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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (28 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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—Pues alguien se ha acordado de él —dije. Dhatt y yo nos miramos el uno al otro y él me llevó aparte.

—De Besźel —dijo—. Con un poco de «jódete» en ilitano. —Hizo un gesto con las manos como preguntando: «¿Alguna idea?».

—¿Cómo se llama esa gente? —dije después de un silencio—. Qoma Primero.

Me clavó la mirada.

—¿Qué? ¿Qoma Primero? —dijo—. Venía de Besźel.

—A lo mejor a través de un contacto de allí.

—¿Un espía? ¿Un nacionalista ulqomano en Besźel?

—Sí. No me mires así… No es tan difícil de creer. Lo han mandado desde allí para cubrir sus huellas.

Dhatt sacudió la cabeza con insistencia, sin negar ni afirmar nada.

—De acuerdo… —dijo—. Pero aun así es un follón de organizar, y tú no…

—Nunca les gustó Bowden. A lo mejor intuyen que al profesor le han llegado noticias de que están tras él y que puede que esté vigilante, pero no con si el paquete viene de Besźel —comenté.

—Entiendo —dijo Dhatt.

—¿Dónde se reúne Qoma Primero? —pregunté—. Es así como se llaman, ¿no? A lo mejor deberíamos hacer una visita…

—Eso es lo que llevo un rato intentando decirte —dijo—. No hay ningún sitio al que ir. No hay ningún «Qoma Primero», nada con ese nombre. No sé cómo será en Besźel, pero aquí…

—En Besźel sé exactamente dónde se reúne nuestra versión de estos personajes. Mi ayudante y yo fuimos hace poco.

—Muy bien, me alegro, pero aquí las cosas no funcionan así. Aquí no existe una puta banda con sus carnecitos de miembro y viviendo todos juntitos en una casa; no son unionistas y no son los Monkees.

—No me estarás diciendo que aquí no tenéis ultranacionalistas…

—Claro que no, no te estoy diciendo eso, tenerlos los tenemos a patadas, lo que digo es que no sé quiénes son ni dónde viven, eso es algo que tienen la sensatez de ocultar, y digo que Qoma Primero no es más que un nombre que se inventó un tío de la prensa.

—¿Y cómo es que los unionistas se reúnen pero estos no? ¿O es que no pueden?

—Porque los unionistas son unos payasos. Unos payasos peligrosos, de acuerdo, pero payasos. El tipo de gente de la que me hablas ahora es algo serio. Antiguos soldados, ese rollo. Quiero decir que tienes que… respetar eso…

No era de extrañar que no se pudieran reunir en público. Su nacionalismo extremo podría ser interpretado como un reproche contra el Partido Nacional del Pueblo, algo que sus dirigentes no iban a permitir. Los unionistas, por el contrario, eran libres, o casi libres, de unirse a los demás habitantes en el odio.

—¿Qué puedes decirnos de él? —dijo Dhatt, elevando el tono de voz para que nos escucharan los que nos estaban mirando.

—¿Aikam? —preguntó Buidze—. Poca cosa. Buen trabajador. Corto de luces. Bueno, es verdad, eso es lo que había dicho hasta ahora, pero después de lo que ha hecho hoy, olvídenlo. Pero no es tan duro como parece. Mucho músculo y pocos huevos, ese. Se lo pasa bien con los chavales, le gusta arrimarse a extranjeros listos. ¿Por qué? No me diga que no le quita el ojo de encima, detective. El paquete vino de Besźel. ¿Cómo demonios iba él a…?

—Fue exactamente así —dijo Dhatt—. Aquí nadie está acusando a nadie, y menos aún al héroe del momento. Estamos haciendo las preguntas de rigor.

—¿Tsueh se llevaba bien con los estudiantes, dice usted? —A diferencia de Tairo, Buidze no buscó el permiso de Dhatt para contestarme. Me miró a los ojos y asintió—. ¿Con alguien en particular? ¿Se llevaba bien con Mahalia Geary?

—¿Con Geary? Ni en sueños. Lo más probable es que Geary no supiera ni cómo se llamaba. Que en la gloria esté. —Hizo la señal del Sueño Imperecedero con la mano—. Aikam se junta con algunos de ellos, pero no con Geary. Sale con Jacobs, Smith, Rodríguez, Browning…

—Lo digo porque nos preguntó si…

—Se mostró muy interesado en cualquier pista que tuviéramos sobre el caso de Geary —dijo Dhatt.

—¿Ah, sí? —Buidze se encogió de hombros—. Bueno, es que aquello los dejó a todos muy afectados. Es lógico que quiera saber algo.

—Me pregunto… —empecé a decir—. Este es un yacimiento complicado y, por lo que veo, aunque es prácticamente íntegro, hay un par de sitios donde se entrama un poco. Eso tiene que ser una pesadilla de vigilar. Señor Buidze, cuando hablamos con los estudiantes, ninguno de ellos dijo nada de la Brecha. Cero. Ni mentarlo. ¿Un grupo de chavales extranjeros? Ya sabe lo obsesionados que están con eso. ¿Desaparece una de sus amigas y no se les ocurre mencionar al más famoso hombre del saco de Ul Qoma y de Besźel, que encima es real, y ni sacan el tema? Resulta inevitable que nos preguntemos: ¿de qué tenían miedo?

El hombre me clavó la mirada. Miró de reojo a Nancy. Miró alrededor de la mesa. Después de algunos segundos se rió.

—Está de broma. Muy bien, vale. De acuerdo, agentes. Sí, tienen miedo, de acuerdo, pero no es que haya nadie que venga a hacer una brecha desde quién coño sabe dónde para darles por saco. ¿Eso es lo que piensan? —Sacudió la cabeza—. ¿Que están asustados porque no quieren que los cojan? —Levantó las manos como si se rindiera—. Me han pillado, agentes. Por aquí no hay más que brechas que somos incapaces de detener. Estos cabroncetes no paran nunca de hacer brechas.

Nos miró a los ojos. No estaba a la defensiva. Se limitaba a constatar un hecho. ¿Reflejaba mi rostro la misma estupefacción que reflejaba el de Dhatt? La expresión de la profesora Nancy era un poco de bochorno.

—Tiene razón, por supuesto —continuó Buidze—. No se pueden evitar todas las brechas, no en un lugar como este y no con chicos así. No han nacido aquí, y no me importa todos los cursos que les den, nunca antes han visto algo parecido. No me diga que no pasa lo mismo allí de donde viene, Borlú. ¿Cree que van a jugar según las normas? ¿Cree que mientras pasean por la ciudad están de verdad desviendo Besźel? Venga ya. Lo mejor que podemos hacer es esperar que tengan el sentido común de no liarla, pero claro que ven al otro lado de la frontera. No es que podamos probarlo, y por eso la Brecha no aparece si no la cagan de verdad. Huy, sí, claro que ha pasado. Pero sucede con menos frecuencia de la que cree. Hace mucho que no pasa.

La profesora Nancy seguía aún con la mirada fija en la mesa.

—¿Cree de verdad que ninguno de los extranjeros comete una brecha? —dijo Buidze, que se inclinó hacia nosotros y extendió los dedos—. Lo único que les podemos pedir es un poco de educación, ¿no? Y cuando se juntan un montón de jóvenes van a traspasar los límites. A lo mejor no son solo miradas. ¿Es que ustedes siempre han hecho lo que les dicen? Pero estos chicos son listos.

Trazó unos mapas sobre la mesa con la punta de sus dedos.

—Bol Ye’an entrama aquí, aquí, y el parque está aquí y aquí. Y, sí, en los límites, en esta dirección, incluso se introduce en la parte íntegra de Besźel. Así que cuando estos se emborrachan o lo que sea ¿no se pinchan el uno al otro para ver quién se pone en un punto entramado del parque? Y luego, quién sabe si no lo hacen, a lo mejor mientras están aún ahí, sin decir una sola palabra, sin ni siquiera moverse, cruzan a Besźel y vuelven de nuevo. No tienes ni que dar un paso para hacer eso, no si estás en un entramado. Todo aquí. —Se dio un golpecito en la frente—. Nadie puede probar una mierda. A lo mejor a la siguiente, cuando están haciendo eso, se agachan y recogen un recuerdo, se vuelven a levantar en Ul Qoma con una piedra de Besźel o algo así. Si es allí donde estaba cuando la recogieron es de ahí, ¿no? ¿Quién sabe? ¿Quién podría probarlo?

»Siempre y cuando no vayan por ahí exhibiéndolo, ¿qué puedes hacer? Ni siquiera la Brecha puede estar vigilando todo a todas horas. Venga ya. Si así fuera, ninguno de estos extranjeros seguiría todavía aquí. ¿No es cierto, profesora? —La miró no sin amabilidad. Ella no dijo nada, pero me miró abochornada—. Ninguno de ellos dijo nada de la Brecha, detective Dhatt, porque son tan culpables como el demonio. —Buidze sonrió—. Ey, no me malinterpreten: son solo humanos, me caen bien. Pero no hagan de esto más de lo que es.

Mientras los invitábamos a salir, Dhatt recibió una llamada que lo tuvo un rato garabateando notas y murmurando. Yo cerré la puerta.

—Era uno de los polis que habíamos enviado a buscar a Bowden. Este ha desaparecido. Llegaron a su apartamento y no contestaba nadie. No está ahí.

—¿Le dijeron que iban para allá?

—Sí, y sabía lo de la bomba. Pero se ha ido.

18

—Quiero volver y hablar con ese chico otra vez —dijo Dhatt.

—¿El unionista?

—Ese, Jaris. Que sí, que sí, «no fue él». Vale. Ya lo has dicho. Bueno, da igual, sabe algo y quiero hablar con él.

—No lo encontrarás.

—¿Qué?

—Buena suerte. Se ha ido.

Retrocedió unos pasos e hizo una llamada.

—Tienes razón. A Jaris se lo ha tragado la tierra. ¿Cómo lo sabías? ¿Se puede saber a qué coño estás jugando?

—Vamos a tu despacho.

—A tomar por culo el despacho. El despacho puede esperar. Repito: ¿cómo coño sabías lo de Jaris?

—Verás…

—Empiezan a darme escalofríos tus poderes paranormales, Borlú. No me quedé tocándome los cojones: cuando oí que iba a tener que hacer de niñera, te investigué, así que algo sé, sé que no hay que tocarte las pelotas. Estoy seguro de que tú también me investigaste, así que sabes lo mismo. —
Tendría que haberlo hecho
—. Me había preparado para trabajar con un detective. Incluso con uno que fuera la polla. Pero no esperaba encontrarme a un capullo quisquilloso, así que ¿cómo coño te enteraste de lo de Jaris y por qué estás protegiendo a esa basura?

—Está bien. Me llamó anoche desde un coche, o puede que desde un tren, y me dijo que se marchaba.

Me clavó la mirada.

—¿Y por qué coño te llamó a ti? ¿Y por qué cojones no me lo dijiste? ¿Estamos o no estamos trabajando juntos, Borlú?

—¿Que por qué me llamó a mí? A lo mejor es que no le vuelve loco tu forma de interrogar, Dhatt. ¿Que si estamos trabajando juntos? Pensaba que la razón por la que estoy aquí es para darte obedientemente todo lo que tengo, después ver la televisión en mi hotel mientras tú encuentras al malo. ¿Cuándo entraron en el apartamento de Bowden? ¿Cuándo pensabas decirme eso? No es que te haya visto perder el culo para contarme lo que has averiguado de UlHuan en la excavación, y supongo que él tiene información privilegiada: es el puñetero topo del Gobierno, ¿me equivoco? Venga, no es para tanto, los hay en todas las administraciones. A lo que me opongo es que me pongas trabas y después me vengas con el «¿cómo has podido?».

Nos quedamos mirándonos. Después de un largo momento, se dio la vuelta y se fue hasta el bordillo.

—Pon a Jaris en busca y captura —dije cuando él estaba de espaldas—. Bloquea sus pasaportes, informa a los aeropuertos, a las estaciones. Pero solo me llamó porque estaba de camino, para decirme lo que cree que ha pasado. Es probable que su teléfono esté destrozado en las líneas del paso de Cucinis, ya camino de los Balcanes.

—¿Y se puede saber qué cree él que ha pasado?

—Orciny.

Se giró indignado y desdeñó esa palabra con un aspaviento de la mano.

—¿Ibas a contarme esto alguna puta vez? —preguntó.

—Ya te lo he dicho, ¿no?

—El tío acaba de largarse. ¿Es que eso no te dice nada? Es la maldita huida del culpable.

—¿Lo dices por Mahalia? Venga, hombre, ¿y qué móvil iba a tener? —Dije eso pero me acordé de lo que me había dicho Jaris. Ella no había sido una de los suyos. La habían echado. Vacilé un momento—. ¿O te refieres a Bowden? ¿Por qué cojones, o cómo, iba a organizar Jaris algo así?

—Y yo qué sé, ni idea. ¿Quién sabe por qué esos cabrones hacen lo que hacen? —dijo Dhatt—. Seguro que tienen alguna mierda de justificación, algún rollo conspiranoico.

—No tiene sentido —dije con prudencia, después de un minuto—. Era… Vale, fue él quien me llamó desde aquí al principio.

—¡Lo sabía, joder! Lo has estado encubriendo…

—No lo sabía. No estaba seguro. Me lo dijo cuando me llamó anoche. Espera, espera, escucha. Dhatt, ¿por qué iba a llamarme si la mató él?

Se me quedó mirando. Al cabo de un momento se dio la vuelta y paró un taxi. Abrió la puerta. Lo miré. El taxi se había detenido oblicuo en la carretera: los coches ulqomanos tocaban el claxon cuando pasaban junto a él, los conductores besźelíes esquivaban el prótubo en silencio, los respetuosos con la ley no susurraron ni una sola grosería.

Dhatt se quedó allí de pie, sin entrar ni salir, y el conductor del taxi le espetó algún tipo de reproche. Dhatt le dirigió un brusco comentario y le enseñó su identificación.

—No tengo ni idea —me respondió al fin—. Es algo que habría que descubrir. Pero, cojones, ¿es que no dice bastante que se haya largado?

—Si estaba implicado no tiene ningún sentido que me diera una pista de nada. ¿Y cómo se supone que pudo pasarla a Besźel?

—Llamó a sus amigos de allí y lo hicieron ellos…

Hice un ademán dubitativo, como diciendo: «tal vez».

—Fueron los unionistas de Besźel los que primero nos pusieron en la pista de todo esto, un tipo llamado Drodin. Sí, ya, para desviarnos, pero ni siquiera teníamos un camino del que desviarnos. No tienen ni los sesos ni los contactos como para saber qué furgoneta había que robar, al menos no los que yo he conocido. Además, entre sus filas hay casi más agentes de la
policzai
que miembros. Si esto es cosa de los unionistas ha sido de una célula secreta de la que no sabemos nada.

»He hablado con Jaris… Está asustado —continué—. No culpable: asustado y triste. Creo que ella le gustaba.

—Está bien —dijo Dhatt después de un tiempo. Me miró, me hizo una señal para que me acercara al taxi. Se quedó de pie, fuera, durante varios segundos, mientras daba órdenes por el móvil en una voz tan baja y apresurada que no lograba entender todo lo que decía—. Está bien. Pasemos a otra cosa. —Hablaba despacio mientras el vehículo se ponía en marcha.

—¿A quién coño le importa lo que ha pasado entre Besźel y Ul Qoma? ¿No? ¿A quién coño le importa lo que me dice mi jefe o lo que te dice el tuyo? Eres policía. Yo soy policía. Vamos a arreglar esto. ¿Vamos a trabajar juntos, Borlú? Me vendría bien un poco de ayuda con este caso que cada vez está más jodido, ¿a ti no? UlHuan no sabe una puta mierda, por cierto.

El bar al que me llevó, que estaba muy cerca de su despacho, no era tan sombrío como el típico bar de polis de Besźel. Tenía un aspecto algo más salubre, aunque tampoco habría celebrado allí un banquete de bodas. La sala estaba llena hasta más de la mitad, pero también solía estarlo en horas de trabajo. Era imposible que fueran todos de la
militsya
local, aunque reconocí muchas de las caras de la oficina de Dhatt. Ellos también me reconocieron. El detective entró recibido por los saludos de todos y yo lo seguí entre murmullos y la encantadora franqueza de las miradas ulqomanas.

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