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Authors: David Seltzer

La profecía (5 page)

BOOK: La profecía
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—No es que no me guste cumplir las órdenes —dijo en tono indignado—, pero entiendo que debo recibirlas directamente.

—No veo cuál es la diferencia —replicó Thorn, sorprendido por la ira que relucía en los ojos de la mujer.

—Es sólo la diferencia entre una gran casa y una casa pequeña, señor Thorn. Tengo la sensación de que aquí nadie dirige.

Dio media vuelta y lo dejó solo. Thorn se preguntaba qué habría querido decir. En lo que concernía al funcionamiento de la casa, Katherine se preocupaba. Pero él estaba ausente todos los días y tal vez la señora Baylock había tratado de decirle que las cosas no eran tal como parecían. Que Katherine, en realidad, no dirigía.

En su atestado piso de Chelsea, Haber Jennings estaba despierto mirando su creciente colección de retratos de los Thorn que adornaba la pared de su cuarto oscuro. Estaban las fotos del funeral, oscuras y tristes, el primer plano del perro entre las lápidas, el del niño. Luego estaban las de la fiesta de cumpleaños: Katherine mirando a la niñera, la niñera en su traje de payaso y sola. Era esta última fotografía la que más le interesaba, porque sobre la cabeza de la niñera había una especie de mancha, una imperfección fotográfica que de alguna manera agregaba sugerencia a la escena. Era un lunar de emulsión imperfecta, una bruma vaga que flotaba sobre la niñera formando un halo en torno a la cabeza y al cuello. Aunque, normalmente, una foto defectuosa se desecha, ésta merecía ser conservada. El conocimiento de lo que había ocurrido inmediatamente después de ser tomada, daba a la mancha una cualidad simbólica. Esa forma indefinida era como una sombra de condena. La última foto era del cuerpo muerto suspendido de la soga, una estremecedora realidad para completar el montaje. En conjunto, la colección Thorn era un estudio fotográfico de lo macabro. Jennings se sentía deleitado. Había tomado los mismos personajes que adornaban las páginas de
Good Housekeeping
y encontró algo extraordinario en ellos, algo diferente que nadie había descubierto antes. También había iniciado su investigación, utilizando un contacto que tenía en América, de los antecedentes de los Thorn.

Descubrió que Katherine descendía de inmigrantes rusos y que su padre se había suicidado. Según un antiguo número del
Minneapolis Times,
había saltado desde el techo de un edificio de oficinas de Minneapolis. Katherine nació un mes después y la madre se había vuelto a casar antes de que ella cumpliera un año, mudándose a New Hampshire, con su nuevo marido, que había dado su nombre a la niña. En las pocas entrevistas que Katherine había mantenido en esos años no mencionó nunca al padrastro y Jennings sospechaba que ella podía no conocer la verdad. No era importante, pero de alguna manera ello daba a Jennings cierta ventaja. Podía ser otro bocado delicioso, lo que aumentaba su ilusión de estar avanzando en el asunto.

La única loto que faltaba era la del embajador, y Jennings esperaba que el momento se presentara a la mañana siguiente. Había una boda importante en All Saints Church a la que probablemente asistiría la familia Thorn. No era el ambiente en que Jennings se movía, pero hasta ese momento había tenido suerte y esperaba seguir teniéndola.

El día anterior a la boda, Thorn no atendió sus asuntos habituales de los sábados en la embajada y, en cambio, llevó a Katherine a dar un paseo por el campo. Se sentía profundamente turbado por la discusión que habían tenido y por la forma en que habían hecho el amor después. Deseaba estar a solas con ella, para tratar de descubrir qué era lo que no andaba bien. Pareció ser la medicina justa porque ella se mostró relajada por primera vez en muchos meses, gozando del paseo, del simple hecho de tener la mano de él entre las suyas, mientras marchaban por el campo, en automóvil. Al mediodía se hallaron en Stratford-Upon-Avon y asistieron a una representación de tarde del
Rey Lear.
Katherine estaba extasiada, conmovida hasta las lágrimas, por algunos pasajes de la obra. El soliloquio de Lear ante la muerte de su hijo hizo vibrar una de sus fibras más íntimas y lloró abiertamente. Thorn estuvo confortándola, en el silencio del teatro, hasta mucho después de que la obra hubiese terminado.

Volvieron al coche y siguieron paseando. Katherine cogida fuertemente de la mano de su marido. Esa liberación de emociones había creado una intimidad que hacía tiempo estaba ausente de sus relaciones. Ella se sentía muy vulnerable y cuando se detuvieron junto a un arroyo sus lágrimas volvieron a aflorar. Habló de sus temores, sus temores de perder a Damien. Dijo que si le ocurría algo al niño no podría soportarlo.

—No vas a perderlo, Kathy —Thorn la tranquilizó con dulzura—. La vida no podría ser tan cruel.

Era la primera vez, en mucho tiempo, que la llamaba Kathy y eso acentuó de alguna manera la distancia que se había interpuesto entre ellos en los meses recientes. Se sentaron sobre la hierba, debajo de un enorme roble, y la voz de Katherine se convirtió en un susurro mientras observaba el movimiento del arroyo.

—Estoy tan asustada —dijo.

—No hay nada que temer.

—Sin embargo, todo me da temor.

Un insecto se arrastraba junto a ella y lo observó en su marcha a través del vasto paisaje de césped.

—¿Qué te asusta, Katherine?

—¿Qué es lo que no asusta?

Él la miró, esperando que continuara.

—Temo lo bueno porque un día desaparecerá... Temo al mal porque soy demasiado débil para soportarlo. Temo tu éxito y tu fracaso. Y temo tener muy poco que ver en ambas cosas. Temo que un día te convertirás en el presidente de los Estados Unidos, Robert... y te verás entorpecido por una mujer que no está a la altura de la situación.

—Te has desenvuelto magníficamente —le aseguró él.

—Pero he detestado hacerlo.

La afirmación era muy simple y, sin embargo, nunca había sido expresada. De alguna manera los aliviaba.

—¿No te sorprende? —preguntó ella.

—Un poco —replicó Thorn.

—¿Sabes qué es lo que más deseo para nosotros? —preguntó Katherine.

Él negó con la cabeza.

—Deseo que volvamos a nuestro país.

Él se recostó sobre la hierba, mirando las hojas del enorme roble.

—Más que cualquier otra cosa, Robert. Ir a un lugar seguro. Estar en el lugar al que pertenezco.

Siguió un largo silencio; ella se había recostado junto a él, acurrucada entre sus brazos.

—Me siento segura aquí —murmuró—, entre tus brazos.

—Sí.

Katherine cerró los ojos, abriendo la boca en una sonrisa ansiosa.

—Esto es New Jersey, ¿verdad? —murmuró—. ¿No está nuestra pequeña granja sobre esa colina? La finca a la que nos hemos retirado.

—Es una enorme colina, Kathy.

—Lo sé, lo sé. Nunca podremos llegar a la cima.

Se levantó una leve brisa que hizo estremecer las hojas del roble. Miraban en silencio, mientras los rayos del sol jugaban en sus rostros.

—Tal vez pueda Damien —susurró Thorn—. Tal vez sea un futuro agricultor.

—Poco probable. Es la copia fiel de ti.

Thorn no respondió. Sus ojos estaban fijos en las hojas.

—Lo es, tú lo sabes —reflexionó Katherine—. Es como si yo no tuviera absolutamente nada que ver con él.

Thorn se incorporó un poco, apoyándose sobre un brazo y la miró con expresión entristecida.

—¿Por qué dices eso? —preguntó.

Ella se encogió de hombros, sin saber cómo explicarlo.

—Es tan independiente. Parece no necesitar a nadie.

—Sólo lo parece.

—No me tiene el afecto que un hijo suele tenerle a su madre. ¿Querías mucho a tu madre?

—Sí.

—¿Quieres mucho a tu esposa?

Los ojos de Thorn buscaron los de ella y la acarició. Ella le besó la mano.

—No quiero irme nunca de este lugar —murmuró Katherine—. Quiero quedarme aquí.

Y movió la cabeza hacia arriba, hasta que sus labios tocaron los de él.

—Sabes, Kathy —susurró Thorn después de un largo silencio—, la primera vez que te vi pensé que eras la mujer más hermosa que había visto nunca.

Ella sonrió ante ese recuerdo y asintió con la cabeza.

—Aún lo sigo pensando, Kathy —murmuró él—. Aún lo pienso.

—Te amo —dijo ella con un hilo de voz.

—Te amo tanto —respondió él.

La boca de ella se apretó y sus ojos cerrados se humedecieron.

—Casi deseo que nunca vuelvas a hablarme —murmuró—. Me gustaría recordarte siempre diciéndome eso.

Cuando ella volvió a abrir los ojos, la oscuridad había caído sobre ellos.

Esa noche, cuando volvieron a Pereford, todos estaban acostados. Hicieron un gran fuego en la chimenea, se sirvieron vino y se sentaron muy juntos en un sofá de suave cuero.

—¿Podemos hacer esto en la Casa Blanca? —preguntó Katherine.

—Falta mucho para eso.

—¿Podemos hacer esto allá?

—No veo por qué no.

—¿Podemos portarnos mal en el dormitorio de Lincoln?

—¿Portarnos mal?

—Ser carnales.

—¿En el dormitorio de Lincoln?

—¿En su propia cama?

—Si Lincoln se retira un poco, supongo.

—Bueno, él puede participar si lo desea.

Thorn rió y la acercó a sí.

—Pero tenemos que hacer algo con los turistas —agregó Katherine—. Visitan el dormitorio de Lincoln tres veces al día.

—Cerraremos la puerta con llave.

—De ninguna manera. Sólo les cobraremos una tarifa extra.

Él volvió a reír, encantado con su humor.

—¡Qué excursión! —dijo ella en tono entusiasmado—. ¡Vea al Presidente fornicando con su esposa!

—¡Kathy!

—Kathy y Robby haciéndolo. Y el viejo Lincoln revolviéndose en su tumba.

—¿Qué es lo que te ha dado? —preguntó Thorn en tono sorprendido.

—Tú —susurró Katherine.

Él la miró, un tanto perplejo.

—¿Eres

? —preguntó él.

—La verdadera.

—¿La verdadera?

—Soy desagradable, ¿no?

Ella rió de sí misma y él también. Y por ese día y esa noche todo fue como ella había soñado que podía ser.

La mañana siguiente amaneció luminosa y hacia las 9 Thorn estaba vestido para la boda y descendía ágilmente las escaleras.

—¿Kathy? —llamó.

—No estoy aún lista —replicó desde arriba.

—Vamos a llegar tarde.

—Es cierto.

—Podrían llegar a
esperarnos,
tú sabes. Deberíamos hacer un esfuerzo.

—Estoy esforzándome.

—¿Está vestido Damien?

—Espero que sí.

—No quiero que lleguemos tarde.

—Pídele a la señora Horton que haga tostadas.

—Yo no quiero tostadas.

—Yo, sí.

—Date prisa.

Afuera, Horton ya había preparado el coche. Thorn se asomó y le hizo señal de esperar un momento. Luego fue rápidamente a la cocina.

Katherine salió apresuradamente de su habitación, ajustándose el cinturón de su traje blanco, y fue hacia el cuarto de Damien, mientras decía en voz alta:

—Vamos, Damien. ¡Ya estamos todos listos!

Entró en el cuarto del niño y no encontró allí a su hijo. Oyó el sonido del agua que corría en la bañera y rápidamente entró en el baño. Lanzó una exclamación de disgusto. Damien estaba aún en el baño y la señora Baylock lo lavaba mientras él jugaba.

—¡Señora Baylock! —gimió Katherine—. Le dije que lo tuviera vestido y en orden...

—Si me permite, señora, creo que sería mejor que él vaya al parque.

—¡Le dije que íbamos a llevarlo a la iglesia!

—La iglesia no es lugar para un niñito, en un día de tanto sol.

La mujer sonreía, aparentando no dar importancia a la cosa.

—Bueno, lo siento —replicó Katherine con voz firme—. Es importante que él vaya a la iglesia.

—Es demasiado chico para ir a la iglesia. No hará más que alborotar.

Había algo en su tono y su manera, tal vez demasiado tranquila e inocente mientras la desafiaba, que hizo a Katherine apretar los dientes con rabia.

—Parece ser que usted no entiende. Quiero que él venga a la iglesia con nosotros.

La señora Baylock se puso tensa, ofendida por el tono de voz de Katherine. El niño también lo sintió y se acercó más a su niñera, mientras ésta miraba hacia la madre.

—¿Ha estado en la iglesia antes? —preguntó la señora Baylock.

—No veo qué tiene eso que ver...

—¡¿Kathy?! —Llamó Thorn desde el piso inferior.

—Un minuto —le contestó ella.

Miró duramente a la señora Baylock. La mujer le devolvió una mirada serena.

—Vístalo de inmediato —ordenó Katherine.

—Discúlpeme por darle mi opinión, ¿pero espera realmente que un niño de cuatro años entienda la jerigonza que se dice en una boda católica?

Katherine contuvo el aliento.

—Soy católica, señora Baylock, y también lo es mi esposo.

—Supongo que alguien tiene que serlo —replicó la mujer.

Katherine quedó asombrada, ultrajada por el abierto desafío.

—Ocúpese de que mi hijo esté vestido y en el coche, en cinco minutos —dijo en tono tenso—. O puede empezar a buscarse otro empleo.

—Tal vez lo haga de todos modos.

—Si lo prefiere...

—Lo voy a pensar.

—Espero que lo haga.

Hubo un tenso silencio y luego Katherine dio media vuelta para marcharse.

—En cuanto a la iglesia... —dijo la señora Baylock.

—¿Sí?

—Lamentará haberlo llevado.

Katherine salió de la habitación. En cinco minutos, Damien llegó vestido y arreglado al coche.

El camino para llegar a la iglesia pasaba por Shepperton, donde se estaba construyendo una nueva carretera y ello creaba un imponente embotellamiento del tránsito. Esa nueva demora hizo aún más pesado el silencio en que viajaban.

—¿Qué ocurre? —preguntó Thorn al observar la expresión de Katherine.

—Nada.

—Se te ve enojada.

—Esperaba que no se notara.

—De qué se trata.

—Nada importante.

—Vamos. Dímelo.

—La señora Baylock —dijo Katherine con un suspiro.

—¿Qué ocurre con ella?

—Tuvimos algunas palabras.

—¿Por qué motivo?

—Ella quería llevar a Damien al parque.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—En lugar de que el niño fuera a la iglesia.

—No puedo decir que no esté de acuerdo.

—Hizo todo lo posible para evitar que Damien viniera con nosotros.

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