La vidente (33 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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«Gracias por los caramelos.»

«¡¡Pequeña!!, duermo aquí unos días. ¡¡Uffe es un cerdo!! Si puedes dejar un poco de dinero me iría bien.»

«Feliz Navidad, mamá.»

«A ver si entiendes que no te puedo devolver las llamadas.»

«Mamá, ¿estás enfadada conmigo por algo?»

107

Cuando Joona sale del vagón sus compañeros de las fuerzas de asalto le han dado la vuelta al hombre de la barba. Está llorando, sentado con la espalda apoyada en la pared. Parece muy desconcertado.

—Estoy buscando a una chica que va con un niño pequeño —dice Joona, se quita el chaleco antibalas y se pone de cuclillas delante del hombre.

—No me pegues —murmura él.

—Nadie te va a pegar, pero necesito saber si has visto a una chica por aquí, en este vagón.

—No la he tocado, sólo la seguí.

—¿Dónde está ahora?

—Sólo la seguí —responde y se lame la sangre de los labios.

—¿Estaba sola?

—No sé, se encerró en la cabina.

—¿Iba con un niño?

—¿Un niño? Sí, a lo mejor… a lo mejor…

—Responde como es debido —infiere el mando del equipo de asalto.

—La seguiste hasta aquí —continúa Joona—. Pero ¿qué hizo después?

—Se volvió a marchar —responde el hombre con mirada temerosa.

—¿Adónde? ¿Lo sabes?

—Por allí —contesta el hombre haciendo un gesto indefenso hacia el túnel.

—¿Está en el túnel? ¿Es eso lo que quieres decir?

—A lo mejor no… a lo mejor…

—¡Contesta! —grita el mando.

—Es que no lo sé —solloza el hombre.

—¿Puedes decir cuándo estuvo aquí? —pregunta Joona con calma—. ¿Ha sido hoy?

—Ahora mismo —dice—. Se puso a gritar y…

Joona empieza a correr por la vía secundaria y oye que a sus espaldas el mando sigue con el interrogatorio. Con voz afónica y brusca le pregunta al hombre qué ha hecho con la chica, si le ha puesto la mano encima. Joona corre a grandes zancadas a lo largo de unos raíles oxidados. Delante de él la oscuridad se mueve en formas humeantes.

Sube por una escalera que desemboca en un pasillo donde las tuberías corren al descubierto por el techo.

Al fondo ve una puerta. Entra luz que se refleja en el suelo húmedo de hormigón. La parte inferior de la puerta está destrozada y Joona consigue pasar por debajo. De repente está en el aire libre, sobre el balasto que sirve de cama para más de una docena de vías oxidadas que terminan juntándose en una cola de caballo ligeramente curvada.

A lo lejos ve la figura de una persona caminando. Es una mujer con un perro. Joona empieza a correr hacia ella. El metro le pasa por al lado a toda velocidad. El suelo tiembla. Joona no pierde de vista a la mujer, aunque sólo la ve de forma intermitente entre vagón y vagón, mientras sigue corriendo por la hierba del terraplén. El suelo está lleno de cristales rotos, basura y preservativos usados. Se oye un zumbido eléctrico y un nuevo convoy se acerca desde el barrio de Skärmarbrink. Joona casi ha alcanzado a la delgada mujer, cruza de un salto la vía, la agarra del brazo y le da la vuelta. La mujer se ve sorprendida y trata de golpearlo, pero él aparta la cara, el brazo se le escapa, consigue sujetarla por la chaqueta, la mujer le vuelve a dar un golpe, tira y se revuelve hasta liberarse de la chaqueta, el bolso termina en el suelo y la mujer cae de espaldas sobre la hierba.

108

Joona inmoviliza a la mujer contra el suelo, entre cardos y perifollo, le coge la mano en un acto reflejo, la retuerce hasta que suelta la piedra y trata de tranquilizarla.

—Sólo quiero hablar, sólo quiero…

—¡Déjeme en paz! —grita ella intentando escabullirse.

Patalea con furia, pero Joona le para las piernas y la contiene. La mujer respira asustada como un conejo. Sus pequeños pechos se elevan con los jadeos. Es una mujer muy delgada, tiene la cara curtida y los labios cortados. Tendrá unos cuarenta, o quizá sólo treinta. Cuando ve que no conseguirá liberarse empieza a susurrar perdón y a decir frases tímidas sobre la posibilidad de complacerlo.

—Tranquilícese —repite Joona y la suelta.

La mujer se levanta mirándolo con ojos medrosos y recoge el bolso del suelo. Sus brazos delgaduchos están llenos de cicatrices de inyecciones y en la cara interna de uno de sus antebrazos tiene marcas de haberse intentado borrar un tatuaje. Lleva una camiseta muy sucia en la que pone «Kafka tampoco se lo pasaba tan bien». La mujer se frota las comisuras de la boca, echa un vistazo a la vía y da unos pasos de lado para tantear a Joona.

—No se asuste, pero tengo que hablar con usted.

—No tengo tiempo —responde ella en seguida.

—¿Ha visto a alguien en el vagón en el que estaba, en el depósito?

—No sé de qué me habla.

—Estaba en un vagón de metro.

La mujer no responde, junta los labios y se rasca el cuello. Joona recoge su chaqueta del suelo, le pone bien las mangas y se la da. Ella la coge sin darle las gracias.

—Estoy buscando a una chica que…

—Déjeme en paz, yo no he hecho nada.

—Tampoco le estoy acusando —responde Joona en tono afable.

—Entonces ¿qué coño quiere?

—Estoy buscando a una niña que se llama Vicky.

—¿Qué tiene que ver conmigo?

Joona saca una foto de Vicky.

—No sé quién es —dice ella automáticamente.

—Mírela otra vez.

—¿Tiene dinero?

—No.

—¿No podría ayudarme con un poco de dinero?

Un tren de metro pasa por el puente provocando destellos y pequeños chirridos.

—Sé que suele meterse en la cabina del conductor —dice Joona.

—Fue Susie la que empezó a hacerlo —dice excusándose.

Joona le vuelve a enseñar la foto de Vicky.

—Es la hija de Susie —le explica él.

—No sabía que tuviera una hija —dice la mujer y se pasa la mano por la nariz.

El cable de alto voltaje empieza a silbar en el suelo.

—¿Cómo conoció a Susie?

—Estuvimos juntas en las parcelas de cultivo por un tiempo… Al principio yo estaba muy mal. Tenía hepatitis y no conseguía quitarme a Vadim de encima…, me dio todas las palizas que quiso, pero Susie me ayudó… Era dura de roer, la muy zorra, pero sin ella no habría podido aguantar el invierno, ni de coña… Pero cuando Susie murió cogí su cacharro para…

La mujer murmura algo y empieza a hurgar en el bolso hasta que saca una llave igual que la de Vicky.

—¿Por qué lo cogió?

—Todo el mundo lo habría hecho, joder, así es como funciona. En realidad se lo quité antes de que muriera —confiesa la mujer.

—¿Qué había en el vagón?

La mujer se pasa la mano por una comisura, suelta un taco entre dientes y da un paso al lado.

Dos trenes se están acercando por distintas vías. Uno llega de Blåsut y el otro de la estación de Skärmarbrinks.

—Necesito saberlo —dice Joona.

—Vale, qué cojones —responde ella con la mirada descontrolada—. Había algo de droga y un teléfono.

—¿Todavía tiene el teléfono?

El estruendo metálico aumenta de volumen.

—No puede demostrar que no es mío.

El primer metro pasa a gran velocidad haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Algunas piedras sueltas saltan en el terraplén y la hierba se mueve con la corriente. Un vaso vacío de McDonald’s rueda por la otra vía.

—Sólo quiero echarle un vistazo.

—Sí —se ríe ella.

La ropa les ondea con el aire. El perro ladra nervioso. La mujer da un paso atrás, hacia los trenes que se acercan, dice algo y luego empieza a correr hacia el depósito. Todo sucede tan de prisa que Joona no tiene tiempo de reaccionar. Es evidente que la mujer no ha visto el tren que llega en el otro sentido. El ruido que hace ya es ensordecedor. El tren ha conseguido coger velocidad y, para asombro de Joona, no se oye nada cuando el primer vagón arrolla a la mujer.

Simplemente desaparece debajo de los vagones.

En un instante que se le hace eterno, envuelto en el chirrido de los frenos, Joona tiene tiempo de ver las gotas de sangre recogidas en las hojas cóncavas de los pies de león que crecen junto a la vía. El tren se desgañita con el frenazo. Los vagones resuellan mientras reducen a trompicones la velocidad hasta que se detienen. Todo queda en silencio y pronto se vuelve a oír el zumbido de los insectos. El conductor se ha quedado helado en su puesto de mando. Una mancha de sangre corre por las traviesas entre los raíles hasta un revoltijo de carne y tela de color rojo. La peste de los frenos inunda toda la zona. El perro se mueve de un lado a otro y gime junto a la vía con el rabo entre las piernas sin saber dónde detenerse.

Joona se acerca despacio y recoge el bolso de la mujer. Cuando vierte el contenido sobre la hierba el perro se acerca a husmear. El viento se lleva varios envoltorios de caramelos y algunos billetes. Joona sólo coge el teléfono negro y va a sentarse en un zócalo de hormigón.

El viento del oeste arrastra olor a ciudad y a desechos.

Joona busca el número del buzón de voz, llama y oye que hay dos mensajes nuevos:

—«Hola, mamá» —dice una voz de niña y Joona entiende inmediatamente que se trata de Vicky—. «¿Por qué ya no me contestas? Si te vas a desintoxicar quiero saberlo primero. En el sitio nuevo estoy a gusto. A lo mejor ya te lo dije la otra vez…»

—«Registrado el día 1 de agosto a las veintitrés horas, diez minutos» —dice la voz automática.

—«Hola, mamá» —dice Vicky tensa y jadeando—. «Han pasado algunas cosas y necesito encontrarte, no puedo hablar demasiado, me han dejado un teléfono… Mamá, no sé qué hacer… no tengo adónde ir, a lo mejor tengo que pedirle ayuda a Tobias.»

—«Registrado ayer a las catorce horas, cinco minutos.»

De repente el sol se abre paso en el cielo gris. Las sombras se perfilan y la cara superior de los raíles brilla reluciente a lo largo de toda la vía.

109

Elin Frank se despierta en la cama de matrimonio del hotel. El resplandor verde del reloj del televisor inunda la suite presidencial. Las coloridas cortinas de decoración ocultan las cortinas negras que sirven para oscurecer el dormitorio.

Lleva muchas horas durmiendo.

El dulce olor de las flores del salón le provoca náuseas y el aire acondicionado reparte un frío irregular, pero Elin está demasiado cansada como para intentar apagarlo o llamar a recepción.

Piensa en las chicas en la casa junto al mar. Alguien tiene que saber algo más de lo que cuenta. Alguna tiene que haber sido testigo de lo que pasó.

La pequeña Tuula hablaba y se movía como si hirviera por dentro. A lo mejor ha visto algo que no se atreve a contar.

Elin recuerda cómo la niña la agarró por el pelo e intentó clavarle un tenedor en la cara.

Debería sentir más miedo del que está sintiendo.

Desliza la mano debajo de la almohada, siente el escozor de la herida en la muñeca y piensa en cómo hicieron piña las chicas para provocar a Daniel en cuanto encontraron un punto débil por donde cogerlo.

Elin rueda debajo de las sábanas y recuerda la cara de Daniel, su sugerente boca y sus ojos sensibles. Por ridículo que pueda parecer, se ha mantenido fiel a Jack hasta el desliz que cometió con el fotógrafo francés. Pero no lo ha hecho expresamente, por supuesto. Sabe que están separados y que él nunca volverá.

Después de la ducha Elin se unta con la crema hidratante del hotel, se cambia la venda de la muñeca y, por primera vez en la vida, se pone la ropa del día anterior.

Apenas logra comprender lo sucedido ayer. Todo empezó con el bondadoso comisario de la policía judicial confesándole que estaba convencido de que Vicky seguía con vida.

Sin dudarlo ni un segundo, Elin se metió en el coche y condujo sin parar hasta el hospital de Sundsvall, donde insistió hasta conseguir que la dejaran hacerle una visita al asistente social Daniel Grim.

Elin saca su neceser del bolso y empieza a maquillarse con movimientos pausados. La expresión de su cara está cargada de sentimientos.

Daniel la acompañó hasta Hårte y Elin encontró el llavero de Vicky.

En el camino de vuelta, Daniel intentó recordar si Vicky había mencionado algo sobre un tal Dennis. Se sentía frustrado y avergonzado por no poder dominar su propia memoria.

Siente un cosquilleo en el estómago cuando piensa en él. Como si estuviera cayendo al vacío. Y le gusta.

Era muy tarde cuando detuvo el coche delante de la casa del asistente, en Sundsvall. Un caminito de grava cruzaba un viejo jardín. Las ramas oscuras de los árboles se balanceaban con el viento delante de una casita roja con porche blanco.

Si Daniel le hubiera preguntado si quería entrar, seguramente Elin habría aceptado, y lo más probable es que se hubiera acabado acostando con él. Pero no se lo propuso, era un hombre delicado y amable y, cuando ella le dio las gracias por la ayuda, él se limitó a responder que aquel trayecto en coche le había ido mejor que cualquier terapia.

Elin se sintió terriblemente sola cuando lo vio cruzar la verja y subir hacia la casa. Se quedó un rato en el coche y luego volvió a Sundsvall y reservó una habitación en el First Hotel.

Su teléfono vibra en el bolso al lado de la fuente de fruta del salón y Elin corre a cogerlo. Es Joona Linna.

—¿Sigues en Sundsvall? —pregunta el comisario.

—Ahora mismo iba a dejar el hotel —dice Elin percibiendo una débil ola de miedo recorriéndole el cuerpo—. ¿Qué ha pasado?

—Nada, no te preocupes —dice él en seguida—. Sólo necesito ayuda con una cosa, si tienes tiempo.

—¿De qué se trata?

—Si no es demasiada molestia, te estaría muy agradecido si le preguntas una cosa a Daniel Grim.

—No hay problema —responde Elin en tono relajado pero al mismo tiempo incapaz de reprimir una sonrisa.

—Pregúntale si Vicky habló alguna vez de un tal Tobias.

—Dennis y Tobias —dice ella pensativa.

—Sólo Tobias… ahora mismo es la única pista que tenemos de Vicky.

110

Son las nueve menos cuarto de la mañana cuando Elin Frank avanza con el coche entre las casas unifamiliares de la calle Bruksgatan, donde el sol lo inunda todo. Aparca delante de un frondoso seto, se baja del vehículo y entra a través de la verja.

La casa está bien cuidada, el tejado negro a dos aguas parece nuevo y la ebanistería del porche reluce blanca. Ahí vivían juntos Daniel y Elisabet Grim hasta el viernes por la noche. Elin siente un escalofrío cuando llama al timbre. Espera un buen rato y oye el viento acariciando las hojas del abedul. Una cortadora de césped apaga el motor en alguno de los jardines vecinos. Elin llama por segunda vez, espera un momento y luego da la vuelta a la casa.

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