James Potter y La Maldición del Guardián (23 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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James sonrió satisfecho a Rose.

—¡Estás loca por él!

Rose le frunció el ceño.

—¿Por qué demonios dices algo así?

—Porque —dijo James simplemente—, esperaste hasta que se fuera para decir eso.

Rose se ruborizó y apartó la mirada, echando humo.

—¿Ves? —dijo James, codeándola—. No soy un imbécil en todo, ¿verdad?

Rose se aclaró la garganta y recogió su mochila.

—Disfruta de tus deberes de Transformaciones —dijo, poniéndose en pie—. Y por cierto, vi las respuestas de tus deberes de Historia de la Magia. Tres están mal, y no voy a decirte cuales son. —Batió las pestañas y sonrió dulcemente—. ¡Buenas noches!

James se derrumbó en su silla, observándola subir las escaleras del dormitorio de las chicas. Al otro lado de la habitación, Cameron le sonrió.

Nada de aventuras este año, pensó James. Eso era bueno, ¿no? Por supuesto que lo era. Además, el trío se había roto. Zane ya no estaba, estaba al otro lado del océano en una franja horaria completamente diferente. Eso no le había ocurrido nunca a Harry Potter. Siempre habían sido Harry, Ron y Hermione, el trío mágico, inseparables incluso hoy en día. No era así para James, y eso, se dijo a sí mismo, estaba bien. Dejemos que Albus tenga una aventura si no es una muy mala. Después de todo, era él el que según todo el mundo se parecía a su padre cuando era joven.

Le picaba la frente. Sin pensarlo, se la rascó, levantándose el pelo rebelde. Justo como le había dicho a Cameron, no había ningún relámpago allí. James no era su padre.

Cuando bajó la mano, vio a Scorpius Malfoy mirándole fijamente a través de la habitación. Su cara era inescrutable. Después de un momento, Scorpius apartó la mirada, como aburrido. Si había alguna prueba de que la era de las aventuras al estilo Harry Potter se había acabado, estaba sentada justo allí: Scorpius Malfoy con un emblema Gryffindor bordado en la túnica.

James suspiró, abrió su libro de Transformaciones, y empezó sus deberes

Los primeros días de colegio pasaron en un borrón. James asistió a sus clases e hizo un esfuerzo concentrado por tomar notas y acometer sus deberes. Su diligencia surgía parcialmente de su propia determinación a no quedarse atrás desde principio de curso, pero también debido a la presencia de Rose en muchas de sus clases. Ella servía como una constante y desagradable fuente de ánimo ya que James estaba decidido a no permitir que su prima de primero le superara a pesar de su inteligencia natural.

Una clase que Rose no compartía con James era Cuidado de las Criaturas Mágicas, que todavía era impartida por Hagrid. Hagrid avergonzó a James saludándole con un enorme abrazo de oso que le aplastó los huesos al principio de la clase.

—No tuve oportunidad de decírtelo en el funeral, James —dijo Hagrid en lo que él pensaba era un tono confidencial—, pero lamento mucho lo de tu abuelo Weasley. Arthur era un gran hombre, sí señor.

James asintió con la cabeza, un poco molesto porque se le recordara la muerte de su abuelo. Habían pasado algunos días desde la última vez que pensara en ello. Hagrid invitó a la clase a sentarse sobre la multitud de calabazas que maduraban en su jardín. Pasó la hora explicando de qué trataba la clase y describiendo a los animales que presentaría a los estudiantes durante el año. James no escuchaba particularmente atento, miraba en vez de eso al lago, sus pensamientos vagando melancólicos.

Durante su hora libre del miércoles, James se sentó con Ralph y Rose en una mesa en la biblioteca. Aprovechó la oportunidad para escribir una breve carta a sus padres. Cuando terminó, también se le ocurrió escribir una nota a su prima Lucy, como había prometido. Mojó su pluma y escribió lo primero que le vino a la cabeza.

Querida Lucy
,

¡Hola! Espero que tío P. y tía A. no te estén arrastrando demasiado de un lugar a otro, pero si lo hacen, ojalá te estés divirtiendo mucho y viendo algunas cosas guays. El curso ha empezado bien. El nuevo profesor de Defensa es Kendrick Debellows, el famoso Harrier. Pregunta a tu padre si no sabes quién es. Un tipo bastante duro, y no tiene nada bueno que decir de los aurores, así que esa clase va a ser un ladrillo. Al te saludaría si supiera que te estoy escribiendo. ¡Terminó en Slytherin después de todo! Prometí que dejaría que fuera él quien se lo contara a mamá y papá, pero no dijo que no pudiera contártelo a ti. Rose está sentada aquí mismo y te dice hola y que saques una foto de cualquier cosa guay que veas si estás en algún lugar interesante, incluso si estás ya harta de ver cosas así. Dile a Mol que todos le enviamos recuerdos. Envía una carta y alguna foto en respuesta con Nobby, ¿vale?

Sinceramente
,

James

James dejó que Rose firmara la carta a Lucy también. Cuando lo hubo hecho, recuperó la carta y la releyó. Después, pensativamente, añadió:

Posdata: Si te aburres, ¿podrías hacerme un favor?

Busca lo que puedas encontrar sobre algo llamado el Guardián o el Centinela de los Mundos. Podría ser un poco difícil de encontrar, pero sé que te las arreglaras, y sería de gran ayuda. Pero no hables a nadie más de esto. Prometí mantenerlo en secreto. Gracias.

James terminó de escribir y después rápidamente selló ambas cartas y las metió en su cartera. Esa tarde, después de su última clase, Rose y Ralph acompañaron a James a la Lechucería. Allí, James ató las cartas a la pata de Nobby mientras Rose y Ralph se quedaban cerca de la puerta.

—Me alegro de haber comprado un gato —dijo Rose, arrugando la nariz—. Este lugar huele a rancio.

—Los gatos no entregan cartas —replicó James.

—Bueno, una lechuza no puede acurrucarse en tu regazo junto al fuego.

Ralph asintió.

—O vomitar una bola de pelo en tu zapato.

Rose le dio un codazo. James terminó de atar las cartas a Nobby y retrocedió.

—Lleva la carta a mamá y papá primero, Nobby. Lucy podría enviar algo en respuesta.

Nobby ululó en acuerdo. Extendió las alas, se balanceó sobre la percha un momento, y después remontó el vuelo. James inclinó hacia atrás la cabeza mientras Nobby subía, pasando las filas de sus compañeras lechuzas, y desaparecía a través de la ventana en lo alto de la Lechucería.

Mientras los tres estudiantes se abrían paso de vuelta a través del castillo para cenar, James preguntó a Rose con mordacidad.

—¿Qué tal tu primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras?

Rose apretó los labios y alzó su mochila.

—No me dejó pasar el Desafío.

Ralph la miró fijamente.

—Bueno, eso está bien, ¿no?

—No, Ralph, no lo está. Todos los chicos lo habían intentado. Debellows dice que las chicas son "demasiado delicadas" para ello. Nos hizo entrenar unas contra otras. Además, ninguna de las otras chicas se lo toma en serio. Fue una absoluta pérdida de tiempo.

—En realidad no lo había notado —dijo James—, pero ahora que lo mencionas, tampoco hizo que ninguna chica corriera el Desafío en nuestra clase.

—O se enfrentara al ogro de poleas —añadió Ralph—. Esa cosa puede estar acolchada, pero menudos porrazos da.

—Deberías alegrarte de ser una chica entonces, Rose —dijo James fervientemente—. Si eso te libra de pasar por esa fábrica de moratones.

Rose sacudió la cabeza, molesta.

—¡Los dos pasáis por alto la cuestión principal! Las chicas no son menos capaces que los chicos. Apuesto a que yo podría machacaros a la mayoría en el Desafío si tuviera oportunidad.

James la miró incrédulamente.

—¿Quieres atravesar esa cosa?

—Bueno —replicó ella, aplacándose un poco—, en realidad no. Quiero decir, parece un poco brutal. Pero es el principio de la cuestión.

Ralph sacudió la cabeza.

—Esta es la primera vez en mi vida que desearía haber nacido chica.

—Voy a escribir a mamá y papá sobre esto —declaró Rose firmemente—. Cuando mamá oiga que...

La voz de Rose se apagó cuando una ráfaga de aire frío sacudió de repente su túnica. James y Ralph la sintieron también. Los tres se detuvieron en el pasillo, mirando alrededor.

James frunció el ceño.

—¿Que fue eso?

Ninguno de los otros respondió. No parecía haber ninguna fuente obvia de brisa. No había ventanas en esta sección del castillo. Puertas cerradas se alineaban en las paredes, iluminadas por una serie de antorchas que colgaban de cadenas. Mientras James miraba, la antorcha del final del pasillo se apagó.

—Tal vez solo sea el viento —dijo Rose insegura—. Vamos, vayamos...

Dos antorchas más se apagaron en rápida sucesión. James miró a Rose, después a Ralph, con los ojos muy abiertos. De repente, mucho más fuerte que antes, un viento frío cruzó el pasillo, pasando a través de sus túnicas y alborotándoles el cabello. Apagó el resto de las antorchas, dejando el pasillo en medio de una lóbrega oscuridad.

—¡Mirad! —gritó Rose sin aliento, con la voz antinaturalmente alta. James y Ralph siguieron lo que su temblorosa mano señalaba. Había una figura moviéndose por el pasillo. Flotaba sobre el suelo, con la cabeza agachada, oscureciendo su cara. Vagaba hacia ellos veloz y silenciosamente. James agarró las mangas de Ralph y Rose, tirando de ellos en un intento de retroceder, pero sentía las piernas congeladas. La figura se movía demasiado rápido. Casi estaba sobre ellos. De repente, justo cuando estaba directamente frente a ellos, alzó la cabeza.

Ralph jadeó. Rose soltó un gritito. James parpadeó.

—¿Cedric? —exclamó, con el corazón palpitante—. ¡¿Qué estás haciendo?!

El fantasma de Cedric Diggory se enderezó y les sonrió.

—He estado practicando —dijo con su voz distante y fantasmal.

—¿Le c-conoces? —tartamudeó Rose, recobrándose un poco.

—Sí, le conocemos —replicó Ralph—. Eso no ha estado bien, Ced. ¿De qué iba, por cierto?

Cedric pareció tomado por sorpresa.

—Soy el "Espectro del Silencio". He estado prácticamente todo el verano, intentando crear un poco de ambiente. ¿Qué, ha sido demasiado?

James asintió con la cabeza.

—Sí, yo diría que te has pasado un poco. ¿Puedes, ya sabes, encender las luces?

El fantasma miró a las antorchas apagadas.

—En realidad, es mucho más fácil apagarlas que encenderlas. Esperad.

Cedric cerró los ojos y frunció la cara. Después de un momento, dos antorchas titilaron hasta volver a encenderse.

—Eso está un poco mejor —dijo Rose—. Pero aún así. No lo vuelvas a hacer, ¿vale? Al menos a mí no.

Cedric sonrió.

—Tú debes ser la hija de Hermione. Tienes su cabello, aunque un poco más pelirrojo.

—Prefiero el término "castaño rojizo" —dijo Rose—. De todo modos, sí. Encantada de conocerte, hmm, Cedric. Recuerdo haber oído hablar de ti. ¿Quieres acompañarnos a cenar?

Cedric pareció pensativo.

—No creo. No es bueno para la mística, dejarse caer por el Gran Comedor con todo el mundo allí.

—Los demás fantasmas lo hacen —comentó Ralph—. El Barón Sanguinario baja casi todas las comidas, ondeando su espada y enseñando palabrotas a los de primero.

—Sí... —estuvo de acuerdo Cedric vacilante—. Eso está bien para él. Lleva aquí desde siempre...

James entrecerró los ojos.

—¿Cuánta gente te ha visto, Cedric? Quiero decir, sin contarnos a nosotros.

El fantasma flotaba nerviosamente.

—¿Aparte de vosotros? Hmm... ¿cuenta el retrato de Snape?

James negó con la cabeza.

—¿Y qué hay del intruso muggle?

—No.

—Bueno —admitió Cedric—, eso ha sido todo entonces.

—Espera un minuto —dijo Rose, alzando la mano—. ¿Eres un fantasma tímido?

Cedric hizo una mueca.

—"Tímido" no. Nunca fui tímido. Solo he estado... ocupado.

—¿Ocupado aprendiendo a apagar antorchas y practicando para ser el "Espectro del Silencio"? —aclaró James, inclinando la cabeza.

—Mira, es diferente, eso es todo —dijo el fantasma—. No he bajado a cenar al Gran Comedor desde la noche en que morí, hace veinte años.

Ralph habló.

—¿Y? No ha cambiado mucho, supongo. Tal y como parecen las cosas ahí abajo, han estado funcionando igual desde los tiempos de los propios fundadores. Vamos, será divertido aunque no puedas comer exactamente.

Cedric sacudió la cabeza tristemente.

—No puedo. Aún no. —Soltó un suspiro fantasmal—. La última vez que estuve allí, me senté con mis amigos. Estaba de camino a lo que esperaba sería una victoria en el desafío final del Torneo de los Tres Magos. Todo el mundo brindó por mí con zumo de calabaza y me deseó buena suerte. Les prometí contarles todas mis aventuras al día siguiente en la cena, con o sin la copa de la victoria... —Los ojos fantasmales de Cedric se habían tornado pensativos—. Cho Chag se encontró conmigo en la puerta de salida del vestíbulo. Quería desearme buena suerte en el laberinto. Yo quería besarla, pero no lo hice, no allí mismo en la entrada del Gran Comedor con todo el mundo mirando. Me prometí a mí mismo que la besaría después. En realidad, creo que me importaba más eso que ganar la copa. Besar a Cho iba a ser el auténtico premio... —Cedric se detuvo, después parpadeó, sacudiéndose a sí mismo. Miró a James, Rose y Ralph, como si recordara ahora donde estaban—. Pero eso nunca ocurrió, por supuesto. Parece que fuera ayer. Parece como si de ir a cenar, Cho fuera a estar allí, buscándome. Estarían Stebbins y Cadwallader, y Muriel, todos ansiosos porque les regalara con los detalles de mi viaje a través del laberinto. Así es como lo siento yo, pero no es real. No estarían allí abajo. No en realidad. Han crecido y seguido adelante. Yo solo soy un recuerdo lejano. En vez de eso, mi vieja mesa estará llena de gente a la que no conozco. Ni siquiera me reconocerán. —Sacudió la cabeza de nuevo—. Tal vez algún día seré capaz de bajar. Pero aún no. No puedo.

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