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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

La Guerra de los Dioses (2 page)

BOOK: La Guerra de los Dioses
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Crysania se puso pálida y sus pasos se volvieron inseguros. El tigre apretó su cuerpo contra ella en un gesto reconfortante, ofreciéndole su apoyo.

Tanis se acercó a la mujer con rapidez y la agarró por el brazo. La sintió temblar y dirigió una mirada furiosa a Dalamar.

—¿Dejaste marchar a Palin? Deberías haberlo detenido.

—No tuve la menor opción, semielfo —replicó el hechicero con un centelleo en sus oscuros ojos—. Todos los que estamos aquí conocemos por experiencia el poder de Raistlin.

—Raistlin Majere está muerto —dijo firmemente Crysania, superada su momentánea debilidad. Erguida, apartó su brazo de Tanis—. Le fue concedida la paz por su sacrificio. Si Palin Majere ha sido engatusado para entrar en el Abismo... —su voz se suavizó por el pesar—, entonces ha sido por otra fuerza.

Dalamar abrió la boca para contestar, pero reparó en el gesto de advertencia de Tanis. El elfo oscuro se mantuvo callado, si bien sus labios se curvaron en una mueca burlona.

Ninguno de los tres volvió a hablar en lo que restaba del recorrido a la sala del consejo, cada uno de ellos sumido en sus propios pensamientos, ninguno de los cuales era muy agradable, a juzgar por sus sombrías expresiones. El comandante de la escolta los condujo a una estancia alargada, decorada con banderas. Cada uno de los estandartes lucía el blasón de las familias de quienes se habían alistado recientemente en la orden.

Las banderas colgaban inmóviles en el sofocante aire. Tanis recorrió con la mirada la larga fila y encontró el blasón de la familia Majere, recién diseñado para la admisión de los dos hermanos en la caballería.

El estandarte lucía un capullo de rosa —el símbolo de Majere, el dios cuyo nombre llevaba la familia— metido en una jarra de cerveza espumeante. A Tanis el blasón siempre le había parecido más el letrero de una posada que un estandarte de caballería, pero Caramon lo había diseñado y se sentía muy orgulloso de él. Tanis quería a su amigo demasiado para hacer ninguna crítica. Mientras lo contemplaba, dos jóvenes pajes, encaramados a una escalera, empezaron a cubrir la bandera con un crespón negro.

—Milores, Hija Venerable, entrad, por favor.

El comandante abrió las puertas que daban a una gran estancia e invitó a los tres a presentarse ante el Consejo de Caballeros.

El Consejo de Caballeros se convocaba únicamente en ciertas ocasiones, estipuladas por la Medida. Su finalidad podían ser las decisiones sobre estrategias para la guerra; la designación de órdenes; la selección de un lord guerrero, previa a la batalla; la presentación de cargos respecto a una conducta impropia de un caballero; rendir honores a aquellos que hubieran actuado con valentía; y resolver cuestiones planteadas concernientes a la Medida.

El consejo lo componían tres caballeros, uno de cada orden: de la Rosa, de la Espada y de la Corona. Los tres se sentaban a una gran mesa decorada con los símbolos de las órdenes, que se colocaba en el extremo opuesto de la entrada de la sala de consejos. Los caballeros cuyas obligaciones se lo permitían podían estar presentes durante la celebración del consejo. Los que deseaban presentarse ante el consejo se situaban de pie en la zona despejada que quedaba directamente delante de la mesa.

Después que todos los caballeros presentes en la sala recitaran el Código,
Est Sularis oth Mithas,
a veces se entonaba el himno de la caballería si el motivo de la convocatoria del consejo era gozoso.

En esta ocasión, los tres caballeros presentes pronunciaron el Código y después tomaron asiento. No se cantó el himno.

—He de decir que ésta es una reunión histórica —comentó sir Thomas, una vez que estuvieron hechas las presentaciones y se llevaron sillas para los visitantes—. Y, disculpadme por decirlo, una que no es particularmente de mi agrado. Para hablar sin rodeos, esta reunión de vosotros tres, en este momento... —sacudió la cabeza—, presagia desastre.

—Di mejor que se nos ha traído aquí para evitar el desastre, milord.

—Ruego a Paladine para que estés en lo cierto, Hija Venerable —contestó sir Thomas—. Veo que te agita la impaciencia, señor mago. ¿Qué noticias nos traes que son tan urgentes como para justificar la presencia de un Túnica Negra ante el Consejo de Caballeros, algo que jamás había ocurrido en la historia de la caballería?

—Milord —empezó Dalamar rápidamente, decidido a no perder más tiempo—, sé por fuentes fidedignas que los Caballeros de Takhisis atacarán esta fortaleza mañana al amanecer.

Lady Crysania dio un respingo.

—¿Mañana? —El tigre que estaba junto a ella gruñó suavemente. La mujer lo tranquilizó con una palabra susurrada y una suave caricia en la cabeza—. ¿Tan pronto? ¿Cómo es posible?

Tanis suspiró para sus adentros.

«Así que es por esto por lo que Dalamar me advirtió que no me quedara aquí. Si lo hago, me encontraré enredado en la batalla. Tiene razón. Debería marcharme, volver a casa.»

La mirada preocupada de sir Thomas fue de Dalamar a Tanis, de éste a Crysania, y de vuelta a Dalamar. Los otros dos miembros del consejo, un Caballero de la Espada y un Caballero de la Corona, permanecieron sentados muy erguidos, sin que sus severos semblantes revelaran lo que estaban pensando. Le estaba reservado al caballero de más rango el derecho de hablar primero.

Sir Thomas se dio unos suaves tirones del bigote que era característico de los caballeros.

—Espero que no lo tomes a mal, milord Dalamar, si te pregunto las razones que tienes para revelarnos esta información.

—No veo la necesidad de explicarte las razones que tengo para hacer cualquier cosa, milord —replicó fríamente el hechicero—. Baste decir que he venido aquí para preveniros y que hagáis los preparativos que consideréis necesarios para hacer frente al ataque. Tanis el Semielfo, aunque no puede responder por mis motivaciones, sí puede garantizar mi veracidad.

—Creo que yo puedo responder respecto a sus razones —añadió Crysania en voz baja.

—Si lo que quieres saber es cómo me he enterado del ataque, puedo satisfacer fácilmente tu curiosidad a ese respecto —prosiguió Dalamar, sin inmutarse por la intervención de la Hija Venerable—. He estado recientemente en compañía de un Caballero de Takhisis, un hombre llamado Steel Brightblade.

—El hijo de Sturm Brightblade —les recordó Tanis.

Los rostros de los tres caballeros se ensombrecieron y sus ceños se hicieron más pronunciados.

—El saqueador de la tumba de su progenitor —dijo uno.

—Di, más bien, el destinatario de la bendición de su padre —lo rectificó Tanis, que añadió con tono irritado:— ¡Maldita sea, expliqué lo ocurrido ante este mismo consejo!

Los tres caballeros intercambiaron miradas de reojo, pero no dijeron nada. Tanis el Semielfo era una figura legendaria en Solamnia, un héroe de renombre, que ejercía una gran influencia en esta parte del mundo. Tras el susodicho incidente con Steel Brightblade en la sagrada cripta de los caballeros, Tanis había sido emplazado a presentarse ante el Consejo de Caballeros para explicar por qué había escoltado personalmente hasta la Torre del Sumo Sacerdote a un joven que se sabía era leal a la Reina Oscura, y después lo había conducido hasta la cripta, donde el joven había cometido el terrible sacrilegio de perturbar el descanso de su heroico padre. Steel Brightblade había destruido el cuerpo hasta entonces incorrupto, había robado la espada mágica de su padre, y había herido a varios caballeros mientras se abría camino hacia la salida. Por si fuera, poco, Tanis el Semielfo y su amigo Caramon Majere habían ayudado a escapar al perverso caballero.

Tanis había dado su versión de los hechos. Según él, Steel había ido a rendir homenaje a su padre, quien le había entregado su espada como regalo, quizás en un intento de evitar que el joven siguiera el camino oscuro que estaba abocado a seguir. En cuanto a la ayuda que Caramon y él le habían prestado, se debía a que ambos habían dado su palabra al muchacho de que lo protegerían con sus vidas.

El Consejo de Caballeros también había escuchado el importante testimonio de la Hija Venerable Crysania, que había hablado en favor de los dos exponiendo su firme convencimiento de que el propio Paladine los había guiado al interior de la torre, ya que, a pesar de que Steel Brightblade llevaba puesta su armadura, adornada con el lirio de la muerte, la evidencia demostraba que todos los caballeros con los que se habían cruzado lo habían tomado por uno de los suyos... hasta el final.

Los caballeros difícilmente podían fallar en contra de un testimonio tan elocuente y conmovedor. Juzgaron que Tanis el Semielfo había actuado obligado por el honor, aunque, quizás, equivocadamente. El caso quedó cerrado, pero, por lo que Tanis veía ahora, no olvidado.

Ni tampoco, al parecer, perdonado.

Sir Thomas suspiró y volvió a tirarse del bigote. Miró a los otros dos, que asintieron en silencio, de acuerdo con su pregunta planteada sin palabras.

—Agradecemos tu advertencia, lord Dalamar —dijo Thomas—. Te diré que tu información se corresponde con la que hemos obtenido de otras fuentes. No sabíamos que el ataque se produciría tan pronto, pero lo estábamos esperando, y estamos preparados.

—No he visto mucho que pueda llamarse preparativos —dijo Dalamar secamente. Se adelantó en la silla y señaló un mapa extendido sobre la mesa—. Milord, no es una fuerza pequeña a la que vais a enfrentaros. Es un ejército. Y muy grande, de miles y miles de soldados. Han reclutado bárbaros de un país lejano para que combatan a su lado. Cuentan con sus propios hechiceros; hechiceros muy poderosos, como pude comprobar por mí mismo, que no obedecen ninguna ley de la magia salvo la suya propia.

—Estamos enterados de esa... —empezó sir Thomas.

—De lo que tal vez no estéis enterados, milord, es de que han pasado por Neraka. Los clérigos oscuros entraron en las ruinas de la ciudad e invocaron a las sombras de los muertos para que se unieran a la lucha. Se detuvieron en el alcázar de Dargaard, y no tengo la menor duda de que encontraréis a lord Soth y a sus espectrales guerreros entre las fuerzas atacantes. Lord Ariakan es su cabecilla. ¡Vosotros mismos lo adiestrasteis! Sabéis, mejor que yo, su valía.

Esto último era evidente, a juzgar por las sombrías expresiones plasmadas en los semblantes de los caballeros.

Sir Thomas rebulló inquieto en la silla.

—Todo lo que dices es muy cierto, lord Dalamar. Nuestros propios exploradores lo han confirmado. Aun así, te diré una cosa: la Torre del Sumo Sacerdote jamás ha caído mientras, ha estado defendida por hombres con fe.

—Quizá se deba a que jamás la han atacado hombres con fe —dijo inopinadamente Crysania.

—Los Caballeros de Takhisis se han criado juntos desde la adolescencia —añadió el hechicero—. La lealtad hacia su reina, sus comandantes y sus compañeros es inquebrantable. Sacrificarán cualquier cosa, incluso sus vidas, en favor de la causa. Se rigen por un código de honor tan estricto como el vuestro, que, de hecho, lord Ariakan tomó como modelo. Mi opinión, señores, es que jamás habéis corrido un peligro tan grande. —Dalamar señaló hacia la ventana.

»
Dices que estáis preparados, pero ¿qué habéis hecho? Miro fuera y veo la calzada principal, que debería estar abarrotada de caballeros montados en corceles y sus ayudantes, filas de soldados de infantería, carretas y carros trayendo armas y víveres. ¡Pero la calzada está vacía!

—Sí, lo está —contestó sir Thomas—. ¿Quieres saber la razón? —Enlazó las manos y las apoyó sobre el mapa. Su mirada abarcó a los tres visitantes—. Porque el enemigo la controla. —Tanis suspiró y se rascó la barba.

»
Enviamos correos, Dalamar —prosiguió el comandante—. Viajaron a lomos de dragones para llamar a las armas a los caballeros. Hace tres días que se marcharon, y tú mismo puedes ver el resultado.

»
Los caballeros con tierras y castillos en las fronteras orientales enviaron aviso de que ya estaban bajo asedio. Algunos ni siquiera respondieron —dijo sir Thomas en voz queda—. En muchos casos, los correos enviados en busca de los caballeros no han vuelto.

—Entiendo —musitó Dalamar, el entrecejo fruncido en un gesto pensativo—. Discúlpame, no lo sabía.

—Los ejércitos de Ariakan avanzan con la velocidad de un incendio en la pradera. Está transportando tropas, equipo y máquinas de asalto por el río Vingaard en una vasta flota de barcazas. De manera habitual, el río baja muy crecido en esta época del año, pero ahora, debido a la sequía, discurre tan plácido como una balsa. Sus barcazas han viajado con rapidez, tripuladas por los bárbaros del este.

»
No hay obstáculo que pueda detener a su ejército. Cuenta con bestias enormes conocidas como mamuts, de las que se dice que son capaces de derribar árboles enteros con sus cabezas, alzar los troncos con sus largos apéndices nasales, y arrojarlos como si fueran ramitas. Sobre el ejército vuelan dragones del Mal, protegiéndolo, envenenando con el miedo al dragón los corazones y las mentes de cualquiera que se atreve a hacerles frente. Ignoraba lo de los espectros de Neraka y lo de lord Soth, pero la verdad es que no me sorprende.

Sir Thomas se irguió, su expresión grave, pero austera y solemne. Su voz sonó firme, su mirada era impávida, serena.

—Estamos preparados, milores, milady. Cuanto menos numerosos, mayor la gloria, o es lo que se dice. —El caballero esbozó una sonrisa—. Y Paladine y Kiri-Jolith están con nosotros.

—Que ellos os bendigan —dijo Crysania suavemente, tan suavemente que las palabras apenas resultaron audibles. Pensativa, absorta, acarició la cabeza del tigre.

Thomas la miró con preocupación.

—Hija Venerable, el día está declinando. Deberías regresar a Palanthas antes de que caiga la noche. Ordenaré que se prepare una escolta...

—Necesitas a todos los hombres que tienes, sir Thomas. Sé que serías capaz de hacer algo tan absurdo, amigo mío —dijo Crysania al tiempo que levantaba la cabeza—, pero no es preciso. Un dragón dorado que me sirve en nombre de Paladine nos trajo hasta aquí. Fuego Dorado nos llevará de vuelta sanos y salvos. —Acarició al tigre, que se había levantado—. Mi guía,
Tandar,
se ocupará de que no me ocurra nada malo.

Tandar
los miró a todos, y a Tanis no le cupo duda alguna de que Crysania estaría tan a salvo con aquel compañero fiero, salvaje y leal como con un regimiento de caballeros.

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