El oficial había ordenado a un guardia que me acompañara, como prevención a un posible sabotaje, y le pregunté a éste el motivo por el que no había visto naves en el aire desde que había llegado.
–Volamos casi siempre por la noche -me contestó-, para que nuestros enemigos no puedan ver de dónde salimos, ni dónde aterrizamos. Las que has visto hace un momento pertenecen a visitantes de Dor. Lo que parece indicar que vamos a tener una guerra. Así espero que sea; no hemos atacado ninguna ciudad desde hace mucho tiempo. Y si vamos a hacer un ataque en gran escala, los de Dor y Kamtol formarán una alianza.
¡Piratas negros del Valle del Dor! Posiblemente ahora sería reconocido.
Mientras me alejaba de los edificios destinados como hangares, miré hacia atrás, estudiando cada detalle de la arquitectura; di una vuelta alrededor del edificio, que cubría toda una manzana, con avenidas en sus cuatro lados. Como casi todos los edificios marcianos, éste estaba ornamentado con bajorrelieves. Estaba situado en una parte muy pobre de la ciudad, aunque no muy lejos del palacio; y en sus inmediaciones había pequeñas y modestas casas. Serían, posiblemente, las casas de los operarios de los hangares. Un poco más lejos del hangar, había un área con pequeñas tiendas; y mientras paseaba, mirando los artículos que se exponían, vi algo que me hizo parar en seco: un nuevo accesorio que me hacía falta para mis planes, que muy rápidamente se estaban gestando, para poder escapar de los Primeros Nacidos, cosa que nadie había hecho. Entré en la tienda y pregunté al dueño el precio del artículo. Su valor era de tres tanpi, unos treinta centavos en dinero americano: mas al saber su valor, me di cuenta de que no tenía dinero de los Primeros Nacidos.
La forma de dinero en Marte no es muy distinta a la nuestra, con la excepción de que las monedas son ovaladas; solamente hay tres tipos de monedas: el pi, un centavo; el teepi, diez centavos y el tanpi, un dólar. Estas monedas son ovaladas; de bronce, plata y oro, respectivamente. Los billetes son como cheques al portador, y la persona que los da tiene que reembolsar su valor dos veces al año. Si alguien extiende más dinero que el que posee de fondo, el estado lo paga y lo hace trabajar en las granjas o en las minas, que son propiedad del estado, hasta cubrir la deuda.
Tenía dinero de Helium, por valor de cincuenta tanpi, y pregunté al dueño si aceptaría que le pagara más de lo que valía el artículo con moneda extranjera. Como el valor del metal es igual al de la moneda, aceptó con agrado el valor de un dólar en oro, lo que equivalía treinta centavos en plata. Tomé mi compra y me fui.
Mientras me acercaba al palacio, vi a un hombre de tez blanca delante de mí, llevando una pesada carga a sus espaldas. Por lo que sabía, solamente había otro hombre de tez blanca en Kamtol, y ese era Pan Dan Chee; así que me di prisa para llegar a donde él estaba.
Con seguridad que se trataba del orovar de Horz, y cuando llegué y le llamé por su nombre, casi se le cae la carga de la sorpresa.
–¡John Carter! – exclamó.
–¡Silencio! – le previne-. Mi nombre es el de Dotar Sojat. Si los Primeros Nacidos supieran que John Carter está en Kamtol, no me gustaría pensar lo que me pasaría. Cuéntame lo que ha sido de ti. ¿Qué te ha pasado desde la última vez que nos vimos?
–Fui comprado por el dator Nastor, que tiene la reputación de ser el amo más difícil que existe en Kamtol. También es el más cruel. Me compró por que mi valor era muy barato y con la condición de que Jad-Han le fuera entregado como regalo. Nos hace trabajar día y noche, y nos da muy poco de comer, y lo que nos da es muy malo. Desde que perdió cien mil tanpi contra Xaxak, ha sido como si se transformara en un demente.
»¡Por mis antepasados! – exclamó de repente Pan Dan Chee-. ¡Así que fuiste tú el que derrotó a Nolat y causó a Nastor que perdiera tanto dinero! No me había dado cuenta hasta ahora. Me dijeron que el esclavo que ganó el encuentro se llamaba Dotar Sojat, y hasta ahora no significaba nada para mí, y así y todo, he tardado en darme cuenta.
–¿Has visto a Llana de Gathol? – le pregunté-. Estaba en la tribuna de Nastor, durante los Juegos, y supongo que ha sido comprada por él.
–Sí, pero no la he visto -contestó Pan Dan Chee-. Aunque he oído comentarios en las habitaciones de los esclavos, y estoy muy preocupado por lo que se dice en Palacio.
–¿Qué has oído? Presentí que estaba en peligro cuando la vi en la tribuna de Nastor; es demasiado bella para estar a salvo.
–Estaba a salvo en un principio -dijo Pan Dan Chee-. Fue comprada por la primera esposa de Nastor. Todo iba bien para ella, hasta que Nastor la vio durante los Juegos, e intentó comprársela a su mujer. Pero ella, Van-Tija, se negó a vendérsela. Nastor se puso furioso, y le dijo a Van-Tija que se llevaría a Llana de todas maneras; así que Van-Tija la ha encerrado en unas habitaciones de la parte alta de las torres de su propio palacio, y ha puesto a su guardia personal vigilando la entrada. Aquella es la torre -me dijo señalándola-. Quizá Llana de Gathol nos esté observando en estos momentos.
Mientras miraba la torre, vi que ésta sobresalía por encima de un palacio, que se encontraba a sus pies; éste se encontraba enfrente al palacio del jeddak, y estaban separados ambos por una gran plaza. Vi que las ventanas de las habitaciones de Llana no tenían barrotes.
–¿Crees que Llana corre gran peligro? – le pregunté.
–Sí -contestó-. Lo creo; se rumorea en Palacio que Nastor mandará unos guerreros al palacio de Van-Tija, para tomar por asalto la Torre.
–Entonces no tenemos tiempo que perder, Pan Dan Chee. Tenemos que actuar esta noche.
–¿Pero que pueden hacer dos esclavos? – me preguntó-. Aunque tuviéramos éxito en sacar a Llana de la torre, nunca podríamos salir del Valle de los Primeros Nacidos. No olvides los esqueletos, John Carter.
–Ten fe en mí -le dije-. Y no me llames John Carter. ¿Puedes salir del Palacio de Nastor por la noche?
–Creo que sí; no son muy severos en la vigilancia del palacio; los asesinatos y robos son aquí desconocidos, ya que la máquina secreta del jeddak hace que el escapar del Valle sea imposible. Con toda seguridad podré salir esta noche. A decir verdad, me han mandado fuera del palacio algunas veces para realizar algún trabajo, desde que me compraron.
–¡Muy bien! – le dije-. Escúchame con atención: sal del palacio y ve caminando por la sombra, cerca del palacio de Nastor, sobre los veinticinco xasts, después del octavo zode
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, y traes a Jad-Han contigo, si es que quiere escapar. Si mi plan tiene éxito, una nave aterrizará en la plaza, cerca de vosotros; corred hacia ella y subid a bordo. Estará pilotada por un pirata negro, pero no dejes que te sorprenda. Si podéis conseguir algunas armas, hacedlo; puede que haya que luchar. Si la nave no aparece, sabrás que mi plan ha fracasado, y podrás regresar nuevamente al palacio, ya que no habrá ocurrido nada. Si no aparezco, será porque he muerto o estaré a punto de morir.
–¿Y Llana? – preguntó-. ¿Qué hay de ella?
–Mis planes se centran completamente en el rescate de Llana -le dije-. Si fracaso en ello, fracasaré en todo; ya que no me marcharé sin ella.
–Me gustaría que me dijeras cómo esperas llevar adelante lo imposible -me dijo-. Me sentiría más seguro del resultado si supiera un poco de tus planes.
–Claro que sí -le dije-. En primer lugar…
–¿Qué estáis haciendo por aquí? – preguntó una voz autoritaria detrás de nosotros. Me giré, y vi a un enorme guerrero detrás de mí. Le enseñé el pase que me había dado el jeddak.
Aun después de haberlo leído, parecía como si no lo creyera, pero al instante me lo devolvió y dijo:
–Está bien para ti. ¿Pero qué hay de este otro esclavo? ¿Él también tiene un pase del jeddak?
–La culpa es mía -le dije-. Lo conocí antes de que fuéramos capturados, y le paré para preguntarle cómo se encontraba. Estoy seguro que si lo supiera el jeddak, diría que no hay importancia en hablar con un amigo. El Jeddak ha sido muy bueno conmigo.
Estaba tratando de impresionarlo, y creo que tuve éxito.
–Muy bien -dijo-. Pero debéis seguir vuestros caminos, la gran plaza no es lugar para que los esclavos se visiten.
Pan Dan Chee recogió su carga y se marchó. Yo estaba a punto de irme, cuando el guerrero me retuvo.
–Vi como derrotabas a Nolat y a Ban-Tor en los Juegos -me dijo-. Estuve hablando de ello, hace un rato, con algunos amigos del Valle del Dor. Me dijeron que por allí fue una vez un guerrero que era un espadachín igualmente hábil. Su nombre era el de John Carter. ¡Tenía la tez blanca y los ojos grises! ¿Puede ser que te llames John Carter?
–Mi nombre es Dotar Sojat -le contesté.
–A nuestros amigos del Valle del Dor les gustaría poder coger a ese John Carter -me dijo; y entonces, con una vil sonrisa, se dio la vuelta y me dejó.
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Media noche en la Tierra.
Había llegado el momento de tener que actuar rápidamente. Si algún hombre de Kamtol, supiera que yo era John Carter, príncipe de Helium, estaría perdido mucho antes de que amaneciera. Incluso cuando entré en Palacio, temía ser arrestado, pero llegué a mi habitación sin incidente alguno. Al momento llegó Man-Lat y al verle esperé lo peor, ya que nunca me había visitado. Mi espada estaba a punto de salir con rapidez de su funda, pues estaba dispuesto a morir luchando, antes de permitirles que me arrestaran y desarmaran. Incluso ahora, si Man-Lat hacía un movimiento extraño, le mataría; y todavía habría una posibilidad de que mi plan tuviera éxito.
Pero Man-Lat estaba de un humor muy apacible, casi jovial.
–Es una pena que seas un esclavo -dijo-; sucederán grandes acontecimientos en el palacio esta noche. Doxus está atendiendo a los visitantes de Dor. Habrá mucho de comer y beber, y un gran espectáculo. Doxus, seguramente, te presentará en una exhibición de espada contra uno de nuestros mejores espadachines, no será a muerte, solamente hasta que uno de los dos sea herido. Habrá bailes de esclavas, los nobles harán bailar a las más bellas. Doxus ha ordenado a Nastor traer a una de sus nuevas adquisiciones, cuya belleza ha sido elogiada en Kamtol desde los últimos Juegos. Sí, es una pena que no seas un Primer Nacido, para que puedas disfrutar de tan grata velada.
–Estoy seguro que disfrutaré de la velada -le aseguré.
–¿Cómo es eso? – me preguntó.
–¿No dijiste que acudiría en la fiesta para luchar?
–Ah, sí; pero sólo para entretenernos. No comerás ni beberás con nosotros, y no disfrutarás de las esclavas. De verdad, es una pena que no seas un Primer Nacido; hubiera sido un orgullo para nosotros.
–Me considero igual que cualquiera de los Primeros Nacidos -le dije. Estaba harto de su arrogancia y vanidad.
Man-Lat me miró con sorpresa.
–Eres un presuntuoso, esclavo -me dijo-. No sabes que los Primeros Nacidos de Barsoom, a veces conocidos por vosotros, criaturas inferiores, como los Piratas Negros de Barsoom, son la raza más antigua de este planeta. Preservamos nuestro linaje, ininterrumpidamente, directamente desde el Árbol de la Vida, que floreció en el Valle del Dor, hace veintitrés millones de años.
»Durante incontables siglos, la fruta de este árbol pasó por cambios graduales de evolución, pasando por diferentes etapas, desde la vida vegetal, hasta una combinación de planta y animal. En la primera fase de este cambio, la fruta del árbol sólo poseía el don del movimiento muscular, independiente del árbol, mientras estaba unida a la rama; más tarde evolucionó, en su interior, un cerebro; así que, colgado de su rama, podía pensar y moverse con independencia del árbol.
»Entonces, con la evolución de los sentidos se llegó a la razón; naciendo el poder de razonar en Barsoom.
»Pasaron los años. Muchas formas de vida nacieron y murieron en el Árbol de la Vida, pero todas estaban unidas al tronco principal, por ramas de varios tamaños. Con el tiempo la fruta del árbol se convertía en un pequeño hombre planta, que podemos ver crecer resplandecientes, y en grandes tamaños, en el Valle del Dor; pero todavía colgando de las ramas del Árbol, por un tallo que crece sobre sus cabezas.
»Los capullos, de los cuales nacieron los hombres plantas, eran como grandes nueces, de un sofad de diámetro (unas once pulgadas), divididas por paredes, en cuatro secciones. En una sección crecieron los hombres planta; en otra, un gusano de dieciséis patas; en la tercera, el progenitor de los grandes simios blancos, y en la cuarta, el primitivo hombre negro de Barsoom.
»Cuando el capullo floreció, los hombres planta se quedaron colgados de la rama; pero las otras tres secciones cayeron al suelo, en donde los esfuerzos de sus ocupantes para salir de sus correspondientes secciones hicieron que estas nueces saltaran en todas las direcciones.
»Así, mientras pasaba el tiempo, todo Barsoom se fue cubriendo por estas criaturas, prisioneras dentro de las nueces. Durante mucho tiempo, vivieron sus largas vidas en su interior, saltando por todo lo ancho de este planeta; cayendo en ríos, lagos y mares, lo cual hacía que se dispersaran más por la superficie del Nuevo Mundo.
»Incontables billones murieron antes de que el primer hombre blanco saliera de su reclusión en la nuez a la luz del día. Alentado por la curiosidad, el primer hombre negro abrió las demás nueces; y la población de Barsoom comenzó.
»La pureza de la sangre de este primer hombre negro se ha mantenido sin mezclarse con otras razas; pero los gusanos de dieciséis patas, los simios blancos y los renegados hombres negros, se han mezclado entre ellos, apareciendo las demás criaturas de Barsoom.
Esperaba que terminara, por que ya había oído contar todo esto mucho tiempo antes; pero, claro está, no me animé a decírselo. Esperé a que se fuera; no es que tuviera que hacer algo antes que anocheciera, pero quería estar a solas y poder planear todos los pequeños detalles del trabajo que me esperaba esa noche.
Por fin se fue y llegó la noche, pero aún debía permanecer inactivo, durante dos horas, para que llegara el momento que le indiqué a Pan Dan Chee que estuviera preparado para subir a la nave, pilotada por un pirata negro. Estaba seguro que Pan Dan Chee estaría desconcertado por aquello.
Pasaba la noche. Oí un bullicio de fiesta que llegaba de la primera planta del palacio, por el jardín, hasta mi ventana; el banquete del jeddak estaba en su esplendor. La hora del desenlace se acercaba. Vino un guerrero para llevarme al salón del banquete.