—Annias rechazó la idea en un principio, pero, dado que Martel puede ser muy persuasivo cuando le interesa, el primado acabó por acceder a abrir negociaciones. Encontraron a un estirio de mala fama que vivía al margen de su banda y, tras hablar largamente con él, éste se avino a actuar como emisario para Otha, con el cual llegaron a su debido tiempo a un trato.
—¿Y en qué consistía éste? —le preguntó el rey Dregos de Arcium.
—Lo expondré dentro de poco, Su Majestad —prometió Krager—. Si voy saltando de una cosa a otra, podría olvidar algunos detalles.—Hizo una pausa y miró en derredor—. Espero que toméis todos nota de mi actitud cooperativa. Otha envió a algunos de los suyos a Elenia para proporcionar asistencia a Annias, buena parte de la cual era en forma de oro. Otha lo tiene por toneladas.
—¡Cómo! —exclamó Ehlana—. Creía que Annias nos había envenenado a mi padre y a mí con la intención de conseguir el control del tesoro elenio para poder financiar su candidatura a la archiprelatura.
—No lo digo con afán de ofenderos, Su Majestad —replicó Krager—, pero el tesoro elenio no habría bastado ni para empezar a cubrir las deudas que estaba contrayendo Annias. El control de éste sirvió para encubrir el verdadero origen de sus fondos. La malversación es una cosa, y otra muy distinta es asociarse con Otha. Vos y vuestro padre fuisteis envenenados sólo para ocultar el hecho de que Annias disponía de un suministro ilimitado de oro. Los sucesos se encadenaron mas o menos de acuerdo con sus planes. Otha aportaba dinero y de vez en cuando la magia estiria para ayudar a Annias a cumplir sus metas provisionales. Todo iba bastante bien hasta que Sparhawk volvió de Rendor. Sois un tipo que desbarata mucho las cosas, Sparhawk.
—Gracias —contestó éste.
—Estoy convencido de que ya conocéis el resto de los detalles, mis señores —continuó Krager—. Al final, todos pasamos un gran susto aquí en Chyrellos, y lo demás, como dicen, es historia. Ahora, volvemos a vuestra pregunta, rey Dregos. El pacto con Otha supone unas condiciones muy duras y Annias ha de pagar un alto precio por su ayuda.
—¿Qué tenía que darle Annias?—inquirió el patriarca Bergsten, el fornido clérigo thalesiano.
—Su alma, Su Ilustrísima —respondió Krager, estremecido—. Otha insistió en que Annias debía convertirse al culto a Azash como requisito para que él lo apoyara con magia o dinero. Martel presenció la ceremonia y me refirió lo ocurrido. Ésa era, por cierto, una de mis obligaciones. Martel se siente solo de vez en cuando y necesita alguien con quien hablar. Martel no es una persona remilgada, pero incluso él experimentó repugnancia por los ritos que celebraron la conversión de Annias.
—¿Se convirtió Martel también? —preguntó con evidente interés Sparhawk.
—Lo dudo mucho, Sparhawk. Martel carece realmente de toda convicción religiosa. El cree en la política, el poder y el dinero, no en dioses.
—¿Cuál de los dos ostenta el mando? —inquirió Sephrenia—. ¿Cuál es el dirigente y cuál es seguidor?
—Annias cree que es él quien da las órdenes, pero, con franqueza a mí me parece lo contrario. Todos sus contactos con Otha se efectúan por intermedio de Martel, pero Martel mantiene contactos con Otha de los que nada sabe Annias. No podría jurarlo, pero presiento que Martel y Otha han llegado a un pacto por separado. Es la clase de acción propia de Martel.
—Hay algo más detrás de todo esto, ¿no es así? —preguntó sagazmente el patriarca Emban—. Otha y Azash no iban a gastar todo ese dinero y energías sólo en beneficio de la empañada alma del primado de Cimmura.
—Por supuesto que no, Su Ilustrísima —acordó Krager—. La idea era, desde luego, tratar de obtener lo que querían siguiendo el plan que Annias y Martel ya habían trazado. Si el primado de Cimmura hubiera conseguido ascender con sobornos a la archiprelatura, se habría hallado en condiciones de conseguir todo cuanto querían ellos sin tener que recurrir a la guerra, que siempre es una cuestión azarosa.
—¿Y qué es lo que querían? —inquirió el rey Obler.
—Annias está obsesionado por convertirse en archiprelado. Martel está dispuesto a cederle el cargo de buen grado, lo cual no va a significar nada si todo sale según lo previsto. Lo que Martel ansia es poder, riqueza y legitimación. Otha desea dominar la totalidad del continente eosiano y, claro está, Azash quiere el Bhelliom... y las almas de todos los habitantes del mundo. Annias vivirá eternamente, o poco le faltará, e iba a dedicar las centurias venideras para, aprovechando su poder como archiprelado, dirigir gradualmente a los elenios a la conversión al culto de Azash.
—¡Eso es monstruoso! —se indignó Ortzel.
—Supongo que sí, Su Ilustrísima —convino Krager—. Martel conseguiría una corona imperial que le otorgaría una preeminencia escasamente inferior a la de Otha y gobernaría toda Eosia Occidental. Entonces tendríamos a los cuatro: Otha y Martel como emperadores, Annias como sumo sacerdote de la Iglesia y Azash como Dios. Después podrían volver la atención hacia los rendoreños y el Imperio Tamul de Daresia.
—¿Como se proponían hacerse con el Bhelliom?—preguntó Sparhawk con brusquedad.
—Mediante engaños, ofertas de grandes sumas, o por la fuerza, en caso necesario. Escuchadme bien, Sparhawk.—El rostro de Krager adoptó de improviso una mortal gravedad—. Martel os ha dado a entender que se dirigirá al norte parte del camino y que luego se desviará hacia Lamorkand Oriental para reunirse con Otha. Va al encuentro de Otha es cierto, pero Otha no está en Lamorkand. Sus generales son mucho más diestros en la guerra que él, que todavía se halla en su capital, en la ciudad de Zemoch propiamente dicha. —Guardó silencio un instante—. Me recomendaron que os lo dijera, desde luego —reconoció—. Martel quiere que lo sigáis hasta Zemoch y que llevéis al Bhelliom con vos. Por alguna razón, todos os tienen miedo, y no creo que ello se deba sólo a que lograrais encontrar el Bhelliom. Martel no quiere enfrentarse directamente a vos, y eso es impropio de él. Quieren que vayáis a Zemoch a fin de que Azash luche contra vos. —Krager hizo una mueca que reflejaba una súbita angustia y horror—. No vayáis, Sparhawk —rogó—. ¡Por Dios, no vayáis! Si Azash os arrebata el Bhelliom, el mundo está condenado.
La vasta nave de la basílica estaba llena a rebosar ya desde primera hora de la mañana del día siguiente. Los ciudadanos de Chyrellos habían comenzado a regresar tímidamente a lo que quedaba de sus casas casi enseguida que el ejército del rey Wargun hubo rodeado a los mercenarios de Martel. Pese a que los habitantes de la Ciudad Sagrada no debían de ser más piadosos que los otros elenios, el patriarca Emban tuvo para ellos un gesto de puro humanitarismo al hacer propagar por la ciudad la noticia de que los almacenes de la Iglesia se abrirían al pueblo llano inmediatamente después de la conclusión de los servicios de acción de gracias. Dado que ése era el único lugar donde quedaban provisiones en Chyrellos, los ciudadanos acudieron en masa. Emban había calculado que una congregación de miles de personas impresionaría a los patriarcas, haciéndoles ver la gravedad de la situación, y los animaría a tomarse en serio sus responsabilidades. Además, Emban sentía en verdad cierta compasión por los hambrientos, dado que su propia gordura lo hacía particularmente sensible a las punzadas del hambre.
El patriarca Ortzel celebró el ritual de acción de gracias, durante el cual advirtió Sparhawk que el enjuto y severo eclesiástico hablaba en un tono completamente diferente al dirigirse a una congregación. Su voz era casi suave y a veces reflejaba un auténtico sentido de la caridad.
—Seis veces —susurró Talen a Sparhawk cuando el patriarca de Kadach acompañaba a la multitud en la plegaria final.
—¿Cómo?
—Ha sonreído seis veces durante el sermón. Lo he contado. Aunque las sonrisas no parecen muy naturales en su cara. ¿Qué decidimos hacer al respecto de lo que nos contó ayer Krager? Me quedé dormido.
—Ya lo habíamos advertido. Vamos a hacer que Krager repita lo que nos expuso a nosotros delante de la jerarquía en pleno después de que el coronel Delada haya presentado su informe sobre la conversación de Martel y Annias.
—¿Van a creerlo?
—Creo que sí. Delada es un testigo irrecusable, y Krager va a limitarse a confirmar su testimonio y a agregar detalles. Una vez que se hayan visto obligados a dar crédito al testimonio de Delada, no tendrán gran dificultad en engullir lo que les diga Krager.
—Muy ingenioso —aprobó Talen con admiración—. ¿Sabéis algo, Sparhawk? Ya casi estoy por abandonar la idea de convertirme en emperador de los ladrones. Me parece que entraré en la carrera eclesiástica.
—Dios ampare la fe —rogó Sparhawk.
—Estoy seguro de que lo hará, hijo mío. —Talen sonrió con benevolencia.
Cuando la celebración tocó a su fin y el coro entonó un exaltado cántico, se distribuyeron unas hojas entre los patriarcas en las que se les anunciaba que la jerarquía reanudaría enseguida sus deliberaciones. En diversos puntos de la ciudad interior se habían descubierto seis eclesiásticos de los que faltaban, y habían aparecido dos más que habían estado escondidos en la propia basílica. De los demás aún no se sabía nada. Mientras los patriarcas de la Iglesia desfilaban solemnemente hacia el corredor que conducía a la sala de audiencia, Emban, que se había rezagado para hablar con varias personas, pasó corriendo, sudoroso y jadeante, al lado de Sparhawk y Talen.
—Casi me olvidaba de algo —dijo—. Dolmant debe ordenar que se abran los almacenes de la Iglesia. De lo contrario, es seguro que se producirán motines.
—¿Tendría que ponerme tan gordo como él si quiero dirigir los asuntos de la Iglesia? —susurró Talen—. Las personas obesas no corren muy bien cuando se tuercen las cosas, y es posible que a Emban acaben yéndole mal.
El coronel Delada se hallaba de pie junto a la puerta de la sala de audiencia, con el peto y el yelmo resplandecientes y la capa carmesí inmaculada. Sparhawk se separó de la hilera de caballeros de Iglesia y clérigos que entraban en la estancia y habló un momento con él.
—¿Nervioso? —preguntó.
—No realmente, sir Sparhawk, aunque debo admitir que tampoco estoy ansioso por prestar declaración. ¿Creéis que me harán preguntas?
—Es posible. No dejéis que os azoren. Tomaos vuestro tiempo y repetid con exactitud lo que oísteis en ese sótano. Vuestra reputación hablará por vos, de modo que nadie se atreverá a poner en duda vuestra palabra.
—Espero que no ocasione un tumulto ahí adentro—señaló irónicamente Delada.
—No os preocupéis por eso. El tumulto se iniciará cuando hayan escuchado al testigo que entrará después de vos.
—¿Qué va a decir, Sparhawk?
—No soy libre de confiároslo..., al menos no hasta que hayáis presentado vuestro informe. Tengo prohibido hacer cualquier cosa susceptible de influir vuestra postura neutral. Buena suerte cuando estéis dentro.
Los patriarcas de la Iglesia estaban reunidos en pequeños grupos en la sala, hablando en voz baja. El servicio de acción de gracias cuyas fases había preparado con tanto cuidado Emban había conferido a la mañana un tono solemne que nadie quería turbar. Sparhawk y Talen subieron a la galería donde solían sentarse con sus amigos. Allí Bevier se inclinaba con expresión preocupada y ademán protector hacia Sephrenia, la cual permanecía serenamente sentada vestida con su resplandeciente túnica blanca.
—No hay manera de hacerla entrar en razón—se lamentó Bevier cuando Sparhawk se reunió con ellos—. Hemos conseguido hacer entrar a Platimo, Stragen e incluso a la mujer tamul disfrazados de clérigos, pero Sephrenia se ha empecinado en llevar su vestido estirio. He intentado explicarle una y otra vez que no se permite asistir a las deliberaciones de la jerarquía más que a los monarcas y a los miembros del clero, pero no me hace caso.
—Yo soy un miembro del clero, querido Bevier —se limitó a afirmar la estiria—. Soy una sacerdotisa de Aphrael... La sacerdotisa suprema, de hecho. Digamos que estoy aquí en calidad de observadora, como una demostración de la posibilidad de un encuentro ecuménico.
—Yo no mencionaría eso hasta que haya acabado la elección, pequeña madre —aconsejó Stragen—. Provocaríais un debate teológico que podría prolongarse durante varios siglos, y en estos momentos el tiempo apremia.
—Echo un poco de menos a nuestro amigo de enfrente —comentó Kalten, apuntando al lugar vacío en la galería donde solía sentarse Annias—. Daría algo por ver la cara que pondría durante el desarrollo de la agenda de esta mañana.
Tras conferenciar brevemente con Emban, Ortzel y Bergsten, Dolmant asumió su puesto frente al atril, imponiendo así orden en la sala.
—Hermanos y amigos míos—comenzó-, hemos presenciado trascendentales sucesos desde la última vez que nos reunimos aquí. Me he tomado la libertad de solicitar la asistencia de varios testigos para que sus declaraciones contribuyan a clarificar la situación antes de que iniciemos nuestras deliberaciones. Primero, no obstante, debo hablar de la presente condición de los ciudadanos de Chyrellos. El ejército asediante ha dado cuenta de toda la comida que había en la ciudad y ahora la gente se halla en una situación de desesperada necesidad. Pido el permiso de la jerarquía para abrir los almacenes de la Iglesia y aliviar así su sufrimiento. Como representantes de la Iglesia, la caridad es uno de nuestros principales deberes.—Miró en derredor—. ¿Alguna objeción?—inquirió.
Se produjo un total silencio.
—En ese caso queda ordenado así. Procedamos sin más dilación a dar la bienvenida a los monarcas reinantes de Eosia Occidental como nuestros más honrados observadores.
Los presentes se pusieron respetuosamente en pie.
En la parte anterior de la sala sonó una fanfarria de trompetas una gran puerta de bronce se abrió pesadamente dando paso a la realeza del continente. Todos vestían sus atuendos reales y llevaba puestas las coronas. Sparhawk apenas dedicó una mirada a Wargun ni a los otros reyes, concentrado como estaba en la contemplación del perfecto rostro de su prometida. Ehlana estaba radiante. Sparhawk intuyó que, durante los diez años de su exilio en Rendor, muy pocas personas habían prestado atención a su reina, y ello únicamente en funciones o ceremonias de corte en la que se le había otorgado alguna clase de relieve. Por ese motivo, ella disfrutaba de las ocasiones de gala con más intensidad de lo que es común entre los diversos miembros de las otras familias reales. Caminaba junto a los otros monarcas con paso majestuoso, las manos livianamente apoyadas en el brazo de su pariente distante, el anciano rey Obler de Deira, en dirección a los tronos situados en semicírculo desde el extremo del estrado hasta el dorado trono del archiprelado. Según las disposiciones del azar—o tal vez no enteramente debidas al azar—el círculo que formaba el prisma de luz que entraba por la gran ventana redonda emplazada detrás de los tronos caía sobre el trono de Elenia, en el cual tomó asiento Ehlana rodeada de un reluciente halo de dorado resplandor que encantó a Sparhawk.