Medio alzado de su sillón, dijo Tedden con tono de disgusto:
—¿Es animal o máquina?
—En otro tiempo animal, pero hoy ni animal ni maquina —dijo Djjckett, apartando por un momento la boquilla con que chupaba—. Pertenece a uno de los grupos conocidos como mamiferinjertos que se explotan hoy en Koramandel; no le quepa la menor duda de que será exportado en breve a su planeta.
—¡Jamás! —exclamó Tedden—. ¡Es repugnante! Le pido disculpas, pero le pido que deje de chupar Porque ¿he entendido mal o ese ser bestializado está vivo?
—No del todo. No tiene cerebro, sólo un sistema nervioso. Este mamiferinjerto es una mutación llevada a cabo a partir de la familia del camello. Podrá ver que es más eficiente y rápido que cualquier robot. Y debo decirle que me sorprende verlo alterado por un experimento que es en muchos aspectos similar al que ustedes realizan.
—¡Similar! ¡Similar! ¡Voto a él! Esa terrible mutación animales…
—Oh, ¿y no le parece la mitad de monstruoso que la terrible mutilación de criaturas humanas que llevan a cabo ustedes?
Por primera vez se sintió Djjckett satisfecho de sí mismo; mientras despedía al portavalijas dio una chupada más. Tedden estaba cogido a su escritorio con furia.
—Los cambios genéticos realizados en los niños del HEMA tienen lugar
antes
de la concepción.
—Tres cuartos de lo mismo ocurre con nuestros mamiferinjertos, claro.
El Moderador quedó un largo minuto en completo silencio. Cuando se sentó por fin, hasta sonreía.
—Toda cuestión tiene dos puntos de vista —dijo.
Mientras el sillón se acomodaba a sus condiciones, se pasó la mano por encima de la cara para evidenciar que todo lo anterior había desaparecido ya.
—Lo lamento mucho —dijo—. Perdone si me dio una vibración hace un instante.
Marcó un número en el dial de la pantalla del escritorio y la cabeza y hombros de una mujer uniformada y elaboradamente enmascarada apareció al momento.
—¿Tunnice? —preguntó Tedden—. ¿Cómo esta, por favor?
—Justamente iba a llamarlo. Moderador —dijo la cara enmascarada—. Todo parece estar completamente bajo control. Ella está bastante tranquila, y no esperamos nada nuevo por ahora. Le vibraremos tan pronto ocurra cualquier cosa.
La mujer sonrió con una oficial y más bien contenida curvatura de labios que resultaba enfatizada por la máscara.
—Gracias, Hembra Mingra —dijo Tedden, cortando la comunicación.
Se volvió a Djjckett un tanto desconcertado, como si la razón de su entrevista se hubiera alejado de su cabeza.
—Sí vea, Varón Djjckett, la laguna entre nuestras capacidades y las de los cutaliñianos tiene que desaparecer. Y puede desaparecer. Eso es lo que aquí hacemos, o al menos intentamos, a despecho de cualquier interferencia de fuera; quizá sea eso lo que también ustedes tratan hacer con esos mamiferinjertos bestializados No tengo idea de la extensión de sus experimentos. Todo el mundo vive hoy bajo presiones; usted sabe qué ha llegado a ser la civilización. Es una raza postiza. Todo es competición por aniquilar al otro. Pero supongamos que uno madura a los cinco años en lugar de hacerlo a los veinte.
Djjckett asintió con entendimiento.
—Sé lo que quiere decir —dijo—. Para cualquiera que acepta competir en la vida moderna, la competición se presenta violenta y despiadada. Pero ninguna provocación será nunca lo bastante grande para justificar los manejos que ustedes llevan a cabo aquí con la vida humana. La vida animal es diferente, existe para beneficio del hombre. Sus experimentos no son permisibles según los fundamentos éticos; ni siquiera resultan tolerables bajo conceptos biológicos. Nuestros cuerpos han conseguido un equilibrio nosotros, nosotros estamos blasfemando al pretender alterarlo. Después de todo ya hubo experimentos en el pasado; recordará sin duda los hombres insomnes de Krokazoa.
—Ese experimento, en particular, fracasó. Otros han tenido mejor fortuna. Y yo prefiero no oír el tono moralista aplicado a HEMA so pretexto de ennoblecer la vida humana, principalmente si es proferido por un grupo capaz de degradar la vida animal. Permítame decirle que usted y yo nos enfrentamos al sacrificio de la existencia animal con puntos de vista opuestos. Vaya por Dios nosotros siempre «hacemos manejos con la vida humana», por usar su expresión. En cualquier operación quirúrgica, en cualquier anestesia, en cualquier jarabe para la tos tiene usted representado un experimento semejante.
—¿Qué tiene que ver todo esto con los niños que me enseñó arriba. Varón Tedden? La alteración genética del ser humano es asunto bastante más serio que cualquier dosis de jarabe antitusígeno.
Tedden se levantó e introdujo las manos en su faja. Se puso a caminar arriba y abajo, evitando la proximidad del portavalijas. Los ojos de Djjckett no se apartaban de él.
—Lo que les ha ocurrido a esos niños es lo siguiente —dijo el genetista con parsimonia—. Hemos operado los «troqueles genéticos», moldes celulares primarios a cuyo tenor se modelan todas las células subsiguientes en el desarrollo de un individuo. Como ya sabrá, todo lo que cualquier individuo hereda está contenido en esos troqueles. Les fue separado un gen de sus cromosomas antes del nacimiento, antes de la concepción. De resultas, los niños son capaces de ponerse de pie casi al nacer.
—No es natural —dijo Djjckett.
—Lo es para una cría animal.
—Moderador, usted habla de seres humanos.
Haciendo caso omiso de la observación, Tedden se dirigió a un mueble que había bajo las amplias ventanas y rebuscó en un cajón. Extrajo una foto, la observó y se la pasó luego a Djjckett para que la mirase.
Dando vueltas a la transparencia fotográfica, vio algo que parecía rafia, anudada a intervalos en diferentes clases de nudos; formaba una espiral excéntrica, cuyo centro era diferencialmente más oscuro que los bordes. Rodeando la parte exterior de los nudos, se congregaba una bruma azarcillada. Djjckett observó en silencio, girando la foto en un sentido y luego en el otro.
—¿Es un cromosoma? —preguntó.
—Es una reproducción de un cromosoma humano tomado por nuestra microcámara infraelectrónica. Esos puntos anudados son las grandes moléculas que llamamos genes, portadores de la herencia y de diversas características que pasan de una generación a otra. Hay mil doscientos cinco. Los que quedan fuera son los que llamamos genes negativos o «más húmedos».
»Lo que hacemos es separar algunos de los genes más húmedos de los cromosomas del nonato antes de salir del seno paterno. Es un proceso extraordinariamente sencillo, ni siquiera doloroso para el padre. La operación ha de ser hecha con menor urgencia que las que producen el aborto.
—No sé, no sé —dijo Djjckett poniéndose de pie y sacudiendo la cabeza con perplejidad—. Debería usted entender que, desde mi punto de vista, cuanto más me habla de esto peor pone las cosas. ¿Qué hombre razonable cooperaría con ustedes para que su hijo resultara anormal?
Con lentitud, Tedden se tocó la nariz como si de aquella forma pudiera sofocar algún brote de ira.
—Cualquier hombre razonable —replicó, haciendo hincapié en cada palabra.
Llevó al mueble la foto que había enseñado.
—Cualquier hombre razonable —repitió— daría a su hijo la oportunidad de descollar por encima de sus contemporáneos. ¡Benditos los primeros, porque ellos serán los beneficiados! Los niños no se sostienen de pie, por lo general, hasta que no tienen un año, Varón Djjckett; los nuestros lo consiguen cuando tienen un día de edad. Eso es progresar, diga usted lo que diga.
»Extirpe otro de los genes más húmedos y obtendrá más avances. —Sonrió brevemente—. Por supuesto, admito que tuvimos nuestros pequeños fracasos al principio, niños que nacían cubiertos de vello, otros en pleno desarrollo… bueno, no importa; la cuestión es que a causa de unos cuantos percances el HEMA puede haber cobrado mala fama entre los mal informados. Desgraciadamente, mire por dónde, no podemos experimentar por anticipado estas cosas con animales. Los animales no poseen genes más húmedos; de las pocas cosas elementales qué ustedes han producido con respecto a su… trabajo, me quedo con lo relativo al estimulador de genes mamíferos, lo que es asunto muy diferente. Extraño. Sospecho que los humanos desarrollan su sistema más húmedo como una salvaguarda contra la precocidad… y por consiguiente, comparado con los animales, del largo período requerido para madurar. Ahora que el mundo ha sobrepasado la adolescencia, lo que necesitamos es precocidad. En un tiempo era más sabio no aprender con excesiva rapidez; hoy en día las circunstancias exigen que aprendamos lo más rápido posible. Ya le dije que el mundo es una raza postiza. Ah, es una carga…
Volvió a sentarse ante el escritorio. De nuevo se pasó una mano por la cara. Sus ojos mientras se ajustaba la máscara quedaron en blanco, como si estuvieran enfocando algo que se encontrara más allá de lo que tenía delante.
—Usted afirma tener un interés sincero por el mundo —dijo Djjckett, no sin simpatía, pues descubrió que le gustaba aquel tipo tan excéntrico— y sin embargo lo tiene en muy poco.
Por vez primera miró Tedden al fondo de los ojos de Djjckett. Vio, no el espantapájaros con quien creía estar hablando, sino un hombre inquieto cuyas torpes maneras no ocultaban del todo la firmeza de propósitos. Tedden apartó la mirada, golpeando el escritorio con los dedos.
—¿De qué se trata sino del mundo? —exclamó casi con un gruñido.
—Soy hombre religioso, doctor Tedden, un Teórico; tengo una respuesta positiva a esa pregunta.
—Ah, ¿se refiere usted a Él? Lo siento, Djjckett, pero no me incluya. Nunca lo he visto en mis microcátodos —dijo Tedden con tristeza.
De nuevo sus miradas se cruzaron, y ciertamente no era agradable lo que veían: era uno de esos momentos muertos en la vida de los hombres en que hasta la esperanza parecía desesperanza.
—Obviamente, usted se siente inclinado a no creer en un creador ya que está interpretando por sí mismo el papel de creador —dijo Djjckett con tono de excusa—. ¿He de considerar que sus intenciones futuras son extirpar más genes hiperhúmedos a medida que vayan apareciendo más padres voluntarios?
—Si.
—Pero ¿puede usted predecir resultados? Quiero decir, ¿sabe con certeza qué cambio se efectuará antes que el niño nazca?
Tedden estaba sudando; de pronto, pareció un hombre empequeñecido. Advirtiendo la mirada de Djjckett fija en su frente, con gesto abstraído cogió un pañuelo de papel y se la secó.
—No —dijo—. No con certeza plena. En la vida no hay certezas.
—¡No con certeza plena! Es usted un loco irresponsable, Moderador, pues todo lo que dice sobre…
Djjckett se había puesto de pie, las manos cerradas, desordenado el cuello. El portavalijas se había alzado con él y había estirado sus patas. Sus palabras fueron cortadas por el zumbido del vibroducto. Tedden lo conectó con avidez terrible, casi rompiendo el aparato. El rostro de la mujer que antes apareciera se conformó en la pantalla; tenía una mano en la boca y parecía presa de una gran excitación nerviosa.
—Oh, Moderador Veterano Tedden —exclamó—. Se trata de Tunnice… su pareja, quiero decir. Está el dolor ha vuelto a comenzar. Creo que lo mejor es que suba. Y rápido, por favor.
—En seguida, Mingra, voy en seguida.
Cortó la comunicación. Se había levantado ya del sillón, y, camino de la puerta, se disculpó y se despidió de Djjckett.
—Tendrá que disculparme, Djjckett. Hay complicaciones desafortunadas. Me temo que es un caso torpe, prematuro… Dispénseme.
Instintivamente, Djjckett lo siguió: salió de la habitación, recorrió el pasillo y marchó al paso con Tedden mientras formulaba sinceras frases de pesar. Tras ellos correteaba el portavalijas.
—Algo que lamento terriblemente… No lo habría entretenido de haberlo sabido… Debería habérmelo dicho… Ha sido usted tan paciente… Realmente me avergüenza pensar que yo…
Tedden no pudo quitárselo de encima. Djjckett se abalanzó al ascensor con él. Tedden cerró las puertas, apretó el botón y subieron. El portavalijas se había quedado atrás.
—¿Qué ha provocado el nacimiento prematuro, Moderador, si me permite la pregunta?
—Mi mujer sufrió una caída la noche pasada —dijo Tedden abstraído, mordisqueándose el pulgar.
—Lo siento tanto… Sé cómo ocurren esas cosas. Debe suponer una gran tranquilidad para ella saber que su marido es un…
Djjckett se detuvo a media frase con la garganta agarrotada.
—No habrá peligro, ¿no? —preguntó con la voz empañada.
—¿Peligro? ¿Qué quiere decir con eso?
—Varón Tedden… ¡Usted ha llevado a cabo un experimento genético en su propia pareja!
La cara de Tedden, ahora pálida sobre la máscara parcial, le informó que había conjeturado correctamente. Se miraron mientras el ascensor se iba aproximando al centro del edificio, dos hombres de planetas diferentes que jamás entenderían la perspectiva del otro. Tedden fue el primero en apartar la mirada.
—Usa usted la palabra «experimento» como si fuera sinónimo de tortura —dijo—. En esta cuestión particular, Djjckett, no es usted sino un patán supersticioso. Mi pareja se ha ofrecido a compartir conmigo esta aventura, sincera y cooperativamente. Nada más natural que deseemos que nuestro niño comparta los frutos de nuestras investigaciones.
—
¡Natural!
—repitió Djjckett al detenerse el ascensor—. ¡Qué menos natural, hombre! ¿A qué se va a parecer ese niño?
Las puertas se abrieron y caminaron por otro pasillo a prueba de ruidos. Djjeckett descubrió que estaba sacudido por una agitación hórrida.
—¿A qué se va a parecer? —repitió tirando de la manga de Tedden, casi corriendo tras él—. ¿Lo
sabe
usted? No, no lo sabe.
Al extremo del pasillo, junto a una puerta abierta, había una enfermera con el rostro casi cubierto por una máscara, la máscara exenta de expresión. Hizo señas ansiosamente. Tedden corría con la boca abierta y el rostro potente completamente pálido. Djjckett corrió a su lado, envuelto en el estado de tensión general. El rostro de Tedden lo aterrorizaba; el de la enfermera no le producía menos impacto; ¿qué había visto ella?
—Estoy en medio de una raza postiza —pensó—. No debería estar corriendo. ¿Por qué tengo que correr? ¡No debería correr!
—No quisimos decírselo por el vibraducto —dijo la enfermera con voz muy nerviosa—. El… el niño acaba de nacer en este momento. Su esposa se pondrá bien. El niño…