La vidente (37 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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El hombre sale expelido hacia atrás y las gotas de sudor saltan en todas direcciones. Cae derribado entre los cubos de desechos, rueda sobre las rejas del desagüe, se lleva por delante una caja con protectores de oído y acaba empotrado en la máquina para despellejar.

Joona oye el chasquido de un seguro de arma y siente casi de inmediato el golpe del cañón en la espalda, justo entre la columna y el omoplato, rápido y preciso. Se queda quieto, porque sabe que si en este momento la pistola escupiera una bala le atravesaría el corazón.

Por el flanco se acerca un hombre de unos cincuenta años con coleta rubia y americana de piel de color castaño claro. Se mueve con la habilidad de un guardaespaldas y apunta a Joona con una escopeta recortada.

—¡Dispárale! —grita alguien.

El gordo está tumbado boca arriba y respira con dificultad. Rueda sobre sí mismo, intenta levantarse pero resbala, se apoya con la mano, consigue ponerse en pie con piernas inestables y desaparece del campo de visión de Joona.

—No podemos quedarnos aquí —dice Tobias.

Joona intenta ver algo en el reflejo metálico de la mesa de despiece y en la brillante cubierta de aluminio que tapa la cinta de los garfios colgantes, pero le resulta imposible decir con certeza cuántos hombres tiene detrás.

—Suelta el arma —dice una voz tranquila.

Joona deja que Tobias le quite la pistola y piensa que los refuerzos no deberían tardar mucho en llegar. No es el momento de correr riesgos.

121

Vicky Bennet está sentada en el asiento del acompañante del coche de Joona. Se muerde los labios secos y mira fijamente el edificio rojizo.

Está sujetando el volante con la mano para que las esposas no le hieran la muñeca.

Siempre que se ha enfadado o que ha tenido miedo, después le ha costado recordar lo sucedido. Es como perseguir el reflejo del sol con la mirada. El brillo va saltando de un lado a otro y a veces se detiene tiritando sobre un detalle antes de desaparecer.

Vicky niega con la cabeza, cierra los ojos con fuerza unos segundos y luego vuelve a mirar el edificio del matadero.

No sabe cuánto tiempo ha pasado desde que vio desaparecer al comisario de la voz agradable con la americana ondeando al viento.

Quizá Dante ya esté perdido, quizá ya haya desaparecido por el agujero negro que engulle a niños y a niñas pequeños como él.

Intenta mantener la calma, pero siente que no se puede quedar en el coche.

Una rata se desliza despacio por el suelo de hormigón y luego se cuela por una alcantarilla.

El hombre que hace un momento estaba llevando una carretilla elevadora al final de la calle ha dejado de trabajar. Ha cerrado con llave las grandes puertas del hangar y luego se ha marchado.

Vicky se mira la mano, el brillante metal que la mantiene atrapada, los tintineantes eslabones de la cadena.

Tobias le había prometido que devolvería a Dante a su madre.

Vicky se siente culpable.

¿Cómo pudo confiar en Tobias otra vez? Si Dante desaparece será culpa suya.

Intenta ver algo por la luna trasera. Las puertas están cerradas y no se ve una alma. El viento hace ondear la tela amarilla de un toldo roto.

Tira con las dos manos del volante, intenta escapar, pero es imposible.

—Mierda…

Respira nerviosa y golpea la nuca contra el reposacabezas.

Alguien ha dibujado una cara triste en el polvo de un cartel que anuncia carne fresca y productos suecos.

El comisario de la judicial ya debería haber vuelto.

De repente se oye un estallido, fuerte como una explosión.

Un eco retumbante se desvanece en la lejanía y luego todo queda de nuevo en silencio. Vicky intenta ver algo, mira hacia todos los lados, pero el polígono está desierto.

«¿Qué están haciendo?»

Su corazón empieza a latir con fuerza.

Puede suceder cualquier cosa.

Su respiración se acelera y Vicky piensa en un niño abandonado que llora de miedo en mitad de una sala llena de hombres desconocidos.

La imagen ha aparecido en su mente y no tiene la menor idea de qué se trata.

Vicky se estira y trata de ver algo por las ventanas, siente un pánico creciente en el cuerpo y de nuevo intenta escurrir la mano de las esposas. Es imposible. Tira con más fuerza y gime de dolor. El metal se le sube un poco por el reverso de la mano y se queda encallado. Vicky respira por la nariz, se reclina en el asiento, apoya un pie en el volante y el otro en el aro de aluminio y empuja con todas sus fuerzas.

Vicky Bennet rompe el silencio de la noche con un grito desgañitado cuando el metal le araña la piel y le parte el pulgar para que la mano se pueda liberar de su aprisionamiento.

122

La presión de la pistola que estaba apuntando a la espalda de Joona desaparece, se oyen unos pasos rápidos que se apartan y el comisario se vuelve lentamente.

Un hombre bajito con gafas y traje gris retrocede un poco. Está apuntando a Joona con una Glock de color negro mientras su mano izquierda cuelga pálida junto a la cadera. Joona se pregunta primero si la tendrá herida, pero luego se da cuenta de que es una prótesis.

Tobias está detrás de un banco de trabajo sucio sujetando la Smith & Wesson de Joona sin saber muy bien qué hacer con ella.

A la derecha está el hombre rubio con la escopeta recortada apuntando también a Joona.

—Roger —le dice el bajito al de la recortada—. Tú y Micke os encargáis del poli en cuanto me haya ido.

Tobias lo mira desde la pared con ojos oscurecidos por el estrés.

Un hombre joven con el pelo rapado y pantalones de camuflaje se acerca por detrás apuntando a Joona con un subfusil. Es una metralleta pequeña construida a partir de piezas de otras armas. Joona no lleva chaleco antibalas, pero si tiene que elegir prefiere llevarse algún balazo de ésa antes que de la escopeta. A veces una metralleta tiene la misma potencia de disparo que una arma semiautomática normal, pero normalmente las caseras son de poca calidad.

Un puntito rojo se mueve nervioso en el pecho de Joona.

En la metralleta hay una mira láser de las que algunos agentes utilizaban años atrás.

—Túmbate con las manos en la nuca —dice Joona.

El hombre rapado sonríe impetuoso. El puntito rojo resbala hasta el plexo solar de Joona y luego sube a la clavícula.

—Micke, dispárale —dice Roger sin dejar de apuntar a Joona con la escopeta recortada.

—No podemos tener testigos —señala Tobias y se pasa la mano nervioso por la boca.

—Meted al crío en el coche —le dice tranquilo el hombre de la prótesis a Tobias y luego se marcha de la sala.

Tobias se acerca a Dante sin apartar los ojos de Joona y se lo lleva a rastras por el suelo cogiéndolo de la capucha, de prisa y sin ningún cuidado.

—¡En seguida voy! —le grita Joona.

Unos seis metros lo separan del joven hombre de la metralleta que se hace llamar Micke.

Joona se le acerca un poco, sólo un pasito cauteloso.

—¡Estate quieto! —grita el joven.

—Micke —dice Joona en tono afable—. Si te tumbas en el suelo con las manos en la nuca todo irá bien.

—¡Dispara al poli! —grita el hombre al que llaman Roger.

—Hazlo tú —susurra Micke.

—¿Qué? —pregunta Roger bajando la escopeta—. ¿Qué has dicho?

123

El hombre joven de la metralleta respira acelerado. El puntito rojo de la mira láser tirita en el pecho de Joona, desaparece medio segundo y luego reaparece otra vez.

—Puedo ver que tienes miedo —dice Joona acercándosele.

—Cierra la puta boca, ¿me oyes? ¡Cállate! —dice Micke mientras retrocede.

La mira láser está temblando.

—¡Dispara de una vez! —ruge Roger.

—Deja el arma en el suelo —continúa Joona.

—¡Dispara!

—No se atreve a disparar —le contesta Joona.

—Pero yo sí —dice Roger alzando la escopeta—. Yo sí me atrevo a disparar.

—No lo creo —dice Joona sonriendo.

—¿Quieres que lo haga? ¡Lo haré! —grita acercándose—. ¿Quieres que lo haga? ¿Eh?

Roger se acerca a Joona a grandes pasos. Alrededor del cuello lleva una cadena con el martillo de Tor. Roger levanta la escopeta, pone el dedo sobre el gatillo y apunta a Joona.

—Te volaré la cabeza —dice amenazante.

Joona baja la mirada y espera a que el hombre esté aún más cerca antes de lanzar la mano, agarra el cañón, tira de él, le da la vuelta y golpea a Roger en la mejilla con la culata. Se oye un chasquido y la cabeza del hombre gira de golpe hacia un lado. Roger tropieza delante de la línea de tiro de la metralleta. Joona está detrás de él, asoma la escopeta entre sus piernas y aprieta el gatillo. El disparo es ensordecedor, el arma da una sacudida y los perdigones pasan entre las piernas del hombre y le dan a Micke en el tobillo izquierdo con una fuerza tremenda. La carga de 258 bolitas de plomo le atraviesa la espinilla y el músculo del gemelo y le arranca el pie de cuajo. La parte desgarrada sale rodando por debajo de una de las cintas de trabajo.

El suelo queda salpicado de sangre y Micke dispara la metralleta. Seis balas penetran en el tórax y el hombro de Roger. Micke se desploma entre gritos. El resto de las balas desaparecen silbando hacia el techo y rebotan en las tuberías y los travesaños.

Los chasquidos metálicos se suceden unos segundos hasta que se vacía el cargador y después sólo se oyen los gritos de Micke agonizando de dolor.

El hombre bajito de la prótesis entra corriendo justo a tiempo para ver a Roger cayendo de rodillas. El hombre se apoya en el suelo con los brazos estirados mientras un chorro firme de color rojo le baja por el pecho y se cuela por la reja del desagüe, donde sigue su camino hasta el canal que recoge los fluidos de los cerdos.

Joona no se demora ni un segundo en esconderse detrás de unas máquinas que insuflan aire en los animales y así facilitar el despiece. Oye que el hombre de la Glock lo sigue nervioso, aparta un carro de una patada y respira estresado por la nariz.

Joona se mueve de espaldas, abre la escopeta y ve que sólo estaba cargada con un cartucho.

El hombre joven grita pidiendo ayuda, jadea de dolor y solloza desesperado.

A menos de diez pasos Joona ve una puerta que da a una sala frigorífica. Por detrás de las láminas de plástico amarillentas puede intuir los cuerpos de cerdos destripados que cuelgan apretujados en varias hileras.

Piensa que en el fondo de la sala debería haber una puerta que dé a la calle con un muelle de carga.

124

En la fachada lateral del edificio rojizo hay una puerta negra de hierro atrancada con un periódico enrollado para que no se cierre.

Un cartel blanco especifica: TOCINERÍA LARSSON.

Vicky se acerca, tropieza con la rejilla metálica que hay en el suelo delante de la puerta y luego se mete en el edificio. La herida de la mano deja un rastro de gotas de sangre.

Tiene que encontrar a Dante. Es su único plan.

Sin disimular sus pasos entra en un vestuario con bancos de madera y filas de taquillas abolladas de color rojo. En una pared hay un póster de un sonriente Zlatan Ibrahimovič. En el nicho de la ventana hay vasitos de plástico colocados en unos soportes con publicidad del Sindicato de la Industria Alimentaria.

Un grito atraviesa las paredes. Es un hombre que pide ayuda.

Vicky pasea la mirada por el vestuario, abre una taquilla, hurga entre unas bolsas de plástico con arena, abre la siguiente, sigue caminando, mira en la papelera y ve que entre bolsitas monodosis de tabaco prensado y envoltorios de caramelo hay una botella de cristal con unas gotas de refresco.

El hombre vuelve a gritar, ahora parece más cansado.

—Mierda —susurra Vicky, coge la botella y la abraza fuerte con la mano derecha mientras sale por la otra puerta y entra en un almacén templado con palets de madera y máquinas de envasado.

Corre tratando de no hacer ruido en dirección a una gran puerta de garaje. Cuando pasa junto a unos palets con cartones plegados intuye un movimiento con el rabillo del ojo y se detiene.

Busca con la mirada y ve una sombra que se desplaza por detrás de una carretilla elevadora amarilla. Respira en silencio y se acerca a hurtadillas, se apoya en la carretilla, la rodea y ve a un hombre que está de rodillas en el suelo e inclinado encima de un bulto envuelto en una manta.

—Me encuentro mal —dice una voz de niño.

—¿Puedes ponerte de pie, pequeño? —pregunta el hombre.

Vicky da un paso adelante. El hombre se vuelve y Vicky ve que es Tobias.

—¿Vicky? ¿Qué haces tú aquí? —pregunta con una sonrisa estupefacta.

Vicky se acerca curiosa.

—¿Dante? —pregunta con cuidado.

El chico la mira como si no pudiera distinguir su cara en una sala oscura.

—Vicky, llévatelo a la furgoneta —dice Tobias—. Yo voy en un segundo.

—Pero estoy…

—Haz lo que te digo y todo saldrá bien —la interrumpe.

—Vale —responde ella indiferente.

—Date prisa, llévate al crío al coche.

El chico tiene la cara gris, se vuelve a tumbar sobre la manta. Le pesan los párpados, no consigue mantenerlos abiertos.

—Tendrás que llevarlo en brazos —suspira Tobias.

—Sí —responde Vicky acercándose y acto seguido le revienta la botella en la cabeza.

Primero Tobias sólo parece extrañado, se tambalea y cae sobre una rodilla. Se toca confuso la cabeza, mira los cristales en el suelo y su mano manchada de sangre.

—¿Qué coño has…?

Vicky lo apuñala en el cuello con los restos afilados de la botella resquebrajada, la retuerce y nota la sangre caliente de Tobias corriéndole por los dedos. La ira que nota por dentro es tan poderosa que se siente embriagada. La furia le arde como una locura incontrolable. Lo vuelve a apuñalar y ahora el cristal le atraviesa la mejilla derecha.

—No le tendrías que haber puesto la mano encima —dice colérica.

Apunta al ojo de su víctima y lanza otro golpe afilado. Tobias tantea con las manos y consigue agarrar a Vicky por la chaqueta, se la acerca de un tirón y le da un puñetazo directo en la cara. Ella cae de espaldas, su visión se contrae hasta que se todo se vuelve negro.

Mientras está cayendo tiene tiempo de recordar a los hombres a los que Tobias pagó. Recuerda haberse despertado con un dolor terrible entre las piernas y en los ovarios.

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