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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (11 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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En el último instante, el verdugo se transformó en un torbellino: se apartó a un lado para esquivar la estocada del noble y dirigió un tajo hacia su cuello. Pero en el momento en que el guerrero quedó entregado al movimiento, Malus detuvo el avance apoyando con firmeza el pie que tenía más adelantado y pivotó para dirigir un tajo corto y violento hacia el estómago del guerrero. La pesada espada hendió el grueso kheitan y la dura musculatura de debajo, hizo que el druchii diera media vuelta debido a la fuerza del golpe y desbarató su ataque. Antes de que el guerrero pudiera recobrarse, Malus le arrancó la espada del estómago y le clavó la punta en un lado de la garganta. De la herida manó un chorro de brillante sangre y el verdugo tropezó mientras se ahogaba en sus propios fluidos. Con ojos destellantes de odio, el guerrero barrió con la larga arma en un torpe tajo dirigido a la cabeza de Malus, pero el noble le arrancó la espada del cuello y lo bloqueó con facilidad antes de acometerlo con el golpe de retorno, que decapitó al druchii mortalmente herido.

Malus se apartó del camino cuando el cadáver sin cabeza caía, y evaluó la situación con rapidez. Un segundo verdugo yacía muerto, con el torso abierto por un terrible tajo que iba desde una clavícula hasta la cintura. El cuerpo decapitado del fanático que lo había atacado yacía a varios pasos de distancia. El jefe de los verdugos y otro fanático se movían en círculos el uno ante el otro, cautelosos, cada uno en busca de un punto débil en la guardia del oponente. Malus avanzó un paso hacia ellos con la intención de matar al hombre por la espalda, pero entonces recordó la extraña sensibilidad de los verdaderos creyentes. «Lejos de mí la intención de negarle la oportunidad de morir», pensó Malus amargamente, y dejó al fanático librado a su suerte.

Se volvió hacia el que había matado y recogió la cabeza manchada de sangre. Envainó con rapidez la espada y sacó un cuchillo corto mientras avanzaba hacia una de las pirámides de trofeos que se alzaban junto al bloque de piedra del predicador. De espaldas a la plaza, cortó las puntas de las orejas de la cabeza del verdugo antes de guardar el cuchillo y sacar del cinturón una tira de hule. Metió la nota de hule entre los dientes del verdugo con un solo movimiento diestro, y luego dejó ostentosamente la cabeza sobre la pila.

Justo en ese momento oyó el sonido de una espada que se clavaba, y al volverse vio que el verdugo se apartaba del oponente con paso tambaleante y se aferraba una herida terrible que tenía en el pecho. El largo
droich
cayó de sus dedos insensibles mientras él se alejaba hacia el santuario. Los novicios de lo alto de la escalera observaron con horror cómo el guerrero caía boca abajo y moría.

—¡El Tiempo de Sangre está cerca! —volvió a gritar Malus, que repitió las palabras que Tyran le había dicho que pronunciara. Miró con el rostro encendido de cólera justiciera a los ciudadanos que aún se encontraban en la plaza—. ¡Haced que se estremezcan las puertas del templo y ordenadles que obedezcan al Portador de la Espada! ¡El Azote está aquí, y arrancará el alma a los indignos y los arrojará a la oscuridad exterior!

La gente de Har Ganeth miró los oscuros ojos de Malus, y él comprendió que le creían.

7. La espada del verdugo

Fueron por él aquella noche.

Era bien pasada la medianoche cuando la puerta de la celda de Malus rechinó al abrirse. Su mente registró el ruido, pero tardó unos segundos preciosos en obligar a despertar al exhausto cuerpo. Para cuando sus ojos se abrieron, una luz verde pálido penetraba en la habitación a través de la puerta abierta, y vio formas de elfos y elfas oscuros silueteadas en el corredor. Cerró la mano sobre la empuñadura de la espada, pero instintivamente supo que ya era demasiado tarde. Además, estaba tan completamente exhausto que le importaba un ardite.

Malus se quedó tendido bajo la gastada manta de viaje y parpadeó estúpidamente ante la luz bruja durante varios segundos. Nadie se movió.

—Si habéis venido a matarme, poneos a ello —gruñó—. De lo contrario, dejadme dormir.

Alguien rió entre dientes.

—Nos ha enviado Tyran —dijo una voz femenina—. Quiere hablar contigo.

«¡Dioses del Inframundo!», pensó Malus, mientras se sentaba rígidamente. ¿Dormía alguna vez, ese bastardo?

—De acuerdo, de acuerdo —gruñó—. Dejad que encuentre las botas.

Sentía cómo lo estudiaban mientras recogía sus cosas. Le dolía cada centímetro del cuerpo, y los músculos se le negaban funcionar como era debido. Percibía que los divertía verlo manotear torpemente con el cinturón y la espada. Los fanáticos no manifestaban el más ligero signo de molestia o fatiga.

Para ser unas gentes que se consideraban los verdaderos adoradores de Khaine, los fanáticos tenían extrañas nociones sobre la piedad. A diferencia de lo que sucedía en el templo, con sus devocionarios y catecismos, la única manifestación de probidad que respetaban los fanáticos era la perfección de las artes de matar. Cuando no salían a la ciudad para tender emboscadas a los guerreros del templo durante el día, o para recoger cráneos en las calles sucias de sangre por la noche, los verdaderos creyentes estaban en el patio o las salas de práctica de la casa de Veyl, luchando unos con otros. Hora tras hora, con pesadas armas de madera o incluso con las de acero, los fanáticos se consagraban en cuerpo y alma al oficio de eliminar vidas tan rápida y definitivamente como fuera posible. Los temibles verdugos del templo resultaban torpes por comparación.

Cuanto más sufrían los fanáticos los rigores del hambre y el agotamiento, más serenos estaban. Medraban con el sufrimiento, mortificaban su carne mediante el esfuerzo en lugar de hacerlo con el azote o la espada. Malus se había considerado un tipo duro antes de verse arrojado al mundo de los fanáticos. Ahora se sentía como alguien viejo y cansado que intentaba mantener el ritmo de una manada de leones. «Que me concedan las tiernas mercedes de Slaanesh cualquier noche de éstas», pensó con amargura. Al menos, la diosa permitía que sus adoradores durmieran la mona de sus devociones.

Malus echó a andar en fila con los fanáticos que lo esperaban, y los siguió escalera arriba. Los aposentos del señor estaban oscuros y en silencio. La cansada mente del noble registró atisbos fragmentarios de pasillos oscuros y sombras hinchadas que proyectaban los braseros apagados. Antes de darse cuenta, ascendía por una escalera estrecha que le resultaba familiar y salía al tejado. Un cortante viento procedente del mar le echó niebla salobre a la cara y disipó los últimos vestigios de sueño. Se llenó los pulmones de aire salado y miró hacia la superficie de peltre pulimentado del Mar Frío, para luego desviar la vista hacia el oeste, donde las lunas se asomaban, brillantes y curiosas, por encima de las montañas lejanas.

Los fanáticos se echaron atrás las oscuras capuchas y atravesaron el tejado en silencio para instalarse aproximadamente en círculo de cara a Tyran el Intacto. El jefe de los fanáticos llevaba la cabeza descubierta, y en su pelo destellaban diminutas gotas de humedad marina. Tenía el
droich
tendido sobre las piernas cruzadas, y estudió a Malus con aire pensativo.

—Ven a reunirte con nosotros, santo —dijo—. Tenemos mucho de qué hablar.

Malus consideró las palabras de Tyran como signos de peligro. Cabía la posibilidad de que el jefe de los fanáticos estuviera jugando con él. De ser así, pensó Malus, haría que lo lamentara.

—Extraño lugar para celebrar una reunión —reflexionó, mientras se acercaba a los fanáticos sentados. Tyran se encogió de hombros.

—Para un urbanita, tal vez. Yo he pasado la mayor parte de la vida bajo el cielo abierto, viajando de una ciudad a otra o siguiendo a ejércitos en marcha. Esto es para mí tan natural como una celda del templo para ti —replicó—. Además, sólo un corazón infiel se oculta detrás de paredes de piedra. No tenemos nada que temer ni de hombres ni de bestias, porque el Señor del Asesinato está con nosotros.

El noble hizo una profunda reverencia.

—Bien dicho. —Se sentó pesadamente sobre las resbaladizas tejas e hizo una mueca al sentir el dolor de las articulaciones rígidas. Varios de los fanáticos rieron quedamente entre dientes, con el rostro oculto por las sombras. Ya completamente despierto, Malus observó con más detenimiento a sus compañeros. Eran seis, aparte de Tyran, y los reconoció a casi todos, incluido el cazador solitario con quien se había encontrado en las calles cuando regresaba de la fortaleza del templo, y la elfa que lo recibió cuando llegó a la casa por primera vez, hacía casi una semana. Ella le devolvió la mirada con otra franca y juguetona.

Al otro lado del círculo, Malus se encontró mirando un par de ojos de color latón. Arleth Yann lo estudiaba con el inexpresivo interés de una víbora de las rocas. Con un esfuerzo, Malus apartó los ojos del antiguo asesino y los detuvo en Tyran.

—Cada día nos acerca más al triunfo de Khaine, hermanos y hermanas —dijo el jefe de los fanáticos, con una sonrisa feroz—. El mensaje del Portador de la Espada y su novia se difunde por la ciudad, y los ancianos del templo continúan desorganizados. Sus asesinos se han retirado para celebrar un cónclave y debaten la elección de un nuevo maestre, y los ancianos están paralizados de miedo: miedo a que el Tiempo de Sangre esté cerca de verdad y sus mentiras a punto de ser descubiertas.

Entre los fanáticos reunidos se oyeron murmullos de aprobación. Tyran alzó una mano para volver a captar su atención.

—Su miedo es tan grande que nuestros aliados del interior del templo informan que algunos de los apóstatas están considerando retractarse de su decadente estilo de vida y unirse a nosotros para mayor gloria de Khaine. Uno de ellos es un anciano del templo.

Los reunidos se miraron unos a otros, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Uno de los fanáticos resopló con asco.

—¿Ahora piensan en borrar toda una vida de apostasía, cuando los mastines de Khaine aúllan ante sus puertas? Que ofrezcan su cuello para el hacha, si tan arrepentidos están.

—En efecto —intervino Malus—. Sabían desde el principio qué mentiras estaban propalando. Los motiva el miedo a quedar al descubierto, no la fe verdadera.

Varios de los fanáticos asintieron con la cabeza y murmuraron su acuerdo. De hecho, lo que motivaba a Malus era el temor a quedar al descubierto. ¿Quién era el anciano? ¿Se trataba de Rhulan? ¿Y tenía el anciano la esperanza de comprar su supervivencia con la denuncia del plan del noble?

—Los caminos del Señor del Asesinato son misteriosos y terribles —replicó Tyran, que negó con la cabeza—. Al igual que vosotros, no tengo misericordia con aquellos que se apartan de la sagrada senda de la matanza, pero en este caso tenemos una gran oportunidad si somos lo bastante osados para aprovecharla. —El jefe de los fanáticos se cruzó de brazos—. Así que, tras una cuidadosa consideración acompañada de plegarias, he decidido ayudar a este anciano a escapar de las zarpas de los apóstatas. —Miró por turno a cada uno de los druchii reunidos—. Y os he escogido a vosotros para llevar a cabo el rescate.

Malus frunció el entrecejo.

—Entrar en la fortaleza del templo tan poco tiempo después de nuestra última acción será muy difícil —dijo—. Tendrán vigilada cada puerta y verja por si alguien intenta infiltrarse.

Tyran asintió con la cabeza.

—Por supuesto. Por eso el anciano vendrá a nosotros. —Respondió a las confusas expresiones de los fanáticos con una sonrisa astuta—. Las confrontaciones que tuvieron lugar hoy por toda la ciudad han creado una oportunidad que podemos aprovechar —dijo—. Mañana, los ancianos del templo saldrán a la ciudad para hacer acto de presencia en ciertos santuarios con el fin de tranquilizar a la gente y demostrar su autoridad divina. El anciano que desea unirse a nosotros ha dispuesto las cosas para aparecer aquí, en el santuario del barrio noble, a mediodía. —Tyran sonrió—. Naturalmente, estará muy bien custodiado, lo que en sí mismo nos proporciona otra oportunidad de demostrar nuestra justa cólera. Vuestra misión es sencilla: matar a los guardias del anciano y escoltarlo hasta aquí, donde comprobaremos su devoción y planificaremos el movimiento siguiente.

Se oyeron gritos ahogados entre los fanáticos. Varios se postraron ante el jefe.

—Éste es un gran honor —dijo la elfa, con los ojos encendidos ante la perspectiva de una batalla semejante.

—Si tenéis éxito, las gratificaciones serán mucho mayores de lo que podáis imaginar —declaró Tyran con tono orgulloso—. Creo que Khaine nos ha ofrecido esta oportunidad por un motivo. Si mañana logramos el objetivo, será una señal de que la victoria definitiva está cerca. —El jefe de los fanáticos se volvió a mirar a Malus—. Hauclir, quiero que estés al mando de esta sagrada misión. Arleth Yann será tu teniente. Ambos estáis bendecidos por el Señor del Asesinato; juntos, sé que prevaleceréis contra los apóstatas.

Malus sintió que se le contraía el corazón. Sentía la mirada de reptil de Arleth Vann posada sobre él como la punta de un cuchillo.

—Es... es un honor —logró responder.

El jefe de los fanáticos asintió con la cabeza.

—Después de tus hazañas dentro de la fortaleza del templo, no me cabe duda alguna de que lo lograrás —dijo, y luego se puso grácilmente de pie—. Disponéis de diez horas, hermanos y hermanas. Preparaos según os dicte el corazón. Mañana, los ojos del Dios de la Sangre estarán sobre vosotros.

Como uno solo, los fanáticos se levantaron y se despidieron de Tyran. Malus permaneció sentado, perdido en sus pensamientos. Tyran tenía razón en una cosa: el día de mañana presentaría en verdad una oportunidad de oro que Malus no podía permitirse pasar por alto.

La cuestión era: si sólo disponía de una oportunidad para golpear, ¿sería mejor matar a Arleth Vann o al anciano renegado?

La lluvia que caía en finas cortinas sobre la pequeña plaza donde se hallaba el santuario obligaba a los viandantes a encogerse bajo las capas de hule, y convertía la vida en algo totalmente desdichado para la multitud que aguardaba la llegada del anciano. Se había dado la noticia justo después del amanecer, cuando unos pregoneros bien escoltados habían recorrido las calles y anunciado que los ancianos del templo se presentarían ante el pueblo para denunciar las palabras de los herejes que blasfemaban contra el sagrado culto de Khaine. El anuncio hizo que las cosas fueran un poco más fáciles para Malus y los fanáticos, al proporcionarles un muy necesario camuflaje mientras aguardaban la llegada del anciano.

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