—¿Oh? —Sabía que de todos modos iba a salir perdiendo.
—Basta —protestó ella—. Yo soy la reina..., un monarca que ocupa un trono. Eso significa que a veces debo hacer cosas que no le están permitidas a una mujer ordinaria. Si me quedo escondida detrás de las cortinas de mi casa, ninguno de los otros reyes me tomará en serio, y, si ellos no me toman en serio, tampoco tendrán en alta consideración Elenia. Debía venir, Sparhawk. Lo comprendéis, ¿verdad?
—No me gusta, Ehlana —respondió suspirando—, pero no puedo aportar nada en contra de vuestro razonamiento.
—Además —agregó quedamente—, os añoraba a vos.
—Vos ganáis—capituló, riendo.
—¡Oh estupendo! —exclamo la reina, uniendo las palmas de las manos en ademán de regocijo—. Me encanta ganar. Y ahora, ¿por qué no pasamos a la fase de los besos y hacemos las paces? Se ocuparon un rato en tal menester.
—Os he echado de menos, mi paladín de altivo rostro. —Suspiró y luego le golpeó la coraza con los nudillos—. Aunque esto sí que no lo he echado en falta —añadió. Le dirigió una curiosa mirada—. ¿Por qué habéis puesto esa cara tan extraña cuando ese Ick...?
—Eck —la corrigió el caballero.
—Perdón..., ¿cuando hablaba de la niña que lo condujo por todo Arcium hasta donde se hallaba el rey Wargun?
—Porque la niña era Aphrael.
—¿Una diosa? ¿De veras se parece a la gente? ¿Estáis seguro?
—Por completo —aseveró—. Ella lo hizo invisible y redujo un viaje de diez días a tres jornadas. A nosotros nos prestó el mismo servicio en varias ocasiones.
—Prodigioso. —Permanecía de pie, martilleando ociosamente con los dedos su armadura.
—No hagáis eso, por favor, Ehlana —indicó—. Me hace sentir como una campana con piernas.
—Lo siento. ¿Sparhawk, estamos en verdad convencidos de la conveniencia de que sea el patriarca Ortzel quien ocupe el trono del archiprelado? ¿No es odiosamente frío y rígido?
—Ortzel es rígido, qué duda cabe, y su ascensión al trono va a causar algunas dificultades a las órdenes militantes. De entrada, se opone de plano a que hagamos uso de la magia.
—¿Y para qué diablos sirve un caballero de la Iglesia si no puede valerse de la magia?
—También disponemos de otros recursos, Ehlana. Reconozco que de entrada yo no habría escogido a Ortzel, pero él se atiene estrictamente a las enseñanzas de la Iglesia. Ningún sujeto de la calaña de Annias accederá a ninguna posición preeminente si Ortzel ostenta el poder. Es rígido, pero sigue la doctrina de la Iglesia al pie de la letra.
—¿No podríamos encontrar a otro..., alguien que nos gustara más?
—No elegimos un archiprelado porque nos caiga simpático, Ehlana —la reprendió—. La jerarquía trata de seleccionar al hombre que redunde en mayor beneficio de la Iglesia.
—Bueno, desde luego que sí, Sparhawk. Todo el mundo lo sabe. —Se volvió con brusquedad—. Ahí está otra vez —dijo con exasperación.
—¿El qué? —le preguntó.
—Vos no podríais verlo, amor mío —repuso—. Nadie lo percibe más que yo. Al principio pensé que todos los que me rodeaban estaban volviéndose ciegos. Es una especie de sombra o algo parecido. No llego a verla, al menos no con claridad, pero es como si me acechara por la espalda, dejándome captarla sólo por espacio de breves segundos. Siempre me deja helada, no sé por qué.
Con un escalofrío, Sparhawk se volvió ligeramente con la pretensión de no evidenciar su alarma. La sombra se cernía en los límites de su visión, más amplia y más oscura que la última vez, despidiendo una sensación de malevolencia aún más pronunciada. ¿Por qué habría estado persiguiendo también a Ehlana si ella no había ni siquiera tocado el Bhelliom?
—Desaparecerá a su debido tiempo —dijo, no queriendo preocuparla—. No olvidéis que Annias os administró un veneno muy raro y poderoso, del cual quedan seguramente algunos efectos secundarios.
—Será eso, supongo.
Entonces comprendió. Era el anillo. Sparhawk se reprendió en silencio por no haber previsto antes tal posibilidad. Lo que quiera que fuese que había tras la sombra no quería bajo ningún concepto perder de vista los dos anillos.
—Pensaba que estábamos haciendo las paces —dijo Ehlana.
—Así es.
—¿Por qué no estamos besándonos, pues?
En ello se ocupaban cuando Kalten entró en la habitación.
—¿No te han enseñado a llamar a las puertas? —le preguntó agriamente Sparhawk.
—Perdona —se disculpó Kalten—. Creía que Vanion estaba aquí. Voy a ver si lo encuentro. Oh, por cierto, tengo una noticia que te alegrará aún más el día... suponiendo que ello sea posible. Tynian y yo habíamos salido con los soldados de Wargun para hacer salir a los desertores de las calles y hemos encontrado a un viejo amigo oculto en la bodega de una taberna.
—¿Sí?
—Martel dejó a Krager aquí. Sus motivos tendría. Nos reuniremos todos con él para tener una placentera plática... en cuanto recobre la sobriedad y después de que vosotros dos hayáis acabado con lo que estáis haciendo aquí. —Guardó un instante de silencio—. ¿Quieres que os cierre con llave? —preguntó—. ¿O que monte guardia afuera.
—Salid de aquí, Kalten.
No fue Sparhawk quien dio la orden.
Krager se encontraba en un estado bastante lamentable cuando Kalten y Tynian lo llevaron medio a rastras al estudio de sir Nashan esa tarde. A los finos cabellos desgreñados, los ojos inyectados en sangre, la barba sin afeitar y las manos agitadas por un violento temblor, se sumaba un sufrimiento manifiesto en su expresión que nada tenía que ver con su captura. Los dos caballeros llevaron al secuaz de Martel a una silla situada en el centro de la habitación y lo sentaron en ella. Krager ocultó la cara entre sus temblorosas manos.
-Me parece que no vamos a sacar nada en claro de el mientras esté en estas condiciones —gruñó el rey Wargun—. Yo mismo he pasado por trances semejantes y lo sé. Dadle un poco de buen vino. Se mostrará aceptablemente coherente cuando dejen de temblarle las manos.
Kalten miró a sir Nashan y el regordete pandion apuntó al lujoso armario del rincón.
—Sólo lo tengo como medicina, lord Vanion —se apresuró a explicar Nashan.
—Desde luego —aceptó Vanion.
Kalten abrió el armario y tomó una garrafa de cristal llena de tinto arciano. Después llenó una gran copa y la tendió a Krager, el cual consiguió apurar la mitad de su contenido, tras haber derramado el resto. Kalten le sirvió otra copa y luego otra más. Con el pulso más apaciguado, Krager miró en derredor, pestañeando.
—Veo que he caído en manos de mis enemigos —constató con voz que habían tornado rasposa los años de consumo de alcohol—. Ah. Bueno. —Se encogió de hombros—. Son los azares de la guerra.
—Vuestra situación no es de envidiar —le señaló con tono de amenaza lord Abriel.
Ulath tomó una piedra de amolar y se puso a afilar el hacha, produciendo un desagradable ruido.
—Por favor —dijo Krager con expresión de fatiga—. No me encuentro muy bien. Ahorradme las melodramáticas amenazas. Soy un superviviente, caballeros, y me doy perfecta cuenta de cuál es mi situación. Colaboraré con vosotros a cambio de mi vida.
—¿No es ésta una actitud un tanto desdeñable? —observó, con sarcasmo, Bevier.
—Por supuesto que lo es, caballero —convino cansinamente Krager—, pero yo soy un tipo despreciable... ¿o no os habías dado cuenta? De hecho, me situé deliberadamente en un lugar donde pudierais capturarme. El plan de Martel era muy bueno, al menos en principio, pero, cuando comenzó a desbaratarse, decidí que no me interesaba compartir su fortuna cuando ésta se hallaba en su fase de declive. No perdamos más tiempo, caballeros. Todos sabemos que yo soy demasiado valioso para que podáis permitiros matarme. Sé demasiado. Os diré todo lo que sé a cambio de mi vida, mi libertad y diez mil coronas de oro.
—¿Y qué hay de vuestras lealtades? —preguntó el patriarca Ortzel con aire severo.
—¿Lealtad, Su Ilustrísima? —Krager se echó a reír—. ¿Hacia Martel? No seáis ridículo. Trabajaba para Martel porque me pagaba bien. Los dos lo sabíamos. Pero ahora vosotros estáis en condiciones de ofrecerme algo de un valor muy superior. ¿Hacemos trato?
—Un rato en el potro os haría bajar un poco el precio que exigís —le dijo Wargun.
—No soy un hombre robusto, rey Wargun —señaló Krager—, y mi salud no ha sido nunca lo que se dice muy buena. ¿De veras queréis exponeros a la posibilidad de que expire en manos de vuestros torturadores?
—Dejadlo —aconsejó Dolmant—. Le daremos lo que pide.
—Su Ilustrísima es un hombre sabio y clemente.
—Una condición, sin embargo —agregó Dolmant—. Dadas las circunstancias, no podríamos dejaros libre hasta no haber arrestado a vuestro antiguo amo. Vos mismo habéis admitido que no sois muy de fiar. Además, necesitaremos una pequeña confirmación de lo que nos contéis.
—Perfectamente comprensible, Su Ilustrísima —acordó Krager—. nada de mazmorras. Tengo los pulmones delicados y no me convienen los sitios húmedos.
—¿Un monasterio, pues? —propuso Dolmant.
—Del todo aceptable, Su Ilustrísima..., a condición de que no se permita a Sparhawk acercarse en un radio de quince kilómetros de allí. Sparhawk es a veces impulsivo y hace años que me quiere matar..., ¿no es cierto, Sparhawk?
—Oh, sí —admitió sin tapujos Sparhawk—. Vamos a hacer una cosa, Krager. Prometo no poneros las manos encima hasta que Martel esté muerto.
—Me parece justo, Sparhawk —acepto Krager—, si también me juráis que me daréis una ventaja de una semana antes de salir en mi busca. ¿Cerramos el trato, caballeros?
—Tynian —indicó el preceptor Darellon—, llevadlo al pasillo mientras lo discutimos. Krager se levantó temblorosamente.
—Vamos pues, caballero —dijo a Tynian—. Vos también, Kalten, y no olvidéis traer el vino.
—¿Y bien? —inquirió el rey Wargun cuando el prisionero hubo abandonado la estancia.
—Krager en sí carece de importancia —opinó Vanion—, pero tiene toda la razón al valorar la información de que dispone. Yo recomiendo aceptar sus requisitos.
—Detesto, sin embargo, tener que entregarle todo ese oro —gruñó Wargun malhumorado.
—En el caso de Krager, no se trata precisamente de un favor —apunto Sephrenia—. Si le dais a Krager todo ese dinero, dentro de seis meses habrá muerto de tanto alcohol como habrá ingerido.
—Eso no me suena como un castigo a mí.
—¿Habéis visto fallecer a un hombre a consecuencia de los efectos de la bebida, Wargun? —le preguntó la estiria.
—No.
—Podríais visitar un asilo en alguna ocasión y observar el proceso, sin duda lo encontraríais muy educativo.
—¿Estamos de acuerdo, pues? —preguntó Dolmant, mirando a su alrededor—. ¿Le damos a esa rata de cloaca lo que pide y lo recluimos en monasterio hasta que llegue el tiempo en que sepamos que no puede informar de nada significativo a Martel?
—De acuerdo —concedió a regañadientes Wargun—. Traedlo y acabemos de una vez.
Sparhawk se encamino a la puerta y la abrió. Un hombre con una cicatriz hablaba precipitadamente con Tynian.
—¿Kring? —preguntó Sparhawk con cierta sorpresa, reconociendo al domide la banda de jinetes nómadas de las marcas orientales de Kelosia—. ¿Sois vos?
—Hola, Sparhawk —saludó Kring—. Me alegra veros. Estaba dándole algunas noticias al amigo Tynian. ¿Sabíais que los zemoquianos están acantonados en Lamorkand Oriental?
—Eso hemos oído decir, sí. Estábamos planteándonos tomar medidas al respecto.
—Bien. He estado viajando con el ejército del rey de los thalesianos y uno de mis hombres vino a verme desde casa. Cuando partáis para tomar esas medidas de que hablabais, no os centréis demasiado en Lamorkand. Los zemoquianos están merodeando también en Kelosia Oriental. Los hombres de mi tribu han estado juntando orejas por montones. Pensé que los caballeros de la Iglesia deberían saberlo.
—Estamos en deuda con vos, domi—le agradeció Sparhawk—. ¿Por qué no le enseñáis al amigo Tynian el lugar donde estáis acampados? En estos momentos estamos ocupados con los reyes de Eosia, pero, en cuanto quedemos libres, iremos a haceros una visita.
—En ese caso, haré los preparativos, caballero —prometió Kring—. Tomaremos sal juntos y hablaremos de negocios.
—Así lo haremos, amigo mío —corroboró Sparhawk.
Tynian se fue en pos de Kring por el corredor y Sparhawk y Kalten volvieron a hacer entrar a Krager en el estudio de Nashan.
—Muy bien, Krager —acordó el patriarca Dolmant con tono de firmeza—. Aceptaremos vuestras condiciones... con tal que convengáis en permanecer recluido en un monasterio hasta que no sea arriesgado soltaros.
—Desde luego, Su Ilustrísima —se apresuró a conceder Krager—. De todas formas, necesito descansar. Martel me tuvo corriendo de un lado a otro del continente durante años. ¿Qué querríais escuchar primero?
—¿Cómo se inició esa conexión entre Otha y el primado de Cimmura?
Krager se apoyó en el respaldo, cruzó las piernas y agitó pensativamente su copa de vino.
—Según tengo entendido, todo comenzó poco después de que el viejo patriarca de Cimmura cayera enfermo y Annias lo relevara en las responsabilidades de la dirección de la catedral. Hasta entonces, el objetivo principal del primado había parecido ser mayormente político. Quería casar a su querida con su hermano para poder hallarse en situación de gobernar el reino de Elenia. Cuando paladeó la clase de poder que la Iglesia puede delegar en manos de un hombre, no obstante, empezó a ensanchar el horizonte de sus expectativas. Annias es un realista, y es perfectamente consciente del hecho de que no inspira un amor universal.
—Esa podría ser la gran afirmación del siglo —murmuró Komier.
—Veo que ya habías reparado en ello —comentó secamente Krager —Martel lo desprecia, y por más que lo pienso no puedo comprender cómo Arissa puede vencer la repugnancia y meterse en la misma cama con el. El caso es que Annias sabía que iba a necesitar ayuda para acceder al trono del archiprelado. Martel se enteró de lo que se proponía y entro disfrazado en Cimmura para hablar con él. No sé exactamente cómo, pero, en el pasado, Martel había entrado en contacto con Otha. No hablaba nunca de ello, pero yo deduje que tenía algo que ver con su expulsión de la orden pandion.
Sparhawk y Vanion intercambiaron una mirada.
—Así fue —confirmó Vanion—. Proseguid.