Invitación a un asesinato (35 page)

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Authors: Carmen Posadas

Tags: #Humor, intriga

BOOK: Invitación a un asesinato
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Sin embargo, como la noche se hace eterna cuando no llega el sueño, al final resulta que a una le da tiempo a pensar de todo. Incluso a cambiar de registro y desdecir tanto a los tic tacs inmisericordes como a los dedos acusadores. Por eso, no pocas veces a lo largo de aquella noche, me sorprendí pensando todo lo contrario. Cavilando, por ejemplo, que por mucho que yo hubiera logrado, al fin, recordar las palabras de Olivia seguidas de una carcajada por parte de Vlad, en realidad ni una cosa ni otra probaban nada. ¿Por qué iban a hacerlo? Yo ni siquiera sabía a qué hora tuvo lugar el encuentro entre ambos. Cabía la posibilidad de que se hubiera producido mucho antes de la hora del accidente, y entonces, ni las palabras de Oli ni la risa de Vlad tendrían la menor importancia.

Supongo que fue esta idea la que me permitió dormir al rayar el día porque lo próximo que recuerdo es el alegre repiqueteo de la ducha en el cuarto de baño seguido pocos minutos más tarde de la aparición de Vlad en la habitación con una pequeña toalla anudada a la cintura y otra aún más pequeña en la mano con la que se secaba encantadoramente el pelo.


Senti, tesoro. ¿Dormi bene?

La cabeza me daba mil vueltas, tenía un regusto ácido en la lengua y un zumbido en el oído izquierdo, pero por primera vez en mi vida agradecí tener tan monumental resaca. Y es que el clavo matutino me proporcionaba una coartada inmejorable para no tener que levantarme de la cama, también para mostrarme muy poco comunicativa.

—Creo que me pasé un pelín con el clericot —dije, sintiéndome la reina del eufemismo—. Soy incapaz de mover un músculo —añadí, y él rió.

—Entonces sigue durmiendo, princesa. Apenas son las ocho de la mañana.

—¿Te vas ya? —dije, mitad sintiéndolo, mitad deseándolo.

—Sí, tengo dos o tres gestiones antes de las entrevistas.

—¿Qué piensas hacer con el equipaje? —pregunté a sabiendas de que su respuesta me permitiría averiguar si volvería a verle antes de irse al aeropuerto o no.

—He pensado que es mejor que me lo lleve, al fin y al cabo no pesa casi. Si luego me da tiempo a pasar por aquí y despedirme, estupendo, pero así no ando con agobios.

«Esta es la última vez que le veo», me dije, y todo lo vivido la noche anterior, tanto lo bueno como lo malo, comenzó a parecerme casi irreal. Por supuesto era mucho mejor que regresara a Mallorca sin pasar de nuevo por casa. Mejor para Miss Marple, que así tenía el camino libre para continuar con sus pesquisas, mejor también para Ágata Uriarte y su tonto corazón romántico. Dicho esto y sin embargo, esta pobre válvula mía no pudo evitar conmoverse un tanto al ver cómo, con el mismo aire desenvuelto de antes y aún a medio vestir, Vlad, que había salido de la habitación camino de la cocina, regresaba ahora con una gran bandeja en las manos.

—Para que veas que la operación fondo de despensa funciona también por la mañanita temprano —dijo al tiempo que depositaba junto a mí un desayuno compuesto por un café con toda la pinta de auténtico capuchino, unas deliciosas tostadas con aceite y un zumo de frutas que no tengo ni idea de dónde logró sacar, supongo que de la resurrección de una manzana y un par de limones, que eran la únicas fuentes de vitaminas frescas que quedaban en la casa.

—Así ya no me siento tan culpable de esa tremenda resaca tuya —me dijo—. Prométeme que después del desayuno te volverás a dormir al menos un rato. Hoy no hay cole.

Me quedé mirándole mientras iba y venía por la habitación, vistiéndose, recogiendo sus cosas, guardándolas en la maleta, una a una, para que todo volviera ser como antes de su llegada, sin la maravillosa colonización de sus pertenencias entre las mías. Dentro de poco, ya no estarían sus libros entre mis libros, ni su cepillo de dientes junto a mi viejo Oral—B compartiendo balda en el cuarto de baño y, por fin, como último vestigio de su paso pude percibir, cuando se acercó a darme el beso de despedida, aquel inconfundible aroma a Oíd Spice. El mismo que tanto detestaba Olivia, el mismo que, con un poco de suerte, quedaría flotando por ahí como recuerdo de su fugaz paso por mi vida.

Respiré hondo para atraparlo, para que esta nueva vaharada siguiera conmigo en la cama cuando él se fuera.

—Adiós, Ágata, gracias por todo —dijo—. Te llamaré desde el aeropuerto para contarte qué pasa con las entrevistas. Se acercó a mí. Yo tontamente adelanté la mejilla para que la besara pero él lo hizo en los labios.

—¿Por qué? —pregunté entonces a sabiendas de que es una pregunta que no debe hacerse nunca.

Sobre todo porque ese «por qué» no se refería a este último beso o nuestra noche juntos sino también a tantas otras incógnitas, como el afecto que siempre me había demostrado o el hecho de que me buscara después de la muerte de Oli.

—Mira que eres tonta, princesa. ¿Cómo que por qué? Porque quiero que me quieran. ¿Te parece poco?

Miss Marple recapitula

Yo no sé si fue por conjurar el inevitable vértigo que produce una cama vacía, o si fue por efecto de aquel capuchino tan delicioso, o quizá todo se debió a que las últimas palabras pronunciadas por Vlad, que eran las mismas, por cierto, que me había dicho un par de días antes sobre él madame Serpent, pero el caso es que en cuanto Vlad desapareció por la puerta, no perdí ni un minuto y salté de la cama. La resaca, en principio, no es la consejera ideal cuando una quiere poner en claro las ideas pero ese día descubrí que melopea y clavo matutino comparten un mismo efecto y virtud. Y es que, si una ralentiza los minutos y lo vuelve todo a cámara lenta, el otro hace tres cuartos de lo mismo. No de un modo agradable, es verdad, pero sí muy concienzudo, muy demorado, igual que un viejo contable puntilloso, lo que es de lo más útil cuando una quiere recapitular.

Como cualquier lector de novelas de detectives sabe, una vez que el investigador de turno termina de entrevistarse con los sospechosos, lo que suele hacer es sentarse con ánimo de resumir lo que ha oído y cotejar versiones y puntos de vista. Muy bien, con la inesperada visita de Vlad a mi casa, se cerraba mi ronda de entrevistas, de modo que ¿por qué no empezar con tan necesaria labor? Salté de la cama como digo y me dirigí a la habitación contigua, esa que Vlad y yo habíamos preparado la víspera para que él pasase la noche pero que, al final, quedó sin uso. No estaba mi ordenador, puesto que lo habíamos retirado para hacer sitio a las cosas de Vlad, pero mejor así, me dije. Porque cuando uno recapitula no hay nada como el viejo papel y lápiz. Ni excel ni power point, lo ideal, me dije, era hacer una columna con los nombres y otra con los datos interesantes que me habían revelado cada uno ellos y luego cruzar versiones.

«KK», comencé escribiendo con letra bien clarita. Y es que Kardam Kovatchev fue mi primer entrevistado y a mí me gusta proceder con orden. ¿Qué cosas interesantes recordaba de nuestra conversación? Ésta había tenido como finalidad primordial tirarle de la lengua para averiguar por qué Sonia llevaba el reloj de Olivia en su muñeca. Y la conclusión a la que llegué después de oír a Kardam fue que a esta chica parecía gustarle demasiado lo ajeno, lo que la convertía en cleptómana, pero no necesariamente en asesina.

«¿Verdad o no?», apunté aplicadamente en el borde del folio y luego volví a hacer memoria para ver qué más me había dicho KK. Ah sí, que la madre de Sonia, doña Cristina San Cristóbal, habría hecho cualquier cosa por su hija. «Igual que yo», añadió Kardam, de modo que esto último también lo apunté en mi lista. A continuación, añadí otros dos datos recogidos aquí y allá. Por un lado, el hecho, para mí evidente, de que Kardam Kovatchev era, entre todos nosotros, el que más detestaba a Olivia y con razón. Él incluso no tuvo inconveniente en afirmarlo varias veces y así lo parecían corroborar también las palabras dichas a Pedro Fuguet cuando ambos se encontraron en el salón interior del
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muy cerca de la hora de la muerte.

Mi segunda entrevistada fue Sonia San Cristóbal y ella me dijo algo que, a pesar de su obviedad, me había sido muy útil: recordarme que todos podían estar mintiendo. Sin embargo, lo más interesante de su confesión fue otro dato. El hecho de que, durante el tiempo que yo estuve indispuesta en mi camarote, cada uno de los invitados del
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se había acercado adonde estaba Oli para hablarle a solas. Un hecho cuya veracidad pude corroborar más tarde hablando con el resto de los pasajeros. Dicho todo lo anterior y uniéndolo al dato de la cleptomanía, ¿era posible que Sonia fuera tan tonta como para matar a Olivia y luego quedarse con algo de su propiedad, algo tan fácil de rastrear, además? ¿Era tonta de remate como decía Olivia o, por el contrario, muy astuta, como yo creía adivinar a través del extraño brillo de sus ojos? ¿Quién sería más perspicaz analizando comportamientos ajenos, Oli o yo?

Junto a las iniciales «CF» escribí escuetamente todo lo que me había dicho Cary Faithful. «Cary reconoce que habló con Olivia más o menos una hora antes de su muerte —anoté—. Lo hizo para suplicarle que no revelara cierta conversación grabada que Oli guardaba en su poder. Una completamente falsa según él (completamente cierta, según yo). Además, las gafas de sol de Cary aparecieron junto al cadáver sobre la plataforma de bañistas aunque según él ésa era su mejor coartada. «Imposible que las dejara "olvidadas" en el lugar del crimen —explicó— porque alguien que sufre fotofobia se da cuenta inmediatamente de que las ha perdido.» ¿Verdadero o falso?

Miranda—de—Winter, o para abreviar, «MdW». He aquí un testimonio muy revelador: ella, que siente adoración por Cary, había subido a cubierta justo después de que su chico regresara, muy alterado, al camarote de ambos. Su intención, según dijo, era recuperar las gafas de Cary. Sin embargo al encontrarse cara a cara con Olivia, le recriminó su forma de tratar a Faithful y la discusión que mantuvieron fue tan desagradable que acabó olvidando el asunto de los anteojos. Según su propio testimonio, Oli le había hecho escuchar también a ella la antes mencionada grabación de Cary, que Miranda se apresuró a calificar de «rematadamente falsa». Sin embargo, por lo que yo había tenido oportunidad de observar en Londres en aquel curioso desayuno sobre la hierba del que fui testigo, las inclinaciones sexuales de Cary no eran ningún secreto para ella. Según Miranda, Olivia después de hacerle escuchar la grabación había intentado provocarla, llevarla al límite. Y he aquí una de las teorías más curiosas hasta el momento sobre la muerte de mi hermana: esa de que Oli sabía que se enfrentaba a una muerte dolorosa e inminente, por lo que decidió buscar el modo de que uno de nosotros acabara con su vida de forma rápida e indolora, igual que hace el personaje de Rebeca en la novela del mismo nombre. No dejaba de ser una hipótesis atractiva pero también bastante fantasiosa y novelesca, porque, como bien le dije yo a Miri aquella mañana en que hablamos, si uno desea irse de este mundo, hay muchas formas de hacerlo sin recurrir a método tan rocambolesco. A menos, claro está, que Olivia quisiera que su muerte no pareciese un suicidio. Pero ¿qué razón podía haber para algo así? De momento no se me ocurría ninguna.

Después de Miranda de Winter mi próxima entrevistada había sido Cristina San Cristóbal, y fueron muchas las cosas interesantes que me dijo, de modo que prefiero enumerarlas:

1) Que se mata más por amor que por odio.

2) Que por lo dicho en el apartado 1, sus sospechosos favoritos eran, por este orden, Pedro Fuguet y Vlad Romescu.

3) (Y esto no sé si tiene que ver con la muerte de Oli, pero desde luego sí tiene que ver con mi guapísimo Vlad Romescu) que hay que mirar debajo de la cobija para entender lo que pasa arriba. Porque según dijo —y supongo que de esto ella sabe un rato— en lo que se refiere a la sexualidad de ciertas personas, las cosas no son negras o blancas, como en el caso de Vlad, por ejemplo.

El próximo de mis sospechosos, de acuerdo con el orden en el que los había entrevistado, era Pedro Fuguet, pero decidí anotar primero lo que recordaba de Vlad Romescu. No hubo razón especial para hacerlo así, salvo que prefería poner cuanto antes negro sobre blanco lo que recordaba de ayer y de esta mañana, por si descubría algo nuevo. ¿Qué era lo que me había sobresaltado tanto anoche? En concreto, la voz de mi hermana que decía «Vamos, hazlo, Vlad» seguido de una risa infantil, la misma que había oído anoche, en mi cama. Es verdad que ahora, lejos de los fantasmas nocturnos, mis temores parecían desdibujados, porque ni siquiera sabía en qué momento había tenido lugar dicha conversación e incluso recordaba haber oído otras muchas voces después de aquellas tres palabras de Oli, no tan claras como éstas, es cierto, pero voces al fin y al cabo. Sin embargo en las tres palabras de mi hermana reconocí un dato muy interesante en el que ni siquiera había reparado anoche: el hecho de que encajasen con algo dicho por Miranda de Winter. En efecto, ese «Vamos, hazlo» casaba a la perfección con la teoría de Miranda de que Olivia buscaba incitar, provocar a todos y cada uno de nosotros. Era evidente que Vlad se había reído de sus pretensiones. ¿Habrían hecho otros lo mismo?

Estaba llegando al final de mi lista. Ya sólo me quedaba el último de los pasajeros del
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el doctor Pedro Fuguet. ¿Cuál era el detalle más interesante de su testimonio? Sin duda el relacionado con la hora y el momento de la muerte. Según sus palabras, él se encontraba sentado en el salón interior del
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cuando sucedió todo. Por lo visto, desde allí oyó la conversación de Olivia con su médico y el momento en que ella dijo: «No hay tiempo.» La hora de la conversación telefónica había quedado grabada, por tanto he ahí un dato inapelable: exactamente las cuatro treinta y cinco.

Entonces fue cuando empecé a pensar que necesitaba a alguien con quien compartir y discutir sospechas. Es un clásico de las novelas de detectives, ¿no? Ellos suelen tener siempre a otra persona con quien comentar e intercambiar información. Poirot tiene al capitán Hastings, por ejemplo; mi alter ego, la señorita Marple, utiliza a su apuesto sobrino Raymond West. Incluso algunos personajes como Sherlock Holmes cuentan con dos ayudantes: el doctor Watson y el hermano mayor de Sherlock, Mr. Mycroft, para los casos que parecen irresolubles. Sin embargo, y una vez más, me temo, tampoco en esto se parece la vida a las novelas de misterio: yo no tenía a nadie a quien confiarle mis dudas.

Por un momento se me ocurrió una posibilidad. ¿Qué tal si le pedía ayuda al abogado de Olivia, al multicultural y bien parecido Nelson Gutiérrez Müller? Lo pensé pero en seguida deseché la idea. Como ya he dicho, me da la impresión de que pertenece a la estirpe de abogados que tienen un cuentaeuros o taxímetro adosado a sus chaquetas de Prada y yo carezco de medios para consultar tan gravoso oráculo. O al menos
carecía
de ellos hasta que llegó a mi poder aquel volante del ministerio de Justicia y su registro de seguros. Es verdad, ahora, gracias a Oli, era potencialmente más rica que antes, me repetí. Sin embargo, bien mirado, ese volante (que hoy mismo tenía pensado ir a comprobar) presagiaba posibles caudales. Pero escondía además otro mensaje de mi hermana y era el siguiente: si ella, tal como me había señalado el propio Gutiérrez Müller, decidió llevar a cabo toda la gestión con la compañía aseguradora a espaldas de él, alguna razón tenía que haber para ello, lo que sin duda me inhabilitaba para utilizar sus servicios.

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