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Authors: Schätzing Frank

Límite (147 page)

BOOK: Límite
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Sus dedos se deslizaron por los controles.

Pero entonces se quedó perplejo.

¿Qué era aquello? No era posible subir la puerta. Los indicadores emitían una luz roja, lo que significaba que la cabina estaba siendo vaciada y le estaban bombeando aire respirable. ¡O que estaba moviéndose!

Rápidamente se dio la vuelta.

No, no se movía. El recinto interior situado tras las pequeñas ventanillas estaba uniformemente iluminado y vacío. Hanna entornó los ojos. Vaciló. Un impulso lo apremiaba a levantarse y comprobarlo, pero no podía permitirse ni un minuto más de duda; además, en ese momento, el campo cambió la luz roja por la verde.

El
Ganímedes
estaba listo para despegar.

—¡Allí, allí!

Excitada, Amber señaló hacia el cielo. A gran distancia, algo ascendía en vertical, algo alargado que brillaba bajo el sol.

—¡Es el
Ganímedes!

Habían bajado a toda prisa por el sendero, sin guía, sin aliento, dando torpes saltos de canguro de regreso a la plataforma con la grúa, pero de inmediato comprobaron que los dos vehículos habían desaparecido. Allí no había ni un alma. Los gritos de Black todavía resonaban en los oídos de Amber. El hombre había empezado a gritar en el momento en que ella había contactado con él para preguntarle cómo iban las cosas por allí abajo: «Carl, ¿a qué viene esto? ¿Se ha vuelto lo...? ¡No!»

«¿Carl?»

Presa del pánico, corrió hasta la plataforma y vio lo que había quedado de la cabina en la que, en circunstancias normales, deberían haber estado sentados Marc y Mimi. Para ser más exactos, ya no había cabina alguna. Sólo un inválido pedazo de respaldo, unas barras dobladas y el torcido fragmento de un cinturón de seguridad; detrás, algo blanco, estremecedoramente familiar...

Una pierna, sólo eso.

Únicamente una extrema fuerza de voluntad le impidió vomitar dentro del casco, mientras los demás miraban fijamente hacia el desfiladero, buscando a los desaparecidos. Sin embargo, muchas secciones de la llanura del valle estaban en la sombra, y no veían absolutamente nada.

—Están muertos —había dicho finalmente Rogachov.

—¿Cómo puedes afirmar que lo están? —repuso Chambers, acalorada—. Mientras no veamos ningún cadáver...

—Aquello de allí es un cadáver —dijo Rogachov, señalando la pierna arrancada de cuajo que reposaba dentro de la cabina destruida.

—No, ésa... ésa es...

Ninguno de ellos había conseguido pronunciar el nombre. Les resultaba insoportable la idea de que el destino de esa persona, ahora despedazada, se cumpliría si le adjudicaban una identidad a una parte de su cuerpo, con lo cual todo pasaría a ser un hecho.

—Tenemos que buscarlos —dijo Chambers.

—Después —replicó Julian, mirando fijamente el lugar donde antes estaban estacionados los Rover—. Por el momento tenemos preocupaciones más graves.

—¿Es que esto no te parece ya suficientemente grave? —resopló Omura.

—Me parece espantoso. Pero antes debemos encontrar los Rover.

—¿Warren? —dijo Omura, que empezaba a repetir el nombre de su marido como un mantra—. Warren, ¿dónde estás?

—Suponiendo que hayan conseguido salvarse... —intentó decir de nuevo Chambers.

—Están muertos —dijo Rogachov con frialdad, cortándola—. Han desaparecido cinco personas, de las cuales por lo menos dos de ellas están vivas, de lo contrario no podrían haber desaparecido los dos vehículos. Pero los demás yacen ahí abajo. ¿Pretendes dejarte caer por esa cuerda y buscar a tientas en la oscuridad?

—¿Y cómo sabes que no... que no es Carl el que está ahí abajo?

—Porque Carl está vivo —dijo Amber con voz cansada, a fin de abreviar el asunto—. Creo que es él quien tiene sobre su conciencia a Peter y los demás.

—¿Qué te hace estar tan segura?

—Amber tiene razón —terció Julian—. Carl es un traidor, lo he visto con claridad hace unos pocos minutos. ¡Creedme, ahora tenemos un problema mayor! Debemos pensar con urgencia cómo vamos a...

En ese momento, Amber vio el transbordador ascender en el horizonte. Por un instante pareció detenerse sobre la Cabeza de la Cobra, luego se dirigió hacia donde estaban ellos y se fue haciendo más grande.

«Está volando hacia aquí», pensó Amber.

El cuerpo blindado del avión cobró forma, pero, inquietantemente, también ganó en altura. Fuera quien fuese el que conducía el
Ganímedes,
por lo visto no tenía intenciones de aterrizar y recogerlos. En silencio, el aparato pasó volando sobre sus cabezas, aceleró y se alejó en dirección norte, fue encogiéndose hasta formar un punto y desapareció.

—Se larga —susurró Omura—. Nos deja aquí tirados.

—Julian, llama al Gaia —lo apremió Chambers—. Ellos vendrán a recogernos.

—No es posible —dijo Julian, suspirando—. Se ha cortado la comunicación.

—¿Que se ha cortado? —exclamó Momoka Omura, horrorizada—. ¿Cómo que se ha cortado?

—No tengo ni idea. Ya lo he dicho, tenemos un problema mucho mayor.

BERLÍN, ALEMANIA

La nueva metamorfosis de Xin —de músico melenudo de
mandoprog
a asesino a sueldo de aspecto normal— ya estaba casi consumada cuando su contacto lo llamó.

Durante el camino de regreso del hotel Grand Hyatt no había dejado de preguntarse qué estaban haciendo allí aquellos dos policías. No cabía duda de que ellos también andaban detrás de Tu, de Jericho y de la joven, pero ¿por qué motivo? Jericho no estaba fichado en Berlín por su nombre, los investigadores, por tanto, sólo tenían a Tu Tian en el punto de mira. ¿Y por qué precisamente a él?

Por otro lado, el asunto podía darle igual. Era cierto que había tenido que desaparecer sin haber cumplido con su misión, pero su buen olfato le decía que, de todos modos, había llegado demasiado tarde. El grupo se había largado. ¿Y qué? ¿Qué podrían hacer ya? Vogelaar y su mujer estaban muertos, el cristal obraba en su poder. Mientras guardaba las pelucas y las barbas falsas, aceptó la llamada.

—¡Kenny, maldita sea! ¿Cómo ha podido pasar una cosa así?

No era Hydra. No hubo ningún saludo especial. Sólo un jadeo temeroso. Xin estaba desconcertado. Su contacto estaba fuera de sí.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Xin, poniéndose en guardia.

—¡Todo se está yendo a pique! El tal Tu, así como Jericho y la chica, toda esa pandilla vienen directos hacia nosotros, ¡y lo saben! ¡Lo saben todo! ¡Saben lo del paquete, lo del ataque! Han tenido incluso la oportunidad de hablar con Julian Orley. ¡Todo ha sido descubierto!

Xin se quedó helado. La barba tártara del adepto al
mandoprog
quedó colgando entre sus dedos como un pequeño animal muerto.

—Eso es imposible —susurró.

—¿Imposible? ¡Pues, en ese caso, tal vez debería venir usted aquí! La onda expansiva de lo imposible está estremeciendo el consorcio de tal modo que cualquier terremoto, comparado con esto, es el pedo de una pulga.

—Pero si yo tengo el dossier...

—¡Y ellos también lo tienen!

A continuación, Xin recibió una detallada y fría descripción de la situación, la cual, además de otros inconvenientes, incluía el desenmascaramiento de Hanna y la puesta en marcha del bloqueo de las comunicaciones. Esto último había sido concebido como una medida de emergencia, sólo para el caso de que algunos detalles del golpe se filtraran a la Luna antes de tiempo. Algo con lo que nadie en Hydra había contado seriamente y que ahora, en efecto, había sucedido.

—¿Cuándo paralizaron la red? —preguntó Xin.

—Durante una conferencia telefónica. —El otro resopló con fuerza en el auricular—. Por espacio de las próximas veinticuatro horas, la Luna estará incomunicada por completo, pero no podremos mantener el bloqueo eternamente. Sólo espero que Hanna consiga controlar la situación. Al igual que Ebola.

Ebola. La mano derecha de Hanna estaba especializada en el arte de infectar sistemas supuestamente autárquicos y debilitarlos desde dentro. El hecho de que Ebola hubiera conseguido interrumpir la conexión podía valorarse como una maniobra brillante, un giro muy hábil a contraviento de las circunstancias, aunque, por desgracia, todo ocurría en una barca que hacía aguas por todas partes.

Vogelaar se la había jugado.

¡No! Xin se obligó a controlarse. Todavía no se habían hundido. Había escogido a Hanna y a Ebola porque sabían improvisar, sabrían mantener el control por muy desfavorables que fueran las circunstancias. No pensaba gastar ni un segundo pensando que la empresa pudiera fracasar.

—¿Y cómo piensa hacer entrar en razón ahora al tal Tu y a ese puñado de ratas? —lo increpó el otro—. Ya perdió a Mickey Reardon, en Shanghai mataron a otros dos de sus hombres, con Gudmundsson y su equipo no se puede contar por el momento, pues están ocupados con otras cosas, de modo que ¿cómo piensa...?

—No pienso hacer nada —lo interrumpió Xin.

Su hombre de contacto se calló, sorprendido.

—Ya no tiene ningún sentido neutralizar al grupo de Tu —le explicó Xin—. La situación es de todos conocida, la divulgación del dossier ya no se puede detener. Todo lo demás se decidirá en la Luna.

—Maldita sea, Kenny, ¡nos han descubierto!

—No. A partir de este preciso instante, mi misión se centrará en proteger a Hydra de ser desenmascarada. ¿Él ya está al tanto?

—Le he informado hace cinco minutos. Le alegraría mucho que usted lo llamase personalmente; además, yo ya tengo que colgar. ¡Vaya mierda! ¿Qué pasa si descubren mi pista? ¿Qué voy a hacer?

—No descubrirán a nadie.

—Pero ¡tienen consigo el dossier! No sé lo que contendrá, tal vez sería mejor...

—Permanezca tranquilo. —El lloriqueo quejoso al otro extremo de la línea empezaba a causarle malestar a Xin—. Iré a Londres tan pronto como sea posible. Estaré cerca de usted, y si el cerco se estrecha demasiado, yo lo sacaré.

—¡Dios mío, Kenny! ¿Cómo ha podido pasar algo así?

—Vamos, entre en razón de una vez —dijo Xin con acritud—. El único riesgo consiste en que usted pierda los nervios. Vaya donde están los demás y no deje que se le note nada.

—Ojalá Hanna sepa lo que hace.

—Si lo he escogido es porque lo sabe.

Xin puso fin a la conversación, se pasó el móvil de una mano a la otra e inspeccionó la habitación. Como era de esperar, había allí un montón de cosas que llamaban su atención, que no encajaban: asimetrías, desproporciones, exageraciones del diseño, un enojoso centro de mesa con flores. El escaso talento del florista no había bastado siquiera para otorgar un sentido a aquel arreglo, por ejemplo, haciendo que el número de flores fuese divisible por la cantidad de pétalos, con lo que, por lo menos, aquella chapuza habría tenido cierto toque autorreferencial. Pero la ausencia de una idea capaz de remitirse a sí misma, sin que la presunta función estética respondiera a una función estructural codificada de algún modo, hacía que aquel centro de mesa exhibiera una falta de planificación amenazante, lo que constituía, a fin de cuentas, la pesadilla por excelencia de Xin. ¡La mera idea de no poder justificar sus actos era, sencillamente, espantosa! De mala gana, marcó el siguiente número, sostuvo el móvil con la mano izquierda, mientras que los dedos de su diestra cambiaban la disposición de las flores y trataban de corregir el arreglo.

—Hydra —dijo Xin.

—¿Cuán amplio es el dossier? —preguntó la voz.

—Aún no he tenido la ocasión de leerlo. —Xin tiró de uno de los lirios—. Siento lo ocurrido. Por supuesto que asumo toda la responsabilidad, pero la verdad es que no podíamos hacer nada más que amenazar a Vogelaar con la tortura y la muerte. Debe de haberle entregado una copia del dossier a Jericho.

—No es culpa de nadie —dijo la voz—. Ahora lo principal es que el bloqueo se mantenga. ¿Qué propone usted?

—Cambiar toda la estrategia. Hay que sacar a Jericho, a Tu y a Yoyo del foco de atención. Con su muerte no conseguimos nada, y tampoco podemos influir ya en lo que acontezca en la Luna. Sigo estando convencido de que la operación será todo un éxito. Ahora lo importante es asegurar el anonimato de Hydra.

—¿Estamos de acuerdo en lo que concierne a los puntos débiles?

—Desde mi punto de vista, sólo hay uno, y ya hemos hablado de ello.

—Yo también lo veo así.

Xin contempló el arreglo floral. En realidad, no había mejorado, aún carecía de todo contenido semiótico.

—Cogeré el siguiente vuelo a Londres.

—¿Está usted bien equipado allí?

—Tengo una
airbike
y todo. Y, en caso de necesidad, puedo pedir refuerzos.

—Gudmundsson está ocupado, eso ya lo sabe.

—Mi red es muy amplia. Podría echar a andar legiones enteras, pero no creo que sea necesario. Estaré preparado allí, eso debería bastar.

—Infórmeme sobre las aristas de ese dossier. Después de que suspendimos la comunicación por correo electrónico, por desgracia ya no puede mandármelo por esa vía.

—No obstante, hicimos lo correcto al retirar esas páginas de la red.

—Ya sabré de usted.

Xin se mantuvo inmóvil.

Luego arrojó el teléfono sobre la cama y arremetió con furia creciente contra orquídeas, lirios y azafranes. Tenía que abandonar Berlín cuanto antes, pero no se sentía capaz de salir de la habitación mientras aquel arreglo floral no quedara sujeto a cierta estructura decorosa. El mundo no era un antro de arbitrariedad. En todo había un plan. Todo debía tener un sentido. La ausencia del mismo significaba el inicio de la locura.

La corola de un lirio se partió.

Temblando de ira, Xin sacó todas las flores del jarrón y las arrojó a la basura.

GAIA, VALLIS ALPINA, LA LUNA

Lynn había decidido inspeccionar la sección subterránea del Gaia en compañía de Sophie Thiel, y Tim sospechaba cuál era la razón para ello. Temía enfrentarse a él, pues sabía muy bien que ante él no podría fingir nada por mucho tiempo. Aún conseguía engañarse a sí misma. Su comportamiento oscilaba entre los momentos de absoluta claridad, cierta falta de objetividad y una rabia eruptiva. Aquel miedo abismal, negro como la noche, habitaba de nuevo en su mirada, era el mismo miedo que había estado a punto de acabar con su vida hacía unos años. Y aún había otra cosa que Tim creía reconocer: cierta alevosía indeterminada que lo asustaba profundamente. Mientras ponía patas arriba el casino en compañía de Axel Kokoschka, el cocinero, su preocupación se movía entre su hermana y Amber, que ahora estaba de excursión en compañía de un presunto terrorista. Julian había recibido la información a través de una frecuencia de radio protegida, pero ¿cómo habría reaccionado? Peter Black estaba con él. ¿Habrían podido, entre ambos, poner bajo arresto a Carl Hanna?

BOOK: Límite
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