Drofo rumió un momento.
—Es posible, es posible. Pero carecemos de tiempo para analizar el asunto en todos sus aspectos; en consecuencia, volvamos al plan original.
—Esto es pensar correctamente —dijo Cugel—. Se ajusta al Segundo Axioma de nuestro oficio: «Si el Gusaneador A descuida sus animales, entonces es el Gusaneador A quien tiene que devolverlos a una buena salud, no el Gusaneador B, que trabaja de forma irreprochable.
Lankwiler pareció decepcionado.
—Puede que Cugel haya aprendido treinta axiomas diferentes de un libro, pero, como el propio Drofo ha señalado, no son un sustituto de la experiencia.
—Seguiremos el plan original —afirmó Drofo—. Ahora llevad vuestros animales al barco y aseguradlos en sus arneses; Cugel a babor, Lankwiler a estribor.
Lankwiler recobró rápidamente su compostura.
—A las órdenes, señor —exclamó de buen grado—. Vamos, Cugel; ¡muévete! ¡Tendremos esos gusanos atados en un parpadeo, al estilo de Tugersbir!
Siempre que no hagas ninguno de tus peculiares nudos de Tugersbir —dijo Drofo—. El último viaje el capitán Baunt y yo estuvimos ponderando las complicaciones de tus lazadas rápidas durante más de media hora.
Lankwiler y Cugel descendieron a los corrales, donde una docena de gusanos haraganeaban en la superficie del agua, o se movían lentamente al empuje de sus aleta caudales. Algunos eran rosados o incluso escarlatas; otros eran marfil pálido o de un desagradable amarillo sulfuroso. La parte de la cabeza era complicada: una corta gruesa probóscide, una protuberancia óptica con un sol ojo pequeño, e inmediatamente detrás, un par de protuberancias más al extremo de cortos pedúnculos. Esa protuberancias, pintadas de distintos colores, indicaba sus propietarios, y funcionaban como aparatos direccionales.
—¡Con cuidado ahora, Cugel! —exclamó Lankwiler— ¡Usa todos tus teoremas! Al viejo Drofo le gusta ver la colas de nuestras chaquetas flotando al viento! ¡Coloca tus horcajaderas y monta uno de tus gusanos!
—Con toda sinceridad —dijo Cugel nerviosamente— he olvidado muchas de mis habilidades.
—Se necesita muy poca habilidad —dijo Lankwiler— ¡Obsérvame a mí! Salto sobre el animal, echo el lazo sobre su ojo. Agarro sus protuberancias, y el gusano me conduce allá donde quiero. ¡Observa; verás!
Lankwiler saltó sobre uno de los gusanos, corrió todo lo largo de la criatura, saltó a otro, y luego a otro y finalmente montó a horcajadas sobre un gusano con protuberancias amarillas. Echó un lazo sobre su ojo y agarró las protuberancias. El gusano agitó sus aletas, avanzó hacia la puerta del corral, que Drofo había abierto, y siguió su camino hacia el Galante.
Cugel intentó torpemente conseguir el mismo resultado, pero su gusano, cuando al fin consiguió montar a horcajadas sobre él y agarrar sus protuberancias, se sumergió inmediatamente. Cugel, desesperado, tiró de las protuberancias hacia atrás, y el gusano emergió a la superficie, saltó cinco metros en el aire, y arrojó volando a Cugel al otro lado del corral.
Cugel braceó hasta la orilla. Junto a la puerta estaba Drofo, mirándole directamente, ceñudo.
Los gusanos flotaban tan plácidos como antes. Cugel lanzó un profundo suspiro, saltó de nuevo sobre el gusano y lo montó otra vez. Lazó el ojo y, con cautelosos dedos, agarró las protuberancias azules. La criatura no se movió. Cugel retorció delicadamente el órgano, y eso sobresaltó al gusano, que avanzó. Cugel siguió experimentando, y mediante espasmos y tirones el gusano se acercó al extremo del corral, donde aguardaba Drofo. Por casualidad o pura perversidad, el gusano nadó hacia la puerta; Drofo la abrió de par en par, y el gusano la cruzó deslizándose suavemente sobre el agua, mientras Cugel mantenía la cabeza bien alzada, fingiendo un fácil y confiado control.
—¡Y ahora —exclamó—, al Galante!
El gusano, pese a los deseos de Cugel, giró hacia mar abierto. De pie junto a la puerta, Drofo agitó tristemente la cabeza, como si acabara de verificar una íntima convicción. Sacó de su chaleco un silbato de plata y lanzó tres agudas notas. El gusano trazó un círculo y se dirigió hacia la puerta del corral. Drofo saltó sobre el rosado lomo y pateó negligentemente las protuberancias.
—¡Observa! Hay que manejar las protuberancias así y así. Derecha, izquierda. Arriba, abajo. Alto, adelante. ¿Está claro?
—Otra vez, por favor —dijo Cugel—. Me siento ansioso por aprender tu técnica.
Drofo repitió el proceso, luego, conduciendo el gusano hacia el Galante, se sumió en melancólica reflexión mientras el animal avanzaba por el agua y se alineaba al lado de la nave, y finalmente comprendió Cugel la finalidad de las pasarelas que tanto le habían desconcertado: permitían un acceso rápido y fácil a los gusanos.
—Observa —dijo Drofo—. Te demostraré cómo se coloca el arnés al animal. Así, y así, y así. Se aplica ungüento aquí y aquí, para impedir la formación de rozaduras. ¿Queda claro esto?
—¡Absolutamente!
—Entonces trae el segundo gusano.
Aprovechando bien las instrucciones, Cugel guió el segundo gusano a su lugar y lo sujetó adecuadamente a su arnés. Luego, tal como Drofo había indicado, aplicó e ungüento. Unos minutos más tarde, con gran satisfacción oyó a Drofo regañar a Lankwiler por haber olvidado el ungüento. La explicación de Lankwiler, de que le desagradaba el olor de la sustancia, no complació a Drofo.
Unos minutos más tarde, Drofo hizo ponerse de nuevo firmes a Lankwiler y Cugel mientras hacia saber a los dos subgusaneadores lo que esperaba de ellos.
—En el último viaje los gusaneadores fueron Wagmund y Lankwiler. Yo no estaba a bordo; Gieselman era el Jefe Gusaneador. Veo que era demasiado blando. Mientras que Wagmund cuidó muy profesionalmente de sus gusanos, Lankwiler, por pereza e ignorancia, permitió que sus gusanos se deteriorasen. Examinad esas bestias. Están tan amarillas como el membrillo. Sus branquias están negras de incrustaciones. Podéis estar seguros de que en el futuro Lankwiler tratará con más cuidado a sus gusanos. En cuanto a Cugel, su entrenamiento está muy por debajo de los estándares. A bordo del Galante esta deficiencia va a verse casi milagrosamente corregida, del mismo modo que la torpeza de Lankwiler.
»¡Ahora prestad atención! Partimos de Saskervoy hacia alta mar dentro de dos horas. Alimentaréis a vuestros animales con media ración y prepararéis vuestros cebos. Cugel, tú cepillarás luego a tus animales y los inspeccionarás en busca de timpes. Lankwiler, tú empezarás inmediatamente a arrancarles las incrustaciones a los tuyos. También mirarás que no tengan timpes, pustes y garrapatas de las aletas. Uno de ellos muestra señales de oclusión; deberás administrarle una purga.
»¡Gusaneadores, a vuestros animales!
Con cepillo, raspador, gubia y escariador, con botes de ungüento, bálsamo y loción tónica, Cugel cepilló sus gusanos siguiendo las instrucciones de Drofo. De tanto en tanto una ola pasaba por encima de los gusanos, anegando la pasarela. Drofo, inclinado sobre la barandilla, advirtió a Cugel desde arriba:
—¡Ignora el agua! Es una sensación artificial y ficticia. Estás constantemente mojado por dentro con todo tipo de fluidos, muchos de ellos de naturaleza vulgar; ¿por qué rechazar la buena humedad salada del exterior? Ignora las mojaduras de todo tipo; éste es el estado natural del gusaneador.
A media tarde, el Maestro Soldinck y su grupo llegaron al muelle. El capitán Baunt reunió a todos los hombres en la cubierta central para darles la bienvenida a bordo del barco.
El primero en subir por la pasarela fue Soldinck, con la señora Soldinck del brazo, seguido por sus hijas Meadhre, Salasser y Tabazinth Soldinck.
El capitán Baunt, tieso e inmaculado en su uniforme de gala, hizo un corto discurso.
—Soldinck, la tripulación del Galante os damos la bienvenida a bordo a vos y a vuestra admirable familia. Puesto que viviremos en proximidad durante varias semanas, incluso meses, permitidme que haga las presentaciones.
»Soy el capitán Baunt; éste es nuestro sobrecargo, Bunderwal. A su lado está Sparvin, nuestro temible contramaestre, a cuyas órdenes están Tilitz, ése de la barba rubia que veis a su lado, y Parmele. Nuestro cocinero es Angshott, y el carpintero Kinnolde.
»Aqui están los camareros. Son el fiel Bork, que es un erudito en la identificación de aves marinas y polillas de agua. Le ayudan Claudio y Vilip, y ocasionalmente, cuando puede ser hallado y se encuentra de humor, por Coldniks, el grumete.
»¡Junto a la borda, aparte de la sociedad de los mortales ordinarios, vemos a nuestros gusaneadores! Destacable en cualquier compañía podemos ver al Jefe Gusaneador Drofo, que trata las profundidades de la naturaleza de una forma tan casual como Angshott el cocinero hace juegos malabares con sus habas gigantes y su ajo. A sus espaldas, ansiosos y preparados, están Lankwiler y Cugel. De acuerdo, parecen mustios y poco entusiastas, y huelen un tanto a gusano, pero así es como debe ser. Citando la frase favorita de Drofo: Un gusaneador seco y que huela bien es un mal gusaneador. Así que no os dejéis engañar nunca; ¡ésos son duros y auténticos hombres de mar, preparados para cualquier contingencia!
»Y eso es todo: un espléndido barco, una tripulación fuerte, y ahora, por algún milagro, un conjunto de hermosas muchachas para realzar el panorama del mar. ¡Los presagios son buenos, aunque el viaje sea largo! Nuestro rumbo es sudeste, cruzando el océano de los Suspiros. A su debido tiempo veremos el estuario del gran río Chaing, que se hunde en la región del Muro Desmoronante, y allí, en Port Perdusz, llegaremos a nuestro destino. Así que ahora es el momento de la partida. ¿Qué decís, Maestro Soldinck?
—Lo encuentro todo en orden. Dad las órdenes a discreción.
—Muy bien, señor. ¡Tillitz, Parmele! ¡Fuera amarras, a proa y popa! ¡Drofo, preparado con tus gusanos! ¡Sparvin, giro de timón, más allá del acimut del viejo sol, hasta que pasemos los bajíos de Bracknock! El mar está en calma, el viento es flojo. ¡Esta noche cenaremos a la luz de las linternas en el castillo de popa, mientras nuestros grandes gusanos, cuidados por Cugel y Lankwiler, nos conducen por la oscuridad!
Transcurrieron tres días, durante los cuales Cugel adquirió unos sólidos fundamentos del oficio de gusaneador.
Drofo, en sus comentarios, proporcionó un amplio número de valiosos datos teóricos.
—Para el gusaneador —dijo Drofo—, día y noche, agua, aire y espuma no son más que aspectos ligeramente distintos de un entorno más amplio, cuyos parámetros son definidos por la grandeza del mar y el ritmo del gusano.
—Permíteme esta pregunta —dijo Cugel—. ¿Cuándo duermo?
—¿Dormir? Cuando estés muerto, entonces dormirás larga y profundamente. Hasta ese triste momento, conserva cada ápice de consciencia; es el único tesoro que merece ese nombre. ¿Quién sabe cuándo el fuego abandonará el sol? Incluso los gusanos, que normalmente son fatalistas e inescrutables, lanzan señales inquietas. Esta misma mañana, al amanecer, vi al sol vacilar en el horizonte y hundirse de nuevo en el mar, como aquejado de debilidad. Tan sólo después de un gran impulso enfermizo consiguió elevarse en el cielo. Una mañana miraremos al este y aguardaremos, pero el sol no aparecerá. Entonces podrás dormir.
Cugel aprendió el uso de dieciséis instrumentos y descubrió mucho acerca de la fisiología de los gusanos. Los timpes, las garrapatas de las aletas, la gangue y los pustes eran sus más odiados enemigos; la oclusión de la elote era un problema importante, que requería el uso subacuático del escariador, el desatascador y el purgador en una posición que, cuando la obstrucción era eliminada, lanzaba sobre ti toda la fuerza del flujo retenido.
Drofo pasaba mucho tiempo en la proa, meditando sobre el mar. Ocasionalmente, Soldinck o la señora Soldinck iban hasta allí para hablar con él; en otras ocasiones, Meadhre, Salasser y Tabazinth, en solitario o juntas las tres, se reunían con Drofo en la proa y escuchaban respetuosamente sus opiniones. A sugerencia del capitán Baunt, conseguían que Drofo tocara la flauta.
—La falsa modestia no es una cualidad de los gusaneadores —decía Drofo. Tocaba la flauta y bailaba simultáneamente tres danzas folklóricas inglesas y una italiana.
Drofo parecía despreocuparse de sus gusanos y gusaneadores, pero su negligencia era ilusoria. Una tarde, Lankwiler olvidó llenar por completo de cebo los cestos que colgaban a veinte centímetros delante de sus gusanos; como resultado de ello se relajaron en sus esfuerzos mientras que los gusanos de Cugel, adecuadamente cebados, nadaban con celo, de modo que el Galante empezó a derivar hacia el oeste en una gran curva, pese a las correcciones del timonel.
Drofo, avisado de popa, diagnosticó inmediatamente la dificultad, y además descubrió a Lankwiler dormido en un confortable rincón junto a la cocina.
Drofo sacudió a Lankwiler con la punta del pie.
—Ten la bondad de alzarte. No has cebado tus gusanos; como resultado de ello, el barco está fuera de rumbo.
Lankwiler se puso en pie, confuso, con los negro rizos pegados a su cabeza y los ojos mirando en distinta direcciones.
—Oh, sí —murmuró—. ¡Los cebos! Lo olvidé, y me temo que me quedé dormido.
—Me sorprende que puedas dormir tan profundamente mientras tus gusanos se vuelven perezosos —dijo Drofo—. Un buen gusaneador está siempre alerta. Aprende a captar cualquier irregularidad y a adivinar al instante la causa.
—Sí, sí —murmuró Lankwiler—. Ahora me doy cuenta de mi error. «Captar la irregularidad», «adivinar la causa». Lo anotaré.
—Además —dijo Drofo—, observo un virulento caso de timpe en tu gusano de cabeza, que te va a costa reducir.
—¡En absoluto, señor! ¡Voy a ponerme de inmediato al trabajo, antes que eso incluso! —Lankwiler se tambaleó ligeramente sobre sus pies, ocultó un cavernoso bostezo tras su mano mientras Drofo observaba impasible, luego se dirigió con paso vacilante hacia sus gusanos.
Más tarde, aquel mismo día, Cugel oyó por casualidad una conversación entre Drofo y el capitán Baunt:
—Mañana por la tarde —dijo Drofo—, tendremos un poco de viento. Será bueno para los gusanos. Todavía gozan de todo su vigor, y no veo la necesidad de forzarles demasiado.
—Cierto, cierto —dijo el capitán—. ¿Cómo van tus gusaneadores?
—Hasta el momento, ninguno de los dos goza de la calificación de «excelente» —dijo Drofo—. Lankwiler es obtuso y un tanto perezoso. Cugel carece de experiencia y malgasta sus energías pavoneándose delante de las muchachas. Trabaja a un mínimo absoluto, y detesta el agua con el mismo fervor que un gato hidrófobo.