—Un asesinato confirmado y ahora dos desapariciones —recapitulé. Miré a Dhatt con atención—. Todos ellos personas de las que se sabe que les interesaba este tema.
—No existe la puta Orciny.
—Dhatt, yo no digo eso. Tú mismo dijiste que existen cosas como las sectas y los fanáticos.
—Vete a tomar por culo, en serio. El fanático más sectario que he conocido acaba de salir huyendo y tú le has dado vía libre.
—Era lo primero que tenía que haberte dicho esta mañana. Te pido disculpas.
—Tendrías que haberme llamado anoche.
Abrí las manos con las palmas hacia arriba.
—Incluso si hubiéramos podido encontrarlo, pensé que no teníamos mucho con qué retenerlo. Pero te pido disculpas.
Me quedé mirándole un tiempo. Estaba asimilando algo.
—Quiero solucionar esto —dijo.
El agradable zumbido en ilitano de los clientes. Escuché a varios chasquear la lengua cuando vieron mi acreditación de visitante. Dhatt me trajo una cerveza. Ulqomana, aderezada con todo tipo de sabores extraños. Aún quedaban varias semanas hasta que llegara el invierno, y aunque no hacía más frío en Ul Qoma que en Besźel, a mí me lo parecía.
—¿Qué dices? Joder, si ni siquiera confías en mí…
—Dhatt, ya te he contado cosas que… —bajé la voz—. Nadie más sabe lo de esa primera llamada de teléfono. No sé lo que está pasando. No entiendo nada. No estoy resolviendo nada. Por alguna extraña suerte de cuyo porqué sé lo mismo que tú, me están utilizando. Por alguna razón he resultado ser el destinatario de un montón de información con la que no sé qué hacer. Me gustaría terminar la frase con un «todavía», pero no tengo ni idea, igual que no tengo ni la menor idea de nada.
—¿Y qué cree Jaris que ha pasado? Voy a localizar a ese cabrón.
No iba a hacerlo.
—Tendría que haber llamado, pero… No es el tipo que buscamos. Lo sabes, Dhatt. Lo sabes. ¿Hace cuánto que eres policía? A veces simplemente lo sabes, ¿verdad? —Me di unos golpes en el pecho. Yo tenía razón, a él le gustó eso que había dicho, asintió.
Le dije lo que me había dicho Jaris.
—Menudas gilipolleces.
—Puede.
—¿Qué mierda es ese rollo de Orciny? ¿Era de eso de lo que estaba huyendo? Tú te estás leyendo el libro marrullero ese que escribió Bowden. ¿Cómo es?
—Está lleno de cosas. Lleno. No lo sé. Claro que es grotesco, como dices. Señores ocultos en las sombras, mucho más poderosos incluso que la Brecha, gente manejando los hilos, ciudades ocultas.
—Gilipolleces.
—Sí, pero la cuestión es que son gilipolleces en las que algunos creen. Y —le mostré las palmas de mis manos— está pasando algo serio, y no tenemos ni idea de lo que es.
—Puede que le eche un vistazo cuando te lo acabes —dijo Dhatt—. ¿Quién cojones sabe algo? —La última palabra la pronunció con cautela.
—Qussim. —Un par de colegas suyos, hombres más o menos de mi edad, alzaron sus vasos hacia él y los mantuvieron justo encima de mi cabeza. Sus ojos brillaban de un modo especial, se acercaban como animales curiosos—. Qussim, no hemos tenido la oportunidad de conocer a nuestro invitado. Lo tenías escondido.
—Yura —dijo Dhatt—. Kai. Borlú, estos son los detectives tal y tal. —Agitó las manos entre ellos y yo. Uno de ellos lo miró sorprendido.
—Solo quería saber qué le está pareciendo Ul Qoma al inspector Borlú —dijo el que se llamaba Kai. Dhatt resopló y se terminó la cerveza.
—No me jodas —dijo. Sonó entre divertido y enfadado—. Tú quieres emborracharte y discutir con él, y si se te va la olla lo suficiente, Yura, liarte a puñetazos. Vas a sacar a relucir cualquier tipo de desafortunados incidentes internacionales. Puede que hasta saques el tema de la guerra. O que incluso digas algo de tu padre. Su padre estaba en la armada de Ul Qoma —me dijo—. Estuvo con acufenos o yo qué sé qué movida después de una estúpida refriega con un remolcador besźelí, porque discutieron por una trampa para langostas o no sé qué. —Miré de reojo a mi alrededor, pero ninguno de los interlocutores parecía especialmente indignado. Incluso se reflejaba algo de humor en el rostro de Kai—. Te ahorraré el problema —dijo Dhatt—. Es un besźelí tan capullo como crees y puedes hacer correr la voz en la oficina. Vamos, Borlú.
Pasamos por el garaje de la comisaría para recoger su coche.
—Oye… —Me señaló el volante—. No se me había ocurrido, pero a lo mejor quieres probar las carreteras de Ul Qoma.
—No, gracias. Creo que me resultaría un poco confuso. —Conducir en Besźel o en Ul Qoma ya es bastante complicado cuando estás en tu propia ciudad con eso de tener que sortear el tráfico local y el extranjero—. Ya sabes —dije—. Cuando empecé a conducir… aquí será igual, mientras ves los coches de la carretera tienes que aprender a desver los otros, los que están en el otro lado, pero desverlos rápido para apartarte de su camino. —Dhatt asintió—. El caso es que cuando era un chaval que empezaba a conducir teníamos que acostumbrarnos a pasar volando junto a esas viejas chatarras de Ul Qoma, incluso carros tirados por burros. Eso lo desveías, ya me entiendes… Ahora han pasado unos cuantos años y la mayor parte de esos que había desvisto me adelantan.
Dhatt se rió. Casi avergonzado.
—Bueno, las cosas van y vienen. En diez años seréis vosotros los que hagáis los adelantamientos.
—Lo dudo.
—Venga, hombre —dijo—. Se cambiarán las tornas. Ya han empezado a cambiar.
—¿Lo dices por nuestras exportaciones? Un par de inversiones por compasión. Me parece que vais a ser el lobo dominante por mucho tiempo.
—¡Pero si tenemos un bloqueo!
—Pues no parece que os haya ido mal con eso. Washington nos ama a nosotros y de lo único que podemos presumir es de la Coca-Cola.
—No desprecies eso —dijo Dhatt—. ¿Has probado la Canuck Cola? Todo esto no son más que gilipolleces de la guerra Fría. ¿A quién coño le importa con quién juegan los americanos, de todos modos? Que les vaya bien. «¡Oh, Canadá!…». —Se puso a cantar el verso. Después me dijo—: ¿Qué tal la comida del hotel?
—Ya que lo preguntas… Mala. Tampoco peor que la de cualquier otro hotel.
Giró el volante de pronto y nos sacó de la ruta que ya conocía.
—¿Cielo? —dijo por el móvil—. ¿Puedes preparar algo más para la cena? Gracias, preciosa. Quiero que conozcas a mi nuevo compañero.
Se llamaba Yallya. Era bonita, mucho más joven que Dhatt, pero me recibió en la puerta muy desenvuelta, encantada del papel que estaba interpretando y me dio tres besos de bienvenida, como es costumbre de los ulqomanos.
Mientras íbamos de camino a su casa, Dhatt me había mirado y preguntado: «¿Estás bien?». Me di cuenta enseguida de que vivían a kilómetro y medio de mi casa, en términos topordinarios. Desde el salón vi que las habitaciones de Dhatt y Yallya daban al mismo tramo de terreno verde, que en Besźel era Majdlyna Green y en Ul Qoma Kwaidso Park, un entramado en perfecto equilibrio. Yo mismo había paseado por Majdlyna a menudo. Hay lugares donde incluso árboles aislados están entramados, donde los niños ulqomanos y los niños besźelíes trepan cada uno a un lado del otro y obedecen las instrucciones susurradas de sus respectivos padres para que se desvean. Los niños son fuentes de contagio. El tipo de cosa que expande enfermedades. La epidemiología era una ciencia complicada tanto allí como en casa.
—¿Le está gustando Ul Qoma, inspector?
—Tyador. Sí, mucho.
—Mentira, piensa que somos todos unos matones y unos estúpidos y que nos invaden ejércitos secretos de otras ciudades. —La risa de Dhatt no estuvo carente de cierta dureza—. De todos modos no es que hayamos tenido mucho tiempo de hacer turismo.
—¿Cómo va el caso?
—No hay caso —le respondió Dhatt a su mujer—. Hay una serie de crisis inverosímiles y aleatorias que no tienen ningún sentido si no crees en las mierdas más espectaculares. Y una chica muerta para rematarlo todo.
—¿Es eso verdad? —me preguntó.
Iban sacando comida en pequeñas raciones. No era casera, más bien tenía aspecto de ser comida envasada y precocinada, pero seguía siendo mejor que lo que había estado comiendo, y más ulqomana, aunque eso no era necesariamente un completo elogio. El cielo se iba oscureciendo más allá del entramado parque con la caída de la noche y la llegada de las nubes cargadas de lluvia.
—Echa de menos las patatas —dijo Yallya, risueña.
—¿Lo llevo escrito en la cara?
—Es lo único que comen, ¿verdad? —Le pareció que era algo gracioso—. ¿Está demasiado picante para usted?
—Alguien nos está mirando desde el parque.
—¿Cómo puede saberlo desde aquí? —Miró por encima de mi hombro—. Espero por su bien que estén en Ul Qoma.
Yallya trabajaba de editora en una revista de economía y tenía, a juzgar por los libros que vi y los pósteres que colgaban en el baño, cierto gusto por los tebeos japoneses.
—¿Está casado, Tyador? —Intenté responder a las preguntas de la mujer, pero llegaban todas demasiado rápido como para que me fuera posible—. ¿Es la primera vez que viene?
—No, pero sí la primera en mucho tiempo.
—Así que no conoce la ciudad.
—No. Supongo que alguna vez afirmé que conocía Londres, pero ya no.
—¡Ha viajado mucho! ¿Y ahora con todo esto se las tiene que ver con brechas y exilios interiores? —Aquella frase no me pareció encantadora—. Qussim dice que pasa mucho tiempo en el sitio ese donde están desenterrando las cosas de brujas.
—Es como muchos sitios, mucho más burocrático de lo que suena; da igual lo extrañas que sean las historias.
—Es ridículo. —Casi de repente adquirió un aspecto contrito—. No debería hacer bromas con eso. Es solo porque no sé casi nada de la chica que ha muerto.
—Nunca preguntas —contestó Dhatt.
—Bueno, es… ¿Tiene una fotografía suya? —me pidió Yallya. Tuve que parecer sorprendido porque Dhatt me miró y se encogió de hombros con un ademán de indiferencia. Extendí la mano hacia el bolsillo interior de mi chaqueta, pero al tocarla me acordé de que la única fotografía que tenía (llevaba plegada en mi cartera la copia pequeña de una copia de la fotografía que se le tomó en Besźel) era de Mahalia muerta. No iba a enseñar eso.
—Lo siento, no tengo ninguna.
Durante el corto silencio que vino después se me ocurrió que Mahalia era solo un poco más joven que Yallya.
Me quedé más tiempo del que tenía pensado. Ella era una buena anfitriona, sobre todo cuando la apartaba de esos temas: me dejaba desviar la conversación. Observé a Dhatt y a ella representar sus amables riñas triviales. Estar tan cerca del parque y del afecto de otras personas me conmovieron hasta el punto de conseguir distraerme. Yallya y Dhatt me hacían pensar en Sariska y en Biszaya. Me acordé de la extraña impaciencia de Aikam Tsueh.
Cuando me fui, Dhatt me acompañó hasta la calle y se dirigió hacia el coche.
—Prefiero irme solo.
Me miró fijamente.
—¿Estás bien? —quiso saber—. Esta noche has estado un poco raro.
—Estoy bien, lo siento. Lo siento, no pretendía ser maleducado; has sido muy amable en invitarme. De verdad que lo he pasado bien esta noche, y Yallya… eres un tipo con suerte. Es solo que, bueno, estoy intentando meditar las cosas. Oye, estoy bien para ir solo. Tengo dinero. Dinero ulqomano. —Le enseñé la cartera—. Tengo los papeles. La acreditación de turista. Sé que te pone nervioso que me vaya solo por ahí, pero en serio, me apetece caminar; necesito un poco de aire fresco. Hace una noche estupenda.
—Pero ¿qué coño dices? Está lloviendo.
—Me gusta la lluvia. De todos modos, esto son cuatro gotas. No ibas a durar ni un día en Besźel. En Besźel llueve de verdad.
Aquella era una vieja broma, pero sonrió y se dio por vencido.
—Como quieras. Tenemos que solucionar esto. No estamos avanzando mucho.
—No.
—Y nosotros, que somos las mentes más brillantes de la ciudad, tenemos que hacerlo, ¿verdad? Y Yolanda Rodríguez sigue sin aparecer y ahora hemos perdido también a Bowden. —Miró a su alrededor—. En serio, ¿qué está pasando?
—Sabes lo mismo que yo —dije.
—Lo que me molesta —dijo— no es que no haya forma de darle un sentido a esta historia. Lo que me molesta es que sí que lo hay. Y no es que sea muy apetecible. No creo en… —Hizo un aspaviento hacia las maléficas ciudades ocultas. Miró a lo largo de su calle. Era íntegra, así que ninguna de las luces de las ventanas que daban a ella eran luces extranjeras. Aún no era muy tarde y no estábamos solos. La iluminación de una calle perpendicular a la de Dhatt recortaba las siluetas de la gente, las luces de una calle que estaba sobre todo en Besźel. Durante un momento, lo bastante largo como para que se convirtiera en una brecha, pensé que alguna de esas oscuras sombras nos estaba observando, pero entonces siguieron adelante.
Cuando empecé a caminar, absorto en el perfil empapado de la ciudad, lo hice sin rumbo fijo. Me dirigía hacia el sur. Al dejar atrás, en mi solitario caminar, a gente que no lo estaba, me dejé arrullar por el pensamiento de acercarme hasta donde vivían Sariska o Biszaya, o incluso Corwi: algo en concomitancia con aquella melancolía. Ellas sabían que estaba en Ul Qoma: podía ir a su encuentro y pasear por la calle junto a ellas, a centímetros de distancia pero sin manifestar la menor señal de reconocimiento. Como en aquella vieja historia.
No pretendía hacer algo semejante. Verse obligado a desver a conocidos o familiares es una circunstancia notoriamente extraña e incómoda. Lo que sí hice fue pasar cerca de mi casa.
Creí que iba a ver a alguno de mis vecinos, ninguno de los cuales, creo, sabía que estaba fuera y de los que, por tanto, cabría esperar que me saludarían antes de darse cuenta de mi acreditación de visitante y se apresurarían después a tratar de enmendar la brecha. Las luces estaban encendidas, pero todos estaban dentro.
En Ul Qoma me encontraba en la calle Ioy, que está entramada equitativamente con RosidStrász, donde yo vivía. El edificio que estaba a dos puertas de distancia de mi propia casa era una licorería ulqomana y la mitad de los peatones que me rodeaban estaban en Ul Qoma, así que pude detenerme, topordinariamente, físicamente, cerca de la puerta principal, y desverla, por supuesto, aunque por supuesto que tampoco del todo, embargado por una emoción cuyo nombre desconocía. Me acerqué despacio, fijando la vista en las entradas que estaban en Ul Qoma.
Alguien me estaba mirando. Parecía una anciana. Apenas podía verla en la oscuridad, y no distinguía los rasgos de su cara, pero había algo extraño en la forma en la que permanecía de pie. Distinguí el tipo de ropa que llevaba, pero no me permitió saber en qué ciudad estaba. Aquel es un momento frecuente de incertidumbre, pero este duraba más de lo acostumbrado. Y mi intranquilidad no remitía, se volvía más intensa a medida que la ubicación de la anciana se negaba a resolverse.