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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (7 page)

BOOK: La colonia perdida
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Aquí tienen unos detallitos interesantes que aprendí en las colonias fracasadas: sin contar las colonias montunas, la principal causa de abandono de las colonias humanas no son las disputas territoriales con otras especies, sino que son los insectos nativos que matan a los colonos. Podemos combatir a otras especies inteligentes; es una batalla que comprendemos. Combatir a un ecosistema entero que está intentando matarte es una hazaña mucho más peliaguda.

Hacer desembarcar a cien mil colonos en un planeta para verlos morir de una voraz infección endémica que no puedes curar a tiempo es un despilfarro de colonos perfectamente buenos.

Cosa que no quiere decir que haya que
subestimar
las disputas territoriales. Es probable que los ataques a una colonia humana sean exponencialmente mayores en sus dos o tres primeros años de vida que en cualquier otro momento. La colonia está concentrada en su creación y es vulnerable a los ataques. La presencia de las Fuerzas de Defensa Colonial en una nueva colonia, aunque no sea insignificante, sigue siendo una fracción de lo que será cuando se construya una estación espacial sobre la colonia una década o dos más tarde. Y el simple hecho de que alguien haya colonizado un planeta hace que sea más atractivo para los demás, porque esos colonos han hecho por ti todo el trabajo duro de la colonización. Todo lo que tienes que hacer es barrerlos del planeta y quedártelo para ti.

Hacer desembarcar a cien mil colonos en un planeta para que los barran es también un desperdicio de colonos perfectamente buenos. A pesar de que la Unión Colonial recurre esencialmente a los países del Tercer Mundo para conseguir colonos terrestres, si empiezas a perder cien mil colonos cada vez que fracasa una colonia, al final acabas por quedarte sin colonos.

Por desgracia, hay un feliz término medio entre estos dos escenarios. Implica coger a unos dos mil quinientos colonos, hacerlos desembarcar en un nuevo mundo a principios de primavera, proporcionarles tecnología sostenible y duradera para atender sus necesidades inmediatas, encomendarles la tarea de ser autosuficientes en el nuevo mundo, y preparar ese mundo, dos o tres años más tarde, para unos diez mil colonos más. Esa segunda oleada de colonos tendrá otros cinco años para ayudar a preparar la llegada de otros cincuenta mil nuevos colonos, y así sucesivamente.

Hay cinco oleadas formales e iniciales de colonos, hasta que la colonia tiene una población ideal de un millón de personas más o menos, dispersa por numerosas poblaciones y una o dos ciudades más grandes. Después de que la quinta oleada se establezca y la infraestructura de la colonia se fije, pasa a ser un proceso de colonización firme. Cuando la población alcanza los diez millones de habitantes, la inmigración se acaba, se autoriza a la colonia a tener su propio gobierno, limitado dentro del sistema federal de la UC, y la humanidad tiene otro bastión contra la extinción racial a manos de un universo despiadado. Es decir, si esos dos mil quinientos colonos iniciales sobreviven a un ecosistema hostil, ataques de otras razas, los propios defectos organizativos de la humanidad, y la simple y siempre presente y maldita mala suerte.

Dos mil quinientos colonos son lo bastante numerosos para iniciar el proceso de convertir un mundo en un mundo humano. Son lo suficientemente pocos para que, si mueren, la UC pueda derramar una lagrimita y seguir adelante. Y, de hecho, la parte de derramar la lagrimita es estrictamente opcional. Es interesante ser a la vez un elemento clave y prescindible en los esfuerzos de la humanidad por poblar las estrellas. En suma, pensé, habría sido mejor quedarme en Huckleberry.

* * *

—Muy bien, me rindo —dije, señalando un enorme contenedor que estaban introduciendo en la sentina del
Fernando de Magallanes—.
Dígame qué es.

Aldo Ferro, el capataz encargado de la carga, comprobó el albarán en su PDA.

—Eso contiene todos los artilugios para el tratamiento de residuos de su colonia —dijo, y señaló una fila de contenedores—. Y eso son sus tuberías, fosas sépticas y transporte de residuos.

—Nada de letrinas en Roanoke —dije—. Vamos a cagar con estilo.

—No es una cuestión de estilo —dijo Ferro—. Van a un planeta de clase seis, completo con su sistema ecológico no compatible. Van a necesitar todo el fertilizante que puedan conseguir. Ese sistema de tratamiento de residuos cogerá todos sus residuos biológicos, desde la mierda a los restos de comida, y creará compuestos estériles para sus campos. Probablemente es lo más importante que tienen en esta carga. Trate de no romperlo.

Sonreí.

—Parece que sabe mucho de residuos —dije.

—Sí, bueno —dijo Ferro—. Más bien sé de preparar una nueva colonia. Llevo veinticinco años trabajando en esta bodega de carga, y hemos estado abasteciendo a las colonias durante todo ese tiempo. Déme una carga y le diré a qué tipo de planeta va la colonia, cuáles son sus estaciones, lo densa que es su gravedad y si la colonia va a conseguir superar su primer año. ¿Quiere saber cómo supe que su colonia tenía un ecosistema no compatible? Además de la planta de residuos, quiero decir. Eso es estándar en cualquier colonia.

—Claro —dije.

Ferro pulsó algo en la pantalla de la PDA y me la tendió, con una lista de contenedores.

—Muy bien, lo primero —dijo—. La comida. Cada nave colonial tiene un suministro de tres meses de comida liofilizada y alimentos básicos para cada miembro de la colonia, y otro mes de raciones liofilizadas para dar tiempo a la colonia para empezar a cazar y producir su propia comida. Pero ustedes tienen seis meses de suministro de alimentos y dos meses de raciones liofilizadas por colono. Es el tipo de carga que se usa para ecosistemas no compatibles, porque no pueden ustedes comer de la tierra inmediatamente. De hecho, es más de lo habitual para un ENC; normalmente se dan cuatro meses de suministros liofilizados y seis semanas de raciones.

—¿Por qué nos dan más comida de lo habitual? —pregunté. En realidad sabía la respuesta (se suponía que era el líder de la colonia, después de todo), pero quería ver si Ferro era tan bueno como creía ser.

Ferro sonrió.

—Tiene la clave justo delante de las narices, señor Perry. También llevan una carga doble de acondicionadores de suelo y fertilizantes.

»Eso me dice que el suelo de allí no es bueno para cultivar comida para los humanos. Esa comida extra les dará tiempo si algún idiota no acondiciona un campo adecuadamente.

—Así es —dije.

—Sí —reconoció Ferro—. Lo último: llevan más de lo habitual en sus suministros médicos para tratar intoxicaciones, cosa que es típica de los ENC. También tienen un montón de desintoxicadores veterinarios. Lo cual me recuerda —Ferro recuperó la PDA y mostró una nueva lista de contenedores—… Doble carga de alimento para su ganado.

—Es usted un maestro de los albaranes, Ferro —dije—. ¿No ha pensado nunca en colonizar?

—Demonios, no. He visto partir suficientes colonias nuevas para saber que algunas no lo consiguen. Me contento con cargar y descargar y luego decirles adiós y volver a casa con mi esposa y mi gato. No es por ofender, señor Perry.

—No se preocupe —dije, y señalé su albarán—. Así que dice que a partir de un albarán puede saber si una colonia va a conseguirlo. ¿Y nosotros?

—Están ustedes cargados a tope —dijo Ferro—. Les irá bien. Pero algunas de sus cosas son un poco raras. Hay material que no he cargado nunca antes. Tienen contenedores llenos de equipo obsoleto —Ferro me tendió el albarán—. Mire, tienen todo lo necesario para montar una herrería. En 1850. Creía que estas cosas ni siquiera existían ya fuera de los museos.

Miré el albarán.

—Algunos de nuestros colonos son menonitas —dije—. Prefieren no usar tecnología moderna si pueden evitarlo. Piensan que es una distracción.

—¿Cuántos colonos son lo que acaba de decir que son? —preguntó Ferro.

—Unos doscientos o doscientos cincuenta —contesté, devolviéndole la PDA.

—Ah —dijo Ferro—. Bueno, parece que están preparados para todo, incluyendo viajar en el tiempo y regresar al Salvaje Oeste. Si la colonia fracasa, no podrá echarle la culpa al inventario.

—Así que todo será culpa mía. —Probablemente.

* * *

—Creo que una cosa que podemos decir todos es que no queremos ver fracasar esta colonia —dijo Manfred Trujillo—. No creo que corramos ese peligro. Pero me preocupan algunas de las decisiones que se han tomado. Creo que hacen más difíciles las cosas.

Alrededor de la mesa de reuniones unos cuantos asintieron. A mi derecha, vi a Savitri tomar notas, para marcar qué cabezas asentían. Al otro lado de la mesa, Jane permanecía sentada, impasible, pero supe que también contaba cabezas. Estuvo trabajando en inteligencia. Es a eso a lo que se dedica.

Estábamos a punto de dar por terminada la reunión de inauguración oficial del Consejo de Roanoke, compuesto por Jane y yo mismo como jefes de la colonia, y por los diez representantes de los colonos, uno por cada mundo, que actuarían como nuestros delegados. Teóricamente, al menos. Aquí, en el mundo real, la lucha por el poder había empezado ya.

Manfred Trujillo era el primero entre ellos. Trujillo había empezado a presionar para permitir que los mundos coloniales fundaran una nueva colonia varios años antes, desde que consiguió un escaño como representante de Erie ante la legislatura de la UC. Se molestó cuando el Departamento de Colonización adoptó su idea pero no lo nombró líder, y se molestó aún más cuando los líderes de la colonia resultamos ser nosotros, a quienes no conocía, y que no parecíamos especialmente impresionados con él. Pero fue lo bastante listo para enmascarar su frustración en términos generales, y se pasó la mayor parte de la reunión tratando de chincharnos a Jane y a mí de la manera más sutil posible.

—Por ejemplo, este Consejo —dijo Trujillo, y miró arriba y abajo de la mesa—. Cada uno de nosotros tiene a cargo representar los intereses de nuestros compañeros colonos. No dudo que cada uno de nosotros hará ese trabajo admirablemente. Pero este Consejo es un consejo asesor de los jefes de la colonia… asesor, solamente. Me pregunto si eso nos permite representar del mejor modo las necesidades de la colonia.

«Ni siquiera hemos zarpado todavía y ya está hablando de revolución»,
pensé. En los tiempos que yo tenía mi CerebroAmigo, podría haberle enviado ese pensamiento a Jane; tal como estaban las cosas, tan sólo la miré, de una manera que expresaba bastante bien lo que estaba pensando.

—Las nuevas colonias se administran bajo las regulaciones del Departamento de Colonización —dijo Jane—. Las regulaciones requieren que los líderes de la colonia ostenten el poder administrativo y ejecutivo. Las cosas serán lo bastante caóticas cuando lleguemos: proponer un quorum por cada decisión no facilitará nada.

—No estoy sugiriendo que ustedes dos no hagan su trabajo —dijo Trujillo—. Simplemente que nuestra participación debería ser algo más que simbólica. Muchos de nosotros estamos implicados en esta colonia desde los días en que sólo era un proyecto en una mesa de dibujo. Tenemos un montón de experiencia.

—Mientras que nosotros sólo llevamos implicados un par de meses —insté.

—Son ustedes una adición reciente y valiosa al proceso —dijo Trujillo, sibilino—. Esperaba que vieran las ventajas de que formáramos parte del proceso de toma de decisiones.

—Me parece que las regulaciones de Colonización están ahí por un motivo —dije—. El DdC ha supervisado la colonización de docenas de mundos. Puede que sepan cómo hacerlo.

—Esos colonos procedían de naciones oprimidas de la Tierra —dijo Trujillo—. No tenían muchas de las ventajas que tenemos nosotros.

Noté que Savitri se tensaba a mi lado: la arrogancia de las colonias antiguas, que habían sido fundadas por los países occidentales antes de que la UC se hiciera cargo del proceso de colonización, siempre la había molestado.

—¿Qué ventajas son ésas? —dijo Jane—. John y yo acabamos de pasarnos siete años viviendo entre esos «colonos» y sus descendientes. Savitri, aquí presente, es una de ellos. No percibo ninguna
ventaja
notable en los que están sentados ante esta mesa respecto a ellos.

—Debo de haberme expresado mal —dijo Trujillo, dando comienzo a lo que sospeché era otra conciliadora vuelta al cuchillo.

—Es posible —dije yo, interrumpiéndolo—. Sin embargo, me temo que el tema es académico. Las regulaciones del DdC no nos dan mucha flexibilidad en la primera oleada de colonos, ni dan mucha cancha a las afiliaciones nacionales previas de sus colonos. Estamos obligados a tratar a todos los colonos por igual, no importa de dónde procedan. Creo que es una medida sabia, ¿usted no?

Trujillo se detuvo un instante, claramente molesto por el giro retórico.

—Sí, por supuesto.

—Me alegra oírlo. Así que, por el momento, continuaremos siguiendo las regulaciones. Bien —dije, antes de que Trujillo pudiera lanzarse de nuevo—, ¿alguien más?

—Algunos de los míos se quejan por la asignación de camarotes —dijo Paulo Gutiérrez, representante de Jartún.

—¿Hay algo mal? —pregunté.

—Les gustaría estar más cerca de los demás colonos de Jartún.

—La nave tiene sólo unos cuantos cientos de metros de eslora —dije—. Y la información de los camarotes es fácilmente accesible a través de las PDA. No deberían tener ningún problema para localizarse.

—Lo entiendo —dijo Gutiérrez—. Pero esperábamos estar juntos en nuestros grupos.

—Por eso no lo hicimos así —contesté—. Verá, una vez pongamos el pie en Roanoke, ninguno de nosotros será de Jartún, ni de Erie, ni de Kioto —miré a Hiram Yoder, que asintió—. Todos vamos a ser de Roanoke. Bien podíamos llevar eso por adelantado. Sólo somos dos mil quinientos. Es un número muy pequeño para tener diez tribus separadas.

—Es un bonito sentimiento —dijo Marie Black, de Rus—. Pero no creo que nuestros colonos vayan a olvidar muy rápidamente de dónde proceden.

—No espero que lo hagan —respondí—. No quiero que olviden de dónde proceden. Espero que se concentren en dónde están. O estarán, muy pronto.

—Los colonos están representados aquí según sus mundos —dijo Trujillo.

—Tiene sentido hacerlo así —dijo Jane—. Por ahora, al menos. Cuando estemos en Roanoke, tal vez tengamos que revisar eso.

La insinuación quedó en el aire unos segundos.

Marta Piro, de Zhong Guo, levantó la mano.

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