Durante los tres días siguientes, observa firmemente ese régimen de silencio. No ve a nadie, no habla con nadie, y poco a poco empieza a sentirse más fuerte en su aislamiento, como si en cierto modo la exigencia que se ha impuesto lo hubiera ennoblecido, familiarizándolo de nuevo con la persona que una vez se imaginó ser. Compone dos poemas breves que efectivamente podrían tener algo (nunca nada salvo el sueño de la nada I jamás algo salvo el sueño de todo), se pasa una tarde entera ordenando sus ideas sobre la escena de la resurrección en la película de Dreyer, y escribe a Gwyn una larga carta, arrebatadamente lírica, sobre el caprichoso cielo de París visto por las ventanas de su habitación: Vivir aquí es convertirse en un entendido en nubes, un meteorólogo de caprichos. Luego, a primera hora del cuarto día, nada más levantarse, mientras bebe los primeros sorbos del amargo café instantáneo que se prepara cada mañana calentando agua en el hornillo que tiene junto a la cama, llaman a la puerta.
Todavía aturdido, amodorrado aún por el calor de las sábanas, el despeinado y desnudo Walker se pone los pantalones y se dirige descalzo y de puntillas a la puerta, andando con cuidado para no clavarse una astilla de los deteriorados tablones. Una vez más supone que es Maurice, y de nuevo su suposición es errónea, pero, creyendo que es el gerente, no se molesta en preguntar quién es.
Cécile aparece frente a él. Está tensa, se muerde el labio inferior, y tiembla como si una pequeña corriente eléctrica le sacudiera el cuerpo, como a punto de elevarse en el aire y levitar.
Walker pregunta: ¿No tendrías que estar en clase?
No te preocupes por las clases, replica ella, cruzando el umbral antes de que él pueda invitarla a pasar. Esto es más importante que las clases.
Vale, es más importante que las clases. ¿En qué sentido?
No me has llamado desde la noche de la cena. ¿Qué te ha pasado?
Nada. He estado ocupado, eso es todo. Y me figuraba que tú también lo estarías. Esta semana has empezado el curso, y debes estar hasta el cuello de tareas. Quería darte unos días para que te adaptaras.
No es eso. Ni mucho menos. Mi madre habló contigo, eso es lo que pasó. La estúpida de mi madre habló contigo y te espantó. Pues mira, sólo para tu información, mi madre no sabe nada de mí. Sé cuidar de mí misma perfectamente, gracias.
Más despacio, Cécile, dice Walker, alzando el brazo derecho y extendiéndolo hacia ella con la palma abierta: la postura de un poli dirigiendo el tráfico. Hace unos tres minutos que me he despertado, prosigue, y aún estoy tratando de sacudirme las telarañas de la cabeza. Café. Eso es lo que estoy haciendo. Estaba tomando café. No querrás una taza, ¿eh?
No me gusta el café. Ya lo sabes.
¿Té?
No, gracias.
De acuerdo. Ni café, ni té. Pero toma asiento, por favor. Me estás poniendo nervioso.
Señala con un gesto al escritorio, luego se acerca a la mesa y le saca la silla, y cuando Cécile se dirige a ella, él recupera su tazón de café y se lo lleva a la cama. Se sienta en el hundido colchón en forma de U en el mismo instante en que ella se instala en la chirriante silla. Por lo que sea, a Walker le parece un efecto cómico. Bebe un sorbo de café, que ya no está caliente, y sonríe a Cécile, esperando que su aterrizaje simultáneo le haya hecho tanta gracia como a él, pero ahora mismo nada le resulta divertido, y no le devuelve la sonrisa.
Tu madre, dice. Sí, habló conmigo. Fue cuando tú saliste del comedor después de tocar el piano, y la conversación duró en total quince o veinte segundos. Ella habló y yo escuché, pero no me espantó.
¿No?
Por supuesto que no. ¿Estás seguro? Completamente.
Entonces, ¿por qué has desaparecido? No he desaparecido. Pensaba llamarte el sábado o el domingo.
¿De verdad?
Sí, de verdad. Déjalo ya. Basta de preguntas, ¿eh? No más dudas. Soy tu amigo, y quiero seguir siéndolo. Es que…
Ya vale. Quiero seguir siendo tu amigo, Cécile, pero no podré serlo a menos que confíes en mí.
¿Confiar en ti? Pero ¿qué dices? Pues claro que confío en ti.
No del todo. Últimamente hemos pasado mucho tiempo juntos, y en ese periodo hemos hablado de toda clase de cosas: libros y filósofos, arte y música, cine, política, hasta de zapatos y sombreros, pero ni una sola vez me has abierto tu corazón. No tienes que disimular. Sé cuál es el problema. Sé lo que ocurre en una familia cuando las cosas van mal. El otro día, cuando te conté lo que le pasó a mi hermano, Andy, creí que eso te haría hablar, pero no dijiste una palabra. Sé lo del accidente de tu padre, Cécile, conozco el infierno en que estáis viviendo tu madre y tú, sé lo del divorcio, estoy al corriente de los planes de boda de tu madre. ¿Por qué no me has mencionado ninguna de esas cosas? Para eso están los amigos. Para compartir las penas, para ayudarse mutuamente.
Es tan difícil…, dice ella, bajando los ojos y mirándose las manos al hablar. Por eso me siento feliz en tu compañía. Porque no tengo que pensar en esas cosas, porque me olvido de lo horrible y asqueroso que es el mundo…
Ella sigue hablando, pero Walker ya no la escucha, ya no le presta mucha atención porque un súbito pensamiento se ha apoderado de su mente, y está preguntándose si no habrá llegado el momento de contarle la historia, la historia de Born y Cedric Williams, el asesinato de Cedric Williams, el momento justo porque acaba de tranquilizarla, de declararle su amistad, lo que puede hacer que se muestre lo bastante receptiva como para escucharlo en un estado de relativa calma, para asimilar el brutal relato de lo que Born hizo a aquel muchacho sin causarle un daño irreparable a ella, esa persona frágil, tal como dijo su madre, esa muchacha trémula que se come las uñas, la vulnerable Cécile, que sin embargo se ha pasado el verano traduciendo un poema de tan desmesurada violencia, de un horror tan de pesadilla, que hasta él mismo se estremeció ante el espantoso monólogo de Casandra sobre aniquilar monstruosas perras marinas y matar a los hijos y reducir ciudades enteras a cenizas, pero todo eso ocurre en el reino del mito, violencia imaginaria de hace mucho tiempo, mientras que Born es un ser vivo, una persona real a quien conoce de toda la vida, el hombre que tiene la intención de casarse con su madre, y ya esté a favor o en contra de esa boda, quién sabe cómo la afectará enterarse de lo que ese hombre es capaz, cuando le cuente la agresión asesina que presenció con sus propios ojos, e incluso considerando que ha llegado el momento de hablarle de aquella noche de la pasada primavera en Nueva York, vacila, piensa que no puede, no debe hacerlo, y no lo hará, pase lo que pase no utilizará a Cécile de intermediaria para transmitir la noticia a su madre, se lo contará directamente a Héléne, ésa es la solución más adecuada, la única decente, y aunque no logre convencerla, no debe ni quiere implicar a Cécile en ese sórdido asunto.
¿Va todo bien, Adam?
El trance se rompe al fin. Walker alza la vista, asiente con la cabeza, y le dirige una breve sonrisa de disculpa. Lo siento, dice, estaba pensando en otra cosa.
¿Algo importante?
No, en absoluto. Me estaba acordando del sueño que he tenido esta noche. Ya sabes lo que pasa cuando te despiertas. Tu cuerpo se pone en marcha, pero tu mente sigue en la cama.
No estarás enfadado porque me haya presentado así, ¿verdad?
En lo más mínimo. Me alegro de que hayas venido. Te gusto un poquito, ¿no?
¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Te parezco fea o repulsiva? No seas ridícula.
Sé que no soy guapa, pero tampoco da asco mirarme, ¿eh?
Tienes un rostro encantador, Cécile. Unas facciones delicadas, unos ojos bonitos e inteligentes.
Entonces, ¿por qué nunca me tocas ni intentas besarme?
¿Cómo?
Ya me has oído.
¿Por qué? No sé. Porque no he querido aprovecharme de ti, supongo.
Crees que soy virgen, ¿no es así?
A decir verdad, no se me ha ocurrido pensar en eso.
Bueno, pues no lo soy. Sólo para que lo sepas. Ya no soy virgen, y nunca volveré a serlo.
Enhorabuena.
Ocurrió el mes pasado, en Bretaña. El chico se llama Jean-Marc, y lo hicimos tres veces. Es buena persona, Jean-Marc, pero no estoy enamorada de él. ¿Comprendes lo que estoy diciendo?
Creo que sí.
¿Y qué?
Tienes que darme tiempo. ¿Qué quiere decir eso?
Significa que estoy perdidamente enamorado de una chica que vive en Nueva York. Rompió conmigo justo antes de que me viniera a París, y aún estoy sufriendo por ella, todavía trato de recobrar el equilibrio. Ahora mismo no estoy preparado para nada nuevo.
Entiendo.
Bien. Eso simplifica mucho las cosas. No las hace más sencillas; sino más complicadas. Pero en el fondo eso no cambia nada. ¿Ah?
Una vez que llegues a conocerme mejor, verás que tengo una virtud muy especial, algo que me distingue del resto de la gente.
¿Y qué virtud es ésa?
Paciencia, Adam. Soy la persona más paciente del mundo.
Ha de ser un sábado, decide. Héléne no trabaja, Cécile tiene medio día de instituto, y por tanto ése es el único día de la semana en que puede ir al apartamento de las Juin con la seguridad de estar a solas con Héléne. Y quiere actuar ahora, hablar con ella mientras Born sigue en Londres, porque ésa es la única forma de eliminar el riesgo de que Born los interrumpa en plena conversación. Llama a Héléne a la clínica. Le dice que tiene que hablar con ella de algo importante sobre Cécile. No, nada catastrófico, contesta, en realidad todo lo contrario, pero necesita hablar con ella, y sería mejor para todos los interesados si pudiera verla en un momento en que Cécile no esté presente. Es la propia Héléne quien sugiere que vaya a su apartamento el sábado por la mañana. Cécile estará en el Lycée entonces, y si él va sobre las nueve, ya habrán acabado de hablar cuando Cécile llegue a casa. ¿Qué prefiere?, le pregunta. ¿Café o té? ¿Croissants, brioches o tartines beurrées? Café y tartines, contesta él. ¿Yogur? Sí, yogur estaría muy bien. Entonces, de acuerdo. Irá a desayunar el sábado por la mañana. Por teléfono, la voz de Héléne es tan complaciente y amable, desborda tan animada complicidad que después de colgar Walker no tiene más remedio que revisar su opinión de ella. Se siente incómoda con gente desconocida, quizá, pero una vez que llega a conocer un poco a alguien, baja la guardia y empieza a mostrarse tal cual es en realidad. Y su manera de ser le gusta cada vez más. Es evidente que le cae bien a Héléne, y el hecho es que ella también le resulta simpática. Otro motivo más para borrar a Born del mapa cuanto antes. Si es que puede conseguirlo. Si encuentra el medio de hacer que le crea.
La rué de Verneuil, sábado por la mañana. Durante la primera media hora, Walker se centra en Cécile, haciendo lo que puede para tranquilizar a Héléne sobre los sentimientos de su hija hacia él y demostrar que la situación no es tan grave como ella pensaba. Le cuenta la conversación que mantuvo el jueves con Cécile (omitiendo mencionar que se celebró por la mañana, cuando ella debía estar en clase) y dice que ahora todo está claro. Cécile sabe que él no está disponible, que acaba de pasar por una traumática ruptura con una chica en Nueva York y no se encuentra en condiciones de iniciar un noviazgo con ella ni con ninguna otra.
¿Es eso cierto, pregunta Héléne, o se lo ha inventado para protegerla?
No me lo he inventado, afirma Walker.
Pobre muchacho. Debe estar pasándolo mal.
Así es. Pero eso no quiere decir que no me lo merezca.
Sin hacer caso de la enigmática observación, Héléne sigue adelante: ¿Y qué dijo ella cuando usted le explicó su… situación?
Dijo que lo entendía.
¿Eso es todo? ¿No le hizo una escena?
En absoluto. Estaba muy tranquila.
Me sorprende. No suele ser así.
Sé que parece un manojo de nervios, Madame Juin, que no es muy equilibrada que digamos, pero no deja de ser una persona extraordinaria, y tengo la sensación de que es mucho más fuerte de lo que usted cree.
Eso es cuestión de opiniones, por supuesto, pero ojalá tenga usted razón.
Además, y esto la interesará, se equivocaba usted cuando me dijo que no tenía experiencia con los hombres.
Vaya, vaya. ¿Y dónde ha adquirido esa experiencia?
Ya he dicho suficiente. Si quiere saberlo, tendrá que preguntárselo personalmente a Cécile. No soy un espía, después de todo.
Qué poco tacto. Tiene toda la razón. Discúlpeme por haberle hecho esa pregunta.
Lo único que quiero decir es que Cécile está madurando, y que quizá haya llegado el momento de dejarla vivir su vida. Ya no debe preocuparse tanto por ella.
Es imposible no preocuparse por esa chica. Es mi obligación, Adam. Me preocupa Cécile. No he dejado de preocuparme por ella en toda la vida.
[Tras la palabra vida, hay una interrupción en el relato de Walker, y la conversación llega bruscamente a su fin. Hasta ese momento, las notas han sido continuadas, un desfile ininterrumpido de apretados párrafos a un espacio, pero ahora hay un hueco que cubre casi un cuarto de página, y cuando el texto prosigue debajo de ese rectángulo en blanco, el tono de la escritura es diferente. No queda mucho por decir (ahora estamos en la página 28, lo que significa que sólo faltan tres), pero Walker abandona el meticuloso enfoque de ir paso a paso que ha adoptado hasta el momento y hace un rápido resumen de los últimos acontecimientos de la narración. Sólo puedo suponer que en plena conversación con Héléne dejó de escribir por ese día, y cuando se despertó a la mañana siguiente (si es que llegó a dormir), su estado de salud había empeorado. Eran los últimos días de su vida, recuérdese, y debía sentirse exhausto, hecho polvo, demasiado débil para seguir trabajando como hasta entonces. Incluso antes, a lo largo de las páginas precedentes, había notado una lenta pero inexorable disminución de fuerzas, una pérdida de atención al detalle, pero ahora está incapacitado para exponer nada aparte de los hechos fundamentales. Empieza Otoño con una descripción bastante elaborada del Hotel du Sud, menciona la indumentaria que lleva Born en su primer encuentro en el café, pero poco a poco sus descripciones empiezan a tener menos que ver con el mundo físico que con los estados interiores. Deja de hablar de ropa (Margot, Cécile, Héléne: ni una palabra de cómo van vestidas), y sólo cuando parece crucial para su propósito se molesta en describir su entorno (unas frases sobre el ambiente del Vagenende, otras cuantas sobre el apartamento de las Juin), pero el relato consiste principalmente en pensamiento y diálogo, en lo que piensan y dicen los personajes. En las tres últimas páginas, el derrumbe es casi total. Walker está desapareciendo del mundo, siente cómo se le va escapando la vida, y pese a todo sigue adelante como puede, sentándose frente al ordenador por última vez para llevar la historia a buen término.]