La aventura de los romanos en Hispania (17 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

BOOK: La aventura de los romanos en Hispania
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La falta física de Pompeyo, las maniobras envolventes y agotadoras de Julio César, la molicie generada en el ejército pompeyano tras seis años de inactividad y la adhesión a César de ciudades como Osea, Calagurris y Tarraco fueron las causas principales de la derrota pompeyana en Hispania.

Las tropas de César consiguieron rendir al enemigo sin apenas bajas; un eficaz cerco dejó a los legionarios pompeyanos sin comida para ellos y sus animales, lo que terminó por debilitarlos hasta las últimas consecuencias. Afranio, legado que comandaba aquel ejército hundido, no tuvo más remedio que aceptar la capitulación ante los orgullosos cesarianos. Fue una humillación que causó estragos entre los conservadores romanos; todo el plan concebido por Pompeyo se vino abajo sin la gran batalla esperada.

El ejército pompeyano fue licenciado sin recibir mayor castigo; sólo restaba reducir a las dos legiones de la Ulterior dirigidas por Varrón, el cual intentaba fortificarse sin éxito en ciudades como Gades o Itálica. Finalmente, la defección al completo de una legión formada por hispanos empujó al legado a solicitar la paz a César. La campaña en Hispania había concluido junto a las posibilidades pompeyanas.

Julio César realizó su entrada victoriosa en Gades, una ciudad a la que conocía y quería desde sus tiempos de cuestor y pretor. En reconocimiento a la lealtad demostrada por los gaditanos hacia su causa, les concedió la ciudadanía romana, uniendo de ese modo su nombre a la lista de municipios romanos. Sin perder un minuto, se embarcó junto a sus tropas en el puerto gaditano y zarpó rumbo a Tarraco, donde se realizó un desfile triunfal por la victoria en Hispania. El último gesto de este vital acontecimiento fue levantar en Perthus un altar conmemorativo en el mismo sitio donde se construyera años antes el monumento de Pompeyo que celebraba su victoria sobre Sertorio.

Antes de su marcha en busca de Pompeyo, César designó gobernadores para la Citerior y Ulterior, en el primer caso a Emilio Lépido, y a Cassio Longino para el segundo. Aunque el éxito había sido total, la península Ibérica seguía manteniendo fuertes lazos con la causa pompeyana y, al poco, ya se estaban produciendo motines promovidos por ciudadanos nostálgicos de la situación anterior o soldados que no reconocían el mando de los nuevos pretores. Por su parte, numerosas ciudades nativas no olvidaban su
devotio
imperecedera a Pompeyo. El asunto empeoró con la nefasta gestión de Cassio Longino sobre la Ulterior, un hombre demasiado ambicioso que explotó los recursos provinciales hasta límites bochornosos, abusando de la confianza que César había depositado en él. Cassio reclutó una legión más que añadió a las dos dejadas por César y a otras dos que le fueron enviadas desde Italia. Con estos efectivos se lanzó a una campaña contra los lusitanos; como es obvio, los nativos fueron aplastados una vez más y sus riquezas repartidas entre la soldadesca, que no tuvo el menor inconveniente en proclamar
imperator
a un Cassio henchido de avaricia.

La situación se tornó delicada cuando las antiguas legiones pompeyanas se sublevaron en toda regla. Los desmanes cometidos por el pretor y el incumplimiento de las promesas ofrecidas por César terminaron en un estallido que ni siquiera pudo frenar el envío de refuerzos desde la Citerior. Cassio Longino tuvo que escapar precipitadamente con los tesoros acumulados por él, aunque sin suerte, ya que murió ahogado cuando su barco se hundió cerca de la desembocadura del Ebro.

Mientras esto sucedía, los rancios senadores republicanos Escipión y Catón, conocedores de lo que estaba ocurriendo en Hispania, estimularon a Cneo —hijo de Pompeyo— para que tomara la iniciativa desde la península Ibérica. A él se uniría su hermano Sexto, que había sido derrotado en África.

La presencia de los vástagos pompeyanos devolvería la moral a las antiguas legiones servidoras de su padre, por entonces ya muerto en los territorios egipcios, lugar en el que se refugió, para su desgracia, tras la catástrofe de Farsaba.

Cneo Pompeyo reclutó un ejército en el que se integraron antiguos veteranos que habían participado en la batalla de Ilerda. La expedición zarpó desde el puerto de Utica con destino a las islas Baleares, que fueron tomadas con escasa resistencia, salvo Ibiza, isla que consiguió oponer una eficaz defensa.

Las tropas acantonadas en la Ulterior recibieron la noticia de la llegada de Cneo Pompeyo, motivo más que suficiente para inclinarse hacia el partido que encarnaba la figura del mítico general. Tras el arribo a la Península del ejército pompeyano, se sitió Cartago Nova, ciudad que se rindió sin mucho protocolo. Ése fue el lugar elegido para la confluencia de todas las tropas afines a la causa senatorial. Hispania iba a ser una vez más campo de batalla como último reducto de la resistencia republicana. De hecho, ni siquiera en Roma se mantenía espíritu combativo alguno: Catón, férreo defensor del antiguo régimen, se suicidó al perder toda esperanza. A Julio César, muy ocupado en sus amoríos con Cleopatra, la reina de Egipto, no le quedó más opción que preparar su vuelta a esa provincia esencial para la construcción del futuro Imperio.

La primera medida fue despachar a Pedio y Fabio Máximo como legados desde Cerdeña, pero la legión que dirigían fue insuficiente ante la potencia desplegada por las tropas pompeyanas. César hizo un nuevo envío, en esta ocasión dos formidables legiones, la VI y su favorita, la X, con el apoyo de inmejorables tropas auxiliares galas donde destacaban 8.000 jinetes de la máxima confianza; estos efectivos se sumaron a la legión anterior y a otras seis ya establecidas en Hispania. Él mismo decidió, ante la gravedad de la situación, ponerse al frente de sus ejércitos.

Esperó pacientemente a que concluyesen las elecciones del año 46 a.C., y sólo entonces puso en práctica una de sus famosas máximas, acuñada tiempo atrás, durante la campaña de las Galias: «Las guerras se ganan por los pies», y no le faltó razón, pues en una marcha demoledora que duró veintisiete días viajó desde Roma a la Península sin perder un instante.

En el invierno de ese mismo año, las tropas cesarianas comenzaban su preparación para el combate decisivo. Asimismo, los pompeyanos hacían lo propio desde Corduba, la capital ulterina. En la plaza se encontraba Sexto, mientras que su hermano Cneo sitiaba la cesariana ciudad de Ulia.

La batalla de Munda

La estrategia de Julio César pasaba necesariamente por un enfrentamiento total y decisivo en campo abierto. La precariedad en el avituallamiento de las tropas impedía otro tipo de maniobras, como largos asedios o escaramuzas de desgaste.

El ejército pompeyano, si bien era superior en número a sus rivales, ofrecía la debilidad manifiesta de estar compuesto por tropas heterogéneas reclutadas con excesiva premura. En total se contaba con unas once legiones (en algún caso una o dos más), integradas por romanos, hispanos y africanos. Estos efectivos no estaban rigurosamente entrenados ni motivados, pero, con todo, su disposición táctica era netamente romana, lo que podía suponer un serio obstáculo para las tropas a las que se iban a enfrentar.

Durante el invierno de 45 a.C. se produjeron diversas situaciones que trasladaron el escenario de la guerra a numerosas poblaciones de la Ulterior. Como hemos dicho, Ulia agonizaba ante los contingentes de Cneo Pompeyo; por su parte, César intentó un asalto relámpago sobre Corduba, pero la ciudad se encontraba espléndidamente fortificada y aprovisionada, lo que invitaba a pensar que cualquier asedio propuesto sería prolongado. Los cesarianos buscaron con insistencia la provocación necesaria para hacer salir a los pompeyanos; se atacaron algunas plazas como Ategua (Valle del Guadajoz, Córdoba), que finalmente cayeron con el apoyo de una masa creciente de ciudadanos inclinados a la causa de Julio César.

Por fin se produjo el deseado combate decisivo en Munda (Montilla, Córdoba): ocurrió el 17 de marzo y, según cuentan las crónicas, la experiencia militar de las legiones cesarianas, a cuya vanguardia se situó la magnífica X Legión, fue la herramienta fundamental que desarboló al inconexo ejército pompeyano. Las bajas de ese día se cifraron en 30.000 por parte republicana, mientras que fueron 1.500 los caídos en el bando del dictador romano. Cneo Pompeyo intentó escapar con los restos de su ejército; sin embargo, fue capturado en la costa y ejecutado en Lauro. Julio César se encontraba en Gades cuando recibió la cabeza de Cneo, una imagen triste, muy semejante a la protagonizada por su padre tres años antes en Alejandría.

Tras la derrota de Munda sólo quedaba un enemigo: Sexto Pompeyo, un joven de veintidós años muy inexperto en el combate, aunque valiente y ardoroso en la defensa de la memoria paterna. Las legiones de César se dirigieron a Corduba, ciudad en la que el muchacho seguía parapetado con miles de seguidores.

La esterilidad que suponía una defensa acérrima de la plaza hizo que Sexto ordenara su abandono y rapiña para evitar el incremento de botín entre los hombres de César. Corduba fue incendiada y Sexto huyó a la Celtiberia, donde todavía conservaba la amistad de algunos. El drama se desató cuando los legionarios cesarianos tomaron la arrasada plaza, comprobando que no había nada que esquilmar. Su ira se transformó en delirio y ocasionó más de 20.000 muertos entre la población civil. Mientras tanto, César andaba ocupado en la venta de 14.000 prisioneros obtenidos en la pasada batalla, así como en la organización administrativa y política de las dos provincias hispanas.

Se concedieron innumerables distinciones a las ciudades que habían demostrado su apoyo a la segunda campaña de César en Hispania. Algunas plazas alcanzaron la categoría de colonia latina o de municipio romano, como fue el caso de Ulia. En cambio, Julio César cargó todo su peso vengativo sobre las urbes que habían sustentado al movimiento pompeyano. En ese sentido, se confiscaron tierras que fueron entregadas a los veteranos de César convertidos ahora en prósperos colonos. También se ordenó la construcción de colonias fronterizas con la Lusitania meridional. Esas decisiones romanizaron en profundidad a toda la provincia Ulterior y sentaron las bases de la rica y pujante provincia Bética. En cuanto a la Citerior, menos involucrada en la guerra, sólo recibió un reforzamiento de las vías que discurrían por la costa oriental, potenciándose colonias como Cartago Nova o Tarraco. Julio César estableció las directrices esenciales para el buen funcionamiento de la Hispania imperial. Gracia a él la península Ibérica estrechó sus lazos con la metrópoli latina, lo que daría frutos más que apetecibles si hablamos de cultura, prosperidad y civilización.

Una vez terminado el trabajo de organización, el dictador —más emperador que nunca— regresó a Roma para celebrar su quinto triunfo; todo un récord muy mal visto por los estamentos reaccionarios. Sin embargo, la guerra pompeyana todavía mantenía algunos núcleos resistentes liderados por Sexto Pompeyo, el cual se había refugiado en los Pirineos orientales, donde levantó un nuevo ejército. Con estas tropas regresó a la Ulterior, dispuesto a plantear una guerra de guerrillas. Rápidamente se sumaron a su causa un gran número de perjudicados y vencidos por César. En total consiguió armar siete legiones, cifra asombrosa si tenemos en cuenta los desastres anteriores. César quiso apagar de un soplo esta llama insurgente y, a tal efecto, envió a un legado llamado Carrinas con un ejército a todas luces insuficiente para el combate guerrillero planteado por Sexto en la península Ibérica.

El fracaso de Carrinas provocó que el incómodo asunto del superviviente pompeyano se tomara más en serio y, en consecuencia, se trasladaron a Hispania dos pretores con la experiencia suficiente para reconducir la situación: en la Citerior se instaló Emilio Lépido, futuro triunviro junto a Octavio y Marco Antonio, mientras que en la Ulterior hacía lo propio Asinio Pabón, quien sería el encargado de enfrentarse directamente a las tropas rebeldes; pero la sangre no llegó al río, dado que el 15 de marzo de 44 a.C., Julio César era asesinado en una estancia del Senado romano. Paradójicamente, los conjurados republicanos lo cosieron a puñaladas justo al pie de una estatua que recordaba a Pompeyo el Grande. La noticia fue celebrada por las tropas de Sexto, aunque ya no sabían bien contra quién tendrían que luchar desde entonces. La solución al problema llegó en forma de amnistía desde Roma: la guerra civil que había estallado no permitía muchas licencias en el exterior y, de ese modo, se ofertó a Sexto Pompeyo y a los suyos que regresaran a la capital libres de cargos para integrarse con honores en la vida pública. Sexto aceptó la propuesta senatorial y retornó orgulloso a Roma, donde recuperó la memoria y el patrimonio de su querido padre. Así terminó esta durísima contienda en la Península, cinco años en los que se midieron un número inaudito de legiones bajo el mando de brillantes estrategas y tácticos. En definitiva, se estaba consumando la disolución de la República y con ello toda una forma de vida.

Hispania cumplió con el papel asignado de campo de batalla. Su control por uno u otro oponentes significaba mantener a salvo una plataforma innegable de provisión e influencia para la metrópoli. César salió victorioso, impulsando resueltamente la institución imperial, y aunque fue el arquitecto del Imperio no pudo ver terminada la obra. Su testigo lo recogió Octavio —su hijo adoptivo—, quien años más tarde protagonizaría uno de los capítulos más interesantes de la epopeya humana; por supuesto Hispania jugó entonces un papel imprescindible, como veremos de inmediato.

El triunvirato de 43 a.C. dejó a la península Ibérica en manos de Lépido, que tuvo escasa presencia en los territorios gobernados por él, acaso por estar más preocupado de su influencia en Roma. Tras el desastre de Philippos que suponía
de facto
el hundimiento de las esperanzas republicanas, las provincias hispanas pasaron a ser controladas por Octavio, sin que jugaran un papel trascendental en la guerra que se libraba entre el futuro Augusto y Marco Antonio. Desde el año 44 hasta el 31 a.C., la historia peninsular refleja los endémicos levantamientos aborígenes del interior, siempre sofocados con éxito por los legados del nuevo César. Excepto un caso, los cántabros.

Cronología

Julio César en Hispania

69 a.C. César es nombrado cuestor en la provincia Ulterior.

61 a.C. Regresa a la Península como pretor de la Ulterior.

60 a.C. Triunvirato de Craso, Pompeyo y Julio César.

59 a.C. Comienza la campaña de las Galias.

56 a.C. Levantamientos aborígenes en la Citerior. Algunas tropas hispanas participan en las Galias. Reunión de Lucca.

53 a.C. Desastre de Carre y muerte de Craso. Pompeyo y César se disputan el control de la República.

50 a.C. Fin de la guerra en las Galias.

49 a.C. Julio César cruza el Rubicón y estalla la guerra civil. Al poco, las operaciones bélicas se trasladan a Hispania. Victoria cesariana en Ilerda (Lérida).

48 a.C. Tras su derrota en los campos de Farsalia, Pompeyo busca refugio en Alejandría, donde es decapitado por orden de Ptolomeo XIII.

48-46 a.C. Cneo y Sexto, los hijos de Pompeyo, organizan la resistencia en Hispania.

45 a.C. 17 de marzo: los ejércitos pompeyanos son derrotados por César en la batalla de Munda (Montilla, Córdoba).

44 a.C. El 15 de marzo, Julio César es asesinado por una conspiración republicana. En Hispania, Sexto Pompeyo continúa la lucha; ese mismo año acepta la amnistía y disuelve su ejército.

43 a.C. Triunvirato de Octavio, Lépido y Marco Antonio.

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