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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La saga de Cugel (17 page)

BOOK: La saga de Cugel
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En el club, Soldinck estaba diciendo:

—¡Desconfié de él desde un principio! De todos modos, ¿quién podía imaginar una tan perversa depravación?

Bunderwal, el sobrecargo, se mostró de acuerdo.

—Cugel es a todas luces un mal bicho, aunque cabía imaginarlo.

—Debe ser llamado inmediatamente a rendir cuentas —dijo el capitán Baunt—. Aunque es una tarea desagradable.

—En absoluto desagradable —murmuró pensativo Fuscule.

—Debemos ofrecerle el beneficio de la imparcialidad, y cuanto antes mejor. Creo que este club servirá perfectamente para arreglar las cosas.

—Primero debemos encontrarle —dijo Soldinck—. Me pregunto dónde se habrá escondido el maldito. Drofo, tú y Pulk id a mirar a bordo del
Galante
. Fuscule, tú registra el club. No hagáis ni digáis nada que pueda alarmarle; simplemente señalad que quiero hacerle algunas preguntas de índole general… ¿Sí, Drofo? ¿Por qué no estás ya fuera cumpliendo con lo que he dicho? Drofo señaló hacia el mar. Habló con su habitual voz pensativa:

—Señor, mejor vedlo por vos mismo.

3
El océano de los Suspiros

El rojizo sol matutino se reflejaba como una réplica exacta en el oscuro mar.

Los gusanos hacían avanzar lentamente al barco a medio cebo; el Galante derivaba en el agua tan suave como un bote avanzando en medio de un sueño.

Cugel durmió hasta algo más tarde de lo habitual, en la cama que antes había pertenecido a Soldinck.

La tripulación del Galante trabajaba tranquila y eficientemente en sus respectivas tareas.

Una llamada en la puerta despertó a Cugel de su descanso. Tras desperezarse y bostezar, Cugel dijo con voz melodiosa:

—¡Adelante!

La puerta se abrió; Tabazinth, la más joven y quizá la más seductora de las hijas de la señora Soldinck, aunque Cugel, si se le hubiera pedido su juicio, hubiera defendido con igual ahínco los méritos especiales de cada una de las tres, entró en la cabina.

Tabazinth, agraciada con un busto generoso y unas robustas caderas, mientras retenía una cintura esbelta y flexible, mostraba al mundo un rostro redondo, una mata de negros rizos y una boca rosada fruncida de forma crónica como si estuviera conteniendo una sonrisa. Llevaba una bandeja, que depositó sobre una mesilla. Con una mirada de reojo por encima del hombro, se dirigió hacia la salida. Cugel la llamó.

—¡Tabazinth, querida! La mañana es espléndida; tomaré mi desayuno en la cubierta de popa. Puedes darle instrucciones a la señora Soldinck de que fije el timón y vaya a descansar.

—Como digáis, señor. —Tabazinth tomó de nuevo la bandeja y abandonó la cabina.

Cugel saltó de la cama, aplicó una loción perfumada a su rostro, se lavó la boca con uno de los bálsamos selectos de Soldinck, luego se echó encima una cómoda bata de seda azul pálido. Escuchó… De la escalerilla que conducía a las cabinas le llegaron los suaves sonidos de los pasos de la señora Soldinck. Observó por la lucerna de proa como se dirigía a la cabina anteriormente ocupada por el Jefe Gusaneador Drofo. Tan pronto como hubo desaparecido de la vista, Cugel salió a la cubierta central. Inhaló y exhaló profundas bocanadas del frío aire de la mañana, luego subió a la cubierta de popa.

Antes de sentarse ante su desayuno, Cugel fue a la barandilla de popa para examinar el estado del mar y comprobar los progresos del barco. El agua se extendía plana de horizonte a horizonte, sin nada que ver excepto la imagen del sol. La estela parecía adecuadamente recta, un testimonio de la calidad de la señora Soldinck como timonel…, mientras que la uña de la escalabra señalaba directamente al sur.

Cugel asintió, aprobador; la señora Soldinck podía llegar a convertirse en una excelente timonel, mientras que el rendimiento de sus hijas era, en el mejor de los casos, más bien marginal.

Cugel se sentó ante su desayuno. Alzó una tras otra las tapas de plata para examinar el contenido de las bandejas. Descubrió una compota de frutas en conserva, higadillos de ave marina escalfados, gachas de drist con pasas, una vinagreta de bulbos de lirio y pequeñas setas negras, con varios tipos de pastas: un desayuno más que adecuado en el que reconoció el trabajo de Meadhre, la mayor y más consciente de las hijas. La señora Soldinck, la última vez que había estado de servicio en la cocina, había preparado un menú tan poco apetitoso que Cugel se había guardado muy bien de asignarla de nuevo a aquel puesto.

Cugel comió sin apresurarse. Una armonía absolutamente agradable se extendía entre él y el mundo: un interludio que había que prolongar, cuidar y saborear al máximo. Para brindar por su especial condición, Cugel alzó su exquisitamente delicada taza de té y sorbió el néctar preparado para Soldinck a base de una infusión de hierbas seleccionadas.

—¡Espléndido! —exclamó Cugel. El pasado había desaparecido; el futuro podía terminar mañana, si el sol se apagaba definitivamente. El ahora era el ahora, y había que enfrentarse a él en sus propios términos—. ¡Si, muy espléndido!

Y sin embargo… Cugel miró inquieto por encima del hombro. Era correcto y adecuado explotar las excelencias del momento, pero cuando las condiciones alcanzaran su clímax, no quedaría nada que hacer excepto empezar a ir cuesta abajo.

Incluso ahora, sin ninguna razón tangible, Cugel sintió una extraña tensión en la atmósfera, como si, justo más allá del borde de su consciencia, algo fuera mal.

Cugel saltó en pie y miró por encima de la barandilla de babor. Los gusanos, a medio cebo, trabajaban relajados. Todo parecía en orden. Lo mismo podía decirse del gusano de estribor. Cugel regresó lentamente a su desayuno.

Dedicó todas las energías de su intelecto al problema: ¿qué había suscitado su intranquilidad? La nave era sólida; había grandes cantidades de comida y bebida; la señora Soldinck y sus hijas se habían adaptado aparentemente a sus nuevos oficios; y Cugel se felicitaba a sí mismo por su juiciosa, amable pero firme administración.

Durante un tiempo, inmediatamente después de la partida, la señora Soldinck había emitido un furioso torrente de invectivas, que finalmente Cugel decidió cortar, aunque sólo fuera en interés de la moral a bordo.

—Señora —dijo—, sus protestas nos molestan a todos. Tienen que terminar.

—¡Os acuso de opresor! ¡Un monstruo de maldad! Un laharq, o un keak
[2]
.

Cugel respondió:

—A menos que desistáis de vuestra actitud, me veré obligado a ordenar que seáis confinada en la cala.

—¡Bah! —dijo la señora Soldinck—. ¿Quién cumplirá vuestras órdenes?

—¡Si es necesario las ejecutaré yo personalmente! Hay que mantener la disciplina en el barco. Ahora soy el capitán de esta embarcación, y éstas son mis órdenes. Primero, refrenaréis vuestra lengua. Segundo, os reuniréis todas en la cubierta central para oír las instrucciones que debo daros.

A regañadientes, la señora Soldinck y sus hijas se reunieron en el lugar señalado por Cugel.

Cugel subió a la mitad de la escalerilla que conducía a las cabinas.

—¡Damas! ¡Agradeceré toda vuestra atención! —Cugel miró sonriente de uno a otro rostro—. Soy consciente de que el día de hoy no nos ofrece a ninguno la situación que esperábamos. Sin embargo, así son las cosas, y debemos adaptarnos a las circunstancias. A este respecto puedo ofreceros algunas palabras de consejo.

»Nuestra primera preocupación se refiere a las reglas de la marina, que estipulan una rápida y exacta obediencia a las órdenes del capitán. El trabajo a bordo tiene que ser compartido. Yo ya he aceptado los deberes del mando. De vosotras, mi tripulación, espero buena voluntad, cooperación y celo, en cuyo caso hallaréis en mí un amigo benévolo, comprensivo e incluso afectuoso.

—¡No os necesitamos ni a vos ni a vuestra clemencia! —exclamó secamente la señora Soldinck—. ¡Devolvednos a Pompodouros!

Meadhre, la hija mayor, dijo con voz melancólica;

—¡Calla, mamá! ¡Sé realista! Cugel no se atreve a volver a Pompodouros, así que sepamos dónde planea llevarnos.

—Os facilitaré esa información —dijo Cugel—. Nuestro puerto de destino es Val Ombrio, en la costa de Almery, bastante lejos al sur.

La señora Soldinck lanzó una exclamación de sorpresa.

—¡No podéis hablar en serio! ¡En medio hay aguas mortalmente peligrosas! ¡Todo el mundo lo sabe!

—Sugiero, señora —dijo fríamente Cugel— que depositéis vuestra fe en alguien como yo, antes que en las habladurías de las amas de casa de vuestro círculo social.

—De todos modos, Cugel hará lo que quiera, así que, ¿para qué oponernos a sus deseos? —aconsejó Salasser a su madre—. Lo único que conseguiremos será ponerlo furioso.

—¡Bien pensado! —declaró Cugel—. Ahora, en cuanto al trabajo en el barco, cada una de vosotras deberá convertirse en un competente gusaneador, siguiendo mis instrucciones. Puesto que tenemos mucho tiempo, manejaremos los gusanos sólo a medio cebo, para que no se fatiguen demasiado. También carecemos de los servicios de Angshott, el cocinero; sin embargo, tenemos abundantes provisiones, y no veo razón para preocuparnos. Animo a todas para que hagáis una buena exhibición de vuestros talentos culinarios.

»Hoy mismo prepararé un esquema provisional de trabajos. Durante el día yo personalmente mantendré la vigilancia y supervisaré las tareas del barco. Quizá deba mencionar aquí que la señora Soldinck, en virtud de sus años y su posición social, queda dispensada del servicio nocturno. Ahora, respecto a…

La señora Soldinck dio un rápido paso adelante.

—¡Un momento! Ese servicio nocturno… ¿a qué se refiere, y por qué quedo descalificada de él?

Cugel miró hacia mar abierto.

—Los deberes implícitos en el servicio nocturno quedan explicados más o menos por su propio nombre. La persona de servicio es asignada a la cabina de popa, donde velará por la comodidad del capitán. Es un puesto de prestigio; es justo que sea compartido por Meadhre, Salasser y Tabazinth.

La señora Soldinck se mostró de nuevo agitada.

—¡Es como temía! ¡Yo, Cugel, me encargaré del servicio nocturno! ¡No intentéis disuadirme!

—Muy bien, señora; pero vuestros talentos serán necesarios al timón.

—Vamos, mamá, no somos tan frágiles y delicadas como temes —dijo Meadhre.

—Mamá, eres tú quien merece consideraciones especiales y no nosotras —dijo Tabazinth con una risa—. Podemos apañárnoslas muy bien con Cugel.

—Debemos dejar que Cugel tome las decisiones, puesto que suya es la responsabilidad —apostilló Salasser.

—Sugiero que dejemos de momento el asunto —señaló Cugel—. Ahora debemos tratar, de una vez por todas, de un asunto más bien macabro. Supongamos que alguien a bordo de este barco, llamémosla Zita, según el nombre de la Diosa de las Cosas Inescrutables…, supongamos que Zita decide retirar a Cugel del reino de los vivos. Considera las posibilidades: veneno en su comida, un cuchillo en su garganta, un golpe y un empujón para que Cugel caiga al mar.

»Es evidente que las personas gentiles nunca pensarán en una conducta así. De todos modos, he desarrollado un plan para reducir esta posibilidad a la nada. En las profundidades de la cala de proa instalaré un dispositivo de destrucción, utilizando una cierta cantidad de explosivo, una vela y una mecha. Cada día abriré una impenetrable puerta de hierro y reemplazaré la vela. Si alguna vez no lo hago, la vela se consumirá hasta el final y encenderá la mecha. El explosivo hará un agujero en el casco, y el barco se hundirá como una piedra. Señora Soldinck, parecéis distraída; ¿habéis oído bien lo que he dicho?

—Os he oído muy bien.

—Entonces, esto completa mis observaciones por el momento. Señora Soldinck, podéis dirigiros al timón, donde os mostraré los principios básicos de pilotar un barco. Muchachas, primero prepararéis nuestra comida, luego velaréis por la comodidad de nuestras distintas cabinas.

Al timón, la señora Soldinck siguió advirtiendo sobre los peligros de la ruta del sur.

—¡Los piratas son sanguinarios! Hay monstruos marinos: ¡los codorfinos azules, los thryfwyd, las sombras acuáticas de doce metros de largo! Las tormentas golpean desde todas direcciones: ¡sacuden las naves como si fueran corchos flotando sobre el agua!

—¿Cómo sobreviven los piratas en medio de tantos peligros?

—¿A quién le preocupa cómo sobreviven? Nuestra más ferviente esperanza es que perezcan.

Cugel se echó a reír.

—¡Vuestras advertencias se funden como el hielo frente a los hechos! Llevamos una carga para Iucounu que debe ser entregada en Val Ombrio, en la costa de Almery.

—¡Sois vos el ignorante de los hechos! Esa carga es desembarcada en Port Perdusz, donde nuestros representantes hacen los arreglos necesarios para que llegue a su destino. Debemos ir a Port Perdusz.

Cugel se echó a reír de nuevo.

—¿Me tomáis por estúpido? En el momento en que el barco tocara el muelle empezaríais a chillar en todas direcciones llamando a los atrapaladrones. Como antes: directo al sur. —Cugel fue a comer, dejando a la señora Soldinck bufando junto a la escalabra.

Por la mañana del día siguiente, Cugel tuvo la primera impresión de que algo iba mal en los confines de la realidad. Pero por mucho que lo intentó, la discrepancia exacta, lo que no encajaba, escapaba de su comprensión. El barco funcionaba correctamente, aunque los gusanos, a medio cebo, parecían un tanto indolentes, como después de un duro esfuerzo, y Cugel tomó nota mental de darles una dosis de tónico.

Un cúmulo de altas nubes en el cielo occidental presagiaba viento, que, si era favorable, permitiría descansar a los gusanos… Cugel frunció el ceño, perplejo. Drofo le había hecho ser consciente de las variaciones del color, textura y claridad del océano. Ahora parecía como si estuvieran en el mismo océano que habían cruzado el día antes. Ridículo, se dijo a sí mismo Cugel; debo refrenar mi imaginación.

A última hora de la tarde, Cugel, mirando a proa, observó una pequeña embarcación que avanzaba a gran velocidad. Tomó su catalejo y estudió la nave, que era propulsada por cuatro chapoteantes e ineficientes gusanos llevados al máximo de sus fuerzas. En cubierta Cugel creyó reconocer a Soldinck, al capitán Baunt, a Pulk y a otros, mientras una alta figura pensativa, seguramente Drofo, se erguía a proa contemplando el mar.

Cugel miró al cielo. Faltaban dos horas para el anochecer. Sin apresurarse, ordenó doble cebo para todos los gusanos, y un octavo de galón de tónico Rouse para cada uno. El
Galante
se alejó con facilidad de la nave perseguidora.

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