—Aquí Dick el marchoso.
—Acabo de hablar con Kjelle —le dice Joona—. Y según él deberías tener un vagón por ahí que se llama Dennis.
—Si Kjelle dice que el vagón está aquí, lo más seguro es que así sea, pero si se trata de una cuestión de vida o muerte o sobre la madre patria puedo ir a echar un vistazo ahora mismo.
—Has acertado —dice Joona conteniéndose.
—¿Estás conduciendo? —pregunta Dick.
—Sí.
—¿No estarás viniendo hacia aquí?
Joona oye a Dick bajando por una escalera de metal. Luego suena el chirrido de un portón pesado y, cuando el hombre se vuelve a poner al teléfono, parece que le falta el aliento.
—Ya estoy abajo, en el túnel, ¿sigues ahí?
—Sí.
—Aquí tenemos a Mikaela y a María. Denniz no debería estar lejos.
Joona oye el eco de los pasos del hombre mientras conduce lo más rápido que puede por el puente Centralbron. Piensa en los períodos en los que Vicky ha estado desaparecida. En algún sitio ha tenido que dormir, en algún lugar ha tenido que sentirse a salvo.
—¿Ves el vagón? —pregunta.
—No, éste era Ellinor… y allí está Silvia… ni siquiera la luz funciona bien.
Joona oye cómo el hombre arrastra los pies mientras avanza por el túnel por debajo del polígono industrial.
—Hace mucho tiempo que no me meto aquí —dice el hombre, jadeando—. Voy a encender la linterna… Al fondo de todo, cómo no… Denniz, oxidado y jodido como un…
—¿Estás seguro?
—Puedo acercarme y sacarle una foto, si quieres… Pero ¿qué cojones…? Aquí hay gente, hay gente dentro del…
—No hables —dice Joona rápidamente.
—Hay alguien dentro del vagón —susurra el hombre.
—Apártate —dice Joona.
—Han puesto una bombona de gas en la puerta.
Suena el teléfono con un ruido exageradamente alto y luego Joona oye que el hombre se aparta con grandes pasos y la respiración acelerada.
—Había… he visto gente dentro del vagón —susurra el hombre otra vez.
Joona se imagina que no debe de ser Vicky, puesto que no tiene la llave ni el llavero.
De repente Joona oye gritos de fondo, alejados pero evidentes.
—Hay una mujer gritando ahí dentro —susurra el mecánico—. Está como loca.
—Sal de ahí —dice Joona.
Se oyen los pasos del hombre y su respiración agitada. Vuelven a oírse los gritos, ahora más débiles.
—¿Qué has visto? —pregunta Joona.
—Una bombona grande de soplete estaba bloqueando la puerta.
—¿Has visto a alguien?
—Hay pintadas en las ventanas, pero había una persona adulta y una más pequeña, a lo mejor eran más, no lo sé.
—¿Estás seguro? —pregunta Joona Linna.
—Tenemos los túneles cerrados, pero con un poco de empeño está claro que cualquiera… cualquiera podría entrar —jadea el hombre.
—Escúchame bien. Soy comisario de la policía judicial y lo único que quiero es que salgas de ahí y esperes fuera hasta que llegue la policía.
Una furgoneta negra cruza a toda velocidad la verja del recinto de TBT en Johanneshov, escupiendo grava y levantando una nube de polvo que se expande hacia la valla. El vehículo hace un giro y se detiene junto a un portón verde de metal.
Tras la conversación con Dick, Joona llamó al jefe de la policía provincial y le explicó que no podía descartar que se diera una situación con rehenes.
La Fuerza Nacional de Asalto es una unidad especializada que pertenece a la policía judicial. Su tarea principal es combatir acciones terroristas, pero también se puede recurrir a ellos en casos especialmente difíciles.
Los cinco policías bajan de la furgoneta con una combinación de nerviosismo y excitación candente en el cuerpo. Van fuertemente armados y llevan botas, mono azul marino, chaleco antibalas con placas de cerámica, casco, gafas protectoras y guantes.
Joona va a su encuentro y entiende que les han dado permiso para utilizar armas pesadas: tres de ellos llevan subfusiles automáticos de color jade con miras láser de Heckler & Koch.
No son armas especiales, pero son ligeras y pueden vaciar un cargador en menos de tres segundos.
Los otros dos llevan rifle de francotirador.
Joona le estrecha la mano al mando del grupo, el médico y tres hombres más antes de explicarles que valora la situación como muy urgente:
—Quiero que entremos directamente, lo más rápido que podamos, pero como no sé de cuánto os han informado quiero subrayar que no hemos podido identificar positivamente ni a Vicky Bennet ni a Dante Abrahamsson.
Antes de que la Fuerza Nacional de Asalto apareciera en el lugar, Joona había interrogado a Dick Jansson y le había hecho señalar la ubicación de los distintos vagones en un mapa detallado del sector.
Un hombre joven con un rifle Arctic Warfare en una maleta junto a los pies levanta la mano.
—¿Contamos con que va armada? —pregunta el francotirador.
—Lo más probable es que no lleve armas de fuego —responde Joona.
—O sea que nos vamos a encontrar con dos niños desarmados —dice el joven y menea la cabeza con una sonrisa burlona.
—No sabemos lo que nos vamos a encontrar, eso nunca se sabe —dice Joona y les muestra un plano de un vagón del mismo modelo que Denniz.
—¿Por dónde entramos? —pregunta el mando.
—La puerta delantera está abierta pero bloqueada con una o más bombonas de gas —explica Joona.
—¿Lo habéis oído? —pregunta el mando dirigiéndose a los demás.
Joona pone el mapa encima del plano y señala los distintos raíles y la ubicación de los vagones.
—Creo que podemos llegar hasta aquí sin que se nos vea. Es un poco difícil de calcular, pero creo que por lo menos hasta aquí.
—Sí, eso parece.
—La distancia es corta, pero aun así quiero que haya un francotirador en el techo del vagón que queda más cerca.
—Seré yo —dice uno de los hombres.
—Y yo puedo tumbarme aquí —dice el francotirador más joven.
Con grandes zancadas acompañan a Joona hasta el portón de hierro. Uno de los policías revisa la recámara una última vez y Joona se pone un chaleco antibalas.
—Nuestro objetivo principal es sacar al niño del vagón y nuestro objetivo secundario es detener a la sospechosa —aclara Joona antes de abrir la puerta—. Si abrís fuego contra la chica, apuntad en primer lugar a las piernas y en segundo lugar a hombros y brazos.
Una escalera larga y gris baja hasta las vías subterráneas que quedan debajo del depósito de Johanneshov, adonde llegan los trenes que requieren reparaciones de importancia.
Detrás de Joona, lo único que se oye es el ruido apagado de las botas y de los chalecos con placas de cerámica.
Cuando el grupo llega al túnel los hombres empiezan a moverse con más cuidado. El sonido de los pasos sobre la grava y los raíles oxidados rebota como un murmullo en las paredes de la cueva, revestidas con planchas de metal.
Se acercan a un tren abollado con un extraño olor a su alrededor. Los vagones parecen vestigios oscuros de una civilización abandonada. Los haces de luz de las linternas se pasean por las ásperas paredes de los vehículos.
Los hombres se desplazan en fila, ágiles, sin apenas hacer ruido. Las vías se bifurcan en un cambio manual. Una luz roja con el cristal partido brilla débilmente. En la grava negra hay un viejo guante de trabajo.
Joona le indica al grupo que apaguen las linternas antes de meterse por la estrecha abertura que queda entre dos vagones apartados y sin ventanas.
Junto a uno de ellos hay una caja llena de pernos grasientos, entre cables que cuelgan, tomas de corriente y restos polvorientos del sistema eléctrico.
Están muy cerca del objetivo y los hombres se mueven con especial cautela. Joona señala un vagón para el primer francotirador. El resto del grupo monta las linternas en las armas y se dispersa mientras el francotirador se sube en completo silencio al techo del vagón, monta el trípode y empieza a ajustar la mira Hensoldt.
Los demás siguen acercándose al último vagón del túnel. Se puede percibir el estrés contenido en su forma de respirar. Uno de los hombres se toca de forma compulsiva la sujeción del casco una y otra vez. El mando intercambia miradas con el francotirador más joven y le indica una línea de fuego.
Alguien del grupo resbala en la grava y una piedra suelta tintinea contra la vía. Una rata gris corre junto a la pared y se mete por un agujero.
Joona avanza solo siguiendo los raíles y ve que el vagón Denniz está en una vía secundaria, al lado de la pared. Hay cables o cuerdas colgando del techo. Se mueve un poco de lado y ve una tenue luz parpadeando al otro lado de los cristales, cubiertos de suciedad. La luz se mueve como una mariposa amarilla y hace que las sombras crezcan y se encojan continuamente.
El mando del grupo se quita una granada de aturdimiento del cinturón.
Joona se queda quieto y agudiza el oído antes de seguir avanzando con una inquietante sensación de estar en la línea de fuego, de que los rifles de los francotiradores están apuntando a su espalda en este preciso momento y de que lo están observando a través de las miras telescópicas.
En la puerta abierta hay una gran bombona de gas de color verde barrando el paso.
Joona se acerca con cuidado, llega hasta el vagón y se agacha en la oscuridad. Pone la oreja contra la chapa y al instante oye a alguien arrastrándose por el suelo.
El mando les hace señales a dos de sus hombres, que se deslizan por la oscuridad como dos demonios incorpóreos. Los dos son corpulentos, pero se desplazan casi en silencio total. Lo único que se oye es el eco acuoso y sordo de los cinturones, los chalecos y los overoles botando con los pasos hasta que llegan junto a Joona.
El comisario ni siquiera ha desenfundado la pistola, pero ve que los hombres de las fuerzas de asalto ya han puesto el dedo sobre los gatillos de sus subfusiles.
Es difícil distinguir nada a través de los cristales del vagón. En el suelo hay una pequeña lámpara cuya luz baña cartones, botellas vacías y bolsas de plástico.
Entre dos asientos hay un gran bulto atado con una cuerda.
El resplandor de la lamparita empieza a tiritar. Todo el vagón tiembla levemente. A lo mejor están utilizando las vías un poco más lejos.
Las paredes y el techo retumban.
Se oye un débil gimoteo.
Joona saca su pistola con cuidado.
Hay una sombra moviéndose por el pasillo del vagón. Un hombre grande con vaqueros y zapatillas de deporte sucias trata de alejarse.
Joona carga la primera bala en la recámara, luego se vuelve hacia el mando, le indica la posición del hombre dentro del vagón y da la orden de asalto.
La puerta del medio se abre de golpe con un gran estruendo, cae a la grava y acto seguido el grupo de operaciones asalta el vagón de metro.
Las ventanas estallan y los cristales caen a chorro encima de los asientos rajados y el suelo.
El hombre grita con voz ronca.
La bombona de gas se vuelca con un tañido de campana y el argón empieza a escaparse mientras el recipiente rueda por el vagón. Las puertas son forzadas sin cuidado alguno.
Joona entra pasando por encima de mantas mohosas, cartones de huevos y periódicos pisoteados. El penetrante olor a gas inunda el vagón.
—¡No te muevas! —grita alguien.
Dos linternas inspeccionan el vagón por secciones, entre los asientos y a través de las lunas de plexiglás.
—¡No me pegues! —grita el hombre.
—¡Quieto!
El mando del equipo precinta la bombona rota.
Joona se dirige a toda prisa hacia la cabina.
No ve ni a Vicky Bennet ni al pequeño Dante.
El vagón apesta a sudor y a comida podrida. Las ventanas y las paredes están rayadas y llenas de grafitis y pintadas.
Alguien ha comido pollo asado en el suelo sobre un papel grasiento, entre los asientos hay latas de cerveza y bolsas vacías de golosinas.
El papel de periódico se rompe al paso de Joona por la fricción de sus zapatos.
El resplandor de fuera queda moteado al atravesar las ventanas rotas.
Joona continúa hacia la cabina a la que ha llegado gracias a la llave y el nombre de Dennis.
Dos miembros de las fuerzas de asalto fuerzan la puerta y Joona entra. El pequeño habitáculo está vacío. Las paredes están cubiertas de pintadas y marcas. Sobre el panel de mandos hay una jeringuilla sin aguja, trozos de papel de aluminio tiznados y cápsulas de plástico vacías. En el estrecho estante delante de los dos pedales hay un paquete de paracetamol y un tubo de pasta de dientes.
Ahí es donde la madre de Vicky se escondía de vez en cuando, ésa es la cabina a la que conduce la llave que le dio a su hija años atrás.
Joona sigue buscando y encuentra un cuchillo oxidado metido en una de las ranuras del muelle del asiento, envoltorios de caramelos y una lata vacía de comida para niños que en algún momento contuvo puré de ciruelas pasas.
Por el retrovisor ve a sus compañeros sacando a rastras al hombre de los vaqueros. Tiene la cara arrugada. Se le ve el miedo en los ojos. Tose sangre y se mancha la barba. Grita sin parar. Lleva los brazos atados a la espalda con bridas de plástico. Lo inmovilizan boca abajo sobre la grava y le apuntan en el cogote con un subfusil.
Joona pasea la mirada por la cabina. Sus ojos saltan entre los botones, el micrófono y la palanca con mango de madera, pero ya no sabe qué buscar. Piensa en volver al vagón e inspeccionar los asientos, pero aun así se obliga a quedarse allí un poco más, a seguir paseando la mirada por el puesto de mando y el asiento del conductor.
¿Por qué Vicky y su madre tenían la llave de ese lugar?
Ahí no hay nada.
Joona se levanta y empieza a examinar los tornillos que sujetan la reja delante del conducto de ventilación cuando de pronto sus ojos miran a un lado y se detienen en una de las palabras pintadas en la pared: MAMÁ.
Da un paso atrás y ve de inmediato que casi todo lo que está escrito y grabado en las paredes son conversaciones entre Vicky y su madre. Eso debe de haber sido un sitio donde podían estar juntas sin que nadie las molestara, y cuando no coincidían se dejaban mensajes.
«Mamá, eran malos, no podía quedarme.»
«Tengo frío y necesito comida. Tengo que irme, pero vuelvo el lunes.»
«¡No estés triste, Vicky!, me metieron en un centro de acogida, por eso no te pude encontrar.»