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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (9 page)

BOOK: La colonia perdida
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—Es una teoría interesante —dije.

—Perry, se pasó usted años en las Fuerzas de Defensa Colonial —dijo Trujillo—. Conoce los resultados finales de la política de la UC. ¿Puede decirme con sinceridad que el escenario que le he esbozado está completamente fuera del reino de lo posible?

Guardé silencio. Trujillo sonrió torvamente.

—Alimento para el pensamiento, Perry —me dijo—. Algo para que lo considere la próxima vez que su esposa y usted nos den con la puerta en las narices a los demás en una de nuestras reuniones asesoras. Confío en que harán lo que consideren mejor para la colonia.

Miró por encima de mi hombro, más allá de mí.

—Creo que nuestras hijas se han conocido —dijo.

Me di la vuelta y vi a Zoë charlando animadamente con una de las chicas que había visto antes; era la que la había llamado.

—Eso parece.

—Da la impresión de que se llevan bien —dijo Trujillo—. Nuestra colonia Roanoke empieza ahí, creo. Tal vez nosotros podamos seguir su ejemplo.

* * *

—No estoy segura de poder tragarme la idea de un Manfred Trujillo desprendido —dijo Jane. Se había erguido en la cama.
Babar
agitaba la cola feliz a un lado.

—Ya somos dos —dije yo. Estaba sentado en una silla junto a ella—. El problema es que tampoco puedo descartar por completo lo que dice.

—¿Por qué no? —Jane echó mano a la jarra de agua que había en la mesilla de noche, pero estaba mal colocada. Cogí la jarra y el vaso y empecé a servirle.

—Acuérdate de lo que dijeron Hickory y Dickory sobre el planeta Roanoke —dije, entregándole el vaso.

—Gracias —contestó ella, y apuró el vaso en cinco segundos.

—Guau —dije—. ¿Seguro que te sientes mejor?

—Estoy bien. Sólo tengo sed.

Me devolvió el vaso. Le serví más agua. Ella la bebió esta vez más moderadamente.

—El planeta Roanoke —instó.

—Hickory dijo que el planeta Roanoke seguía todavía bajo el control de los obin —dije—. Si el Departamento de Colonización piensa realmente que esta colonia va a fracasar, eso podría tener sentido.

—¿Por qué cambiar un planeta que sabes que los colonos no van a conservar?

—Exactamente —dije yo—. Y hay otra cosa. He estado en la bodega de carga hoy, repasando los albaranes con el encargado, y mencionó que estábamos cargando un montón de equipo obsoleto.

—Eso probablemente tendrá que ver con los menonitas —dijo Jane, y volvió a beber agua.

—Eso es lo que dije yo también. Pero después de hablar con Trujillo, repasé de nuevo los albaranes. El jefe de carga tenía razón. Hay más equipo obsoleto del que podemos achacar a los menonitas.

—Estamos mal equipados —dijo Jane.

—Ésa es la cosa. No estamos mal equipados. Tenemos un montón de equipo obsoleto, pero no sustituye a equipo más moderno: está ahí además del moderno.

Jane reflexionó sobre eso.

—¿Qué crees que significa?

—No sé si significa algo —dije—. Los errores de suministro suceden constantemente. Recuerdo una vez cuando estaba en las FDC que enviamos calcetines de uniforme en vez de suministros médicos. Tal vez es ese tipo de pifia, un par de grados de magnitud superior.

—Deberíamos preguntarle al general Rybicki.

—Se ha marchado de la estación —dije—. Partió esta mañana hacia Coral, nada menos. Su oficina dice que está supervisando el diagnóstico de una nueva red de defensa planetaria. No volverá hasta dentro de una semana estándar. Le pedí a su oficina que investigara por mí el inventario de la colonia. Pero para ellos no es una prioridad, no es un problema obvio para el bienestar de la colonia. Tienen otras cosas de las que preocuparse antes de que zarpemos. Pero tal vez se nos esté pasando algo por alto.

—Si es así, no tenemos mucho tiempo para averiguarlo —dijo Jane.

—Lo sé. A pesar de que me gustaría etiquetar a Trujillo como otro capullo pagado de sí mismo, tenemos que considerar la teoría de que tal vez sea sincero y tenga los intereses de la colonia en mente. Es mortificante, considerando la situación.

—Existe la posibilidad de que sea un capullo pagado de sí mismo y que tenga los intereses de la colonia en mente —dijo Jane.

—Siempre lo miras todo por el lado positivo.

—Que Savitri revise los albaranes buscando lo que pueda faltarnos —dijo Jane—. La envié a investigar las colonias seminales recientes. Si falta algo, lo encontrará.

—Le estás dando un montón de trabajo.

Jane se encogió de hombros.

—Siempre la has infrautilizado —dijo—. Por eso la contraté. Era capaz de mucho más de lo que le ofrecías. Aunque no es completamente culpa tuya. Lo peor con lo que tuviste que lidiar fueron esos idiotas hermanos Chengelpet.

—Lo dices porque nunca tuviste que tratar con ellos. Deberías haberlo intentado alguna vez.

—Si hubiera tratado con ellos, una vez habría sido suficiente.

—¿Cómo te ha ido el día con el general Szilard? —pregunté, cambiando de tema antes de que mi competencia siguiera siendo cuestionada.

—Bien. Dijo algunas de las mismas cosas que te ha dicho Trujillo.

—¿Que el DdC quiere que la colonia fracase?

—No. Que hay un montón de maniobras políticas en juego que ni tú ni yo conocemos.

—¿Como cuáles? —pregunté.

—No entró en detalles —contestó Jane—. Dijo que porque confiaba en nuestra habilidad para manejar las cosas. Me preguntó si quería recuperar mi antiguo cuerpo de las Fuerzas Especiales, por si acaso.

—Ese general Szilard —dije—, un bromista de primera.

—No bromeaba del todo —dijo Jane, y alzó una mano conciliadora cuando le dirigí mi mejor mirada confusa—. No tiene mi antiguo cuerpo a mano. No me refiero a eso. Sólo quiere decir que prefiere que no vaya a esa colonia con un cuerpo humano sin modificar.

—Qué pensamiento tan alegre —dije yo. Advertí que Jane había empezado a sudar. Le palpé la frente—. Creo que tienes fiebre. Eso es nuevo.

—Cuerpo sin modificar —dijo ella—. Tenía que suceder alguna vez.

—Te traeré más agua.

—No —dijo Jane—. No tengo sed. Pero estoy muerta de hambre.

—Veré si puedo traerte algo del comedor. ¿Qué quieres?

—¿Qué tienen?

—Prácticamente de todo.

—Bien. Uno de cada.

Eché mano a mi PDA para contactar con la cocina.

—Es buena cosa que la
Magallanes
lleve doble carga de alimentos —dije.

—Tal como me siento ahora mismo, no durará mucho.

—Muy bien. Pero creo que el viejo refrán dice que hay que comer poco cuando se tiene fiebre.

—En este caso, el viejo refrán se equivoca.

4

—Es como la fiesta de Nochevieja —dijo Zoë, contemplando desde nuestro lugar en el pequeño atrio de la cubierta recreativa a la masa de colonos que celebraban a nuestro alrededor. Después de una semana de viaje en la
Magallanes,
estábamos a menos de cinco minutos del salto a Roanoke.

—Es
exactamente
igual que la fiesta de Nochevieja —dije yo—. Cuando saltemos, el reloj de la colonia empezará oficialmente. Será el primer segundo del primer minuto del primer día del primer año, tiempo de Roanoke. Prepárate para días que tendrán veinticinco horas y ocho minutos y años que tendrán trescientos cinco días.

—Cumpliré años más a menudo —dijo Zoë.

—Sí. Y vivirás más años.

Junto a nosotros, Savitri y Jane discutían algo que Savitri había recuperado en su PDA. Pensé en llamarles la atención por estar trabajando, nada menos que en ese momento, pero lo pensé mejor. Las dos se habían convertido rápidamente en el nexo organizativo del liderazgo de la colonia, cosa que no era nada sorprendente. Si consideraran que había que hacer algo en ese mismo momento, probablemente lo harían.

Jane y Savitri eran los cerebros de la empresa; yo era el relaciones públicas. A lo largo de la semana me había pasado varias horas con cada grupo de colonos, respondiendo a sus preguntas sobre Roanoke, sobre mí mismo y sobre Jane, y sobre todo lo demás que quisieran saber. Cada grupo tenía sus peculiaridades y curiosidades. Los colonos de Erie parecían un poco distantes (probablemente reflejando la opinión de Trujillo, que estaba sentado al fondo mientras yo hablaba), pero se animaron cuando yo hice el idiota y hablé en el penoso español que aprendí en el instituto, lo cual llevó a discutir las palabras del «nuevo español» que habían sido creadas en Erie para describir a las plantas y animales nativos.

Los menonitas de Kioto, por su parte, empezaron amablemente regalándome una tarta de fruta y, terminadas las ceremonias, me machacaron implacablemente en todos los aspectos de la dirección colonial, para gran diversión de Hiram Yoder.

—Vivimos una vida simple, pero no somos simples —me dijo él más tarde.

Los colonos de Jartún todavía estaban molestos por no haber sido acomodados según los planetas de origen. Los de Franklin querían saber cuánto apoyo tendríamos de la Unión Colonial y si podrían viajar a Franklin de visita. Los colonos de Albión se preguntaban qué planes había previstos si atacaban Roanoke. Los de Fénix querían saber si yo creía que tendríamos tiempo suficiente después de un día ocupado de trabajo para iniciar una liga de softball.

Preguntas y problemas grandes y pequeños, inmensos y triviales, críticos y frivolos… todos ellos me cayeron encima, y era mi trabajo resolverlos y tratar de ayudar a la gente a marcharse, si no satisfecha con las respuestas, al menos satisfecha con que sus preocupaciones fueran tomadas en serio. En esto, mi reciente experiencia como defensor del pueblo resultó incalculable. No sólo porque tenía experiencia encontrando respuestas y resolviendo problemas, sino porque tenía varios años de práctica escuchando a la gente y tranquilizándolos porque se haría algo. Al final de nuestra semana en la
Magallanes,
los colonos acudían a mí para que les ayudara a resolver apuestas en los bares y pequeñas trifulcas: parecían los viejos tiempos.

Las sesiones de preguntas y respuestas y la presentación de los temas por parte de los colonos individuales también me resultaron útiles: necesitaba comprender quiénes eran y cómo se relacionarían unos con otros. No suscribía la teoría de Trujillo de una colonia políglota como táctica de sabotaje burocrática, pero tampoco creía a pies juntillas en la armonía. El día que la
Magallanes
se puso en camino tuvimos un incidente cuando algunos de los chicos de uno de los mundos trataron de iniciar una pelea con los de otro. No cuajó: Gretchen y Zoë se burlaron de los chicos y los sometieron, demostrando que nadie debe subestimar el poder del desprecio de una chica adolescente, pero cuando Zoë nos contó el tema en la cena, tanto Jane como yo tomamos nota. Los adolescentes pueden ser idiotas y estúpidos, pero también modelan sus conductas a partir de las señales que reciben de los adultos.

Al día siguiente anunciamos un torneo de balón prisionero para los adolescentes, con la teoría de que ese juego se practicaba universalmente, de un modo u otro, en todas las colonias.
[3]
Dimos a entender a los representantes de las colonias que estaría bien que pudieran convencer a sus hijos para que participaran. Lo hicieron los suficientes (en la
Magallanes
no tenían gran cosa que hacer, ni siquiera después de un solo día) para que pudiéramos formar diez equipos de ocho, que creamos seleccionando al azar, eliminando como quien no quiere la cosa cualquier intento de que se alinearan por colonias. Luego creamos un plan de juegos que culminaría con la final justo antes del salto a Roanoke. Así manteníamos a los adolescentes ocupados y, casualmente, se mezclaban con los chicos de las otras colonias.

Al final del primer día de juegos, los adultos se volvieron espectadores; tampoco ellos tenían mucho que hacer. Al final del segundo día, vi a adultos de una colonia charlando con adultos de las otras colonias sobre qué equipos tenían más posibilidades de llegar a la final. Estábamos haciendo progresos.

Al final del tercer día, Jane tuvo que interrumpir una red de apuestas. Vale, tal vez no todo era progreso. Qué se le va a hacer.

Ni Jane ni yo teníamos la ilusión de que podríamos crear la armonía universal a través del balón prisionero, naturalmente. Es una carga demasiado grande para dejarla caer sobre un juego que consiste en que una pelota roja vaya botando por ahí. La idea del sabotaje de Trujillo no quedaría eliminada del juego de golpe. Pero la armonía universal podía esperar. Nos contentábamos con que la gente se reuniera y se acostumbrara a verse. Nuestro pequeño torneo de balón prisionero funcionó bastante bien.

Después de la final y la ceremonia de premios (los desvalidos Dragones consiguieron una dramática victoria sobre los hasta entonces imbatidos Moho de Fango, a los que yo adoraba sólo por el nombre), la mayor parte de los colonos se quedaron en la cubierta recreativa, esperando a que llegara el momento del salto. Los múltiples monitores de la cubierta emitían la imagen desde la proa de la
Magallanes,
que ahora era negra pero que pronto se llenaría con la visión de Roanoke en cuanto se produjera el salto. Los colonos estaban entusiasmados y felices; cuando Zoë dijo que era como una fiesta de Nochevieja, dio en el clavo.

—¿Cuánto tiempo falta? —me preguntó Zoë.

Comprobé mi PDA.

—Ooops —dije—. Un minuto veinte segundos.

—Déjame ver eso —dijo Zoë, y cogió mi PDA. Luego agarró el micrófono que yo había usado cuando felicitaba a los Dragones por su victoria—. ¡Eh! —dijo, y su voz se amplificó por toda la cubierta recreativa—. ¡Nos falta un minuto para el salto!

Los colonos vitorearon y Zoë se encargó de ir descontando el tiempo en intervalos de cinco segundos. Gretchen Trujillo y un par de chicos corrieron al escenario y se colocaron junto a Zoë, y uno de los muchachos la rodeó por la cintura.

—Eh —le dije a Jane, y señalé a Zoë—. ¿Has visto eso?

Jane se volvió a mirar.

—Ése debe ser Enzo.

—¿Enzo? —dije yo—. ¿Hay un Enzo?

—Relájate, papá nonagenario —dijo Jane y, algo raro en ella, me rodeó la cintura con un brazo. Solía reservar las muestras de afecto para cuando estábamos en privado. Pero también se había vuelto más animada desde que se recuperó de la fiebre.

—Sabes que no me gusta que hagas eso —dije—. Menoscaba mi autoridad.

—A la porra —dijo ella. Yo sonreí.

Zoë llegó a los diez segundos, y sus amigos y ella fueron anunciándolos, imitados por los colonos. Cuando todo el mundo llegó al cero, hubo un súbito silencio mientras todos los ojos y todas las cabezas se volvían hacia los monitores. La negrura continuó durante lo que pareció una eternidad, y entonces allí apareció un mundo, grande y verde y nuevo.

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