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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (6 page)

BOOK: La colonia perdida
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—No.

—Estoy confundido.

—Eso no es nada nuevo —dijo Savitri, y luego continuó antes de que yo pudiera replicar—. Mi nuevo trabajo no es en este planeta. Es en una nueva colonia llamada Roanoke. Tal vez hayas oído hablar de ella.

—Vale, ahora sí que estoy confundido.

—Parece que un equipo de dos personas va a dirigir la colonia. Le pedí trabajo a una de ellas. Dijo que sí.

—¿Eres la ayudante de Jane? —pregunté.

—En realidad, soy la ayudante del líder de la colonia —dijo Savitri—. Como lo sois los dos, también soy tu ayudante. Pero seguiré sin servirte el té.

—Huckleberry no es una de las colonias con permiso para enviar colonos —dije.

—No. Pero como líderes de la colonia, se os permite contratar a quien queráis para vuestro equipo de apoyo. Jane ya me conoce y confía en mí y sabe que tú yo trabajaremos bien juntos. Tiene sentido.

—¿Cuándo te contrató?

—El día que anunciasteis la noticia aquí —dijo Savitri—. Vino cuando tú habías salido a almorzar. Hablamos y me ofreció el empleo.

—Y ninguna de las dos os molestasteis en contármelo.

—Ella iba a hacerlo —dijo Savitri—. Pero le pedí que no lo hiciera.

—¿Por qué no?

—Porque entonces tú y yo no habríamos tenido esta maravillosísima conversación —dijo Savitri, y entonces giró en mi sillón, riendo.

—Levántate de mi sillón —dije yo.

* * *

Estaba en el salón pelado de mi casa, con todo empaquetado y recogido, poniéndome melancólico, cuando Hickory y Dickory se me acercaron.

—Queríamos hablar con usted, mayor Perry —me dijo Hickory.

—Sí, muy bien —contesté, sorprendido. En los siete años que Hickory y Dickory llevaban con nosotros habíamos conversado varias veces. Pero ni una sola vez habían iniciado una conversación: como mucho, habían esperado en silencio a que se les llamara.

—Usaremos nuestros implantes —dijo Hickory.

—Bien —dije yo. Tanto Hickory como Dickory acariciaron los collares que colgaban en la base de sus largos cuellos, y pulsaron un botón en la parte derecha.

Los obin eran una especie artificial; los consu, una raza tan avanzada que para nosotros era casi insondable, descubrieron a los antepasados de los obin y usaron su tecnología para forzar la inteligencia en esos pobres hijos de puta. Los obin se volvieron en efecto inteligentes, pero no conscientes de sí mismos. Sea cual sea el proceso que daba paso a la conciencia (el sentido del yo), les faltaba por completo. Individualmente, los obin no tenían ego ninguno ni personalidad; únicamente como grupo los obin eran conscientes de que les faltaba algo que tenían las otras especies inteligentes. Si los consu crearon accidental o intencionadamente a los obin sin conciencia era una incógnita, pero dados mis propios encuentros con los consu a lo largo de los años, sospecho que simplemente sintieron curiosidad y los obin fueron para ellos sólo otro experimento.

Los obin deseaban tanto la conciencia que estuvieron dispuestos a arriesgarse a la guerra contra la Unión Colonial para conseguirla.

La guerra fue una exigencia de Charles Boutin, un científico que fue el primero en grabar y almacenar una conciencia humana fuera de la estructura de apoyo del cerebro. Boutin murió en un enfrentamiento con las Fuerzas Especiales antes de poder dar a los obin conciencia a nivel individual, pero su trabajo estuvo tan cerca que la Unión Colonial pudo cerrar un trato con los obin para acabar la tarea. De la noche a la mañana, los obin pasaron de ser enemigos a amigos, y la Unión Colonial continuó el trabajo de Boutin, creando un implante de conciencia basado en la tecnología ya existente del CerebroAmigo. Era la conciencia como accesorio.

Los humanos (los pocos que conocen la historia, al menos), consideran a Boutin un traidor, un hombre cuyo plan para derribar a la Unión Colonial habría causado la masacre de miles de millones de seres humanos. Los obin lo consideraban uno de sus grandes héroes raciales, una figura prometeica que les dio no el fuego, sino la conciencia. Si alguna vez necesitan un argumento de que el heroísmo es relativo, ahí lo tienen.

Mis propios sentimientos sobre el tema eran un poco más complicados. Sí, era un traidor a su especie y merecía morir. También era el padre biológico de Zoë, a quien considero uno de los seres humanos más maravillosos que he conocido. Es difícil decir que te alegras de que el padre de tu preciosa y listísima hija adoptiva esté muerto, aunque sepas que es mejor que así sea.

Dado lo que sienten los obin hacia Boutin, no me sorprende lo más mínimo que se sientan posesivos hacia Zoë: una de sus principales exigencias en el tratado fue, esencialmente, derechos de visita. Lo que al final se acordó fue una situación donde dos obin vivirían con Zoë y su familia adoptiva. Zoë los llamó Hickory y Dickory
[2]
cuando llegaron. Se les permitió usar sus implantes de conciencia para grabar parte del tiempo que pasaban con Zoë. Esas grabaciones eran compartidas por todos los obin con implantes de conciencia; en la práctica,
todos
compartían tiempo con Zoë.

Jane y yo lo permitimos bajo condiciones muy estrictas cuando Zoë era demasiado joven como para comprender realmente lo que pasaba. Después, cuando fue lo bastante mayor para entender el concepto, fue decisión suya. Zoë lo permitió. Le gusta la idea de que su vida se comparta con toda una especie, aunque como cualquier adolescente tiene períodos extensos en que quiere que la dejen en paz. Hickory y Dickory desconectan sus implantes cuando eso sucede: no tiene sentido malgastar una conciencia perfectamente buena cuando no pasan el rato con ella. Que quisieran hablar conscientemente conmigo a solas era algo nuevo.

Hubo una breve pausa entre el momento en que Hickory y Dickory activaron sus collares, que almacenaba el hardware que contenía sus conciencias, y el momento en que el collar se comunicó con el trazado neural de sus cerebros. Fue como ver despertarse a unos sonámbulos. También dio un poco de miedo. Aunque no tanto como lo que vino a continuación: Hickory me sonrió.

—Nos entristecerá profundamente dejar este lugar —dijo Hickory—. Por favor, comprenda que hemos vivido toda nuestra vida consciente aquí. Lo sentimos profundamente en nuestro interior, como todos los obin. Le damos las gracias por permitirnos compartir sus vidas con ustedes.

—No hay de qué —dije. Esto parecía demasiado trivial para que los obin quisieran discutirlo conmigo—. Hablas como si quisierais dejarnos. Creí que vendríais con nosotros.

—Iremos —dijo Hickory—. Dickory y yo somos conscientes de la responsabilidad que tenemos, debemos atender a su hija y compartir nuestras experiencias con todos los demás obin. Puede ser abrumador. No podemos mantener conectados nuestros implantes demasiado tiempo, ya sabe. La tensión emocional es demasiado grande. Los implantes no son perfectos y nuestros cerebros tienen dificultades. Nos… sobreestimulamos.

—No sabía eso.

—No queríamos agobiarlo con eso —dijo Hickory—. Y no era importante que lo supiera. Nos las apañamos para que no necesitaran saberlo. Pero recientemente, Dickory y yo hemos descubierto que cuando conectamos nuestros implantes, nos sentimos inmediatamente abrumados con emociones hacia Zoë, y hacia usted y la teniente Sagan.

—Es un tiempo lleno de tensiones para todos nosotros —dije.

Otra sonrisa obin, aún más espectral que la primera.

—Mis disculpas —dijo Hickory—. No he sido claro. Nuestra emoción no es de ansiedad informe por dejar este lugar o este planeta, ni excitación ni nerviosismo por viajar a un nuevo mundo. Es una cosa muy específica. Es
preocupación.

—Creo que todos tenemos preocupaciones —empecé a decir, pero entonces me detuve al ver una nueva expresión en el rostro de Hickory, una expresión que nunca antes había advertido en él. Hickory parecía
impaciente.
O probablemente estaba frustrado conmigo—. Lo siento, Hickory. Por favor, continúa.

Hickory permaneció allí plantado durante un minuto, como si debatiera algo consigo mismo. Luego se volvió bruscamente para consultar con Dickory. Pensé que, de pronto, el nombre que una niña pequeña les había puesto a aquellas dos criaturas siguiendo un impulso hacía varios años ya no parecía encajar lo más mínimo.

—Perdóneme, mayor —dijo Hickory por fin, devolviéndome su atención—. Lamento haber sido brusco. Puede que seamos incapaces de expresar plenamente nuestra preocupación. Es posible que ignore usted ciertos hechos y que no sea propio de nosotros proporcionárselos. Déjeme preguntarle: ¿cuál cree que es el estatus de esta parte del espacio? La porción en la que nosotros los obin y ustedes la Unión Colonial residimos, entre otras especies.

—Estamos en guerra —contesté—. Tenemos nuestras colonias y tratamos de defenderlas. Otras especies tienen sus colonias y tratan de defenderlas también. Todos luchamos por planetas que encajan con las necesidades de nuestras especies. Y todos luchamos unos contra otros.

—Ah —dijo Hickory—. Todos luchamos unos contra otros. ¿No hay alianzas? ¿No hay tratados?

—Obviamente, hay unos cuantos —contesté—. Tenemos uno con los obin. Algunas razas puede que tengan tratados y alianzas con otras especies. Pero generalmente, sí. Todos luchamos. ¿Por qué?

La sonrisa de Hickory pasó de ser espectral a convertirse en un rictus.

—Le contaremos lo que podemos —dijo Hickory—. Podemos hablarle de las cosas que ya hemos hablado. Sabemos que su secretaria de Colonización ha dicho que el planeta que ustedes llaman Roanoke les fue entregado por los obin. El planeta que nosotros llamamos Garsinhir. Sabemos que se dice que hemos recibido de ustedes un planeta a cambio.

—Así es —dije yo.

—No hay tal acuerdo —dijo Hickory—. Garsinhir sigue siendo territorio obin.

—Eso no puede ser cierto —dije—. He estado en Roanoke. He recorrido los terrenos donde estará la colonia. Creo que estáis equivocados.

—No estamos equivocados —dijo Hickory.

—Tenéis que estarlo. Por favor, no os lo toméis a mal, pero sois compañeros y guardaespaldas de una adolescente humana. Es posible que los contactos a vuestro nivel, sean quienes sean, no tengan la mejor información.

Un destello de algo cruzó el rostro de Hickory; sospecho que fue de diversión.

—Tenga por seguro, mayor, que los obin no envían a meros
compañeros
a acompañar y cuidar a la hija de Boutin o a su familia. Y tenga por seguro que Garsinhir sigue estando en manos obin.

Pensé en eso.

—Me estás diciendo que la Unión Colonial miente respecto a Roanoke —dije.

—Es posible que su secretaria de Colonización haya sido mal informada —dijo Hickory—. No podemos asegurarlo. Pero sea cual sea la causa del error, hay un error de hecho.

—Tal vez los obin nos permiten colonizar su mundo —dije—. Tengo entendido que vuestra química corporal hace que los obin sean vulnerables a las infecciones endémicas. Tener un aliado allí es mejor que dejar el mundo desocupado.

—Tal vez —dijo Hickory, el tono de voz neutro de un modo muy estudiado.

—La nave colonial parte de la Estación Fénix dentro de dos semanas —dije—. Otra semana más y estaremos aterrizando en Roanoke. Aunque lo que digáis sea verdad, no hay nada que yo pueda hacer al respecto ahora mismo.

—Debo pedir de nuevo disculpas. No pretendía sugerir que hubiera nada que usted pudiera o debiera hacer. Sólo deseaba que lo
supiera.
Y que supiera al menos parte de la naturaleza de nuestra preocupación.

—¿Hay algo más aparte de eso?

—Hemos dicho lo que podemos —dijo Hickory—. Excepto esto: estamos a su servicio, mayor. Al suyo, al de la teniente Sagan, y sobre todo y siempre al de Zoë. Su padre nos dio el don de nosotros mismos. Pidió un alto precio, que habríamos pagado voluntariamente.

Me estremecí levemente al recordar cuál había sido el precio.

—Murió antes de que esa deuda pudiera ser pagada. Ahora estamos en deuda con su hija, al compartir su vida con nosotros. Se lo debemos a ella. Y se lo debemos a su familia.

—Gracias, Hickory —dije—. Estamos agradecidos de que Dickory y tú nos hayáis servido tan bien.

La sonrisa de Hickory regresó.

—Lamento decir que me malinterpreta de nuevo, mayor. Ciertamente Dickory y yo estamos a su servicio y lo estaremos siempre. Pero cuando digo que estamos a su servicio, me refiero a los obin.

—Los obin —dije yo—. ¿Quieres decir
todos
vosotros?

—Sí —dijo Hickory—. Todos nosotros. Hasta el último, si fuera necesario.

—Oh. Lo siento, Hickory. No estoy seguro de qué decir a eso.

—Diga que lo recordará —dijo Hickory—. Cuando llegue el momento.

—Lo haré.

—Le pedimos que esta conversación sea confidencial —dijo Hickory—. Por el momento.

—Muy bien.

—Gracias, mayor —dijo Hickory. Miró a Dickory y luego a mí—. Me temo que nos hemos vuelto demasiado emocionales. Ahora, con su permiso, desconectaremos nuestros implantes.

—Como gustéis —dije. Los dos obin se llevaron las manos al cuello y desconectaron sus personalidades. Vi cómo la animación se borraba de sus rostros, sustituida por una inteligencia hueca.

—Ahora descansamos —dijo Hickory, y él y su compañero se marcharon, dejándome en una habitación vacía.

3

Ésta es una forma de colonizar: coges a doscientas o trescientas personas, les permites que lleven los suministros que consideren adecuados, los dejas en el planeta de su elección, dices «hasta luego», y regresas un año más tarde (después de que todos hayan muerto por desnutrición o por ignorancia y falta de suministros, o de que hayan sido aniquilados por otra especie que quiere el lugar para sí) a recoger los huesos.

No es una forma de colonizar que tenga mucho éxito. En nuestro demasiado breve período de formación, tanto Jane como yo leímos los suficientes informes sobre la desaparición de colonias montunas diseñadas de este modo como para quedar convencidos de este hecho.

Por otro lado, tampoco se quiere soltar a cien mil personas en un nuevo mundo colonial con todas las comodidades de la civilización. La Unión Colonial tiene los medios para hacer algo así, si quisiera. Pero no quiere. No importa lo cerca que esté de la Tierra el campo gravitacional de un planeta, ni cuáles sean su circunferencia, su masa, su atmósfera o su composición bioquímica, porque cualquier planeta que la Tierra no haya colonizado todavía no es la Tierra, y no hay ningún modo práctico de saber qué tipo de sorpresas desagradables tiene reservadas ese planeta para los humanos. La Tierra misma tiene un modo gracioso de diseñar nuevos males y enfermedades para matar a los humanos desprevenidos, y eso que éramos la especie nativa. Somos cuerpos extraños cuando aterrizamos en los nuevos mundos, y sabemos lo que cualquier ecosistema le hace a un cuerpo extraño: intenta matarlo lo más rápidamente posible.

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