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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

La Guerra de los Dioses (51 page)

BOOK: La Guerra de los Dioses
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Y cada cual afirmaba que se la había dado su «tío Tas».

EPÍLOGO

Flint Fireforge paseaba de un lado para otro, yendo y viniendo debajo del árbol. Tenía que moverse porque el fuego de la forja se había apagado y el viejo enano estaba helado hasta los huesos. Dio palmadas para calentarse los dedos, pateó el suelo para hacer entrar en calor los pies, y rezongó y protestó para caldearse la sangre.

—¿Dónde se habrá metido ese condenado kender? Dijo que vendría aquí. Llevo esperando ni se sabe el tiempo. Hace siglos que Tanis y Sturm se marcharon, y tampoco tengo ni idea de dónde están metidos. Probablemente sentados en alguna bonita y agradable posada tomándose uno o dos vasos de vino caliente, charlando sobre los viejos tiempos. ¿Y dónde estoy yo? —El enano resopló.

»
En ninguna parte, ahí es donde estoy. Debajo de un árbol moribundo, junto a una forja fría, esperando a un kender cabeza de chorlito. ¿Y en qué anda entretenido? ¡Ah, yo te lo diré! —Flint estaba tan ofendido que se había puesto rojo como un tomate—. Seguramente metido en la cárcel. O puede que algún minotauro lo tenga colgado por el copete. O que algún mago iracundo lo haya convertido en una lagartija. O quizá se haya caído a un pozo, como le pasó aquella vez al intentar coger su propio reflejo, y luego me tocó a mí sacarlo, sólo que también me hizo caer dentro. Si no hubiera sido por Tanis...

Flint continuó refunfuñando, paseando, dando palmadas y pateando el suelo. Tan absorto estaba en sus rezongos, sus idas y venidas, sus palmoteos y patadas que no reparó en que había alguien detrás de él.

Un kender, vestido con chillonas calzas amarillas y una camisola roja y verde, al que le colgaban por todas partes saquillos llenos a reventar, se había aproximado con sigilo hasta Flint, y, conteniendo la risa, lo imitaba.

El kender paseó, dio palmadas y pateó el suelo casi pisándole los talones a Flint hasta que el enano —frenándose inesperadamente para encender su pipa— metió la mano en la bolsa de tabaco y se encontró con que ya había otra mano dentro. Un rápido recuento de manos lo llevó a la cifra de tres, y el enano lanzó un rugido y giró rápidamente sobre sí mismo.

—¡Te pillé! —Flint agarró al ladrón.

A su vez, el ladrón lo agarró a él.

—¡Flint, soy yo! —Tasslehoff echó los brazos alrededor de su amigo.

—¡Vaya, ya iba siendo hora! —resopló Flint—. ¡Cabeza hueca! ¿Has visto lo que has hecho? Me has tirado la pipa. Vamos, chico, vamos. No te lo tomes así. No tenía intención de gritarte, pero me diste un susto, eso es todo.

Tas intentaba reír y llorar al mismo tiempo, pero descubrió que la risa y el llanto se enredaban y se le hacían un nudo en la garganta, con lo que le costaba trabajo respirar. Flint le palmeó la espalda.

Tras recobrar la respiración gracias a las palmadas de Flint, Tas pudo hablar:

—Por fin estoy aquí. Apuesto a que me echabas de menos, ¿a que sí? —Haciendo caso omiso del rotundo «¡NO!» del enano, Tas siguió con su cháchara:

»
También te echaba de menos, aunque he vivido una aventura de lo más maravillosa. Tengo que contártela. —El kender se despojó de los saquillos y los esparció a su alrededor, poniéndose cómodo para sentarse debajo del árbol.

»
¿Por dónde empiezo? Ah, sí, ya sé. Por la Cuchara Kender de Rechazo. Me la dio mi...

—¿Se puede saber qué haces? —demandó Flint, puesto en jarras y mirando, furibundo, al kender.

—Descansar debajo de tu árbol —contestó Tas—. ¿Por qué? ¿Qué crees tú que estoy haciendo? —Parecía interesado—. ¿Es algo distinto de lo que yo creo que estoy haciendo? Porque, si es así...

—¡Maldición! —bramó Flint—. No es lo que estás haciendo o lo que crees que estás haciendo, ¡sino lo que
no
estás haciendo!

Tas miró al enano con expresión severa.

—Lo que dices no tiene sentido. Si crees que no estoy haciendo lo que se supone que debería estar haciendo, y si yo creo que estoy haciendo lo que se supone que no debería estar haciendo, entonces...

—¡Cierra el pico! —chilló el enano mientras se llevaba las manos a la cabeza.

—¿Pasa algo, Flint?

—¡Que me estás produciendo dolor de cabeza, eso es lo que pasa! Bueno, ¿dónde me había quedado?

—Pues, creo que en que yo no estaba haciendo...

—¡Alto! —El enano resollaba—. No quería decir eso. Y levántate, que no tenemos tiempo para vaguear. Hemos de reunimos con Tanis y los demás por allí. —Agitó la mano, vagamente.

—Quizá dentro de poco —dijo Tas mientras se acomodaba aún más—. Estoy muy cansado, y me gustaría reposar justo aquí, si no te importa, debajo de este árbol tan bonito. Bueno, quizá lo sería si no estuviera todo marchito y con un aspecto tan triste. Creo que está tiritando. La verdad es que hace frío aquí. Por lo menos yo tengo frío. ¿Y tú, Flint?

—¡Pues claro que tengo frío! Casi estoy congelado. Si hubieras llegado cuando se suponía que tenías que...

Tas no le prestaba atención, ya que estaba calibrando la situación.

—¿Sabes una cosa, Flint? Creo que la razón de que tú, yo y el árbol tengamos frío (estoy convencido de que eso es lo que le pasa), es que no hay fuego en esa forja.

—¡Ya sé que no hay fuego en la forja! —aulló Flint, tan furioso que empezó a balbucear—. Yo... Pero... Tú...

—En fin, es una suerte que haya venido —afirmó Tas con resolución—. ¡Fíjate en qué situación estarías si no fuera por mí! Alcanzaremos a Tanis y a los demás más adelante. Para entonces, se habrán metido en un sinfín de problemas, y tú y yo tendremos que rescatarlos. Igual que en los viejos tiempos. Bien, ¿por qué no enciendes el fuego mientras yo me siento aquí, debajo de este bonito árbol, y te cuento lo ocurrido? Oh, por cierto, he traído esto para los dos. —Tas rebuscó en una de sus mochilas y sacó una frasca de plata que le mostró enorgullecido—. ¡Lo mejor de Caramon!

Flint miró fijamente al árbol, a la forja, al kender, y, por último, a la frasca.

Sobre todo a la frasca.

El enano se rascó la cabeza.

—Por Reorx —masculló—, no me vendría mal un traguito. Sólo para calentarme, no creas. Supongo que le pagaste a Caramon, ¿no?

Flint cogió la frasca, la destapó y olisqueó con ansia.

—Pienso hacerlo —contestó Tas mientras se recostaba con la cabeza apoyada en la mochila—. La próxima vez que pase por allí. Bueno, ¿dónde me había quedado? Ah, sí. La famosa Cuchara Kender de Rechazo. Bien, pues, verás, estaba aquel espectro, y...

El kender siguió parloteando. Flint probó el brandy, lo encontró de su agrado, y dio varios traguitos, tras lo cual se guardó la frasca en el bolsillo de la cadera.

Había tiempo de sobra para reunirse con Tanis y los demás. Toda una eternidad, para ser exactos.

—Quizás encienda ese fuego, después de todo —decidió Flint—. Cualquier cosa con tal de no escuchar la cháchara de un kender cabeza hueca.

El enano recogió leña, atizó la forja, y se prendió una chispa. Flint empezó a mover el fuelle, cuyo aliento avivó la chispa, haciéndola llama.

El fuego de la forja no tardó en arder alegremente, calentando al enano, al kender y al árbol.

Flint se sentó, y decidió echar otro trago de brandy para ver si estaba tan bueno como le había sabido la primera vez.

Lo estaba.

Le tendió la frasca a Tas, que bebió un poco y se la devolvió al enano.

El fuego de la forja se hizo más fuerte y más brillante.

Y en el cielo nocturno de Ansalon brilla una nueva estrella; una estrella roja, que permanecerá para siempre fija e invariable, una señal de que, incluso en la Era de los Mortales, la humanidad no está sola.

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