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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (7 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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—¡La llamada de la sangre se responde con carne hendida! —gritó.

—¡Sangre y almas para el Señor del Asesinato! —respondieron los fieles.

Tyran bajó la espada y les devolvió el corazón a las brujas de Khaine, que aguardaban. Tenía regueros de sangre en la cara, el cuello y la parte superior del pecho. En ese momento, reparó en Malus y le dedicó una sonrisa calculadora.

—Ah, aquí está nuestro nuevo peregrino —dijo el fanático—. ¿Cómo ha ido tu viaje, santo?

Malus guardó silencio durante un momento, sin saber cómo responder. Los ojos de Tyran eran oscuros, no de color latón como los de Urial o los de otros favorecidos sirvientes del templo. ¿Cómo le hablaba uno a alguien así? Con escalofriante certeza, Malus supo que, si Tyran así lo deseaba, podía abrirlo como a una calabaza antes de que se diera cuenta de que estaba en peligro.

—Mis viajes fueron provechosos —dijo, con cuidado—, aunque lo cosechado entre aquí y el Arca Negra ha sido escaso.

Tyran estudió pensativamente a Malus.

—Da la impresión de que has viajado a través de las montañas para llegar hasta aquí —remarcó—. ¿Te diste a la caza de autarii para conseguir las ofrendas?

El noble negó con la cabeza.

—No tengo ninguna destreza que me permita atrapar fantasmas, anciano. —Le ofreció a Tyran el zurrón manchado—. Recogí las ofrendas que pude a lo largo del camino, pero confieso que he pasado en el exterior más tiempo del que pretendía.

Tyran cogió el zurrón y vació el contenido sobre el tejado, junto a las hambrientas brujas de Khaine, que contemplaron con felino desdén la colección de trozos de cuerpos. Tyran tampoco pareció muy impresionado.

—¿Has dicho que vienes del Arca Negra de Naggor?

El noble inspiró lentamente.

—Así es. El templo de allí es pequeño, pero aún quedamos unos pocos que hacemos honor a las antiguas costumbres.

—No sabía que los hubiera.

—¿Acaso Veyl no te lo dijo, anciano? —preguntó Malus—. Me esperaba.

Tyran lo consideró.

—¿Y el resto? Estoy seguro de que no eres el único creyente verdadero del arca.

—Los otros han muerto, anciano —replicó Malus—. Tal vez has oído hablar de la enemistad existente entre el arca y Hag Graef. El Señor Brujo perdió todos sus efectivos contra las fuerzas de Hag Graef. Fue una tragedia para el arca, pero un día glorioso para Khaine.

La sonrisa de Tyran se volvió fría.

—Es una historia muy conveniente, santo, pero tus modales son extraños, y fácilmente podrías ser un espía hereje.

Malus se obligó a conservar la calma.

—No eres el primero que se burla de mis rústicos modales —replicó—, pero ¿por qué los herejes iban a molestarse en espiaros, cuando ejecutáis vuestros rituales a plena vista de la fortaleza?

La sonrisa del fanático vaciló, y Malus sintió que se le contraían las entrañas. Entonces, Tyran echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.

—Bien dicho, santo —reconoció—. Perdona mi impertinencia. La sangre de un corazón es embriagadora cuando la bebes, y me ha dejado confuso. Bienvenido a la casa de Sethra Veyl. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo... —logró detenerse cuando iba a decir «Malus», e improvisó—. Me llamo Hauclir. Dime —preguntó con rapidez, ansioso por cambiar de tema—, ¿es prudente provocar al templo con semejantes espectáculos?

La expresión de Tyran se ensombreció.

—¿Temes a los herejes y a sus esclavos?

—Por supuesto que no —replicó Malus—, pero tampoco estamos en posición para desafiarlos abiertamente. De otro modo, habríamos acabado con los herejes hace mucho. —El noble estaba improvisando sobre la marcha, con el corazón acelerado.

El fanático se encogió de hombros.

—Ya saben que estamos aquí. El hecho de que anoche enviaran a un puñado de asesinos en lugar de la guardia del templo me indica que no desean provocar una confrontación. Si lo hicieran, no podrían tener la seguridad de matarnos a todos, y luego tendrían que explicar a sus adoradores por qué intentaron borrar del mapa a los discípulos del Portador de la Espada.

—¿Y qué noticias hay de Urial?

Tyran rió entre dientes.

—Permanecen encerrados en el Sanctasanctórum de la Espada Sagrada. Cuando él y su hermana entraron por la Puerta Bermellón, había demasiados testigos como para que los ancianos del templo pudieran silenciar el asunto. Urial presentó a su hermana como la Novia, y declaró que él era el Portador de la Espada ante casi un centenar de testigos. Así que ellos hicieron como que aceptaban su afirmación con muchos aspavientos, y han estado tres meses usando las escrituras para desacreditarlo.

Un brillo de triunfo destelló en los ojos oscuros del fanático.

—Han fracasado. Nuestros informadores del templo dicen que los ancianos ya se han visto obligados a admitir que Yasmir es, en efecto, una santa viviente del Dios de Manos Ensangrentadas. Así que supongo que les está entrando el pánico.

Malus tenía muchas ganas de saber por qué los ancianos del templo iban a sentir pánico por algo así, pero temía que la pregunta lo dejara al descubierto.

—Y por eso mataron a Sethra Veyl.

Tyran asintió con la cabeza.

—Fue un gesto torpe y tosco, que para mí delata la desesperación de los ancianos. Intentan frustrar la voluntad de Khaine matando a sus verdaderos creyentes, como si eso pudiera salvarlos de su cólera. —El fanático avanzó un paso para posar una mano manchada de sangre sobre un hombro de Malus—. Por eso quería hablar contigo.

—¿Hay algún ritual que quieres que yo ejecute? —preguntó Malus, rezando fervientemente para que no fuera así.

El fanático rió.

—Me gustas, Hauclir. Para ser un sacerdote, tienes buen sentido del humor. —Se le acercó un poco más y bajó la voz—. No, necesito que encabeces un grupo de verdaderos creyentes que entre en la fortaleza del templo y mate a los bastardos responsables del ataque de anoche.

5. La Puerta del Asesino

La puerta se hallaba al final de una estrecha calle que sólo recibía la caricia del sol durante una hora al día. Casas altas, los hogares de los señores nobles, se alzaban a ambos lados de la vía. Malus reparó en que las ventanas que daban a la calle tenían echados los postigos. Estaba claro que los nobles no querían tener mucho que ver con los clandestinos asuntos del templo.

Se maldijo por no prever el plan de Tyran. Pensándolo bien, el interés del druchii era obvio. La muerte de Veyl debía ser vengada, y el jefe de los fanáticos necesitaba a alguien prescindible para hacer el trabajo. Malus era nuevo en la ciudad, de procedencia incierta, y no tenía protectores que pudieran hablar en su favor. Si moría en las profundidades de la fortaleza del templo, los fanáticos apenas notarían su pérdida.

El noble apartó la vista de la entrada del estrecho callejón y miró a sus dos compañeros. Los fanáticos eran apenas visibles en las profundas sombras del pasaje sembrado de basura. Con las caras ocultas por ajustadas capuchas de lana oscura, daban la impresión de estar completamente relajados y dispuestos para la acción en un momento. No parecía afectarles en lo más mínimo la perspectiva de una muerte segura. Por primera vez, Malus se preguntó qué gratificación les prometía el culto a cambio de su devoción. De niño nunca había manifestado interés ninguno por el templo; muchas familias nobles cultivaban fuertes lazos con el culto por razones políticas, pero los hijos del Vaulkhar Lurhan tenían poca necesidad de afiliaciones semejantes. «¿Qué pensáis que os aguarda allende el velo de la muerte? —pensó Malus—. ¿Espléndidas torres y vasallos? ¿Mil vírgenes? ¿Salones de banquete y una eternidad de batallas?» Aún recordaba vívidamente la noche en que entró en el sanctasanctórum de Urial y pisó el umbral del reino de Khaine. Se preguntó si los verdaderos creyentes se mostrarían tan optimistas si supieran qué los aguardaba.

Al igual que los fanáticos, a Malus lo habían obligado a vestir los ropones de un asesino del templo ya muerto. Los negros ropones de lana habían sido cuidadosamente limpiados y remendados durante el día para ocultar la suerte corrida por el anterior propietario, y Malus se había visto obligado a limpiarse la suciedad del camino de la cara y lavarse la mata de pelo enredado, cosa que le causó no pocas aprensiones. La suciedad le había servido para ocultar el tono grisáceo de la piel y las gruesas venas negro azuladas que le subían por el brazo derecho, el hombro y un lado del cuello. Durante un tiempo había logrado ocultar el corruptor toque del demonio mediante un simple acto de voluntad, pero cuantos más regalos había aceptado de Tz'arkan, más se había extendido la contaminación. Ahora llevaba las manos enfundadas en guanteletes y el cuello envuelto en bufandas. Sobre los ropones vestía el kheitan ligero del asesino, hecho con piel humana, y una cota de fina malla negra. Del cinturón pendían dos espadas cortas de hoja ancha. Malus les hizo un gesto de asentimiento a los otros dos y se echó la capucha sobre la cabeza.

—El sol está poniéndose —dijo en voz baja—. Es el momento.

Sin aguardar respuesta, dio la vuelta y se escabulló fuera del callejón; el sonido de sus movimientos quedó ahogado por el ruido de la concurrida avenida situada al otro extremo de la calle de ventanas cerradas: caballos que caminaban por el adoquinado, hombres que se gritaban unos a otros o maldecían a sus esclavos, y sirvientes que charlaban entre sí mientras iban apresuradamente a concluir asuntos para sus señores antes de que se pusiera el sol. Durante el día, Malus descubrió que Har Ganeth se parecía mucho a cualquier otra ciudad de Naggaroth. Era durante las horas de la noche cuando se convertía en un sitio realmente muy distinto.

La Puerta del Asesino estaba hecha de hierro remachado con un pequeño ventanuco cubierto por una reja de barrotes de acero. No había picaporte ni manilla; las superficies deslucidas de las placas metálicas tenían grabados antiguos dibujos herrumbrosos de sonrientes cráneos y huesos apilados.

Malus alzó un puño y golpeó el hierro oxidado, mientras evocaba las extrañas palabras que Tyran le había dicho que debía pronunciar. De algún modo, las brujas habían logrado enterarse de la contraseña de los asesinos del templo. Se preguntaba si los habían hecho hablar antes de que murieran, o después.

De inmediato se oyó un roce metálico y se abrió el ventanuco. Un par de ojos oscuros estudió con desconfianza a Malus y sus compañeros.

Las palabras salieron como un torrente por sus labios. La frase era una forma arcaica de druchii, el idioma de los eruditos y los teólogos. Tal vez se trataba de un proverbio del templo o de una exhortación del dios; él simplemente se concentró en repetir las palabras según se las habían transmitido.

—La voluntad de Khaine se ha cumplido —concluyó el noble. No tenía ni idea de si era lo más correcto, pero parecía apropiado—. Hemos regresado de la casa de Sethra Veyl y debemos informar.

El ventanuco se cerró con tal rapidez que Malus temió haber cometido un error. Se oyó un estruendo de pesadas cerraduras y el noble se relajó ligeramente cuando la Puerta del Asesino rechinó al abrirse. Sin vacilar, Malus atravesó la abertura que se ampliaba y entró en la gélida oscuridad del otro lado.

Se encontró en un estrecho túnel iluminado por la oscilante luz de un par de lámparas de sebo. Largas sombras se agitaban y danzaban por las curvas paredes manchadas de hollín. Un pequeño semblante pálido se asomó por el borde de la puerta de hierro cuando Malus y los fanáticos entraron apresuradamente. El druchii que cerró la puerta no era más que un jovencito ataviado con blancos ropones manchados, y cuyo cuello rodeaba un
hadrilkar
de latón hecho de cráneos unidos por eslabones. El joven novicio encajó los pesados cerrojos de la puerta y luego se sentó en un taburete de madera situado debajo de una de las chisporroteantes lámparas. Malus reparó en un segundo taburete desocupado, y dedujo que alguien había corrido a prevenir a los ancianos del regreso de los asesinos. Tras dirigir un gesto de asentimiento a sus compañeros, echó a andar por el túnel a paso vivo.

El plan trazado por Tyran y los otros ancianos era bastante general, pero el cabecilla de los fanáticos les dio órdenes muy específicas: sólo debían matar al maestre de asesinos y al anciano o ancianos que hubiesen ordenado la muerte de Veyl. Por supuesto, nadie sabía cuál de los ancianos había enviado a los asesinos a la casa de Veyl, ni qué aspecto tenía el maestre, ni dónde podrían encontrarlo. Finalmente, tras un prolongado debate, Tyran concluyó que, una vez que Malus y sus compañeros llegaran al templo, los objetivos acudirían inevitablemente a ellos. Los ancianos y el maestre de asesinos querrían oír el informe del ataque, y eso los pondría en manos de los fanáticos. El plan tenía una simplicidad audaz y directa que Malus no pudo evitar admirar, aunque la amarga experiencia lo dejó espantado ante la cantidad de maneras en que las cosas podrían salir desastrosamente mal.

Al cabo de unas pocas docenas de pasos, los fanáticos quedaron sumidos en una hedionda oscuridad. Malus tuvo que aminorar el paso y avanzar con mayor cautela, con los sentidos aguzados para penetrar la cavernosa negrura que los rodeaba. Aferraba con las manos las empuñaduras de las espadas cortas, y no por primera vez luchaba con la idea de volverse contra los dos druchii que lo acompañaban y degollarlos. Después de más de dos meses, al fin se hallaba dentro de las murallas de la extensa fortaleza. Podría dejar los cadáveres de los fanáticos pudriéndose en la oscuridad y perderse en el laberinto de túneles del templo. Tyran y los verdaderos creyentes simplemente pensarían que estaba muerto, y si regresaba y mataba al chiquillo que guardaba la Puerta del Asesino, no quedaría nadie que pudiera describírselo a los guardias del templo.

Era una idea tentadora pero, por otro lado, la experiencia le decía que las cosas no serían tan simples como eso. Tenía razones para creer que el arma que buscaba la guardaban en el Sanctasanctórum de la Espada, pero ignoraba por completo dónde estaba eso y cómo entrar. Averiguarlo le llevaría tiempo, cosa que sospechaba que en esos momentos era escasa. Urial estaba ansioso por hacerse con la espada, y era razonable pensar que él y Tyran conspiraban para obligar al templo a cumplir su voluntad. A Malus aún lo intrigaba el porqué de que el templo se mostrara reacio a aceptar a Urial como el elegido de Khaine. ¿Qué clase de proyecto tenían los ancianos del templo, y cómo podía usarlo para su propio beneficio?

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