James Potter y La Maldición del Guardián (69 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Por primera vez, la cara de Lucius Malfoy volvió a la vida. Parpadeó hacia Voldemort, y después se tambaleó hacia delante, sin atreverse a tocar a su amo.

—¡Gracias, mi señor! ¡Es un honor! ¡No te fallaré!

—Sé que no lo harás, Lucius —dijo Voldemort llanamente, casi amablemente—. Porque si, por alguna razón, perdieras la daga, ella te encontraría. La he unido a ti, y a tu familia. En el caso de que algún acontecimiento desafortunado le sucediera al director Snape, tú debes recuperar la daga. Ella te estará esperando. Y si llegara el momento de utilizarla y no cumplieras cabalmente con tu papel, ella te buscará con intenciones propias. Llegará hasta ti y tu familia. Confío en que lo entiendas.

—Sí, mi señor —jadeó Lucius, asintiendo con la cabeza—. Llevaré a cabo cualquier tarea que me confíes. ¡Lo juro, Amo!

Voldemort asintió lentamente.

—Entonces tu trabajo comienza este día, Lucius. Encuentra para mí un recipiente apropiado. Encuentra una familia cuya sangre sea pura pero sus lealtades nunca hayan sido cuestionables. Cuando llegue el momento, acude a la mujer de esa familia que esté embarazada. Ella debe tomar la daga por voluntad propia, y con su propia mano, utilizar la daga para trazar mi símbolo —la primera inicial de mi nombre— sobre la hinchazón de su hijo nonato, dibujándola con su propia sangre. Deja que su voluntad infunda la vida de la daga en la sangre de esa madre, llevándola al niño. Así, esta reliquia de mi alma pasará. El niño llevará mi esencia, renovada y lista para prestar servicio a otra generación. Este es tu deber y tu promesa ante mí, Lucius. Júralo.

—¡Lo juro, mi señor! —jadeó Lucius, cayendo sobre una rodilla.

—¡Mi señor! —gritó Bellatrix sin aliento, gateando sobre las rodillas e implorando con una mano—. ¡Elígeme! ¡Permíteme ser el recipiente de tu regalo para futuras generaciones! ¡Criaré al chico a tu imagen y semejanza! ¡Estoy dispuesta! ¡Estoy ansiosa!

—Sí, mi leal Bellatrix —dijo Voldemort suavemente, sin girarse hacia ella. Trozos de la araña de cristal flotante giraban en el aire entre ellos—. Pero tus lealtades son tu cualidad más irrecusable para esta tarea. Nadie debe sospechar en qué vientre renacerá mi alma. A pesar de tu gran deseo, esta tarea no puede recaer en ti.

Bellatrix sollozó.

—¿Entonces por qué me mantienes aquí, mi señor? —lloró desesperadamente—. ¿Por qué me retienes solo para ver como mi mayor deseo se escapa entre mis dedos?

Voldemort suspiró indulgentemente.

—Tú misma pregunta contiene la respuesta, querida Bellatrix. Pero intenta verlo por el lado bueno: Había considerado matarte simplemente por permitir que Harry Potter escapara de tus garras esta noche. En vez de eso, simplemente mato tu mayor sueño.

—¡Noooo! —chilló Bellatrix, derrumbándose, y el pelo de James se erizó. Nunca había oído un grito más desesperado y desesperanzado.

Voldemort se adelantó a zancadas, sonriendo como si el aullido de agonía de Bellatrix fuera la más dulce de las músicas. Ofreció la daga a Snape. Cuando Snape tomó la daga, la araña de luces suspendida cayó de nuevo. Se estrelló ruidosamente contra el suelo detrás de Voldemort, estallando como una bomba y ahogando el penoso aullido de Bellatrix Lestrange.

El recuerdo se rompió también.

Hubo un destello de humo arremolinado, y después una escena más se materializó, nadando fuera de las nieblas como un sueño enfebrecido. En este recuerdo, James vio a Severus Snape de nuevo. Se paseaba por la oficina del director, que era su propia oficina en esos momentos.

—Parece que no lo entiendes, Albus —decía Snape, hablando aparentemente con el retrato de Dumbledore en la pared de la oficina—. No será una petición. Slughorn es el hombre responsable de la habilidad del Señor Tenebroso con los Horrocruxes en primer lugar. Él los entiende mejor que yo. Debe al mundo una compensación por semejante fallo.

—Ojalá fuera posible, Severus —replicó el retrato de Dumbledore—, pero no lo es. Puedes destruir el Horrocrux, si, pero nadie puede simplemente incapacitarlo. Además, me parece recordar que mis instrucciones fueron simplemente envenenar el instrumento, asegurando que mate a la madre y al niño al que pretende infiltrar.

—No puedo destruir la daga mientras el Señor Tenebroso esté todavía vivo —replicó Snape—. La ha atado a Lucius Malfoy, él sabrá que está en peligro, y mis lealtades quedarán reveladas.

—Entonces haz lo que indiqué —insistió Dumbledore ardientemente—. Envenena la hoja. Está dentro de tus capacidades. Hay un gran número de venenos indetectables en esta misma habitación. Deja que el instrumento que carga con esa alma oscura también cargue con su perdición.

—Puede que tú hubieras sido capaz de pasar por alto el asesinato de la mujer y su hijo "por el bien común", Albus, pero me temo que a mí esa habilidad se me escapa.

El retrato replicó tristemente.

—Entonces eres un tonto, Severus. El fruto de este Horrocrux pesará sobre tu cabeza, no sobre la de Horace Slughorn.

Snape exhaló lentamente, pensando. Finalmente, levantó la mirada.

—Tal vez no —dijo, como para sí mismo—. Tal vez haya otro modo.

—Estás equivocado, Severus —replicó Dumbledore—. Mi modo es el único método responsable. De otra manera, el chico nacerá con la amenaza del propio Voldemort latiendo en sus venas.

Snape sonrió lenta y fríamente.

—Tal vez no... —dijo de nuevo.

—Seguramente no dudas de que la daga transmitirá el remanente del alma de Voldemort.

—No —dijo Snape, entrecerrando los ojos—. Pero quizás no se transmitirá a un chico...

Dumbledore suspiró pacientemente.

—Este no es momento para conspiraciones, Severus.

—Sé indulgente conmigo —respondió Snape lentamente—. Simplemente estoy especulando. El Señor Tenebroso cree que su alma pasará a un niño. Él, en su corazón el más arrogante de los hombres, cree incuestionablemente en la superioridad de su propio género. ¿Pero y si el juicio de Lucius fuera engañado? ¿Y si las adivinaciones fueran nubladas? Y como resultado, ¿y si el Horrocrux final se transmitiera a una niña?

—No hay prueba de que su alma no pueda dominar la personalidad de la niña. Todavía estaría influenciada por su esencia vital.

—Su quintaesencia masculina —masculló Snape, apenas escuchando al retrato—¿Pero cómo se equilibraría eso contra la inesperada polaridad de su propio corazón femenino? ¿Cómo...?

El retrato interrumpió amablemente.

—Esto es una tontería especulativa, amigo mío. Te lo vuelvo a decir: envenena la daga, o si no puedes, destrúyela cuando llegue el momento.

Snape levantó la mirada hacia el retrato, entrecerrando los ojos. Sacó la daga de su túnica y la sostuvo entre sus manos. Centelleaba oscuramente, tan fea como la última vez que James la había visto. Snape asintió con la cabeza.

—Sí —estuvo de acuerdo—. Tienes razón, por supuesto, Albus. Cuando llegue el momento. No puedo destruir el Horrocrux aún, hay demasiado en juego para poner en tela de juicio mis lealtades. Entretanto, sin embargo, quizás experimente. Lucius Malfoy está unido a la daga. Quizás pueda utilizar ese vínculo, pervertirlo, nublar su mente en el caso de que esta cosa sobreviva. Si Lucius tiene éxito en utilizar la daga, "accidentalmente" la utilizará sobre una niña nonata, frustrando así los deseos de su amo. Tal vez, solo tal vez, eso será suficiente para mantener el equilibrio. De otro modo, destruiré al Horrocrux yo mismo cuando llegue el momento adecuado.

—Perdóname, Severus —dijo Dumbledore, mirándole llanamente a los ojos—, ¿pero y si no vives tanto?

—Tengo más de una razón para permanecer vivo, Albus —respondió Snape, deslizando la daga otra vez en el interior de su túnica—. Y como bien sabes, destruir este misterioso objeto no es siquiera la más importante. Confía en mí, seré cuidadoso.

Con la última palabra de Snape -cuidadoso- el recuerdo ondeó y palideció. Un remolino de humo plateado llenó la visión de James y este comprendió que estaba inclinado sobre algo duro. Era incómodo, así que se echó hacia atrás. Cuando lo hizo, alejó la cara del Pensadero de Dumbledore, desorientado y mareado. Ralph y Rose se apartaron en el mismo momento. Se aferraron unos a otros, luchando por permanecer erguidos.

—¿Lo visteis? —preguntó Scorpius. James parpadeó, recobrando el equilibro. Scorpius estaba sentado sobre un baúl en la esquina del trastero, apoyado lánguidamente contra la pared—. ¿Visteis la daga?

—Sí —dijo James—. ¿Y tú, Rose? ¿Ralph? No os vi a ninguno allí.

Rose sacudió la cabeza con desmayo.

—Lo vi todo. Vi al director Dumbledore y al profesor Snape hablando de la posibilidad de algún tipo de sucesor. Y entonces... le vi a él. El Que No Debe Ser Nombrado. Era horrible.

—Yo no entendí mucho de lo que decía, pero creo que capté la esencia —dijo Ralph, con la cara pálida—. Esos Horrocruxes se supone que guardaban un trozo del alma de Voldemort, así que incluso si le mataban, no moría en realidad, ¿no?

—Pero el último Horrocrux, el incrustado en la daga de su padre, era diferente —asintió Rose—. No podía volver a reclamar esa parte. Tenía que ser pasada a un bebé, llevando ese trozo de su alma a una nueva vida.

James frunció el ceño.

—¿Por qué alguien tan obsesionado con la inmortalidad malgasta un Horrocrux con la vida de algún otro?

Ralph se encogió de hombros como si la respuesta fuera obvia.

—Todavía sería su vida, pero oculta. ¿Quién sospecharía? Mientras Voldemort estuviera dentro de Voldemort, todos los magos buenos del mundo le perseguirían. Sabía que al final unos pocos, como tu padre, James, nunca se detendrían hasta que el último Horrocrux fuera destruido y cada retazo de Voldemort estuviera muerto. Ocultar el último trocito de su alma en algún bebé anónimo fue algo genial. Quiero decir, ya viste el aspecto de Voldemort. No es como si pudiera pasar desapercibido entre una multitud, ¿no? Pero si era parte de un niño, ¿quién le buscaría allí? Es el disfraz perfecto.

—Incluso así, él no sería ese niño —dijo Rose, arrugando la cara con disgusto—. Ese pedazo de su alma tendría que competir con el alma entera de la persona en cuyo interior estuviera.

—O trabajar junto a él —dijo Scorpius—. Si encontrara alguna debilidad en el alma del anfitrión, podría explotarla, doblegarlo de algún modo a la voluntad de Voldemort. Incluso un árbol puede doblegarse si es manipulado desde que es un brote. Voldemort era muy paciente y astuto. Su esencia se tomaría su tiempo para someter y imponer su voluntad a la nueva alma.

—¿Y qué pasó con la daga? —preguntó Rose, sentándose sobre una caja—. Tenemos que asumir que el profesor Snape fue asesinado antes de tener oportunidad de destruir el Horrocrux. ¿Pero tuvo éxito maldiciendo la daga para engañar a tu abuelo?

—No según él —dijo Scorpius, sonriendo sombríamente—. Mi abuelo no sabe nada de los recuerdos que contiene el Pensadero. Él cuenta la historia de un modo completamente distinto, por supuesto...

Scorpius se lanzó a relatar el resto de la historia como la conocía.

Empezaba, explicó, con la muerte de Severus Snape a manos de Voldemort, asesinado no porque el Señor Tenebroso sospechara de su lealtad dividida —el propio Scorpius no lo sabía siquiera hasta que lo descubrió en los recuerdos almacenados en el Pensadero— sino por la noción equivocada de que Snape debía morir para que la Varita de Saúco, el instrumento mágico invencible, perteneciera completamente a Voldemort. Snape no había esperado esto, y por tanto no había destruido la daga Horrocrux. Sin embargo, había sido lo bastante astuto como para ocultar la daga extremadamente bien y no revelar su localización a nadie. Poco tiempo más tarde, después de que el propio Voldemort hubiera muerto y sus mortífagos se hubieran dispersado, Lucius Malfoy fue tras la daga, intentando frenéticamente cumplir con su deber para con su amo muerto. Se introdujo a escondidas en la escuela poco después de que la batalla hubiera acabado, mientras sus defensas todavía estaban muy debilitadas. Utilizó todas las artes de que disponía para buscar la daga, pero incluso aunque sentía su presencia, fue totalmente incapaz de encontrar su escondite. Se volvió loco de rabia y furia, por la creencia de que si fallaba, el Señor Tenebroso llevaría a cabo su venganza incluso desde más allá de la tumba.

Mientras todavía buscaba en la oficina del director Snape, la presencia de Lucius en el castillo fue detectada. Huyó, camuflado y maldiciendo a todo y a todos a su paso. Mientras escapaba a través del Bosque Prohibido, sin embargo, sus sentidos agudizados detectaron un objeto mágico poderoso perdido allí. No tenía tiempo de buscar el objeto, pero estaba decidido a volver tan pronto como pudiera, convencido de que por accidente había tropezado con el escondite de la daga.

Paso el tiempo, sin embargo, y Lucius fue incapaz de volver al Bosque. La mayoría de sus compañeros mortífagos estaban ocultos o ya habían sido capturados y apresados. Lucius cubrió su rastro excepcionalmente bien, pero vivía con el miedo abyecto de estar siendo vigilado, de que en cualquier momento, sería encontrado y apresado. Su esposa, Narcissa, le había abandonado poco después de la batalla, e incluso su hijo, Draco, parecía poco deseoso de saber de él, así que Lucius siguió escondido. Utilizó lo que quedaba de su dinero para comprar una casa solariega en Cannery Row, protegiéndola con los mejores métodos de secretismo que conocía. Allí, solo, comenzó a planear su retorno al castillo Hogwarts para recuperar la daga.

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