La rosa de zafiro (37 page)

Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
10.71Mb size Format: txt, pdf, ePub

Para evitar el ruido que provocan los jinetes, los caballeros de la Iglesia se desplazaban a pie. Al cabo de un rato, Sparhawk se reunió con Vanion.

—Lo único que hacemos aquí es recoger desertores —informó a su superior.

—No sólo eso, Sparhawk —disintió Vanion—. Los soldados eclesiásticos han sufrido un prolongado asedio y ese tipo de cosas socava la moral de los hombres. Dejemos que nuestros cuestionables aliados se solacen un poco con la venganza antes de devolverlos a los patriarcas. Sparhawk asintió con la cabeza y se alejó en compañía de Kalten y Kurik para marchar en vanguardia.

Una borrosa figura apareció asiendo un hacha en un recodo alumbrado por una antorcha. En sus contornos quedaba patente que, quien quiera que fuese, no llevaba armadura ni tampoco una túnica de soldado eclesiástico, de modo que Kurik le apuntó con su ballesta. En el último instante, alzó bruscamente el arma y la saeta salió silbando hacia el cielo crepuscular. Kurik prorrumpió en cáusticos juramentos.

—¿Qué pasa? —musitó Kalten.

—Es Berit —contestó Kurik con las mandíbulas apretadas—. Siempre encoge así los hombros al caminar.

—¿Sir Sparhawk? —llamó el novicio en la oscuridad—. ¿Estáis ahí?

—Sí.

—Gracias a Dios. Creo que he recorrido todos los callejones quemados de Chyrellos buscándoos.

Kurik descargó el puño contra una pared.

—Habla más tarde con él —aconsejó Sparhawk—. Bien, Berit —dijo—, ya me has encontrado. ¿Qué es eso tan importante que te hace vagar por ahí arriesgando el pellejo para venir a contarlo?

—Parece que los rendoreños están congregándose cerca de la puerta oeste, sir Sparhawk —anunció Berit al llegar a su lado—. Se cuentan por millares.

—¿Qué están haciendo?

—Diría que rezar. Están celebrando una especie de ceremonia en todo caso Hay un individuo flaco, con barba, arengándolos desde lo alto de una pila de desperdicios

—¿Has oído algo de lo que decía?

—Poca cosa, sir Sparhawk, pero pronunciaba con frecuencia una palabra y los demás la repetían a voz en grito cada vez.

—¿Cuál era la palabra? —preguntó Kurik.

—«Cuerno de carnero», me parece.

—Eso me suena de algo, Sparhawk —recordó Kurik.

—Por lo visto, Martel se trajo a Ulesim para mantener a raya a los rendoreños.

—¿Quién es Ulesim, sir Sparhawk? —inquino Berit, dirigiéndole una mirada de desconcierto.

—El actual líder espiritual de los rendoreños. Hay un retorcido pedazo de cuerno de carnero que es una especie de símbolo religioso. —Reflexionó un momento—. ¿Los rendoreños están tranquilamente sentados escuchando sermones? —preguntó al novicio.

—Si así queréis llamar a ese parloteo, sí.

—¿Por qué no volvemos atrás y hablamos con Vanion?—propuso Sparhawk—. Esto podría sernos muy útil.

Los preceptores y los amigos de Sparhawk se encontraban a corta distancia.

—Creo que hemos tenido un golpe de suerte —informó Sparhawk—. Berit, que ha estado vagando por las calles, dice que los rendoreños están reunidos cerca de la puerta oeste y que su líder está dirigiéndoles una enfervorizada alocución.

—¿Habéis dejado que un novicio se fuera solo, sir Sparhawk? —preguntó Abriel con tono de desaprobación.

—Kurik va a hablar después con él sobre ese tema, mi señor.

—¿Cómo dijisteis que se llamaba ese cabecilla? —inquirió pensativamente Vanion.

—Ulesim, mi señor. Lo conozco. Es un perfecto idiota.

—¿Qué harían los rendoreños si algo le ocurriera a él?

—Se dispersarían, mi señor. Martel ha dicho que iba a ordenarles el derribo de los puentes, tarea que al parecer aún no han iniciado. Los rendoreños necesitan insistentes estímulos y unas cuantas directrices cuidadosamente inculcadas antes de emprender cualquier cosa. Además, consideran a sus líderes religiosos como a una semidivinidad y no harían nada sin su mandato expreso.

—Esta podría ser la oportunidad para salvaguardar la integridad de nuestros puentes, Abriel —apuntó Vanion—. Si le sucede algo a ese Ulesim, tal vez los rendoreños se olviden de lo que debían hacer. ¿Por qué no reunimos nuestras fuerzas y vamos a hacerles una visita?

Mala idea —criticó lacónicamente Kurik—. Perdonad, lord Vanion, pero en verdad lo es. Si marchamos hacia los rendoreños con exhibición de fuerza, combatirán hasta morir para defender a su sagrado dirigente. Lo único que conseguiremos será provocar un montón de muertes inútiles.

—¿Tienes una alternativa que proponer?

—Sí, mi señor —respondió, confiado, Kurik, dando una palmadita su ballesta—. Berit dice que Ulesim está dirigiendo un discurso a su gente. Un hombre que habla a una multitud suele situarse en un punto elevado. Si pudiera llegar a cien metros de él...—Kurik dejó la frase por acabar.

—Sparhawk —decidió Vanion—, llevaos a vuestros amigos y proteged a Kurik. Tratad de atravesar con disimulo la ciudad hasta situarlo a él y a su ballesta lo bastante cerca para liquidar al tal Ulesim. Si esos fanáticos rendoreños se desmoralizan y no destruyen los puentes, Wargun podrá cruzar el río antes de que esos mercenarios estén preparados para hacerle frente. Los mercenarios son los más poderosos soldados del mundo. Casi nunca participan en batallas perdidas de antemano.

—¿Creéis que capitularán? —inquirió Darellon.

—Merece la pena intentarlo —opinó Vanion—. Una solución pacífica podría salvar la vida de muchos hombres en ambos bandos, y creo que vamos a necesitarlos a todos ellos y a muchos más, incluso a los rendoreños, cuando vayamos a contener el avance de Otha.

—Me pregunto —dijo Abriel echándose a reír —cómo se va tomar Dios que los herejes eshandistas defiendan su Iglesia.

—Dios es tolerante —aseguró, sonriendo, Komier—. Puede que hasta los perdone... un poquito.

Los cuatro caballeros, Kurik y Berit avanzaron sigilosamente hacia la puerta oeste por las calles de Chyrellos, ahora barridas por una tenue brisa que hacía escampar la niebla. Llegaron a una amplia zona despejada en que el fuego había consumido por completo los edificios, donde se congregaban miles de rendoreños armados hasta los dientes y apiñados en torno a una elevada pila de desechos sobre la cual se erguía una figura familiar.

—Es él, sin margen de duda —susurró Sparhawk a sus compañeros mientras se refugiaban en los restos de una casa—. Ahí se alza en toda su gloria... Ulesim, el discípulo predilecto del santo Arasham.

—¿Qué dices? —preguntó Kalten.

—Así es como se denominaba a sí mismo allá en Rendor. Era un titulo que se había autoconcedido, supongo que con la intención de evitarle a Arasham el esfuerzo de seleccionar a alguien.

Ulesim, en un estado rayano en la crisis nerviosa, pronunciaba un discurso que distaba mucho de contener alguna coherencia. Mantenía extendido al frente un huesudo brazo y en la mano atenazaba con fuerza algo. Aproximadamente cada quince palabras, agitaba vigorosamente el objeto que tenía en la mano y vociferaba:

—¡Cuerno de Carnero!

—¡Cuerno de Carnero! —gritaban a su vez sus seguidores.

—¿Qué te parece, Kurik? —musitó Sparhawk mientras se asomaban por la pared medio derruida.

—Que está loco.

—Desde luego que lo esta, pero ¿se halla a tiro?

Kurik examinó con ojos entornados al fanático de rimbombante lenguaje.

—Es una distancia aceptable —declaró con cierta vacilación.

—Probad de todas formas —lo animó Kalten—. Si la saeta no llega lo bastante lejos, o si la lanzáis demasiado lejos, seguro que la recogerá algún rendoreño.

Kurik apoyó la ballesta sobre el muro caído para afianzarla y apuntó con cuidado.

—¡Dios me lo ha revelado!—chillaba Ulesim a sus seguidores—. ¡Debemos destruir los puentes que son obra del maligno! ¡Las fuerzas de la oscuridad que están al otro lado del río os atacarán, pero el Cuerno de Carnero os protegerá! ¡El poder del bendito Eshand se ha unido con el del santo Arasham para llenar el talismán de un poder sobrenatural! ¡El Cuerno de Carnero os dará la victoria!

Kurik apretó lentamente la palanca de la ballesta y la saeta salió disparada hacia su objetivo.

—¡Sois invencibles! —vociferaba Ulesim—. ¡Sois...!

Nadie supo jamás qué otra cosa eran. Las plumas de una saeta de ballesta quedaron encajadas de pronto en la frente de Ulesim, justo entre sus cejas. Después se puso rígido y, con los ojos desorbitados y la boca desmesuradamente abierta, cayó desplomado sobre los cascotes.

—Buen tiro —felicitó Tynian a Kurik.

—La verdad es que trataba de darle en el vientre —confesó Kurik.

—Da lo mismo, Kurik. —El deirano exhaló una carcajada—. Hasta ha quedado más espectacular de este modo.

Un vasto murmullo de desconcierto y angustia recorrió la muchedumbre de rendoreños.

Luego la palabra «ballesta» fue circulando entre la multitud y un numero de infortunados a cuyas manos habían llegado, por un procedimiento u otro, tales armas de origen lamorquiano fueron despedazados en el acto por sus enloquecidos compañeros. Un número considerable de aquellos sureños de negro ropaje se alejaron por las calles, aullando y rasgándose las vestiduras. Otros se desmoronaron blandamente en el suelo, sollozando con desesperación. Otros más se quedaron mirando, fijamente con incredulidad hacia el lugar desde donde Ulesim había estado arengándolos hacía tan sólo unos instantes. Sparhawk también advirtió una súbita actividad política por parte de ciertos individuos que se sentían con derecho a reclamar el puesto que había quedado tan recientemente vacante, los cuales comenzaron a tomar medidas para asegurarse la elevación al estado de eminencia, razonando que el poder reposa de forma más segura en las manos de los supervivientes. Los partidarios de un candidato y otro se sumaron a las discusiones y pronto la ingente multitud se vio embrollada en un alboroto de considerable magnitud.

—Los debates políticos son bastante reñidos entre los rendoreños, ¿no es cierto?—observó alegremente Tynian.

—Ya me había fijado en ello —convino Sparhawk—. Vayamos a notificar a los preceptores el accidente de Ulesim.

Dado que a partir de entonces a los rendoreños tanto les daban lo puentes, los cuernos de carnero o la inminencia de la batalla los generales del ejército de Martel llegaron a la conclusión de que no tenían la más mínima posibilidad de salir con bien del enfrentamiento con el mar de hombres que se extendía en la otra orilla del río. Haciendo honor a su condición de mercenarios, realistas y prácticos enviaron un destacamento de oficiales con una bandera blanca los cuales regresaron justo antes del alba. Los comandantes mercenarios permanecieron reunidos unos momentos y después hicieron formar sus tropas y, empujando en vanguardia a los tumultuosos rendoreños salieron de Chyrellos y entregaron las armas.

Sparhawk y los demás se encontraban en lo alto de la muralla de la ciudad exterior junto a la puerta oeste cuando los reyes de Eosia Occidental cruzaron un tanto ceremoniosamente el puente para entrar en la Ciudad Sagrada. El rey Wargun, flanqueado por el patriarca Bergsten, vestido con su cota de mallas, el rey Dregos de Arcium, el rey Soros de Kelosia y el anciano rey Obler de Deira encabezaban a caballo la columna. Tras ellos venía una lujosa carroza descubierta en la que viajaban cuatro personas embozadas y encapuchadas. Pese a no poder identificarlos, Sparhawk sintió un escalofrío al reparar en la gran corpulencia de una de ellas. No se habrían atrevido a... Y entonces, obedeciendo al parecer la orden de la figura más menuda, los cuatro se bajaron la capucha. El gordo era Platimo. Stragen era el segundo. El tercero era una mujer que Sparhawk no reconoció, y el cuarto, esbelta y rubia, con un aspecto francamente encantador, era Ehlana, reina de Elenia.

Capítulo 16

La entrada de Wargun en Chyrellos no fue precisamente triunfal. El común de los habitantes de la Ciudad Sagrada no se habían hallado en condiciones de juzgar el desarrollo de los acontecimientos y, puesto que los ejércitos se parecen mucho entre sí, en su mayor parte permanecieron escondidos al paso de los reyes de Eosia.

Sparhawk apenas tuvo ocasión de hablar con su reina cuando todos hubieron llegado a la basílica y, aunque ardía en deseos de hacerlo, lo que quería decirle no era del tipo de cosas que se manifiestan en público. El rey Wargun dio a sus a sus generales unas cuantas destempladas órdenes y después siguieron al patriarca de Demos hacia una sala para celebrar una de esas reuniones que suelen señalar tales ocasiones.

—He admitir que ese Martel vuestro es muy listo—concedió un poco más tarde el rey de Thalesia, recostado en su sillón con una jarra de cerveza en la mano.

En la amplia y suntuosa estancia de suelo de mármol y gruesos cortinajes morados se hallaban reunidos en torno a una gran mesa de madera pulida los reyes, los preceptores de las cuatro órdenes, los patriarcas Dolmant, Emban, Ortzel y Bergsten y Sparhawk y los demás, incluyendo a Ulath, que, aunque todavía exhibía ciertos momentos de alelamiento, había experimentado una sensible mejoría. Sparhawk miraba con expresión pétrea a su prometida, sentada al otro lado de la la mesa. Tenía muchas cosas que decirle a Ehlana, y unas cuantas que reservaba para Platimo y Stragen. Apenas si conseguía mantener a raya el mal genio.

—Después del incendio de Coombe —prosiguió Wargun—, Martel tomó un castillo escasamente defendido encaramado encima de un risco. Reforzó las defensas, dejó una numerosa guarnición adentro y luego se marchó a asediar Larium. Cuando llegamos tras él, huyó en dirección este. Después se desvió hacia el sur y finalmente volvió a girar hacia el oeste, poniendo rumbo a Coombe. Pasé varias semanas persiguiéndolo. Parecía que había conducido la totalidad de su ejército a ese castillo, de manera que me instalé allí con intención de matarlos de hambre, pero lo que yo ignoraba era que había ido separando regimientos enteros de sus tropas y escondiéndolos conforme avanzaba, de forma que cuando llegó a esa fortaleza sólo capitaneaba una pequeña fuerza. Hizo entrar a ese destacamento entre sus muros y cerró las puertas, dejándome que pusiera sitio a ese inexpugnable castillo mientras él reunía tranquilamente sus fuerzas y marchaba hacia Chyrellos.

—Os enviamos una gran cantidad de mensajes, Su Majestad —señaló el patriarca Dolmant.

—No dudo que así fuera, Su Ilustrísima —convino Wargun con acritud—, pero sólo uno llegó a mis manos. Martel atestó buena parte de Arcium de pequeñas bandas de emboscados, por lo que deduzco que la mayoría de vuestros mensajeros yacen en zanjas en esos pedregales de Dios. Excusad, Dregos —se disculpó ante el rey arciano.

Other books

If Wishes Were Horses by Matlock, Curtiss Ann
Are You There and Other Stories by Jack Skillingstead
Mambo in Chinatown by Jean Kwok
the wind's twelve quarters by ursula k. le guin
City of Flowers by Mary Hoffman
Delivering Kadlin by Holly, Gabrielle
The Wedding Dress by Rachel Hauck
The Bag Lady Papers by Alexandra Penney