La vidente (30 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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Elin abre uno de los tarros de cerámica, ve algunas monedas de cobre antiguas, lo vuelve a poner en su sitio y coge un tarro metálico que tiene un dibujo de un arlequín de colores vivos. Quita la tapa, se vierte el contenido en la mano y apenas le da tiempo de ver que no hay más que unos clavos y un abejorro muerto cuando con el rabillo del ojo percibe un movimiento al otro lado de la ventana. Vuelve a mirar al jardín mientras nota cómo se le acelera el pulso en las sienes. Allí fuera está todo tranquilo. El tenue resplandor del cuarto contiguo sigue bañando las ortigas. Lo único que se oye es su propia respiración. De repente un cuerpo atraviesa el resplandor y Elin se echa atrás dejando caer el tarro al suelo.

La ventanita se oscurece y Elin sabe que en ese instante podría haber alguien mirándola fijamente desde fuera.

Está a punto de salir de la habitación de Tuula cuando descubre una pequeña pegatina en mitad de la puerta de un armario. Se acerca y ve que es el tigre de Winnie the Pooh.

Tuula había dicho que había un tigre vigilando el llavero de la flor.

En el armario hay un viejo aspirador y en la pared puede ver un impermeable de hule colgando de un gancho. Con manos temblorosas Elin saca el aspirador. Debajo hay un par de zapatillas de deporte chafadas y un almohadón sucio. Lo coge por una esquina, lo estira y de inmediato nota el peso.

Vuelca el brillante contenido sobre el suelo con un leve estruendo. Monedas, botones, pinzas para el pelo, canicas, una tarjeta SIM dorada, un bolígrafo reluciente, chapas de botella, pendientes y un llavero cogido a una chapita de metal con el dibujo de una flor azul celeste. Elin mira el llavero, le da la vuelta y ve el nombre Dennis grabado en la chapita.

Debe de ser el objeto del que hablaba Caroline, el que la madre de Vicky le había regalado.

Elin se guarda el llavero en el bolsillo y echa un vistazo rápido a los demás objetos mientras los mete de nuevo en el almohadón. Lo vuelve a colocar todo en el armario lo más de prisa que puede, empuja la aspiradora y coloca bien el impermeable antes de cerrar. Corre hacia la puerta, pega la oreja un momento y sale.

Fuera está Tuula.

La niña pelirroja la está esperando en la oscuridad del pasillo a tan sólo unos pasos, observándola sin decir nada.

96

Tuula da un paso al frente y le muestra a Elin la mano llena de sangre. Está completamente pálida. Su mirada es penetrante, llena de expectación. No se le distinguen las cejas blancas. El pelo le cae por las mejillas en mechones rojos.

—Vuelve a meterte en el cuarto —dice Tuula.

—Tengo que hablar con Daniel.

—Podemos ir juntas a escondernos —dice la niña tajante.

—¿Qué ha pasado?

—Métete en la habitación —repite, y se pasa la lengua por los labios.

—¿Quieres enseñarme algo?

—Sí —responde en seguida.

—¿El qué?

—Es un juego… Vicky y Miranda lo jugaron la semana pasada —dice Tuula y se tapa la cara con las manos.

—Tengo que irme —dice Elin.

—Ven y te enseñaré cómo se hace —susurra Tuula.

Se oyen pasos en el pasillo y Elin ve a Daniel con un botiquín en la mano. Lu Chu y Almira salen de la cocina. Tuula se palpa el cogote y sus dedos quedan impregnados de sangre fresca.

—Tuula, tenías que quedarte sentada en la silla —dice Daniel y se la lleva a la cocina—. Tengo que limpiarte la herida y ver si necesitas puntos…

Elin se queda donde está y deja que el corazón se le vaya calmando mientras toquetea el llavero que Vicky recibió de su madre.

Al cabo de un rato la puerta de la cocina vuelve a abrirse. Tuula camina despacio arrastrando la mano por el revestimiento de madera de la pared. Daniel va a su lado y le dice algo en tono serio y relajado. La niña asiente con la cabeza y luego se mete en su cuarto. Elin espera a que Daniel se le acerque para preguntarle qué ha pasado.

—No corre peligro…, ha empezado a darse cabezazos contra la ventana hasta que se ha roto el cristal.

—¿Ha mencionado Vicky alguna vez a alguien llamado Dennis? —dice Elin en voz baja y luego le enseña el llavero.

Daniel lo mira, le da la vuelta y repite el nombre para sí.

—A ver, me suena haberlo oído —dice—. Pero yo… Elin, me da vergüenza, me siento tan inútil de no…

—Lo estás intentando…

—Sí, pero no es seguro que Vicky me haya contado nada que pueda ayudar a la policía… Si es que apenas hablaba y…

Daniel se queda callado cuando oye unos pasos pesados subiendo por la escalera y luego los dos ven abrirse la puerta del edificio. Una mujer fuerte de unos cincuenta años entra en el recibidor y está a punto de cerrar con llave cuando los descubre en el pasillo.

—No podéis estar aquí —dice acercándoseles.

—Me llamo Daniel Grim, soy…

—Imagino que entendéis que las alumnas no pueden recibir visitas a estas horas —lo interrumpe la mujer.

—Ya nos íbamos —dice—. Sólo vamos a preguntarle a Caroline si…

—No, no le vais a preguntar nada.

97

Mientras sube en el ascensor a su despacho en la comisaría, Joona examina el llavero. Está metido en una bolsita de plástico y tiene la forma de una moneda, un dólar de plata, pero con el nombre DENNIS escrito en relieve en una cara y una flor azul celeste de siete pétalos en la otra. En un agujerito en el borde hay un aro para poner llaves.

Elin Frank había llamado a Joona muy tarde la noche anterior. Iba sentada en el coche de camino a casa de Daniel para dejarlo allí y luego buscar un hotel en Sundsvall.

Elin le explicó que Tuula había robado el llavero del bolso de Vicky el viernes al mediodía.

—Está claro que para Vicky era importante. Se lo había dado su madre —le dijo Elin, y después se comprometió a enviárselo por mensajero en cuanto llegara al hotel.

Joona gira la bolsita varias veces bajo la luz antes de metérsela en el bolsillo de la americana y bajarse en la quinta planta.

Al mismo tiempo elabora distintos motivos por los que la niña podía haber recibido un llavero con el nombre de Dennis de manos de su madre.

El padre de Vicky Bennet era un desconocido, su madre dio a luz fuera de la sanidad pública y la cría no apareció en el registro civil hasta que tenía seis años. Quizá la madre siempre supo quién era el padre. Quizá esto era una manera de explicárselo a Vicky.

Joona va a ver a Anja para preguntarle si ha encontrado alguna cosa, pero apenas le da tiempo de abrir la boca antes de que Anja diga:

—No hay ningún Dennis en la vida de Vicky Bennet. Ni en el Centro Birgitta, ni en Ljungbacken ni en ninguna de las familias que la han acogido.

—Qué curioso —dice Joona.

—Hasta he llamado a Saga Bauer —le cuenta Anja con una sonrisa—. Ya sabes, la policía secreta tiene sus propios registros.

—Pero habrá alguien que sepa quién es Dennis —dice Joona sentándose en el borde de la mesa.

—No —suspira ella repicando resignada en la madera con sus uñas largas y rojas.

Joona mira por la ventana. El cielo está perdiendo la batalla ante unos enormes nubarrones.

—Me he encallado, así de claro. No puedo pedir los informes del laboratorio estatal, no me dejan hacer interrogatorios, no tengo nada a lo que agarrarme.

—A lo mejor deberías reconocer que ni siquiera es tu caso —dice Anja en voz baja.

—No puedo —susurra Joona.

Anja sonríe satisfecha y se sonroja.

—A falta de todo lo demás, me gustaría que escucharas una cosa —dice—. Y esta vez no se trata de tango finlandés.

—Ya me lo imaginaba.

—Seguro que sí —dice Anja entre dientes y empieza a abrir carpetas en el ordenador—. Es una conversación telefónica que he mantenido hoy.

—¿Grabas las llamadas?

—Sí —responde en tono neutral.

Una voz aguda de mujer sale de los altavoces del ordenador y llena el despacho:

—«Siento estar llamando todo el rato» —dice la mujer casi sin aliento—. «He hablado con un policía de Sundsvall y me ha dicho que un comisario, Joona Linna, podría estar interesado en…»

—«Habla conmigo» —dice la voz de Anja.

—«Pero sólo si me escuchas, porque… tengo que contar una cosa importante sobre el asesinato en el Centro Birgitta.»

—«La policía tiene un teléfono específico para las pistas» —se oye que le explica Anja.

—«Lo sé» —responde en seguida la mujer.

En el escritorio de Anja hay un gato japonés moviendo eternamente el brazo. Joona oye el tictac de la mecánica al mismo tiempo que escucha la voz de la mujer.

—«Vi a la chica, no quería enseñar la cara» —dice—. «Y había una piedra grande y llena de sangre, tenéis que buscarla…»

—«¿Dices que viste el asesinato?» —pregunta Anja.

Se oye la respiración acelerada de la mujer antes de responder:

—«No sé por qué lo he visto» —dice—. «Tengo miedo y estoy muy cansada, pero no estoy loca.»

—«¿Quieres decir que viste el homicidio?»

—«¿O a lo mejor sí que estoy loca» —continúa la mujer con voz temblorosa sin escuchar lo que Anja le pregunta.

La llamada se corta.

Anja levanta la mirada del ordenador y le explica a Joona:

—Esta mujer se llama Flora Hansen y le acaban de poner una denuncia.

—¿Por?

Anja se encoge de hombros:

—Brittis, de la centralita, se acabó cansando… Por lo visto la tal Flora Hansen ha estado llamando para dejar pistas falsas a cambio de dinero.

—¿Lo hace de forma regular?

—No, sólo lo ha hecho con esto del Centro Birgitta… Pensé que sería mejor que lo oyeras antes de que te llame, porque seguro que lo hará. Parece ser que no se rinde, sigue llamando a pesar de que le hayan puesto una denuncia y, como puedes ver, ha terminado consiguiendo mi teléfono.

—¿Qué sabes de ella? —pregunta Joona pensativo.

—Brittis dijo que Flora tiene una coartada infalible para la noche de los asesinatos, puesto que mantuvo una sesión con nueve personas en el número 40 de la calle Upplandsgatan, aquí en Estocolmo —le cuenta Anja entretenida—. Flora se considera médium espiritista y asegura que puede formularles preguntas a los muertos a cambio de dinero.

—Iré a verla —decide Joona dirigiéndose hacia la puerta.

—Joona, sólo quería demostrarte que la gente sabe cosas sobre el caso —dice Anja con una sonrisa insegura—. Y tarde o temprano nos llegará una pista… Si Vicky Bennet está viva estoy segura de que alguien acabará dando con ella.

—Sí —responde él mientras se cierra la americana.

Anja está a punto de ponerse a reír, pero mira los ojos grises de Joona y de pronto entiende de qué se trata.

—La piedra —dice en voz baja—. ¿Es por lo de la piedra?

—Sí —contesta Joona encontrándose con su mirada—. Los forenses y yo somos los únicos que sabemos que el homicida utilizó una piedra para matar a Miranda.

98

En Suecia es poco habitual pero, aun así, en algunas ocasiones la policía ha contado con la ayuda de médiums espirituales y videntes. Joona recuerda el asesinato de Engla Höglund. Aquella vez la policía recurrió a un médium que elaboró una descripción detallada de dos homicidas. Más tarde se comprobó que las descripciones estaban completamente equivocadas.

El autor real del crimen acabó siendo detenido gracias a que una persona que estaba probando una cámara fotográfica que se acababa de comprar le sacó casualmente una foto a la chica y al coche del asesino.

Hace cierto tiempo, Joona leyó que en Estados Unidos se había hecho un estudio independiente sobre la médium que más veces había colaborado con la policía en el mundo. En el estudio se constató que la mujer no había aportado información relevante en ninguno de los ciento quince casos en los que había participado.

El suave sol de la tarde se ha sumido en la sombra del anochecer. Joona tirita de frío al bajarse del coche y luego se acerca a una finca gris de pisos en alquiler con antenas parabólicas en los balcones. El cerrojo del portal está reventado y alguien ha llenado el vestíbulo de pintadas con spray rosa. Joona sube por la escalera hasta la segunda planta y llama al timbre de la puerta que tiene una placa con el apellido Hansen junto a la ranura del buzón.

Una mujer pálida con ropa gris y raída abre la puerta y se lo queda mirando con ojos medrosos.

—Me llamo Joona Linna —dice Joona enseñando su placa—. Ha llamado a la policía varias veces…

—Lo siento… —susurra la mujer mirando al suelo.

—No hay que llamar si no se tiene nada que contar.

—Pero… yo llamé porque vi a la chica muerta —dice encontrándose con su mirada.

—¿Puedo entrar un momento?

Ella asiente con la cabeza y lo guía por un pasillo oscuro con suelo de linóleo desgastado hasta una cocina pequeña y limpia. Flora se sienta en una de las cuatro sillas que hay alrededor de la mesa y se abraza a sí misma. Joona se acerca a la ventana y mira al exterior. La fachada del edificio de enfrente está cubierta con una lona protectora. El termómetro que hay atornillado en el marco de la ventana se mueve un poco con el viento.

—Creo que Miranda viene a mí porque fui yo quien la dejó entrar desde el otro lado durante una sesión —empieza Flora—. Pero no… no sé muy bien lo que quiere.

—¿Cuándo fue esa sesión? —pregunta Joona.

—Hay una cada semana… Me gano la vida hablando con los muertos —dice y se le empieza a mover un músculo del ojo derecho.

—En cierto modo, yo también —contesta Joona tranquilamente.

Se sienta frente a la mujer.

—Se ha terminado el café —murmura ella.

—No pasa nada —dice Joonna—. Cuando llamó dijo algo acerca de una piedra…

—No supe qué hacer, pero Miranda no para de enseñarme una piedra manchada de sangre…

Le enseña el tamaño de la piedra con las manos.

—O sea que hizo una sesión —dice Joona en tono suave— y entonces apareció una chica y le contó…

—No, no fue así —lo interrumpe—. Fue después de la sesión, cuando ya estaba en casa.

—¿Y qué le dijo la chica?

Flora lo mira directamente a los ojos y Joona ve que el recuerdo le oscurece la mirada.

—Me enseñó la piedra y me dijo que cerrara los ojos.

Joona la observa con su inescrutable mirada gris.

—Si Miranda viene más veces quiero que le pregunte dónde se esconde el asesino.

99

Joona saca la bolsita con el llavero de Vicky del bolsillo, la abre y la vacía sobre la mesa delante de Flora.

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