Read La saga de Cugel Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La saga de Cugel (10 page)

BOOK: La saga de Cugel
12.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Su amigo, el ex campeón de Bunderwal, dijo a través de sus apretados labios:

—¡Yo confirmo la acusación! ¡Este hombre debe ser echado del local y advertido de que abandone inmediatamente la ciudad!

Krasnark se volvió a Cugel.

—¡Esa es una acusación muy seria! ¿Qué tenéis que decir?

—¡El Maestro Chernitz está en un error! Yo también salí para aliviar mi vejiga. Al mirar junto a la pared advertí la presencia de mi amigo Bunderwal y le hice señas, ¡tras lo cual el Maestro Chernitz lanzó un embarazoso grito y formuló infames acusaciones! ¡Mejor que eches a estas dos comadrejas de los árboles!

—¿Qué? —exclamó Chernitz con pasión—. ¡Soy un hombre respetable! Krasnark alzó los brazos.

—¡Caballeros, sed razonables! El asunto es en esencia trivial. Admitido: Cugel no hubiera debido hacer señales y saludar a sus amigos en el urinario. Pero el Maestro Chernitz podría ser un poco más generoso en sus suposiciones. Sugiero que el Maestro Chernitz se retracte del término «leproso moral» y Cugel del de «comadrejas de los árboles», y así dejar el asunto zanjado.

—No estoy acostumbrado a tales degradaciones —dijo Cugel—. Hasta que el Maestro Chernitz se disculpe, el término sigue ahí.

Cugel regresó a la sala común y volvió a sentarse junto a Bunderwal.

—Abandonaste los urinarios de una forma un tanto precipitada —dijo—. Yo aguardé a verificar el resultado de la confrontación. Tu campeón fue derrotado por varios segundos.

—Sólo después de que tú distrajeras a tu campeón. La confrontación es nula.

El Maestro Chernitz y su amigo regresaron a sus asientos. Tras una gélida mirada a Cugel, se volvieron de espaldas y se pusieron a hablar en voz baja.

A una señal de Cugel el camarero trajo nuevas jarras llenas de Tatterblass, y él y Bunderwal bebieron. Al cabo de unos momentos Bunderwal dijo:

—Pese a nuestros mejores esfuerzos, seguimos sin haber solucionado nuestro pequeño problema.

—¿Y por qué? ¡Porque las confrontaciones de este tipo lo dejan todo al azar! Por ello son incompatibles con mi temperamento personal. No soy de las personas que se agachan pasivamente con la grupa alzada, esperando la patada o la caricia del Destino. ¡Soy Cugel! Indomable y sin miedo. ¡Me enfrento a cualquier adversidad! Con la sola fuerza de mi voluntad, yo…

Bunderwal hizo un gesto de impaciencia.

—¡Silencio, Cugel! Ya he oído bastantes de tus bravatas. Has bebido demasiada cerveza, y creo que estás borracho.

Cugel miró incrédulo a Bunderwal.

—¿Borracho? ¿Con tres tragos de esta pálida Tatterblass? He bebido agua de lluvia con más fuerza que eso. ¡Muchacho! ¡Trae más cerveza! Bunderwal, ¿y tú?

—Te acompañaré con placer. Puesto que rechazas otra prueba, ¿estás dispuesto a admitir tu derrota?

—¡Nunca! Bebamos cerveza, jarra a jarra, mientras danzamos la doble coppola. El primero que caiga es el perdedor.

Bunderwal negó con la cabeza.

—Nuestras capacidades son nobles, con la nobleza de la que están hechos los mitos. Podríamos danzar toda la noche hasta agotamos, y el único que se enriquecería sería Krasnark.

—Bien, entonces, ¿tienes una idea mejor?

—¡La tengo, por supuesto! Si miras a tu izquierda, verás que tanto Chernitz como su amigo están dormitando. ¡Observa cómo se asoman sus barbas! Aquí hay unas tijeras de cortar algas. Corta la barba de uno o de otro, y te concedo la victoria.

Cugel miró de soslayo a los dos hombres.

—No están lo bastante dormidos. Desafío al Destino, sí, pero no salto de los acantilados.

—Muy bien —dijo Bunderwal—. Dame las tijeras. Si yo corto la barba de uno, entonces debes concederme la victoria a mí.

El camarero trajo cerveza fresca. Cugel dio un largo y pensativo sorbo. Dijo con voz baja:

—La hazaña no es tan fácil como puede parecer. Supongamos que me decido por Chernitz. Sólo necesita abrir los ojos y decir: «Cugel, ¿por qué estáis cortando mi barba?» A raíz de lo cual me vería obligado a sufrir la penalización que la ley de Saskervoy prescriba para este tipo de ofensa.

—Lo mismo puede aplicarse a mí —dijo Bunderwal—. Pero yo he llevado mi pensamiento un paso más allá. Considera esto: ¿podría ver Chernitz o el otro tu rostro, o el mío, si las luces estuvieran apagadas?

—Si las luces estuvieran apagadas, el proyecto se vuelve realizable —dijo Cugel—. Tres pasos adelante, agarrar la barba, un golpe de tijeras, tres pasos atrás, y ya está hecho. Y allá al fondo veo la válvula que controla el lucífero.

—Eso es lo que pienso yo también —dijo Bunderwal—. Muy bien entonces, ¿quién lo intenta, tú o yo? La elección es tuya.

Para mejor ordenar sus facultades, Cugel dio un largo sorbo a su cerveza.

—Déjame sentir las tijeras… Son adecuadamente afiladas. Bien, un trabajo de este tipo debe hacerse mientras uno se siente de humor.

—Yo controlaré la válvula del lucífero —dijo Bunderwal—. Tan pronto como se apaguen las luces, salta al asunto.

—Espera —dijo Cugel—. Tengo que seleccionar una barba. La de Chernitz es tentadora, pero la otra se proyecta en un ángulo mejor. Oh… Muy bien; estoy listo.

Bunderwal se puso en pie y se dirigió hacia la válvula. Miró hacia Cugel y asintió.

Cugel se preparó.

Las luces se apagaron. La habitación quedó a oscuras excepto el débil resplandor de la chimenea. Cugel dio tres largas zancadas, agarró la barba elegida y manejó diestramente las tijeras… Por un instante la válvula se deslizó de entre los dedos de Bunderwal, o quizás una burbuja de lucífero hubiera quedado aún en los tubos.

En cualquier caso, por una fracción de segundo las luces llamearon brillantes, y el ahora desbarbado caballero, alzando la sorprendida mirada, se enfrentó por un congelado instante a los ojos de Cugel. Luego las luces volvieron a apagarse, y el caballero se quedó con la imagen de un rostro oscuro de larga nariz con lacio pelo negro que brotaba por debajo de un excéntrico sombrero.

El caballero exclamó, confuso:

—¡Jo! ¡Krasnark! ¡Los ladrones y rufianes nos atacan! ¿Dónde está mi barba?

Uno de los camareros, tanteando en la oscuridad, abrió de nuevo la válvula, y la luz emanó otra vez de las lámparas.

Krasnark, con el vendaje ladeado, corrió a investigar la confusión. El desbarbado caballero señaló a Cugel, ahora reclinado en su silla, con la jarra en la mano y aspecto soñoliento.

—¡Ahí se sienta el bribón! ¡Le vi mientras cortaba mi barba, sonriendo como un lobo!

Cugel exclamó:

—Desvaría, no le hagas caso. Estaba sentado aquí, firme como una roca, mientras le cortaban la barba. Este hombre no soporta la bebida.

—¡No es cierto! ¡Lo vi con mis propios ojos!

—¿Por qué debería cortaros la barba? —dijo Cugel con tono paciente—. ¿Qué valor tiene? ¡Registradme si queréis! ¡No hallaréis ni un pelo!

—La observación de Cugel es lógica —dijo Krasnark con voz desconcertada—. ¿Por qué, después de todo, debería cortaros vuestra barba?

El caballero, ahora púrpura de rabia, exclamó:

—¿Por qué debería alguien cortarme la barba? Alguien lo hizo, ¡mira por ti mismo!

Krasnark agitó la cabeza y se alejó.

—Es algo que escapa a mi imaginación. Muchacho, tráele al Maestro Mercantides una jarra de buena Tatterblass por cuenta de la casa para que aplaque sus nervios.

Cugel se volvió a Bunderwal.

—Ya está hecho.

—Ya está hecho, sí —dijo generosamente Bunderwal—. ¡La victoria es tuya! Mañana por la mañana iremos juntos a las oficinas de Soldinck y Mercantides, donde te recomendaré personalmente para el puesto de sobrecargo.

—Mercantides —meditó Cugel—. ¿No es ése el nombre por el que Krasnark se ha dirigido al caballero cuya barba acabo de cortar?

—Ahora que lo mencionas, creo que sí lo hizo —dijo Bunderwal.

Al otro lado de la estancia, Wagmund lanzó un gran bostezo.

—Creo que ya he tenido bastante excitación para una noche. Me siento cansado y torpe. Mis pies están calientes y mis botas secas; ya es hora de que me vaya. Primero mis botas.

Al mediodía Cugel se encontró con Bunderwal en la plaza. Se dirigieron a las oficinas de Soldinck y Mercantides, y entraron en la oficina exterior.

Diffin, el empleado, los llevó a presencia de Soldinck, que señaló un sofá de peluche marrón.

—Por favor, sentaos. Mercantides estará pronto con nosotros, y nos ocuparemos de nuestro asunto.

Cinco minutos más tarde Mercantides entraba en la habitación. Sin mirar a derecha e izquierda, se unió a Soldinck en la mesa octogonal. Luego alzó la vista y vio a Cugel y Bunderwal. Habló secamente:

—¿Qué hacen esos dos aquí?

Cugel dijo con voz cautelosa:

—Ayer, Bunderwal y yo nos presentamos para el puesto de sobrecargo del
Galante
. Bunderwal ha decidido retirar su petición; en consecuencia…

Mercantides echó hacia delante su cabeza.

—Cugel, vuestra petición es rechazada, por varias razones. Bunderwal, ¿podéis reconsiderar vuestra decisión?

—Por supuesto, si Cugel ya no es tenido en cuenta.

—No lo es. Quedáis nombrado para el puesto. Soldinck, ¿respaldas mi decisión?

—Me siento complacido con las credenciales de Bunderwal.

—Entonces el asunto queda zanjado —dijo Mercantides—. Soldinck, tengo dolor de cabeza. Si me necesitas, estaré en casa.

Mercantides abandonó la habitación, casi en el mismo momento en que entraba Wagmund, apoyando todo el peso de su pie derecho en una muleta.

Soldinck lo miró de pies a cabeza.

—¿Qué ocurre, Wagmund? ¿Qué te ha pasado?

—Señor, sufrí un accidente ayer por la noche. Lo lamento, pero no voy a poder tomar parte en el próximo viaje del
Galante
.

Soldinck se echó hacia atrás en su silla.

—Eso son malas noticias para todos. Los gusaneadores son difíciles de encontrar, ¡especialmente los gusaneadores de calidad!

Bunderwal se puso en pie.

—Como sobrecargo recién nombrado del
Galante
, permitidme hacer una recomendación. Propongo que Cugel sea empleado para cubrir el puesto vacante.

Soldinck miró a Cugel sin entusiasmo.

—¿Tenéis experiencia en este tipo de trabajo?

—No en los últimos años —dijo Cugel—. Pero consultaré con Wagmund respecto a las modernas tendencias.

—Muy bien. No podemos elegir mucho, puesto que el
Galante
zarpa dentro de tres días. Bunderwal, os presentaréis inmediatamente al barco. Carga y provisiones deben ser estibadas inmediatamente y con cuidado. Wagmund, quizá puedas mostrarle a Cugel tus gusanos y explicarle sus pequeños retorcimientos. ¿Hay alguna pregunta? Si no, ¡todos a su trabajo! ¡El
Galante
parte dentro de tres días!.

Libro Segundo
DE SASKERVOY
A TUSTVOLD
1
A bordo del Galante

La primera impresión de Cugel del Galante fue, en general, favorable. El casco era generosamente proporcionado y flotaba alegre y orgulloso. La cuidada ebanistería y el lujoso uso de detalles ornamentales daban a entender una preocupación tanto por el lujo como por la comodidad de cubierta hacia abajo. Un sólo mástil sostenía una verga con una vela de seda azul oscuro. Del puntal candelero en forma de cuello de cisne de proa colgaba una gran linterna de hierro; otra linterna aún mayor colgaba de un pedestal en el alcázar de popa.

Cugel dio su aprobación a esas previsiones; contribuían al movimiento de avance del barco y servían a la tripulación. Por otra parte, no podía refrendar automáticamente un par de feas pasarelas, o plataformas, fuera de la borda, que recorrían toda la longitud del casco, tanto a babor como a estribor, a unos pocos centímetros por encima de la línea de flotación. ¿Para qué podían servir? Cugel dio algunos pasos por cubierta para ver mejor las extrañas construcciones. ¿Eran cubiertas de paseo para ejercicio de los pasajeros? Parecían demasiado estrechas y precarias, y demasiado expuestas a las olas y las salpicaduras. ¿Eran plataformas desde las cuales los pasajeros y la tripulación pudieran bañarse sin problemas y lavar su ropa mientras el barco navegaba por aguas tranquilas? ¿O apoyos desde los cuales la tripulación pudiera reparar el casco?

Cugel echó a un lado el problema. Mientras el Galante le transportara confortablemente a Port Perdusz, ¿por qué preocuparse por los detalles? Una preocupación más inmediata era su tarea como «gusaneador»: una ocupación de la que no sabía nada en absoluto.

Wagmund, el anterior gusaneador, sufría de tremendos dolores en la pierna y se había negado a ayudar a Cugel. Había dicho con voz hosca:

—Primero lo primero. Sube a bordo, comprueba tu alojamiento y dispón tu equipaje. El capitán Baunt es un ordenancista y no tolera el desorden. Cuando estés adecuadamente instalado, busca a Drofo, el Jefe Gusaneador; deja que él te dé instrucciones. Por fortuna para ti, los gusanos están en excelentes condiciones.

Cugel sólo tenía las ropas que llevaba encima; aquél era todo su «equipaje». Aunque en su bolsa llevaba un artículo de gran valor: la «Estallido Pectoral de Luz» de la torreta del demiurgo Sadlark. Ahora, mientras permanecía de pie en la cubierta, Cugel ideó un tortuoso esquema para proteger la «Estallido» de cualquier pillaje.

En un rincón discreto tras una pila de cajas, Cugel se quitó su espléndido sombrero tricornio. Extrajo el más bien llamativo adorno que sujetaba hacia arriba uno de los lados del ala, y luego, con gran cuidado para evitar el ávido mordisco de la «Estallido», cosió la escama a su sombrero, donde ahora sólo parecía una pinza de sujeción. Metió el antiguo adorno en la bolsa.

Cugel siguió caminando por la cubierta del Galante. Trepó por la pasarela hasta la cubierta central. A su derecha se alzaba el castillete de popa, con una pasarela que conducía a la cubierta de popa. Al otro lado, bajo la cubierta de proa, se hallaba la bodega de proa, con la cocina y los comedores de la tripulación; bajo sus pies estaban los alojamientos de la tripulación.

Había tres personas al alcance de la vista de Cugel.

La primera era el cocinero, que había salido a cubierta para escupir por encima de la borda. La segunda era una persona alta y delgada, con el rostro chupado de un poeta trágico, de pie junto a la barandilla, meditando sobre el mar. Una barba raía del color de la caoba oscura intentaba poblar su barbilla; su pelo, del mismo color ruano oscuro, estaba sujeto por un pañuelo negro. Aferraba la barandilla con unas nudosas manos blanquecinas, y apenas dirigió una mirada de soslayo a Cugel.

BOOK: La saga de Cugel
12.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fair-Weather Friends by ReShonda Tate Billingsley
Cartel by Chuck Hustmyre
To Trade the Stars by Julie E. Czerneda
Blonde Roots by Bernardine Evaristo
Full dark,no stars by Stephen King
Angel's Assassin by Laurel O'Donnell