Read Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas Online
Authors: Isaac Asimov
Una repercusión particularmente interesante e insospechada de las primeras migraciones europeas se da en España. Este caso se descubrió en un estudio sobre la distribución de la sangre Rh. (Los grupos sanguíneos Rh se denominan así por la reacción de la sangre frente al antisuero preparado en combinación con los hematíes del mono Rhesus. Ahí hay por lo menos ocho alelomorfos del correspondiente gen; siete se llaman «Rh positivos», y el octavo, recesivo con respecto a todos los demás, se denomina «Rh negativo», porque surte efecto solamente cuando una persona ha recibido los alelomorfos de ambos padres.) En los Estados Unidos, el 85 % de la población es Rh positivo, y el 15 % Rh negativo. Esa misma proporción se mantiene en casi todos los pueblos europeos. Pero, como nota curiosa, los vascos constituyen una excepción con un 60 % aproximado de Rh negativo y un 40 % de Rh positivo. Y los vascos son también singulares por su lengua, la cual no está relacionada lo más mínimo con ningún otro idioma conocido.
De ahí se puede inferir esta conclusión: los vascos son el remanente de algún pueblo Rh negativo que invadió Europa en tiempos prehistóricos. Se supone que alguna oleada ulterior de tribus invasoras Rh positivas les harían replegarse a su montañoso refugio en el rincón occidental del continente; es decir hoy permanece allí el único grupo superviviente de los «primitivos europeos». Los pequeños residuos de genes Rh negativos en el resto de Europa y entre los descendientes americanos de colonizadores europeos pueden representar un legado de aquellos europeos primigenios.
Los pueblos asiáticos, los negros africanos, los indios americanos y los aborígenes australianos son casi totalmente Rh positivos.
Todo intento de profecía sobre el futuro del hombre es una proposición muy aventurada, y por ello creemos preferible dejársela a los místicos y los escritores de ciencia ficción (aunque, por cierto, yo también escribo obras de ciencia ficción entre otras cosas). Pero sí podemos afirmar una cosa con bastante seguridad. A menos que no sobrevenga una catástrofe mundial, tal como una guerra nuclear total, o un ataque masivo desde el espacio exterior o la pandemia de una enfermedad nueva y letal, la población humana crecerá rápidamente. Ahora es ya tres veces mayor que hace solamente siglo y medio. Según se ha calculado, el número de seres humanos que han vivido sobre la Tierra durante el periodo de los últimos 600.000 años se eleva a setenta y siete miles de millones. Si este cálculo es acertado, en estos mamemos vive el 4 % de todos los seres humanos que han alentado sobre la corteza terrestre. Y la población mundial sigue aumentando a un ritmo tremendo …, un ritmo más rápido que en ninguna época anterior.
Como no tenemos censos de las poblaciones antiguas, debemos calcularlos por aproximación, tomando como base todo cuanto conocemos sobre las condiciones de la vida humana. Los ecólogos opinan que el abastecimiento de alimentos «preagricolas» —obtenibles mediante la caza, la pesca, la recolección de frutos silvestres y nueces, etc.—, no pudo haber procurado la manutención de una población mundial superior a los veinte millones, y con toda probabilidad, la población existente durante el Paleolítico fue solamente la tercera parte de esa cifra o la mitad a lo sumo. Esto significa que en el año 6000 a. de J. C. habría entre seis y diez millones de personas, es decir menos que la población de una ciudad actual, como Shanghai o Ciudad de México. (Cuando se descubrió América, los indios colectores de alimentos no sumarian más de 250.000 en lo que es hoy Estados Unidos, lo cual equivale a imaginar la población de Daytan [Ohio] extendida por todo el continente.)
El primer gran salto de la población mundial llegó con la revolución neolítica y la agricultura. El biólogo británico Julian Sorrell Huxley (nieto de aquel Huxley que fuera el «bulldog de Darwin») calcula que la población inició entonces su crecimiento a un ritmo que la duplicaba cada mil setecientos años más o menos. Al comenzar la Edad de Bronce, la población sumaría un total aproximado de veinticinco millones; con el comienzo de la Edad de Hierro serían setenta millones, y al iniciarse la Era Cristiana, ciento cincuenta millones, cuya tercera parte poblaría el Imperio Romano, otra tercera parte el Imperio Chino y la última estaría diseminada en diversas regiones. Allá por 1600, la población totalizaría, quizá, ciento cincuenta millones, una cifra considerablemente inferior a la población actual de China solamente.
En este punto, el suave índice de crecimiento terminó, y la población comenzó a estallar. Las exploraciones mundiales abrieron más de 50 millones de kilómetros cuadrados de tierras casi vacías en nuevos continentes, a través de la colonización por parte de los europeos. La Revolución industrial del siglo XVIII aceleró la producción de alimentos y de personas. Incluso las atrasadas China y la India participaron en la explosión de la población. La duplicación de la población mundial tuvo lugar ahora no en un período de casi dos milenios, sino en menos de dos siglos. La población se amplió desde unos 500.000.000 en 1600 a 900.000.000 en 1800. Desde entonces ha crecido en un índice aún mayor. Hacia 1900, se alcanzaron los 1.600.000.000. En los primeros setenta años del siglo XX, ha trepado hasta 3.600.000.000 a pesar de las guerras mundiales.
En 1970, la población mundial estaba creciendo al índice de 220.000 personas cada día, es decir, 70.000.000 cada año. Éste fue un incremento en una proporción del 2,0 % cada año (en comparación con un incremento estimado de sólo el 0,3 % al año en 1650). A este índice, la población de la Tierra se doblaría en unos treinta y cinco años; y en algunas regiones, tales como América Latina, esa duplicación aún tendría lugar en un plazo más corto.
En este momento, los estudiosos de la explosión de la población se están inclinando fuertemente hacia el punto de vista maltusiano, que ha sido impopular desde que se propuso en 1798. Como ya dije antes, Thomas Robert Malthus mantuvo, en
Un ensayo sobre el principio de la población
, que la población siempre tiende a crecer más de prisa que el suministro de alimentos, con el inevitable resultado de hambres periódicas y guerras. A pesar de sus predicciones, la población mundial ha crecido rápidamente sin ningunos serios retrocesos durante el pasado siglo y medio. Pero, para poder posponer la catástrofe, debemos estar agradecidos, en amplia medida, a que grandes zonas de tierra se hallen aún abiertas para la expansión de la producción de alimentos. Pero ahora empiezan a escasear nuevas tierras arables. Una gran parte de la población mundial está subalimentada, y debemos hacer grandes y poderosos esfuerzos para borrar esta subnutrición crónica. En realidad, el mar puede ser más racionalmente explotado y sus alimentos multiplicados. El uso de fertilizantes químicos debe aún introducirse en amplias áreas. El uso apropiado de los pesticidas reducirá las pérdidas alimenticias a causa de la depredación de los insectos en zonas donde tales perdidas aún no han podido enjugarse. También existen medios de alentar directamente el crecimiento. Hormonas vegetales como la
gibberellina
(estudiada por los bioquímicos japoneses antes de la Segunda Guerra Mundial y que llegaron a la atención occidental en los años 1950) acelerarían el crecimiento de las plantas (tal vez al suprimir las bacterias intestinales que, de otra forma, compiten por el suministro de alimentos que pasa a través de los intestinos, y al suprimir poco graves pero debilitantes infecciones). Sin embargo, con las nuevas bocas que alimentar multiplicándose a su índice actual, costará hercúleos esfuerzos meramente mantener el crecimiento mundial a su presente marca que no es demasiado buena, en que unos 300 millones de niños de menos de cinco años, en todo el mundo, se hallan subnutridos hasta el punto de sufrir un permanente daño cerebral.
Incluso un recurso tan común (y tan desdeñado hasta fechas muy recientes) como es el agua potable, está empezando a resentirse de la escasez general. Hoy día se consume agua potable en el mundo entero a razón de 7.600.000.000.000 de litros diarios, aunque el total del agua de lluvia —por el momento, principal fuente suministradora de agua potable— equivale a esa cantidad multiplicada por cincuenta, sólo una fracción de ella es fácilmente recuperable. Y en los Estados Unidos, donde se consume agua potable a razón de doce mil trescientos millones de litros diarios —una proporción per cápita mayor, por lo general, que en el resto del mundo— sólo se embalsa y emplea de una forma u otra el 10 % del total del agua de lluvia.
Así, resulta que la construcción de presas en los lagos y ríos del mundo es cada vez más intensa. (Las presas de Siria e Israel, en el Jordán, o de Arizona y California, en el río Colorado, sirven como ejemplo.) Se abren pozos cada vez más profundos, y en algunas regiones terrestres el nivel de las aguas subterráneas desciende peligrosamente. Se han efectuado diversas tentativas para conservar el agua potable, incluyendo el uso del alcohol cetílico para cubrir lagos y embalses en zonas de Australia, Israel y África Oriental. El alcohol cetílico se extiende como una película con un grosor igual al de una molécula, e impide la evaporación del agua sin contaminarla. (Desde luego, la contaminación del agua mediante las aguas fecales y los desperdicios industriales ocasiona un perjuicio adicional a las menguantes reservas de agua potable.)
Al parecer, algún día se hará necesario obtener agua potable de los océanos, pues éstos ofrecen un abastecimiento ilimitado para un futuro previsible. Entre los métodos más prometedores de desalinización figuran la destilación y el congelamiento. Por añadidura, se están haciendo experimentos con membranas que seleccionarán las moléculas de agua para darles paso y rechazarán los diversos iones. Reviste tal importancia este problema que la Unión Soviética y los Estados Unidos están proyectando emprender la tarea conjuntamente, cuando resulta tan difícil concertar la cooperación entre esos dos países siempre dispuestos a competir entre sí.
Pero seamos optimistas, mientras nos sea posible y no reconozcamos ninguna limitación del ingenio humano. Supongamos que mediante los milagros tecnológicos se decuplica la productividad de la Tierra; supongamos que extraemos los metales del océano, abrimos innumerables pozos petrolíferos en el Sáhara, encontramos minas carboníferas en la Antártida, domeñamos la energía de la luz solar y acrecentamos el poder de la fusión. ¿Qué ocurrirá entonces? Si la población humana sigue creciendo sin control al ritmo actual, toda nuestra Ciencia, todos nuestros inventos técnicos, serían equiparables al incesante laborar de Sísifo.
Si alguien no se sintiera muy dispuesto a aceptar esa apreciación pesimista, consideremos por un momento el poder de la progresión geométrica. Se ha calculado que la cantidad total de materia viva sobre la Tierra es igual hoy día a 2
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g. Pues bien, entonces la masa total humana representará aproximadamente 1/100.000 de la masa total de la vida.
Si la población terrestre continúa duplicando su número cada treinta y cinco años (como lo está haciendo ahora) cuando llegue el 2750, se habrá multiplicado por 100.000. Entonces tal vez resulte extremadamente difícil incrementar la masa de vida como un conjunto que la Tierra pueda soportar (aunque algunas especies pueden multiplicarse siempre a costa de otras). En tal caso, cuando llegue el 2750, la masa humana abarcará la vida entera y nosotros quedaremos reducidos al canibalismo, si es que hay supervivientes.
Aunque nos sea posible imaginar una producción artificial de alimentos pertenecientes al mundo inorgánico, mediante el cultivo de fermentos, el cultivo hidropónico (crecimiento de las plantas en soluciones químicas) y así sucesivamente, ningún progreso concebible podrá igualar el inexorable desarrollo numérico producido por la duplicación cada treinta y cinco años. ¡A este tenor, en el 2.600, la población alcanzará los 630.000.000.000! Nuestro planeta sólo nos ofrecerá espacio para mantenernos derechos, pues se dispondrá únicamente de 30 cm
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por persona en la superficie sólida, incluyendo Groenlandiay la Antártida. Es más, si la especie humana continúa multiplicándose al mismo ritmo, en el 3550 la masa total de tejido humano será igual a la masa de la Tierra.
Si hay quienes ven un escape en la emigración a otros planetas, tendrán materia suficiente para alimentar esos pensamientos con el siguiente hecho: suponiendo que hubieran 1.000.000.000.000 de planetas habitables en el Universo y se pudiera transportar gente a cualquiera de ellos cuando se estimara conveniente, teniendo presente el actual ritmo de crecimiento cuantitativo, cada uno de esos planetas quedaría abarrotado literalmente y sólo ofrecerían espacio para estar de pie allá por el 5000 ¡en el 7000 la masa humana sería igual a la masa de todo el Universo conocido!
Evidentemente, la raza humana no puede crecer durante mucho tiempo al ritmo actual, prescindiendo de cuanto se haga respecto al suministro de alimentos, agua, minerales y energía. Y conste que no digo «no querrá», «no se atreverá» o «no deberá»: digo lisa y llanamente «no puede».
A decir verdad, los meros números no serán lo que limiten nuestro crecimiento, si éste prosigue con el mismo ritmo. No será sólo que haya más hombres, mujeres y niños cada minuto, sino también que cada individuo utilizará (como promedio) más recursos no reintegrables de la Tierra, consumirá más energía, producirá más desperdicios y contaminación cada minuto. Mientras la población continúe duplicándose cada treinta y cinco años como hasta ahora, la utilización de energía se acrecentará en tal medida que al cabo de treinta y cinco años no se duplicará ¡se septuplicará!
El ciego afán por despreciar y envenenar más y más aprisa cada año nos conduce hacia la destrucción con mayor celeridad incluso que la mera multiplicación. Por ejemplo, los humos producidos por la combustión de carbón y petróleo salen libremente al aire en el hogar y la fábrica, tal como los desperdicios químicos gaseosos de las plantas industriales. Los automóviles por centenares de millones expulsan el humo de la gasolina y los productos resultantes de su desintegración y oxidación, por no mencionar el monóxido de carbono o los compuestos de plomo. Los óxidos de sulfuro y nitrógeno (formados bien directamente o por oxidación ulterior bajo la luz ultravioleta del sol) pueden, juntamente con otras sustancias, corroer los metales, desgastar el material de construcción, agrietar el caucho, perjudicar las cosechas, causar y agravar enfermedades respiratorias e incluso figurar entre las causas del cáncer pulmonar.