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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (4 page)

BOOK: La colonia perdida
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—Dijo que estábamos en la mitad de la lista —dije yo.

—Era una lista corta. Y hay una gran diferencia después de ustedes dos —Rybicki se volvió hacia Jane—. Mire, Sagan, comprendo que es duro para usted. Hagamos un trato. Esto será una colonia seminal. Eso significa que la primera oleada se establece y pasa dos o tres años preparando el lugar para la siguiente oleada. Después de que llegue la segunda oleada, es probable que las cosas estén lo suficientemente asentadas para que usted, Perry y su hija puedan regresar aquí. El DdC puede asegurarse de que su casa y sus trabajos les estén esperando. Demonios, incluso enviaremos a alguien para que recoja su cosecha.

—No me trate como si fuera tonta, general —dijo Jane.

—No lo hago —dijo Rybicki—. La oferta es genuina, Sagan. Su vida aquí les estará esperando, entera. No perderá nada. Pero los necesito a ustedes dos
ahora.
El DdC hará que merezca la pena su entrega. Recuperarán su vida. Y ustedes se asegurarán de que la colonia Roanoke sobreviva. Piénsenlo. Pero decidan pronto.

* * *

Me desperté y Jane no estaba a mi lado. La encontré en el camino ante nuestra casa, contemplando las estrellas.

—Si te quedas ahí de pie en el camino van a atropellarte —dije, acercándome y poniéndole las manos sobre los hombros.

—No hay nada que me pueda atropellar —dijo Jane, cogiendo mi mano izquierda con la suya—. Apenas hay nada que te pueda atropellar durante el día. Míralas —señaló las estrellas con la mano derecha y empezó a seguir las constelaciones—. Mira. La grulla. El loto. La perla.

—Me resultan difíciles las constelaciones de Huckleberry —dije—. Sigo buscando las constelaciones que se veían desde donde nací. Miro y una parte de mí espera ver la Osa Mayor, o a Orión.

—Nunca vi las estrellas antes de venir aquí —dijo Jane—. Quiero decir, las veía, pero no significaban nada para mí. Eran sólo estrellas. Entonces vinimos aquí y me pasé todo ese tiempo aprendiéndome estas constelaciones.

—Lo recuerdo —dije. Y lo recordaba. Vikram Banerje, que era astrónomo en la Tierra, visitaba con frecuencia nuestra casa los primeros años en Nueva Goa, y le mostraba a Jane con paciencia las pautas en el cielo. Murió poco después de haberle enseñado todas las constelaciones de Huckleberry.

—No las veía al principio —dijo Jane.

—¿Las constelaciones?

Jane asintió.

—Vikram me las señalaba, y yo sólo veía un puñado de estrellas —dijo—. Me mostraba un mapa y yo veía cómo se suponía que las estrellas conectaban entre sí, y luego miraba al cielo y sólo veía… estrellas. Y fue así durante mucho tiempo. Entonces, una noche, me acuerdo de haber vuelto caminando a casa desde el trabajo y alcé la cabeza y me dije a mí misma: «Allí está la grulla», y la vi. Vi la grulla. Vi las constelaciones. Fue entonces cuando supe que este lugar era mi hogar. Fue entonces cuando supe que había venido aquí para quedarme. Que este lugar era
mi
lugar.

Deslicé los brazos por el cuerpo de Jane y la abracé por la cintura.

—Pero este lugar no es tu lugar, ¿verdad? —me preguntó ella.

—Mi lugar es donde tú estés.

—Sabes lo que quiero decir.

—Sé lo que quieres decir. Me gusta estar aquí, Jane. Me gusta la gente. Me gusta nuestra vida.

—Pero… —dijo Jane.

Me encogí de hombros.

Jane lo sintió.

—Es lo que pensaba —dijo.

—No soy desgraciado.

—No he dicho que lo fueras. Y sé que no eres desgraciado conmigo o con Zoë. Si el general Rybicki no hubiera aparecido, creo que no habrías advertido que estás preparado para mudarte.

Asentí y la besé en la nuca. Tenía razón.

—He hablado con Zoë —dijo Jane.

—¿Y qué ha dicho?

—Es como tú. Le gusta estar aquí, pero éste no es su hogar. Le gusta la idea de ir a una colonia que está comenzando.

—Atrae su sentido de la aventura.

—Tal vez —dijo Jane—. No hay mucha aventura aquí. Es una de las cosas que me gustan.

—Eso es gracioso, viniendo de una soldado de las Fuerzas Especiales.

—Lo digo porque soy de las Fuerzas Especiales —dijo Jane—. Pasé nueve años de aventura continua. Nací en ella y si no fuera por ti y por Zoë habría muerto en ella, y no habría tenido nada más. La aventura está sobrevalorada.

—Pero estás pensando en volver a tener algunas de todas formas —dije.

—Porque tú lo estás pensando.

—No hemos decidido nada. Podríamos decir que no. Este es tu lugar.

—Mi lugar es donde tú estés —dijo Jane, repitiendo mis palabras—. Éste es mi lugar. Pero tal vez cualquier otro podría serlo también. Tal vez sólo estoy asustada de dejarlo.

—No creo que te asusten muchas cosas.

—Me asustan cosas diferentes que a ti —dijo Jane—. No te das cuenta porque a veces no eres demasiado observador.

—Gracias —dije. Nos quedamos allí de pie en el camino, abrazados.

—Siempre podemos regresar —dijo Jane al cabo de un rato.

—Sí. Si tú quieres.

—Ya veremos —dijo Jane. Se inclinó para besarme la mejilla, se soltó de mi abrazo y empezó a caminar sendero abajo. Me volví hacia la casa.

—Quédate conmigo —dijo ella.

—Muy bien —contesté—. Lo siento. Creí que querías estar sola.

—No. Camina conmigo. Déjame que te muestre mis constelaciones. Tenemos tiempo suficiente para eso.

2

La
Junípero Serra
saltó y de repente un mundo verde y azul flotó ante el ventanal del teatro de observación de la nave. En los asientos, un par de cientos de invitados, periodistas y funcionarios del Departamento de Colonización, dijeron «Oooh» y «Aaah» como si nunca antes hubieran visto un planeta desde el exterior.

—Damas y caballeros —dijo Karin Bell, secretaria de Colonización—, el nuevo mundo colonial de Roanoke.

La sala estalló en aplausos, que se difuminaron en el siseo de los periodistas susurrando rápidamente notas a sus grabadoras. Al hacerlo, la mayoría de ellos se perdieron la súbita aparición a media distancia del
Bloomington
y el
Fairbanks,
los dos cruceros de las FDC que acompañaban a las estrellas a este viaje pagado para la prensa. Su presencia me sugirió que Roanoke tal vez no estuviera tan completamente domesticado como le gustaría a la Unión Colonial; no estaría bien que la secretaria de Colonización (por no mencionar a los periodistas e invitados) volara por los aires debido a alguna incursión alienígena.

Avisé a Jane de la aparición del crucero con un pestañeo; ella miró y asintió de manera casi imperceptible. Ninguno de los dos dijo nada. Esperábamos terminar con ese asunto de la prensa sin que tuviéramos que decir nada. Habíamos descubierto que ninguno de los dos era particularmente bueno con los periodistas.

—Déjenme que les informe un poco sobre Roanoke —dijo Bell—. Roanoke tiene un diámetro ecuatorial de poco menos de trece mil kilómetros, es más grande que la Tierra o Fénix, aunque no tanto como Zhong Guo, que sigue manteniendo el título de ser el planeta colonizado más grande de la UC.

Esto provocó una aplauso a medias de la pareja de periodistas de Zhong Guo, seguido por una risa.

—Su tamaño y composición implican que la gravedad sea un diez por ciento más pesada aquí que en Fénix: la mayoría de ustedes sentirán que han ganado un kilo o dos cuando bajen. La atmósfera es la habitual mezcla de nitrógeno y oxígeno, pero está inusitadamente cargada de oxígeno: casi el treinta por ciento. Lo notarán también.

—¿A quiénes le quitamos el planeta? —preguntó uno de los periodistas.

—No he llegado ahí todavía —respondió Bell, y hubo algunos gruñidos de protesta. Al parecer Bell era conocida por sus secas conferencias de prensa siguiendo notas, y aquí estaba en su salsa.

La imagen del globo de Roanoke desapareció, sustituida por un delta, donde un río pequeño se unía a uno más grande.

—Aquí es donde se asentará la colonia —dijo Bell—. Hemos llamado al río más pequeño Ablemare; el más grande es el Raleigh. El Raleigh riega todo el continente, como hace el Amazonas en la Tierra o el Anasazi en Fénix. Un par de cientos de kilómetros al oeste —la imagen rotó—, y nos encontramos con el océano Virginiano.
[1]
Allí hay espacio de sobra para crecer.

—¿Por qué no está la colonia en la costa? —preguntó alguien.

—Porque no tiene por qué —respondió Bell—. Esto no es el siglo XVI. Nuestras naves surcan las estrellas, no los océanos. Podemos establecer colonias en sitios que tengan sentido. Este lugar —Bell rebobinó hasta el emplazamiento original—, está lo bastante tierra adentro para estar aislado de los ciclones que golpean la desembocadura del Raleigh, y tiene también otras favorables ventajas geológicas y metereológicas. Además, la vida en este planeta tiene una química incompatible con la nuestra. Los colonos no pueden comer nada de allí. La pesca queda descartada. Tiene más sentido ubicar la colonia en una llanura aluvial, donde haya espacio para cultivar su propia comida, que en la costa.

—¿Podemos hablar ya de a quiénes le hemos quitado el planeta? —preguntó el primer periodista.

—No he llegado ahí todavía —repitió Bell.

—Pero ya conocemos todo esto —dijo alguien más—. Está en nuestros informes de prensa. Y nuestros espectadores van a querer saber a quiénes les quitamos el planeta.

—No le quitamos el planeta a nadie —dijo Bell, claramente molesta por ser desviada de su curso—. Nos lo dieron.

—¿Quiénes? —preguntó el primer periodista.

—Los obin —respondió Bell. Esto causó una conmoción—. Y me alegrará hablar más sobre el tema más tarde. Pero primero…

La imagen del delta del río se desvaneció, sustituida por unos objetos peludos en forma de árboles que no eran del todo plantas ni del todo animales, pero suponían la forma de vida dominante en Roanoke. La mayoría de los periodistas ignoraron a Bell y susurraron a sus grabadores la conexión obin.

* * *

—Los obin lo llamaron Garsinhir —nos había dicho el general Rybicki a Jane y a mí unos cuantos días antes, cuando subimos a su lanzadera personal para viajar a la Estación Fénix, donde recibiríamos nuestra información formal y nos presentarían a algunos de los colonos que actuarían como ayudantes nuestros—. Significa «decimoséptimo planeta». Fue el decimoséptimo planeta que colonizaron. No son una especie muy imaginativa.

—No es propio de los obin renunciar a un planeta —dijo Jane.

—No lo hicieron —contestó Rybicki—. Comerciamos. Les dimos un planeta pequeño que le arrebatamos a los gelta hace cosa de un año. De todas formas, Garsinhir no les servía de mucho. Es un planeta de clase seis. La química de la vida es tan similar a la de los obin que los obin siempre se estaban muriendo por los virus nativos. Los humanos, por otra parte, somos incompatibles con la química de la vida local. Así que no nos afectarán los virus, las bacterias y demás porquerías locales. El planeta gelta que se quedan los obin no es tan bonito pero pueden tolerarlo mejor. Es un cambio justo. Bueno, ¿han tenido ustedes oportunidad de mirar los archivos coloniales?

—Sí —contesté.

—¿Alguna idea?

—Sí —dijo Jane—. El proceso de selección es una locura.

Rybicki le sonrió a Jane.

—Un día se va a comportar de modo diplomático y yo no voy a saber qué hacer —dijo.

Jane buscó su PDA y recuperó la información del proceso de selección.

—Los colonos de Elysium fueron seleccionados con una lotería.

—Una lotería a la que podían unirse después de demostrar que eran físicamente capaces para soportar los rigores de la colonización —dijo Rybicki.

—Los colonos de Kioto son todos miembros de una orden religiosa que evita la tecnología —continuó Jane—. ¿Cómo van a subir siquiera a las naves coloniales?

—Son menonitas coloniales —dijo Rybicki—. No son pirados, ni extremistas. Simplemente buscan la sencillez. No es mala cosa en una nueva colonia.

—Los colonos de Umbría fueron seleccionados a través de un
concurso —
dijo Jane.

—Los que no ganaron se llevaron el juego de mesa a casa —dije yo.

Rybicki me ignoró.

—Sí —le dijo, a Jane—. Un concurso que exigía que los participantes compitieran en diversas pruebas de resistencia e inteligencia, cualidades ambas que les vendrán al pelo cuando lleguen a Roanoke. Sagan, se entregó a cada colonia una lista de criterios mentales y físicos que todos los colonos potenciales de Roanoke tuvieron que cumplir. Aparte de eso, dejamos abierto a cada colonia el proceso de selección. Algunas de ellas, como Erie y Zhong Guo, hicieron procesos de selección bastante estándar. Otras no.

—Y eso no les preocupó —dijo Jane.

—No; mientras los colonos aprobaran nuestro conjunto de requerimientos, no —dijo Rybicki—. Ellos presentaron a sus colonos potenciales; nosotros los cotejamos con nuestros propios baremos.

—¿Aprobaron todos? —pregunté yo.

Rybicki hizo una mueca.

—Más bien no. El jefe de la colonia de Albión eligió a los colonos de entre la lista de sus enemigos, y los puestos de Rus fueron a parar al mayor postor. Acabamos supervisando el proceso de selección en esas dos colonias. Pero el resultado final es que tienen ustedes lo que considero una clase excelente de colonos —se volvió hacia Jane—. Son mucho mejores que los colonos que vendrían de la Tierra, eso se lo aseguro. A esos no los estudiamos de manera tan rigurosa. Nuestra filosofía allí es que si puedes subir a un transporte colonial, estás dentro. Nuestros baremos son un poco más altos para esta colonia. Así que relájense. Tienen buenos colonos.

Jane se echó hacia atrás, no del todo convencida. No se lo reproché; yo tampoco estaba convencido del todo. Los tres guardamos silencio mientras la lanzadera negociaba los términos de atraque en la puerta.

—¿Dónde está su hija? —dijo Rybicki, mientras la lanzadera se posaba.

—Ha vuelto a Nueva Goa —contestó Jane—. A supervisar nuestro equipaje.

—Y a celebrar una fiesta de despedida con sus amigos en la que será mejor que nosotros no pensemos mucho —dije yo.

—Adolescentes —comentó Rybicki. Se levantó—. Bien. Perry, Sagan, ¿recuerdan lo que dije de que el proceso de esta colonia se había convertido en un circo mediático?

—Sí —contesté.

—Bien. Entonces prepárense para recibir a los payasos.

Y entonces nos llevó desde la lanzadera hasta la puerta, donde al parecer todos los medios de información de la Unión Colonial habían acampado para recibirnos.

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