y luego se volvió a la puerta de la cabaña.

—¿Random?— llamó—. Pasa. Ven a conocer a tu padre.

14

Mientras la Guía volvía a plegarse en un disco liso y negro, Ford comprendió algo verdaderamente tremendo. O al menos trató de comprenderlo, pues era demasiado tremendo para digerirlo de un solo golpe. La cabeza le martilleaba, el tobillo le dolía. Y aunque no quería mostrarse blando consigo mismo por lo del tobillo, siempre le había parecido que donde mejor entendía la lógica multidimensional intensa era en la bañera. Necesitaba tiempo para pensarlo. Tiempo, una buena copa y algún suntuoso aceite de baño que hiciese mucha espuma.

Tenía que salir de allí. Tenía que sacar la Guía de allí. No podría lograr las dos cosas a la vez.

Lanzó una mirada frenética por la habitación.

Piensa, piensa, piensa. Debía ser algo sencillo y evidente. Si se confirmaba su oscura y desagradable sospecha de que tenía que vérselas con oscuros y desagradables vogones, cuanto más sencillo y evidente mejor.

De pronto vio lo que necesitaba.

No intentaría vencer al sistema, sino utilizarlo. Lo más pavoroso de los vogones era su determinación absolutamente insensata de realizar cualquier insensatez que estuvieran decididos a llevar a cabo. No tenía sentido tratar de que entraran en razón porque carecían de ella. Si uno no perdía los nervios, sin embargo, a veces podía explotarse su ciega e intimidante insistencia en ser ciegos e intimidantes. No era sólo que su mano izquierda no siempre supiese lo que hacía su derecha, por decirlo así; sino que muy a menudo su mano derecha sólo tenía una idea bastante vaga de sus propias actividades.

¿Se atrevería simplemente a enviárselo a si mismo por correo?

¿Osaría introducirlo en el sistema y dejar que los vogones se las ingeniaran para relacionarlo con él mientras se dedicaban al mismo tiempo, tal como probablemente harían, a desmantelar el edificio para descubrir dónde lo había escondido?

Sí.

Febrilmente, lo guardó en una caja, lo envolvió y le puso una etiqueta. Tras detenerse un momento a pensar si estaba haciendo lo más acertado, lanzó el paquete por el conducto del correo interno del edificio.

—Colin— dijo, volviéndose hacia la pequeña bola flotante— , voy a abandonarte a tu destino.

—Soy tan feliz— repuso Colin.

—Aprovecha mientras puedas. Porque quiero que te ocupes de que ese paquete salga del edificio. Lo más probable es que te incineren cuando te encuentren, y yo no estaré aquí para ayudarte. Será muy, pero que muy desagradable para ti, y es una verdadera lástima. ¿Entiendes?

—Hago gorgoritos de placer— contestó Colin.

—¡Vamos!— ordenó Ford.

Obedientemente, Colin se lanzó por el conducto del correo en pos de su objetivo. Ahora Ford sólo tenía que preocuparse de sí mismo, pero eso seguía siendo una preocupación de lo más esencial. Se oía un estrépito de pasos frente a la puerta, que había tenido la precaución de cerrar con llave y atrancar con un gran archivador.

Le preocupaba que todo hubiera marchado tan a pedir de boca. Todo había salido de maravilla. Llevaba todo el día comportándose con inconsciencia y temeridad, y sin embargo todo le había salido increíblemente bien. Salvo por el zapato. Le daba rabia lo del zapato. Ésa era una cuenta que habría que ajustar.

La puerta se abrió con un estruendo ensordecedor. Entre el humo y el polvo de la explosión, Ford vio grandes criaturas semejantes a babosas que entraban precipitadamente.

Así que todo iba bien, ¿eh? ¿Todo marchaba como si le acompañara la suerte más extraordinaria? Bueno, ya se ocuparía de eso.

Con espíritu de investigación científica, volvió a arrojarse por la ventana.

15

El primer mes, que emplearon en conocerse el uno al otro, fue un poco difícil.

El segundo mes, en que intentaron asimilar los descubrimientos del primer mes, fue mucho más fácil.

El tercer mes, cuando llegó el paquete, fue verdaderamente muy delicado.

Al principio, fue un problema hasta tratar de explicar qué era un mes. En Lamuella, para Arthur había sido una cuestión sencilla y agradable. El día duraba algo más de veinticinco horas, lo que fundamentalmente suponía una hora más en la cama todos los días y, naturalmente, poner sistemáticamente en hora el reloj, cosa que a Arthur le encantaba hacer.

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