—¡Dios mío! Tienes el aspecto de un prisionero de guerra al que acaban de rescatar de ninguna parte.
«De acuerdo, quizás podría haberme afeitado un poco mejor», pensó Honma mientras se frotaba la barbilla. Pero aquel día en particular, no se sentía nada mal.
—¿Tan cansado parezco? —preguntó.
—No, no es eso. Más bien lo contrario —le aseguró ella—. Pareces mucho más joven. Llevas demasiado tiempo encerrado aquí.
—Sobre todo después de haber saboreado un pedacito de vida en el exterior —añadió Isaka, colándose en la entrada con la escoba en la mano.
—Es verdad. La única vida social que he tenido últimamente se limita a mi relación con el Nautilus.
—¿El qué?
—Ya sabes, las máquinas de levantar peso. Me hacen usarlas en rehabilitación.
—¡Ah! —Hisae parecía algo perpleja—. ¿Le ponen nombres de monstruos? —Abrió la gigantesca bolsa que llevaba y sacó un certificado de empadronamiento en un sobre oficial junto con una copia del registro familiar. Lo dejó todo en la mesa, antes de asentir—. Aquí tienes, puedes comprobarlo por ti mismo. Todo lo que pedías.
El certificado de empadronamiento de Honancho, como era de esperar, señalaba a Shoko Sekine como la ocupante exclusiva.
Titular
Shoko Sekine
Dirección
Honancho.3-4-5, Distrito de Suginami, Tokio
Y en la correspondencia Residente (1):
Nombre (Nombre y Apellido)
Shoko Sekine
Fecha de nacimiento
14 de septiembre de 1964
Sexo
Mujer
Calidad
Titular del domicilio
Registro familiar
Honancho, 3-4-5, Distrito de Suginami, Tokio. Cambio de residencia a fecha del 1 de abril de 1990, en Minamimachi 2-5-2, ciudad de Kawaguchi, Prefectura de Saitama.
Aquello significaba que el cambio de domicilio tuvo lugar poco después de la última visita de Shoko a la oficina de Mizoguchi, el 25 de enero, hacía dos años. También coincidía con la fecha de incorporación a Imai Office Machines. Era muy probable que la suplantación de identidad fuera anterior a abril de 1990.
—Su registro familiar dice que nació en Utsunomiya —señaló Honma—. Sin embargo, en su curriculum, menciona Tokio como domicilio permanente… Aludiendo, en todo caso, a la nueva dirección a la que se mudó. Pero mira, esa no es la razón. Abrió su registro familiar.
Domicilio
Honancho 3-4-5. Distrito de Suginami. Tokio
Titular principal
Señora Shoko Sekine
Datos del registro
Establecido el primero de abril de 1992 (sello)
Datos personales
Nacida el 14 de septiembre de 1964.En Ichozakacho, ciudad de Tsunomiya, Prefectura de Tochigi, tal y como quedó registrado por el padre el 20 de septiembre de 1964 (sello)
Borrada del registro familiar de Shoji Sekine, Ichozakacho 2001, ciudad de Utsuncmiya, Prefectura de Tochigi, el 1 de abril de 1992 (sello)
Padres Padre:
Señor Shoji Sekine (fallecido)
Madre:
Señora Yoshiko Sekine (fallecida)
Parentesco:
Nombre:
Hija
Shoko
Fecha de nacimiento
14 de septiembre de 1964
Por añadidura, dado que el procedimiento se había llevado a cabo a efectos de establecer un nuevo registro (y no sólo en transferir el antiguo a una oficina gubernamental distinta), la lista oficial de direcciones adjunta sólo incluía esta última residencia.
Dirección
Honancho 3-4-5. Distrito de Suginami,
Residencia establecida
Tokio 1 de abril de 1990
Nombre
Shoko
Aquello era todo. La lista de direcciones estaba destinada a reflejar el historial residencial del titular del registro familiar. Con lo cual, constaba que no quedaba adjunto el registro de Utsunomiya encabezado por Sekine padre. Sin embargo, si pudieran acceder a este último expediente, todo quedaría detallado, incluso las nuevas direcciones para las que la verdadera Shoko solicitó un certificado de empadronamiento en las repetidas ocasiones en que se mudó. Bueno, al menos hasta que su usurpadora entrara en escena para establecer un nuevo registro familiar. Y la última de ese listado de direcciones tenía que ser Minamimachi 2-5-2, ciudad de Kawaguchi, prefectura de Saitama: el lugar en el que residía la auténtica Shoko Sekine cuando trabajaba en el bar Lahaina y fue a preguntarle a Mizoguchi si podía contar con el dinero del seguro de vida de su madre.
Mientras estudiaba minuciosamente los documentos, Honma sintió que se le erizaba la piel de los brazos.
—Quizás esté leyendo demasiado entre líneas, pero… —dijo Hisae en voz baja.
—¿Qué?
—Me parece extraño. No se contentó con tomar prestado el registro de Shoko Sekine, montó todo lo demás ella sólita, partiendo de cero.
—¿Te refieres a lo de tomar la iniciativa de abrir un nuevo registro familiar? —Honma tenía el mismo presagio.
—Y también está la mención de «fallecido» en las columnas correspondientes a sus padres. En realidad, hay que rellenar una solicitud para que incluyan ese dato.
—¿En serio? —preguntó Isaka.
—Sí. Lo sé porque cuando mi madre murió, me preguntaron si deseaba o no que la palabra «fallecida» apareciera junto a su nombre.
Honma miró los documentos con expresión ceñuda.
—Pero, ¿por qué razón correr tantos riesgos? —planteó ella—. ¿Pretendía demostrarse algo a sí misma? Ya es la única persona que figura en el registro. Puede que no deseara tener conexión alguna con los padres de otra persona, o quizás… ¡Ay!, estoy divagando, ¿verdad, cariño? —Aquello iba dirigido a su marido.
Honma observó de nuevo la anotación «fallecido». Las palabras de Hisae no carecían de sentido en absoluto. Unos padres ajenos… El registro familiar de otra persona… O bien comprado, o bien robado. Sin embargo, esa mujer lo había logrado. Había conseguido que aquello fuera real.
—Piénsalo un momento. Una persona no puede meterse en la piel de un desconocido, así, sin más —comentó Isaka que encorvaba los hombros, reflejando su preocupación.
—No, no es nada fácil. Pero tampoco es imposible si sabes jugar bien tus cartas —repuso Honma.
—Aun así, dejando a un lado lo del registro familiar… En cuanto empiezas a trabajar, meten tus datos en una cuenta de seguro médico y en un plan de pensiones, ¿verdad?
—Y todo queda organizado a nivel local, o sea, en el distrito. Ahora bien, el seguro médico (o al menos aquel que ofrece una empresa) recoge el nombre y la dirección que figuraban en el curriculum al postular para el trabajo. Se comprueban los datos, y ya está. Pero si causas baja voluntaria, te quedas automáticamente fuera del plan de pensiones, y no volverán a darte de alta hasta que encuentres un nuevo empleo. El último día de trabajo debes incluso entregar tu tarjeta del seguro. No suelen llevarse comprobaciones minuciosas porque es imposible que alguien utilice la tarjeta de otro sin ser descubierto.
Hisae se percató de la mirada inquisitiva de su marido, y asintió con la cabeza.
—Rie se encarga de todo el papeleo en la oficina —dijo—. Nosotros sólo lo hojeamos y damos nuestra aprobación. Honma tomó el relevo:
—Si en lugar de subscribirte al seguro privado de una empresa, optas por la cobertura sanitaria en la Seguridad Social, el documento sobre el que se basan los trámites es el certificado de empadronamiento. Con lo cual, cuando te mudas y registras una nueva dirección, tan sólo tienes que demostrar que has dado de baja tu antigua dirección en el seguro, ya sea de la Seguridad Social o no. Así sucede también con los planes de pensiones. Y una vez más, los controles son poco rigurosos. Aunque se supone que todo ciudadano ha de estar inscrito en el plan nacional de pensiones, muchos no lo hacen.
Isaka estudiaba los documentos mientras Honma continuaba hablando.
—Cuando la verdadera Shoko Sekine vivía en Kawaguchi, trabajaba en un bar. Lo más probable es que tuviera una cobertura sanitaria pública. Cuando empezó a trabajar con Imai Office Machines, la falsa Shoko Sekine debió de recibir una nueva tarjeta del seguro. Lo único que tuvo que hacer entonces fue llevar dicha tarjeta a la oficina de la administración local en Kawaguchi y decir: «Tengo trabajo, quiero darme de baja del Servicio Sanitario Nacional». Probablemente no harían más que algún que otro balance de los años cotizados mientras liquidaban la póliza. Un pequeño discurso educado y lo habría conseguido.
—Hum…
—En cualquier caso, lo más llamativo es que aquella mujer tuvo que presentarse en esta oficina y decir: «Quiero darme de baja», sin que a ellos se les ocurriera comprobar si la persona que tenían enfrente encajaba con la foto de su expediente. ¿Quién iba a sospechar nada? Sólo tienes que presentarte con alguna foto de identidad junto con la tarjeta del seguro sanitario, y estás dentro. Por lo tanto, siempre y cuando no haya una discrepancia de edad o sexo, cualquiera podría atreverse a entrar, con los documentos requeridos en mano, y decir: «Aquí estoy yo», y salir tan contento minutos después. Esto vale para la Seguridad Social, para abrir un nuevo registro familiar (digamos, cuando contraes matrimonio); o para solicitar un nuevo certificado de empadronamiento cuando te mudas.
Quizás examinen los documentos, pero nunca te mirarán a la cara una segunda vez. Habrías salido ileso de la situación. Con una sola condición: que la persona a la que suplantas no llame demasiado la atención.
Isaka estaba absorto en sus cavilaciones, como buscando un fallo en los planes de la impostora.
—¿Y qué pasa si la víctima tiene un seguro privado? Al llevar a cabo las debidas comprobaciones, se darían cuenta de que hay gato encerrado. De todas formas, los empleados que trabajan allí suelen quedarse con la cara de la gente, ¿verdad?
Honma reflexionó sobre aquello antes de negar con la cabeza.
—Hoy en día, la mayoría de la gente tiene domiciliadas las primas de seguro. Lo único que tendrías que hacer sería conseguir una cartilla y asegurarte de que los pagos se efectúan con puntualidad. Y si la póliza expira, pues la renuevas y ya está. Ni siquiera es necesario pedir cita con el agente de seguros. Y en el caso contrario, ¿qué agente sería capaz de recordar una cara que no ha visto en diez o quince años?
Hisae asentía con energía.
—Y si te echas atrás, basta con que canceles la póliza. Está claro que al agente no le va a hacer mucha gracia. Puede que intente convencerte de que no lo hagas, pero siempre y cuando tengas en tu poder los documentos apropiados, él no tiene por qué comprobar tu historial.
Honma se dirigió entonces a ella.
—Pero sí cabe el riesgo de que te pillen in fraganti. En el Servicio Público de Empleo. —Según había comentado la chica de Imai Office Machines, «Shoko Sekine» aseguró que sólo había trabajado a media jornada hasta que se registró en el servicio de empleo, en abril de 1990. Aquello no coincidía con lo que le había contado el abogado—. Mizoguchi dijo que, en 1983, la verdadera Shoko Sekine trabajó para Kasai Trading a jornada completa. Siete años más tarde, la mujer que se hace llamar Shoko se incorpora a trabajar en Imai Office Machines y acude a la oficina del Servicio Público de Empleo, tal y como se requiere en Japón cuando uno consigue su primer empleo a jornada completa. Es imposible que hayan comprobado sus datos, de lo contrario, se hubiera visto metida en un buen lío.
—Puedo hacer que una de mis empleadas llame y lo averigüe —dijo Hisae—. Aunque dudo que obtenga algo más que un nombre y el correspondiente número de expediente… Aun así, me pregunto si una persona puede mentir alegando que trabaja por primera vez y salir por la puerta tan contenta, sin que nadie compruebe si dice o no la verdad.
Sin embargo, si conseguía que la oficina de Empleo Público confirmara que ya existían datos incongruentes y duplicados en el expediente de Shoko Sekine, nacida el 14 de septiembre de 1962, se destaparía la estratagema. Por muy olvidadizo que sea uno, jamás puede pasar por alto que ya ha tenido un trabajo antes.
—¿Cuándo dejó de trabajar la verdadera Shoko para KasaiTrading? —preguntó Hisae.
—Probablemente justo antes de declararse en bancarrota. Los acreedores debieron de presionarla tanto que llegó un momento en el que no pudo más.
—Aquello debió de suceder, como muy pronto, en el 86 —añadió ella—. Vale, puede que esto funcione. Según me contó una amiga contable, los de Empleo Público guardan los datos durante siete años.
Mientras Honma anotaba aquella información, Isaka irrumpió batiendo las palmas y esbozando una sonrisa.
—Oye, ¿y un pasaporte o un carné de conducir? En esos documentos siempre aparece una foto, ¿no? Si efectivamente hubo apropiación de identidad, ahí es donde saldría a la luz ¿verdad?
Honma guardó silencio e Hisae hizo énfasis en la pregunta de su marido.
—¿Lo ha comprobado Jun Kurisaka? —No, aún no.
Isaka tenía razón. Pero si resultaba que la verdadera Shoko Sekine tenía carné de conducir, la prometida de Jun habría tenido que decir que no conducía. El carné sería lo último que querría conseguir. Lo mismo ocurría con el pasaporte. La Shoko de Jun nunca habría planeado un viaje al extranjero para su luna de miel. Una diminuta fotografía y su castillo de naipes se habría venido abajo.
—Echaré un vistazo en Kawaguchi. Es el último lugar donde sabemos que vivió la verdadera Shoko —anunció Honma, señalando la dirección que aparecía en el documento—. No nos vendrá mal averiguar un poco más sobre aquel periodo de su vida.
Hisae miró a su marido.
—Anoche, cuando oí todo esto, tuve un presentimiento horrible… —confesó.
—¿Horrible? —preguntó Isaka, estudiando su cara.
—¿Te refieres a lo que ocurrió hace dos años? —preguntó Honma.
Hisae frunció ligeramente el ceño, asintiendo.
—La madre de Shoko Sekine murió, ¿no es así? Y ella cobró todo el dinero de su seguro.