Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas (67 page)

BOOK: Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas
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Cuando las condiciones atmosféricas son tales que el aire sobre una ciudad permanece estática durante cierto tiempo, las materias contaminadoras se aglomeran, ensucian el aire, favorecen la formación de una bruma humosa
(smog)
sobre la cual se hizo publicidad por vez primera en Los Ángeles, aunque ya existía desde mucho tiempo atrás en numerosas ciudades y hoy día existe en muchas más. Mirándolo desde su aspecto más nocivo, puede arrebatar millares de vidas entre aquellas personas cuya edad o enfermedad les impide tolerar esa tensión adicional en sus pulmones. Han tenido lugar desastres semejantes en Donora (Pennsylvania), en 1948. y en Londres, en 1952.

Los desperdicios químicos contaminan el agua potable de la Tierra, y algunas veces ocasionan la noticia dramática. Así, por ejemplo, en 1970 se comprobó que los compuestos de mercurio vertidos con absoluta inconsciencia en las aguas mundiales se habían abierto camino hasta los organismos marinos, a veces en cantidades peligrosas. A este paso, el océano dejará de ser para nosotros una fuente alimentaria ubérrima, pues habremos hecho ya un buen trabajo preliminar para envenenarlo por completo.

El uso indiscriminado de pesticidas persistentes ocasiona primero su incorporación a las plantas y luego a los animales. Debido a este envenenamiento progresivo, los pájaros encuentran cada vez más dificultades para formar normalmente las cáscaras de sus huevos; tanto es así que nuestro ataque contra los insectos amenaza con la extinción del halcón peregrino.

Prácticamente, cada uno de los llamados avances tecnológicos —concebidos apresurada e irreflexivamente para superar a los competidores y multiplicar los beneficios— suele crear dificultades. Los detergentes sintéticos vienen sustituyendo a los jabones desde la Segunda Guerra Mundial. Entre los ingredientes importantes de esos detergentes hay varios fosfatos que disueltos en el agua facilitan y aceleran prodigiosamente el crecimiento de microorganismos, los cuales consumen el oxígeno del agua causando así la muerte de otros organismos acuáticos. Esos cambios deletéreos del hábitat acuátil («eutroficación») están produciendo el rápido envejecimiento, por ejemplo, de los Grandes Lagos —sobre todo, el poco profundo lago Erie— y abreviando su vida natural en millones de años. Así, el lago Erie será algún día la ciénaga Erie, mientras que el pantano de Everglades se desecará totalmente.

Las especies vivientes son interdependientes a ultranza. Hay casos evidentes como la conexión entre plantas y abejas. donde las abejas polinizan las plantas y éstas alimentan a las abejas, y millones de otros casos menos evidentes. Cada vez que la vida facilita o dificulta las cosas a una especie determinada, docenas de otras especies sufren las repercusiones … algunas veces de forma difícilmente previsible. El estudio de esas interconexiones vitales, la ecología, no ha despertado hasta ahora el interés general, pues en muchos casos la Humanidad, en su afán por obtener ganancias a corto plazo ha alterado la estructura ecológica hasta el punto de crear graves dificultades a largo plazo. Es preciso aprender a explorar el terreno concienzudamente antes de saltar.

Incluso se hace necesario reflexionar con cordura sobre un asunto tan exótico aparentemente como es la cohetería. Un solo cohete de gran tamaño puede inyectar gases residuales por centenares de toneladas en la atmósfera más allá de los 155 km. Esas cantidades pueden alterar apreciablemente las propiedades de la tenue atmósfera superior y desencadenar cambios climáticos imprevisibles. Hacia 1971 se propuso emplear gigantescos aviones comerciales supersónicos (SST) cuyas trayectorias atravesarían la estratosfera para permitirles viajar a velocidades superiores a la del sonido. Quienes se oponen a su utilización no sólo citan el factor «ruido» debido a las explosiones sónicas, sino también la posibilidad de una contaminación que podría perturbar el clima.

Otro elemento que da aún peor cariz al desarrollo cuantitativo, es la distribución desigual del género humano en la superficie terrestre. Por todas partes se tiende al apiñamiento dentro de las áreas urbanas. En los Estados Unidos, donde la población crece sin cesar, los Estados agrícolas no sólo participan en la explosión, sino que también están perdiendo pobladores. Se calcula que la población urbana del globo terráqueo se duplica no cada treinta y cinco años, sino cada once años. En el 2005, cuando la población total del globo terráqueo se haya duplicado, la población metropolitana habrá aumentado, a este ritmo, más de nueve veces.

Eso es inquietante. Hoy estamos presenciando ya una dislocación de las estructuras sociales, una dislocación que se acentúa en aquellas naciones progresivas donde la urbanización es más aparente. Dentro de esos países hay una concentración exorbitante en las ciudades, destacando especialmente sus distritos más populosos. Es indudable que cuando el hacinamiento de los seres vivientes rebasa ciertos límites, se manifiestan muchas formas de comportamiento patológico. Así se ha verificado mediante los experimentos de laboratorio con ratas; la Prensa y nuestra propia experiencia nos convencen de que ello es también aplicable a los seres humanos.

Así pues, parece evidente que
si las actuales tendencias prosiguen sin variación su camino
, las estructuras sociales y tecnológicas del mundo se vendrán abajo dentro del próximo medio siglo con derivaciones incalculables. La Humanidad, en su desenfrenado enloquecimiento, puede recurrir al cataclismo postrero, la guerra termonuclear.

Pero,
¿proseguirán
las actuales tendencias?

Indudablemente, su cambio requerirá un gran esfuerzo general, lo cual significa que también será preciso cambiar unas creencias veneradas desde lejanas fechas. Durante casi toda la historia del hombre, éste ha vivido en un mundo donde la vida era breve y muchos niños morían en plena lactancia todavía. Para que no se extinguiera la población tribal, cada mujer debía engendrar tantos hijos como pudiera. Por esta razón se deificaba la maternidad y se estigmatizaba toda propensión tendente a reducir el índice de natalidad. Se restringía la posición social de las mujeres reduciéndolas a máquinas procreadoras y de crianza. Se supervisaba estrictamente la vida sexual aprobándose tan sólo aquellas acciones que culminasen con la concepción; todo lo demás se conceptuaba como perversión pecaminosa.

Pero ahora vivimos en un mundo superpoblado. Si hemos de evitar la catástrofe, será preciso considerar la maternidad como un privilegio muy especial otorgado con restricción. Deben evolucionar nuestras opiniones sobre el sexo y su asociación con el alumbramiento.

Una vez más, los problemas del mundo —los problemas realmente serios— son de naturaleza global. Los problemas planteados por la sobrepoblación, la sobrecontaminación y la desaparición de recursos, el riesgo de guerra nuclear, que afecta a todas las naciones y tal vez no haya soluciones reales a menos que cooperen todas las naciones. Lo que esto significa es que una nación ya no puede seguir adelante por sí misma, sin tener en cuenta a las demás, las naciones ya no pueden actuar bajo la presunción de que existe una cosa llamada «seguridad nacional», y que algo bueno les puede ocurrir a ellos si algo malo sucede a los demás. En resumen, es necesario un gobierno mundial; uno de tipo federal para permitir el libre juego de las diferencias culturales, uno en que además (confiamos en ello) se garanticen los derechos humanos.

¿Podrá ocurrir una cosa así?

Tal vez.

En las páginas precedentes, he hablado de población mundial e índice de incremento de la población hasta 1970. Y ha sido así porque desde esa fecha el índice de crecimiento parece haberse enlentecido. Los gobiernos cada vez se han percatado más del enorme peligro de la sobrepoblación y han sido corrientemente conscientes de que ningún problema podrá resolverse mientras el problema de la población no lo sea. Cada vez más, se alienta la planificación de la población, y China (que con su población de mil millones de personas representa por sí sola una cuarta parte de la población mundial) está, en este momento, alentando con fuerza la familia de un solo hijo.

El resultado es que el crecimiento de la población mundial ha declinado desde el 2 % en 1970 hasta un estimado 1,6 % a principios de los años 1980. En realidad, la población mundial ha aumentado ya hasta 4.500.000.000 personas, por lo que un porcentaje del 1,6 % representa 72.000.000 de personas adicionales cada año, es decir, un poco más que el incremento anual en 1970. No nos hemos separado aún suficiente en otras palabras, pero nos encontramos avanzando en la dirección correcta.

Y lo que es más, estamos siendo testigos de un firme reforzamiento del feminismo. Las mujeres se percatan de la importancia de ejercer un papel igual en cada una de las facetas de los seres vivientes, y están cada vez más determinadas a hacerlo así. La importancia de este desarrollo (aparte de la simple justicia de todo ello) es que las mujeres comprometidas en el trabajo del mundo, pueden encontrar otros medios de alcanzar una plena realización de sí mismas que sus papeles tradicionales de máquina de hacer bebés y de cuidado de la casa, por lo que el índice de nacimientos es muy probable que se mantenga bajo.

En realidad, el movimiento en dirección del control de población, por esencial que sea para cualquiera que se detenga a pensar todo esto durante un momento, no carece de sus propios oponentes. En Estados Unidos, un grupo activo se opone no sólo al aborto, sino también a la clase de educación sexual que se imparte en las escuelas y de la disponibilidad de artilugios contraceptivos, que harían innecesario el aborto. La única forma, según su punto de vista, de disminuir legítimamente el índice de nacimientos, es la abstinencia sexual, algo que ninguna persona en su sano juicio puede suponer que la gente va a estar conforme con ello. Este grupo se denomina a sí mismo «Derecho a la vida», pero un nombre mejor para la gente que no reconoce los peligros de la sobrepoblación sería el de «Derecho a la estupidez fatal».

Luego, también, en 1973,Ias naciones árabes, que controlan la mayor parte del abastecimiento mundial de petróleo, efectuaron un temporal bloqueo para castigar a las naciones occidentales que, según su punto de vista, estaban ayudando a Israel. Esta política, y los años que siguieron en que el precio del petróleo se fue elevando con firmeza, sirvieron para convencer a las naciones industrializadas de la absoluta necesidad de la conservación de la energía. Si esta política continúa —y se añade a la misma una resuelta determinación de remplazar los combustibles fósiles, hasta donde sea posible, por la energía solar, la fusión nuclear y unas renovadas fuentes de energía—, habremos dado un paso de gigante hacia nuestra supervivencia.

También existe una aumentada preocupación acerca de la calidad del medio ambiente. En Estados Unidos, la administración de Ronald Reagan, que llegó al poder en 1981, ha puesto en marcha numerosos logros que favorecen los negocios por encima de los ideales humanitarios que habían sido practicados desde los tiempos del «New Deal» de Franklin D. Roosevelt, hace ya medio siglo. En esto, la administración Reagan siente que debe apoyar a la mayoría del pueblo norteamericano. Sin embargo, cuando la Agencia de Protección del Medio Ambiente fue puesta en manos de los que creen que los beneficios de unos pocos son de mayor valor que el envenenamiento de muchos, se alzó un coro de protestas que forzaron la reorganización de dicha institución y a la admisión de que la administración Reagan había «interpretado mal su mandato».

Tampoco debemos subestimar el efecto de la tecnología avanzada. Existe, por ejemplo, la revolución en las comunicaciones. La proliferación de los satélites de comunicaciones hará posible en un futuro próximo que cada persona pueda hallarse al alcance de cualquier otra persona. Las naciones subdesarrolladas podrán soslayar la necesidad de las primeras redes de comunicaciones, que implicaban graves inversiones de capital y avanzar directamente hacia un mundo en que cada cual tenga su emisora de televisión personal, por así decirlo, para recibir y emitir mensajes.

El mundo se hará mucho más pequeño y se parecerá, en estructura social, a una especie de pequeño pueblo. (Incluso se ha acuñado la frase de
pueblo global
para describir esa nueva situación.) La educación podrá penetrar en cada rincón de ese pueblo global a través de la ubicuidad de la televisión. La nueva generación de cualquier nación subdesarrollada podrá desarrollarse al aprender cosas acerca de los modernos métodos agrícolas, sobre el empleo apropiado de los fertilizantes y de los pesticidas y acerca de las técnicas de la regulación de nacimientos.

Tal vez, por primera vez en la historia de la Tierra, exista una tendencia hacia la descentralización. Con la ubicua televisión haciendo a todas las partes del mundo igualmente accesibles a las conferencias de negocios, y a las bibliotecas y a los programas culturales, habrá menos necesidad de conglomerarlo todo en una amplia y decadente masa.

Los ordenadores y los robots (de los que discutiré en el capítulo siguiente) pueden tener también unos efectos saludables. Así, pues, ¿quién sabe? La catástrofe puede estar a la vuelta de la esquina, pero la carrera hacia la salvación tal vez no haya acabado por completo.

Viviendo en el mar

Suponiendo que se gane esa carrera hacia la salvación, que los niveles de la población se estabilicen y dé comienzo un lento decrecimiento humano, que se instituya un gobierno mundial efectivo y sensato, que tolere la diversidad local, pero no el crimen local, que se atienda a la estructura ecológica y se preserve sistemáticamente la Tierra … ¿cuál será entonces nuestro rumbo?

Por lo pronto, el hombre continuará extendiendo su radio de acción. Habiendo comenzado como un homínido primitivo en el África Oriental —inicialmente su difusión y sus éxitos serían tal vez similares a los del gorila actual—, se extendió con parsimonia hasta que, hace quince mil años, colonizó toda la «isla mundial» (Asia, África y Europa). Luego dio el salto a las Américas, Australia y, por último, las islas del Pacífico. Llegado el siglo XX, la población siguió siendo escasa en áreas particularmente ingratas —tales como el Sáhara, el desierto arábigo y Groenlandia—, pero ninguna zona de tamaño medio estuvo deshabitada salvo la Antártida. (Hoy día, las estaciones científicas por lo menos se han instalado permanentemente en el más inhabitable de los continentes.)

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