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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (25 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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—¡Yohan, díselo ya! —gritó la chica punki.

—Inspector, tengo algo que decirle.

Y así se escuchó alrededor de la mesa: «Inspector tengo algo que decirle». «Inspector, tengo algo que decirle».

Uno de los hombres habló al principio con un tono de voz tan bajo que podría haberse visto como una provocación, pero Dhatt levantó una ceja y abofeteó a su amigo una vez más. No tan fuerte, aunque ahora sí que sangró.

—¡Me cago en la Luz Sagrada!

Esperé vacilante junto a la puerta. Dhatt les hizo decirlo de nuevo, además de sus nombres.

—¿Y bien? —me preguntó.

Estaba claro que no había sido ninguna de las dos mujeres. De los hombres, uno tenía la voz aflautada y el acento ilitano, me imaginaba, era de alguna parte de la ciudad que no conocía. Podría haber sido cualquiera de los dos. Uno en particular, el más joven, que se llamaba, según nos dijo, Dahar Jaris, que no era el hombre al que Dhatt había amenazado sino un chico vestido con cazadora vaquera desgastada con un «No significa no» escrito en inglés en la espalda, con una tipografía que me hacía pensar que se trataba del nombre de un grupo y no de un eslogan, tenía una voz que me resultaba familiar. Si hubiera escuchado las palabras exactas que mi interlocutor había usado, o si le hubiera escuchado hablar en el mismo lenguaje muerto desde hace tiempo, me habría resultado más fácil estar seguro. Dhatt se dio cuenta de que lo estaba mirando y lo señaló con un dedo inquisitivo. Negué con la cabeza.

—Dilo otra vez —le ordenó Dhatt.

—No —dije, pero Jaris farfullaba la frase—. ¿Alguien habla ilitano antiguo o besź? ¿Con las raíces originales y todo eso? —Se miraron unos a otros—. Ya sé, ya sé. No existe el ilitano, no existe besź y todo eso. ¿Alguno de vosotros lo habla?

—Todos nosotros —dijo el hombre más viejo. No se limpió la sangre del labio—. Vivimos en la ciudad y es el idioma de la ciudad.

—Cuidado —le advirtió Dhatt—. Podría acusarte por eso. ¿Es este, verdad? —Volvió a señalar a Jaris.

—Déjalo —le dije.

—¿Quién conocía a Mahalia Geary? —preguntó Dhatt—. ¿Byela Mar?

—Marya —dije—. Noséqué. —Dhatt rebuscó en sus bolsillos la fotografía—. Pero no es ninguno de ellos —comenté. Desde el umbral avancé hacia el exterior de la habitación—. Déjalo, déjalo. No es ninguno de ellos.

Se acercó hacia mí despacio y me miró inquisitivamente.

—¿Ajá? —susurró. Ladeé la cabeza con lentitud—. Ponme al corriente, Tyador.

Al final apretó los labios y volvió donde estaban los unionistas.

—Tened cuidado —dijo Dhatt.

Salió y ellos no le quitaron la vista de encima mientras se iba, cinco rostros asustados y desconcertados, uno sangrante y empapado de sudor. Mi rostro estaba tenso, supongo, del esfuerzo de no mostrar nada.

—Me tienes confundido, Borlú. —Ahora Dhatt conducía mucho más despacio que cuando vinimos—. No consigo entender lo que ha pasado. Te has apartado de la que, hasta ahora, era la mejor pista que teníamos. Lo único que tiene sentido es que te preocupa ser cómplice. Porque, claro, si recibiste la llamada y seguiste con ella, si aceptaste la información que te dieron, entonces sí, es una brecha. Pero a nadie le importa una mierda que lo hayas hecho, Borlú. Es una brechita de nada y sabes tan bien como yo que lo dejarán correr si solucionamos algo más gordo.

—No sé cómo será en Ul Qoma —dije—. En Besźel, una brecha es una brecha.

—Gilipolleces. Además, ¿eso qué quiere decir? ¿Es eso lo que pasa? ¿Nada más? —Disminuyó la velocidad detrás de un tranvía besźelí; nos balanceábamos sobre los raíles extranjeros de una carretera entramada—. Joder, Tyador, lo podemos solucionar; se nos ocurrirá algo, no hay problema, si es eso lo que te preocupa.

—No es eso.

—Pues espero que sí lo sea. De verdad que sí. ¿Qué otro problema tienes? Mira, no tienes que incriminarte en nada…

—No es eso. Ninguno de ellos era el que hizo la llamada. Ni siquiera sé si la llamada se hizo de verdad desde el extranjero. Desde aquí. No sé nada con certeza. A lo mejor la llamada fue una broma pesada.

—Claro. —Cuando me dejó en el hotel no salió del coche—. Tengo papeleo pendiente —dijo—. Seguro que tú también. Un par de horas. Deberíamos volver a hablar con la profesora Nancy y me gustaría tener otra charla con Bowden. ¿Cuento con tu aprobación? Si fuéramos hasta allí e hiciéramos algunas preguntas, ¿te parecerían aceptables esos métodos?

Después de un par de intentos conseguí contactar con Corwi. Al principio intentamos hablar con nuestro estúpido código, pero no duró mucho.

—Lo siento, jefe, se me dan mal estas cosas, pero es imposible que consiga pescar los archivos personales de Dhatt en la
militsya
. Vas a causar un puñetero conflicto internacional. ¿Qué quieres, de todas formas?

—Solo me gustaría saber cuál es su historia.

—¿Te fías de él?

—No lo sé. Aquí están chapados a la antigua.

—¿Ajá?

—Interrogatorios enérgicos.

—Se lo diré a Naustin, le va a encantar, hacer un intercambio. Se te nota tenso, jefe.

—Solo hazme un favor y mira a ver si consigues algo, ¿de acuerdo?

Cuando colgué el teléfono, cogí
Entre la ciudad y la ciudad
y lo volví a dejar.

15

—¿Aún no hay suerte con la furgoneta? —pregunté.

—No aparece en ninguna de las cámaras que hemos encontrado —dijo Dhatt—. Ningún testigo. Una vez que atraviesa la Cámara Conjuntiva desde tu lado es como si desapareciera.

Los dos sabíamos que con la matrícula y el aspecto que tenía, cualquiera en Ul Qoma que la hubiera atisbado habría pensado de inmediato que estaba en otra parte y se habría apresurado a desverla, sin darse cuenta de su paso.

Cuando Dhatt me enseñó en el mapa lo cerca que estaba el apartamento de Bowden de la estación, le sugerí que fuéramos en transporte público. Había viajado en el metro de Moscú, en el de París y en el de Londres. La arquitectura del metro en Ul Qoma era más brutal que la de otros: eficiente y en opinión de algunos admirable, pero un tanto implacable en el uso del hormigón. Lo renovaron hace más o menos una década, o al menos renovaron las estaciones de la zona centro. De cada una de ellas se encargó un artista o diseñador distinto y se les dijo, con exageración pero no tanta como pudiera creerse, que el dinero no era un problema.

Los resultados fueron incoherentes, a veces espléndidos, de colores tan abigarrados que producían mareos. La parada más cercana a mi hotel era una afectada imitación del estilo
art nouveau
. Los trenes estaban limpios, eran rápidos e iban llenos y, en algunas líneas, no llevaban conductores. La estación de Ul Yir, que estaba a algunas manzanas del acogedor barrio, pero sin nada de interés, en el que vivía Bowden, era un mosaico de líneas constructivistas y colores kandinskianos. De hecho, el diseño era de un artista besźelí.

—¿Bowden sabe que vamos?

Dhatt levantó una mano para indicarme que esperara. Habíamos salido ya a la calle y tenía el móvil en la oreja para escuchar un mensaje.

—En efecto —dijo después de un minuto, al cerrar el teléfono—. Nos está esperando.

El apartamento de Bowden estaba en el segundo piso de un edificio demacrado y ocupaba toda la planta. Lo había llenado de objetos de arte, reliquias, antigüedades de ambas ciudades y, a mi ignorante parecer, de su precursora. Encima de él, nos dijo, vivían una enfermera y su hijo; debajo, un médico que había venido de Bangladesh y que llevaba viviendo en Ul Qoma más tiempo que él.

—Dos expatriados en un edificio —dije.

—No es una coincidencia, precisamente —contestó—. Ya ha muerto, pero resulta que arriba vivía un expantera. —Lo miramos fijamente—. Uno de los Panteras Negras; entró en el grupo después de que mataran a Fred Hampton. China, Cuba y Ul Qoma eran los destinos de preferencia. Cuando me mudé aquí, cuando el funcionario de enlace de tu Gobierno te decía que había un apartamento libre, lo cogías y que me aspen si todos los edificios no estaban llenos de extranjeros. Bueno, así podíamos lamentarnos todos juntos de lo que extrañábamos nuestro hogar. ¿Ha oído hablar de la
marmite
? ¿No? Entonces está claro que no han conocido a un espía inglés en el exilio. —Nos sirvió a Dhatt y a mí, sin preguntarnos, dos copas de vino. Hablábamos en ilitano—. De esto hace ya años, como imaginarán. Ul Qoma no tenía ni donde caerse muerta. Tenía que pensar en la eficiencia. Siempre había un ulqomano viviendo en uno de estos edificios. A una persona sola le resultaba más fácil vigilar a varios extranjeros si estaban todos juntos.

Dhatt lo miró a los ojos.
Vete a tomar por culo, estas verdades no me intimidan
, decía su mirada. Bowden esbozó una tímida sonrisa.

—¿Y no resultaba un poco insultante? —pregunté—. ¿Que los honorables visitantes, gente con la que estás en sintonía, estén vigilados de esa manera?

—Supongo que lo sería para algunos —respondió Bowden—. Los Kim Philby de Ul Qoma, verdaderos simpatizantes, se sintieron bastante ofendidos. Pero luego eran los que mejor lo soportaban. Nunca he puesto demasiadas objeciones a que me vigilen. Tenían razón al no fiarse de mí. —Dio un sorbo a su bebida—. ¿Cómo le va con
Entre la ciudad
, inspector?

Las paredes estaban pintadas en tonos beis y marrones que iban necesitando otra mano de pintura y estaban abarrotadas de estanterías con libros, artesanía ulqomana y besźelí, además de mapas antiguos de ambas ciudades. En algunas baldas había figuritas y restos de cerámica, pequeños objetos que parecían mecanismos de relojes. El salón no era grande y estaba tan repleto de cosas que el espacio parecía angosto.

—Estaba aquí cuando asesinaron a Mahalia —dijo Dhatt.

—No tengo coartada, si es eso lo que quiere dar a entender. Puede que mi vecina me haya oído caminar por el piso, pregúntenla, pero no lo sé.

—¿Cuánto tiempo lleva viviendo aquí? —pregunté. Dhatt apretó los labios sin mirarme.

—Uf, años.

—¿Y por qué aquí?

—No le entiendo.

—Por lo que veo tiene casi tanto material de aquí como de Besźel. —Señalé a algunos de los muchos iconos antiguos o reproducciones besźelíes—. ¿Hay alguna razón por la que ha acabado aquí y no en Besźel? ¿O en otra parte?

Bowden giró las manos de tal forma que las palmas quedaron mirando al techo.

—Soy arqueólogo. No sé cuánto sabe sobre eso. La mayor parte de los artefactos que merecen la pena, y eso incluye los que nos parecen hechos por artesanos besźelíes, están en suelo ulqomano. Siempre ha sido así. La situación nunca ha ido a mejor por esa necia predisposición de Besźel a vender el poco patrimonio que podía excavar a cualquiera que lo quisiera. Ul Qoma ha obrado siempre con más inteligencia al respecto.

—¿Incluso un yacimiento como Bol Ye’an?

—¿Se refiere a que está bajo dirección extranjera? Claro. Nada de ahí es técnicamente posesión de los canadienses, solo tienen algunos derechos de catalogación y porte. Además del prestigio que obtienen por las publicaciones, y el buen rollo. Y la satisfacción de aparecer como los descubridores en las placas de los museos. Los canadienses están felices como perdices por el bloqueo de EE. UU, créame. ¿Quiere ver a alguien verde de envidia? Dígale a un arqueólogo estadounidense que trabaja en Ul Qoma. ¿Ha visto las leyes ulqomanas sobre exportación de antigüedades? —Cerró las manos y entrelazó los dedos como si con ellos cerrara una trampa—. Todo el que quiere trabajar en Ul Qoma, o en Besźel, y ya no le digo nada si está interesado en la era Precursora, termina aquí si puede.

—Mahalia era una arqueóloga estadounidense… —dijo Dhatt.

—Estudiante —precisó Bowden—. Cuando terminara el doctorado le iba a resultar difícil quedarse.

Yo seguía de pie, echándole un vistazo a su estudio.

—¿Podría…?

Señalé hacia allí.

—Esto… claro.

Se sentía avergonzado por la falta de espacio. Estaba mucho más repleto de los detritos de la antigüedad de lo que lo estaba el salón. El escritorio conformaba él mismo una arqueología de papeles, cables de ordenador, un callejero de Ul Qoma, estropeado y con varios años encima. En medio de aquel barullo de papeles había algunos escritos en un alfabeto extraño y muy antiguo, ni ilitano ni besźelí, de antes de la Escisión. No sabía leerlo.

—¿Qué es eso?

—Ah… —Entornó la mirada—. Llegó ayer por la mañana. Aún me llega correo de perturbados al buzón. Desde
La ciudad
. Cosas que recopila la gente y decide que están escritas en el alfabeto de Orciny. Y se supone que tengo que descodificarlo. A lo mejor esos pobres miserables se creen que de verdad es algo.

—¿Y esto puede descodificarlo?

—¿Está de broma? No. No significa nada. —Cerró la puerta—. ¿No se sabe nada de Yolanda? —preguntó—. Resulta bastante preocupante.

—Me temo que no —dijo Dhatt—. En Personas Desaparecidas están con ello. Son muy buenos. Nosotros trabajamos mano a mano con ellos.

—Tenemos que encontrarla, agentes. Yo… Es crucial.

—¿Tiene alguna idea de quién puede tenerle animadversión a Yolanda?

—¿A Yolanda? No, por Dios, es un encanto, no se me ocurre nadie. Mahalia era diferente. O sea… Mahalia era… lo que le ocurrió es terrible. Terrible. Era lista, muy lista, defendía sus opiniones a capa y espada, y valiente, y no era tan… Lo que intento decir es que puedo creer que Mahalia enfadara a alguien. Lo hacía. Era ese tipo de persona, y lo digo como un cumplido. Pero siempre estaba ese miedo de que un día Mahalia cabreara a la persona equivocada.

—¿A quién podría haber enfadado?

—No hablo de nadie en concreto, detective jefe, no tengo ni idea. No teníamos mucho contacto, Mahalia y yo. Apenas la conocía.

—Es un campus pequeño —apunté—. Seguro que se conocían todos.

—Cierto. Pero para serle sincero la evitaba. Hacía mucho tiempo que no nos hablábamos. No empezamos con muy buen pie. Con Yolanda, en cambio, sí. Y no se parece en nada. No es tan lista, quizá, pero no se me ocurre ni una sola persona a la que no le caiga bien, ni por qué alguien querría hacerle daño. Todo el mundo está horrorizado. Incluso los que trabajan ahí.

—¿Se habrían sentido igual de destrozados por Mahalia? —pregunté.

—Dudo que alguno de ellos la conociera, para ser sincero.

—Uno de los guardias sí que lo parecía. Nos preguntó por ella. Por Mahalia. Pensé que podría ser su novio o algo.

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