Kafka en la orilla (62 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, Fantástico

BOOK: Kafka en la orilla
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Harto de encontrarme inmerso en fantasías sexuales, salgo afuera y realizo mi programa gimnástico. Hago ejercicios para fortalecer los músculos del abdomen utilizando la barandilla del porche. Acometo una tanda de abdominales a ritmo acelerado, luego, una dura tanda de estiramientos. Sudo tan profusamente que voy al bosque, empapo la toalla en el arroyo y me friego todo el cuerpo con ella. El agua está fría. Apacigua un poco mi exaltación. Luego me siento en el porche, escucho Radiohead en el
discman
. Desde que me escapé de casa he estado escuchando reiteradamente la misma música.
Kid A
, de Radio-head;
Greatest Hits
, de Prince. Y, de vez en cuando,
My Favorite Things
, de John Coltrane.

A las dos de la tarde —justo a la hora en que empieza la visita guiada—, vuelvo a internarme en el bosque. Sigo el mismo camino que la otra vez y, tras andar un trecho, llego al mismo claro en la espesura. Me siento sobre la hierba. Me apoyo en el tronco de un árbol y miro el cielo a través de la redonda abertura que hay entre las ramas. Alcanzo a ver los extremos de las blancas nubes veraniegas. Me encuentro en zona segura. Desde aquí puedo regresar sin problemas a la cabaña. Enigma para principiantes, «Nivel 1» de un videojuego fácil de ejecutar. Pero, si sigo adelante, pondré los pies en un laberinto mucho más intrincado, desafiante. El camino se irá estrechando cada vez más hasta fundirse en la ambigüedad de un mar de helechos.

A pesar de ello, decido proseguir un poco más.

Quiero comprobar hasta dónde soy capaz de penetrar en la profundidad del bosque. Sé que entraña peligro. Pero quiero ver con mis propios ojos, quiero sentir en mi propia piel, qué tipo de peligro entraña, cuál es el alcance del peligro. No puedo refrenarme. Algo me impele a avanzar.

Con extremas precauciones, voy siguiendo una especie de camino. Los árboles son cada vez más imponentes, el aire se vuelve más denso y pesado. Sobre mi cabeza, las ramas estrechamente entrelazadas me impiden ver el cielo. Los signos del verano, ostensibles hasta hace unos instantes, se han desvanecido ya. Aquí jamás han existido las estaciones. Pronto me asalta la duda de que lo que estoy pisando sea realmente un camino. Parece un camino, pero también podría ser algo que sólo tiene la apariencia de un camino sin llegar a serlo. La definición de todas las cosas, envuelta en el asfixiante olor de la vegetación, se vuelve ambigua. Lo razonable se confunde con lo irrazonable. Sobre mi cabeza, un cuervo suelta un agudo graznido. Muy estridente. Quizá sea una advertencia. Me detengo, lanzo una mirada alrededor. Es peligroso seguir adelante sin llevar el equipo apropiado. «Tengo que retroceder», me digo.

Pero no es tan sencillo. Tal vez sea más difícil todavía que avanzar. Como las tropas de Napoleón, batiéndose en retirada. El camino es incierto, a mi alrededor los troncos de los árboles se superponen unos a otros hasta formar una muralla intrincada y negra. Junto a mis oídos resuena con una fuerza inusitada el eco de mi respiración. Como si fuera una corriente de aire que procediese de algún rincón del mundo. Una mariposa negra, tan grande como la palma de mi mano, se me cruza aleteando por delante de los ojos. Su forma me recuerda aquella mancha de sangre en mi camiseta. La mariposa surge de detrás de la sombra de un árbol, se desplaza lentamente por el aire y desaparece detrás de otro árbol. Al desaparecer la mariposa, el bosque se muestra más opresivo aún, el aire se hiela un poco más todavía. El pánico a pensar que quizá me haya perdido hace que me sobrecoja. Sobre mi cabeza, el cuervo vuelve a lanzar su agudo graznido. Parece el mismo pájaro de antes, el mismo mensaje. Me detengo, vuelvo a levantar la vista. No veo ningún pájaro. Un viento, esta vez real, sopla a ráfagas intermitentes, como si de pronto se acordara de hacerlo, y unas hojas de tonalidad oscura susurran de modo amenazador bajo mis pies. Percibo cómo corren veloces unas sombras a mis espaldas. Me doy la vuelta de golpe, pero las sombras ya se han ocultado en algún lugar.

Con todo, consigo regresar a la placita redonda —a mi secreta zona de seguridad—. Vuelvo a sentarme sobre la hierba, respiro hondo. Alzo la vista hacia el claro cielo real, recortado en círculo, y me cercioro, una y otra vez, de que he regresado al mundo verdadero. Aquí se percibe el verano añorado. La luz del sol me envuelve como una película, me da su calor. Sin embargo, la sensación de pánico que he experimentado en el camino de regreso permanece largo tiempo en mi cuerpo como copos de nieve sin fundirse en un rincón del jardín. De vez en cuando el corazón me late de forma irregular, aún tengo la piel erizada por el terror.

Aquella noche me acuesto en la oscuridad y, conteniendo la respiración y con los ojos bien abiertos, espero a que surja alguna figura de entre las tinieblas. Ruego para que aparezca alguien. No sé si mis súplicas surtirán algún efecto. Pero concentro todos mis sentimientos con la esperanza de que eso ocurra, lo deseo fervientemente. Ruego que mi deseo se cumpla a fuerza de anhelarlo con la máxima intensidad.

Pero mis plegarias no han sido oídas. Mis peticiones han sido rechazadas. La señora Saeki no aparece, igual que ayer. Ni la señora Saeki real, ni la señora Saeki en forma de ilusión, ni la señora Saeki con aspecto de la niña de quince años. Las tinieblas siguen siendo tinieblas. Antes de dormirme me atormenta una violenta erección. Más vigorosa, más firme que nunca. Pero no me masturbo. Decido mantener intactos los recuerdos de mis relaciones sexuales con la señora Saeki. Me duermo apretando ambas manos. Espero soñar con la señora Saeki.

Pero es Sakura quien aparece en mis sueños.

O tal vez no sea un sueño. Todo es demasiado real y coherente. No hay ni un ápice de ambigüedad. No sé cómo llamarlo. Pero, como fenómeno, no tiene más denominación que ésta, o sea, sueño. Yo me encuentro en el apartamento de Sakura. Ella duerme en su cama. Yo estoy tendido dentro de mi saco de dormir. Igual que cuando pasé la noche en su casa. El tiempo ha retrocedido y yo me encuentro ahora en una encrucijada.

A medianoche me despierto con una sed terrible, salgo del saco y bebo agua. Varios vasos. Cinco o seis. Una ligera película de sudor cubre mi piel, tengo una violenta erección. En la parte delantera de mis bóxers se aprecia una protuberancia rígida. Mi pene parece un ser vivo, poseedor de una conciencia distinta, que funciona según un sistema distinto. Bebo agua y, automáticamente, él recibe su parte. Puedo oír el tenue ruido que hace al tragarse el agua.

Dejo el vaso en el fregadero y me apoyo unos instantes en la pared. Quiero saber la hora, pero no veo ningún reloj. Deben de ser altas horas de la madrugada. Horas en que incluso los relojes se esfuman en alguna parte. Me acerco a la cama de Sakura. Las luces de la calle penetran en la habitación a través de las cortinas. Ella está profundamente dormida y me da la espalda. Las plantas de sus pequeños y bonitos pies asoman por debajo del ligero edredón. Parece que a mi espalda alguien ha encendido furtivamente la luz. Se ha oído el chasquido del interruptor. Los troncos superpuestos de los árboles obstruyen mi campo visual. Aquí no hay estaciones. Tomo la determinación de acostarme junto a Sakura. La pequeña cama individual cruje bajo el peso de los dos cuerpos. Aspiro el olor de su nuca. Huele un poco a sudor. Le rodeo suavemente la cintura por detrás. Sakura lanza un pequeño suspiro, casi inaudible, pero no se despierta. El cuervo lanza su agudo graznido. Alzo la vista. Pero no veo ningún pájaro. Ni siquiera puedo vislumbrar el cielo.

Levanto la camiseta de Sakura, acaricio sus suaves senos. Pellizco sus pezones con la punta de los dedos, como si sintonizara una emisora de radio. Mi pene erecto presiona con fuerza la parte posterior de su muslo. Pero ningún sonido escapa de sus labios. Su respiración no se agita. «Debe de estar profundamente dormida», pienso. El cuervo vuelve a graznar. El pájaro vuelve a mandarme algún mensaje, pero yo no soy capaz de descifrarlo.

El cuerpo de Sakura es cálido y, al igual que el mío, está cubierto de sudor. Me decido a cambiarla de posición. Despacio, la atraigo hacia mí y la coloco boca arriba. Ella espira con fuerza. Aun así, no hay signos de que vaya a despertarse. Aplico el oído a su vientre liso como un papel de dibujo e intento descifrar los ecos del sueño dentro del laberinto que hay debajo.

Mi erección permanece. Se diría que va a durar eternamente. Le quito las pequeñas bragas de algodón. Me lleva cierto tiempo deslizarlas por sus piernas y sacar los pies. Luego deposito la mano en su vello púbico y deslizo suavemente un dedo hacia su interior. Está cálido, tentadoramente húmedo. Muevo el dedo despacio. Sakura sigue sin despertarse. Se limita a lanzar en sueños otro profundo suspiro.

Al mismo tiempo, en una especie de hueco que hay en mi interior, algo se dispone a salir de su cáscara. En algún instante han surgido un par de ojos vueltos hacia mi interior. Por lo tanto, puedo observar toda la escena. Yo aún no sé si ese algo es bueno o malo. Pero, en cualquier caso, no puedo detenerlo. Es algo resbaladizo, que aún no tiene rostro. Y pronto saldrá de su cáscara, adquirirá un rostro, su cuerpo acabará desprendiéndose de esta especie de gelatina que lo envuelve. Y entonces sabré de qué se trata. Pero, de momento, no pasa de ser una especie de señal amorfa. Alarga unas manos que no son manos e intenta romper la cáscara por el lugar más débil. Y yo miro sus movimientos fetales.

Tomo una decisión.

No, no es cierto. En realidad, yo no tomo ninguna decisión. Porque no tengo posibilidad de elegir. Me bajo los bóxers, el pene se yergue liberado. Cojo a Sakura, le abro las piernas, la penetro. No es difícil. Ella está muy blanda y yo muy duro. Ya no siento dolor en el pene. Mi glande se ha robustecido en cuestión de días. Sakura aún está inmersa en sus sueños. Yo me hundo en ellos.

Sakura se despierta de repente. Ve que estoy dentro de ella.

—¡Tamura! ¿Qué diablos estás haciendo?

—Pues, al parecer, estoy dentro de ti —respondo.

—¿Y por qué? —dice Sakura con una voz terriblemente seca—. Ya te dije que no lo hicieras, ¿no?

—No he podido aguantarme.

—Pues, ahora, para y saca enseguida eso de ahí.

—No puedo sacarlo —digo. Y sacudo la cabeza.

—Tamura, escúchame. En primer lugar, yo tengo novio formal. En segundo lugar, tú has penetrado por las buenas en mi sueño. Y eso no está bien.

—Ya lo sé.

—Aún no es demasiado tarde. Es cierto que tú estás dentro de mí pero aún no te has movido y no has eyaculado. Sólo estás ahí, tranquilo. Como si reflexionaras. ¿Verdad?

Asiento.

—Sal —dice ella, como si expusiera una argumentación—. Y olvidemos lo ocurrido. Yo lo olvidaré y tú también. Yo soy tu hermana mayor, tú eres mi hermano pequeño. Aunque no nos unan los lazos de la sangre, somos hermanos, eso sin ninguna duda. Ya lo sabes, ¿no? Que nosotros somos una familia, y que no podemos hacer estas cosas.

—Ya es demasiado tarde —digo yo.

—¿Por qué?

—Porque así lo he decidido yo —digo.


Porque así lo has decidido tú —dice el joven llamado Cuervo.

Ya estás harto de que las cosas te manejen a su antojo. No quieres que te vuelvan a sumir en la confusión jamás. Tú ya has matado a tu propio padre. Ya has violado a tu propia madre. Y ahora estás dentro de tu hermana. Si ésa es la maldición, la vas a cumplir. Vas a seguir con diligencia, punto por punto, todo el programa que han diseñado para ti. Quieres descargarte lo antes posible ese peso que acarreas a la espalda y empezar a vivir siendo tú mismo, no alguien atrapado en las obsesiones de otro. Esto es lo que deseas.

Ella se cubre la cara con ambas manos, llora un poco. Lo sientes por ella. Pero tú, ahora, no puedes salir de su cuerpo. Tu pene crece más y más en su interior, se endurece. Es como si hubiera echado raíces.

—De acuerdo. No diré nada más —comenta ella—. Pero recuérdalo bien. Esto es una violación. Yo te quiero, pero no deseaba que las cosas ocurriesen, de este modo. Quizá no volvamos a vernos jamás, por mucho que podamos llegar a desearlo en el futuro. ¿Me has entendido?

Tú no sabes qué responderle a eso. Apagas el interruptor de tus pensamientos. Atraes su cuerpo hacia ti y empiezas a mover las caderas. Despacio, con precaución, después violentamente. Para poder volver has intentado memorizar la forma de todos los árboles del camino, pero se parecen tanto que pronto te ves engullido por un mar anónimo. Sakura cierra los ojos y se abandona a tus movimientos. No dice nada. No ofrece resistencia. Borra toda expresión de su rostro, vuelve la cara hacia un lado. Pero tú puedes sentir el placer carnal que ella experimenta como una prolongación del tuyo. Tú, ahora, lo sabes. Los troncos de los árboles se superponen los unos a los otros y forman una negra muralla que obstruye tu campo visual. El pájaro ya no envía ningún mensaje. Y tú eyaculas.

Yo eyaculo.

Me despierto. Estoy en la cama, a mi alrededor no hay nadie. Es medianoche. Las tinieblas se expanden hasta el infinito, todos los relojes se han perdido. Salto de la cama, me quito la ropa interior, me limpio el esperma con el agua de la cocina. Es blanco, denso y pesado como un hijo natural nacido de las tinieblas. Me bebo varios vasos de agua seguidos. Pero, por más que beba, no puedo saciar mi sed. Me siento desesperadamente solo. Dentro de las profundas tinieblas de la noche, rodeado de los árboles del bosque, me siento lo más solo que alguien pueda llegar a sentirse. Aquí no hay estaciones, ni luz. Vuelvo a la cama, me siento en ella, respiro hondo. Las tinieblas me abrazan.

Ese
algo
de tu interior ya se manifiesta con toda claridad. Permanece ahí, latente, como una sombra negra. No se ve la cáscara por ninguna parte. Se ha quebrado por completo y ha sido desechada. Tienes algo espeso adherido en las manos. Tal vez se trate de sangre humana. Te acercas las manos a los ojos y las examinas. Pero la luz es insuficiente para ver. Hay demasiada oscuridad, tanto dentro como fuera.

40

Al lado del letrero donde podía leerse
BIBLIOTECA CONMEMORATIVA KÔMURA
había un cartel que indicaba que el lunes era el día de descanso de la biblioteca, que estaba abierta de once de la mañana a cinco de la tarde, que la entrada era gratuita y que, si alguien así lo deseaba, todos los martes solía efectuarse una visita guiada por el interior del edificio. Hoshino se lo leyó a Nakata.

—Hoy es lunes, justo el día de fiesta —dijo el joven. Luego consultó su reloj de pulsera—. Claro que tanto da. A esta hora siempre está cerrada.

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