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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Llana de Gathol (19 page)

BOOK: Llana de Gathol
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–Es interesante; imagino lo que hará Hin Abtol con la hija de Gahan.

–Eso no lo sé -replicó-. Pero dicen que ya la ha enviado a Pankor. Aunque se oyen rumores en un ejército, y muchos son equívocos.

–Supongo que Hin Abtol posee una gran flota.

–Ha reunido un montón de chatarra, y no muchos hombres capaces de hacerlas volar.

–Yo soy piloto.

–Será mejor que no lo divulgues, o te colocarán a bordo de algún viejo pecio -me aconsejó Em-Tar.

–¿Dónde está el campo de aterrizaje?

–A un haad por ese camino -señaló la dirección que yo llevaba cuando me detuve para hablar con él.

–Bien, adiós, Em-Tar -dije, levantándome.

–¿Adónde vas?

–A volar por Hin Abtol de Pankor.

V

Recorrí el campo hasta donde se alineaban un cierto número de naves; era una línea extremadamente andrajosa y antimilitar que sugería indolencia; y las naves constituían la más sorprendente colección de anticuadas reliquias que yo había visto.

Algunos guerreros estaban sentados en torno a varias hogueras cercanas; suponiendo que estaban asignados a la aviación, me aproximé a ellos.

–¿Dónde está el oficial al mando? – pregunté.

–Allá -dijo uno de los hombres, señalando a la nave más grande de la línea-. ¿Por qué? ¿Quieres verlo?

–Sí.

–Bien, probablemente esté borracho.

–Está borracho -dijo otro.

–¿Cómo se llama?

–Odwar Phor San -respondió mi informador.

Un odwar es algo así como un general, mandando diez mil hombres en el ejército o una flota en la armada.

–Gracias -dije-. Iré a verlo.

–Si lo conocieras, no lo harías; es tan ruin como un ulsio.

Caminé hacia la gran nave. Estaba abollada y desgastada por la intemperie, y debía tener al menos cincuenta años. Una escalerilla colgaba en medio de ella, y a su pie hacía guardia un guerrero con espada desenvainada.

–¿Qué quieres? – exigió saber.

–Tengo un mensaje para el odwar Phor San -le dije.

–¿De parte de quién?

–Eso no te importa; haz saber al odwar que Dator Sojat desea verle para una cuestión importante.

El tipo saludó con fingido esmero.

–No sabía que teníamos un jedwar entre nosotros -se burló-. ¿Por qué no me lo dijiste?

Bien, jedwar es la más alta graduación en un ejército o armada barsoomiana, exceptuando jed, jeddak y Señor de la Guerra, un rango creado especialmente para mí por los jeddaks de cinco imperios. Aquel fulano se hubiera sorprendido de saber que me había otorgado un título muy inferior al mío. Reí su pequeña broma y le dije:

–Uno nunca sabe con quién se puede tropezar.

–Si de verdad tienes un mensaje para el viejo ulsio, avisaré al guardia de cubierta; pero, por Issus, será mejor que el mensaje sea importante.

–Lo es -le aseguré, y dije la verdad, pues el mensaje era de una importancia tremenda para mí; así que él llamó al guardia de cubierta y le dijo que comunicara al odwar que Dator Sojat había llegado con un mensaje importante.

Esperé unos cinco minutos antes de ser convocado a bordo y conducido a uno de los camarotes. Un hombre gordo y desaliñado se sentaba ante una mesa con una gran jarra y varias macizas copas metálicas. Me miró ceñudamente con ojos velados.

–¿Qué quiere ahora ese hijo de calot? – exigió saber.

Imaginé que se refería a un oficial superior, y probablemente Hin Abtol. Bien, si creía que yo traía un mensaje de Hin Abtol, mucho mejor.

–Vengo a presentarme como piloto experimentado -dije.

–¿Te envía a esta hora de la noche a presentarte a mí como piloto? – Casi me gritó.

–Dispones de pocos pilotos experimentados -dije-. Soy un panthan que ha pilotado todo tipo de naves en la armada de Helium. Supuse que estarías contento de conseguir mis servicios antes de que otro comandante me atrape. Soy navegante, y estoy familiarizado con todos los instrumentos modernos; pero si no me quieres, seré libre de buscar destino en otra parte.

Estaba atontado por la bebida, ya que si no, nunca le hubiera engañado con mi farol. Pretendió estar considerando seriamente la cuestión; y mientras la consideraba, se sirvió otra copa, que engulló en dos o tres tragos… lo cual no mejoró su estado, luego colmó otra copa y la empujó hacia mí a través de la mesa, derramando la mayor parte de su contenido sobre la tabla.

–¡Echa un trago! – dijo.

–Ahora no -rechacé-. Nunca bebo cuando estoy de servicio.

–No estás de servicio.

–Siempre estoy de servicio; puedo tener que tomar una nave en cualquier momento.

Consideró esto durante varios minutos con la ayuda de otro trago: luego llenó otra copa y la empujó hacia mí a través de la mesa.

–¡Echa un trago! – repitió.

Ahora tenía ante mí dos copas llenas; era evidente que Phor San no se había dado cuenta de que yo no me había bebido la primera.

–¿Qué nave voy a mandar? – pregunté.

Me estaba ascendiendo rápidamente. Phor San no prestó atención a mi pregunta, estando ocupado en lo que había llegado a ser una operación difícil: el llenado de otra copa; la mayor parte fue a parar a la mesa, desde donde caía hacia su regazo.

–¿Qué nave dijiste que iba a mandar yo? – quise saber.

Pareció desconcertado durante un momento; después intentó henchirse de dignidad militar.

–Mandarás la
Dusar,
dwar -dijo, llenando otra copa y empujándola hacia mí-. Echa un trago, dwar.

Mi ascenso estaba confirmado.

Me acerqué a un escritorio cubierto de un desordenado montón de papeles, y rebusqué hasta encontrar un documento oficial, en el que escribí:

Para el Dwar Dator Sojat.

Asumirá inmediatamente el mando de la nave Dusar.

Por orden de:

Odwar en Jefe.

Después de encontrar un paño y limpiar el licor de la mesa delante de él, extendí la orden y le ofrecí una pluma.

–Olvidaste firmar esto, mi odwar -le dije. Estaba comenzando a vacilar, y pensé que debía darme prisa.

–¿Firmar qué? – exigió saber, tratando de buscar la Jarra. La alejé de él, agarre su mano y la coloqué en el lugar apropiado del documento.

–Firma aquí -ordené.

–Firma aquí -repitió él, y garabateó laboriosamente su nombre; luego cayó dormido sobre la mesa. Había acabado justo a tiempo. Subí a cubierta; ambas lunas estaban en el cielo, Clorus encima del horizonte y Thuria un poco más alta; cuando Clorus se aproximara a su cénit, Thuria ya habría completado su órbita alrededor de Barsoom y la habría adelantado, tan rápido es su movimiento a través de los cielos.

El guardia de cubierta se me aproximó.

–¿Dónde está la
Dusar?
-pregunté. Él señaló la línea.

–Creo que es la quinta o sexta -dijo.

Fui hacia la borda; cuando alcancé el suelo, el centinela me preguntó:

–¿Estaba tan borracho como siempre el viejo uisio?

–Estaba perfectamente sobrio -contesté.

–Entonces será mejor llamar al médico, porque debe de estar enfermo.

Caminé a lo largo de la línea, y me aproximé al centinela al pie de la escalerilla de la quinta nave.

–¿Es ésta la
Dusar
? – pregunté.

–¿No sabes leer? – me replicó con insolencia. Miré la insignia de la proa de la nave; era la
Dusar.

–¿Sabes leer? – pregunté, sosteniendo la orden ante él. Se puso firme de golpe y me saludó.

–No pude saberlo por tu metal -dijo hoscamente. Tenía razón; yo portaba el metal de un guerrero común.

Examiné la nave. Desde el suelo no presentaba una apariencia prometedora: sólo una vieja carcasa lamentable y anticuada. Ascendí por la escalerilla y pisé la cubierta de mi nuevo mando; no sonó pitido del contramaestre convocando a la tripulación; sólo había un hombre de guardia; y estaba acurrucado sobre la cubierta, dormido como un tronco. Fui hacia él y le aticé con una sandalia.

–¡Despiértate! – ordené.

Abrió un ojo y me miró; luego se puso en pie de un brinco.

–¿Quién eres tú? – exigió saber-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y qué pretendes dándome patadas en las costillas y despertándome?

–Una pregunta cada vez, buen hombre. Responderé a tu primera pregunta, y con ello responderé también a las otras.

Le extendí la orden. Según la tomaba, empezó a decir:

–¡No me llames buen hombre, tú…! – Pero se detuvo allí; había leído la orden. Me saludó y me devolvió la orden, pero noté la sombra de una sonrisa en su rostro.

–¿Por qué te ríes? – le pregunté.

–Pensaba que probablemente te ha tocado el trabajo más cómodo de toda la armada de Hin Abtol -me dijo.

–¿Sí? ¿Qué quieres decir?

–No hay nada que hacer; la
Dusar
está fuera de servicio, no vuela.

¡Así que era eso! Tal vez Phor San no estaba tan borracho como yo había creído.

VI

La cubierta de la
Dusar
estaba deteriorada por la intemperie y la mugre; todo estaba en desorden, pero ¿qué diferencia había si no podía volar?

–¿Cuántos oficiales y soldados comprenden la tripulación? – pregunté.

El tipo sonrió y se señaló a sí mismo.

–Uno -dijo- o, más bien, dos, ahora que estás tú.

Le pregunté su nombre, y me dijo que era Fo-Nar. En los Estados Unidos hubiera sido un marinero ordinario, pero la palabra «marinero» es hoy tan obsoleta como los océanos con los cuales murió tal palabra de la memoria del hombre. Todos los marineros y soldados son conocidos como
thanes,
que he traducido siempre por
guerrero.

–Bien, Fo-Nar -le dije-, echémosle un vistazo a nuestra nave. ¿Qué es lo que anda mal? ¿Por qué no vuela?

–Es el motor, mi señor -dijo él-. No arranca.

–Revisaré la nave -dije-, y luego veremos si se puede hacer algo por el motor.

Tomé a Fo-Nar conmigo y bajé. Todo estaba mugriento y desordenado.

–¿Cuánto hace que está fuera de servicio? – pregunté.

–Aproximadamente un mes.

–Con toda seguridad que tú solo no has podido organizar todo este revoltijo en un mes -le dije.

–No, mi señor; siempre estuvo así, incluso cuando volaba.

–¿Quién la mandaba? Quienquiera que fuese, debería ser encarcelado por permitir que una nave adquiera esta condición.

–Nunca será encarcelado, señor -dijo Fo-Nar.

–¿Por qué? – le interrogué.

–Porque en nuestro último vuelo se emborrachó y se cayó por la borda -me explicó Fo-Nar con una sonrisa.

Inspeccioné los cañones. Había ocho, cuatro alineados en la pequeña proa y cuatro de popa en cubierta; todos parecían estar en buenas condiciones y bien provistos de munición. Los dispositivos portabombas de la sentina estaban al completo, y había una escotilla delantera y otra trasera para lanzarlos.

Contaba con alojamiento para veinticinco soldados y tres oficiales, una buena cocina y un montón de provisiones. De no haber contemplado al odwar Phor San, no habría entendido porqué todo este material, cañones, munición, provisiones y aparejos, había sido abandonado en una nave permanentemente fuera de servicio. Después de una cuidadosa inspección, me pareció que la nave tendría unos diez años; superficialmente, aparentaba un centenar.

Le permití a Fo-Nar que volviera a cubierta a dormir; si así lo deseaba; y luego entré en la cabina del dwar y me tendí; no había dormido demasiado la noche anterior y estaba cansado. Era ya de día cuando me desperté, y encontré a Fo-Nar en la cocina haciendo el desayuno; le dije que preparase el mío, y cuando ambos hubimos comido fui a echarle una mirada al motor.

Me dolió atravesar la nave y contemplar la condición en que la habían permitido caer su borracho capitán. Amo las naves barsoomianas, y he estado tantos años en la armada de Helium que han adquirido para mi personalidades casi humanas. Las he diseñado; he supervisado su construcción; he desarrollado nuevas ideas en equipo, motores y armamento; y varios instrumentos de vuelo y navegación de uso común, son inventos míos. Si hay algo que yo no sepa sobre una nave marciana moderna, es que nadie lo sabe.

Encontré herramientas, y prácticamente, desmantelé el motor, revisando cada pieza. Mientras lo hacía, tuve a Fo-Nar limpiando la nave. Le indiqué que comenzara por mi camarote, y que se ocupara de la cocina acto seguido. Le llevaría un mes o más a un hombre el poner la
Dusar
en condiciones aceptables, pero por lo menos habíamos empezado.

Llevaba media hora trabajando en el motor cuando descubrí lo que andaba mal: ¡sólo era la suciedad! Todas las tuberías de alimentación estaban atascadas; y el maravilloso y concentrado combustible marciano no podía alcanzar el motor.

Me horrorizó la evidencia de tal estupidez e ineficacia, aunque no me sorprendió por completo; las naves barsoomianas y los comandantes borrachos no se llevan bien. En la armada de Helium, ningún oficial bebe a bordo ni cuando está de servicio; y ninguno bebe demasiado en ningún momento.

Si algún oficial se emborracha a bordo de su nave, la tripulación cuida de que no se vuelva a emborrachar más; saben que sus vidas están en manos de sus oficiales, y no tienen la intención de confiárselas a un borracho… Simplemente, lo tiran por la borda. Esta costumbre está tan firmemente establecida, o lo estaba antes de que la práctica de que los oficiales beban cesase prácticamente, que nunca se tomaron medidas contra los guerreros que imponían la disciplina por su cuenta, incluso aunque la acción fuese presenciada por otros oficiales. Sospechaba que esta costumbre tradicional había tenido algo que ver con el deplorable accidente que había despojado la
Dusar
de su anterior comandante.

El día había prácticamente terminado cuando acabé de limpiar concienzudamente cada pieza del motor y lo monté de nuevo; entonces lo puse en marcha, y su dulce zumbido, casi sin ruido y sin vibración, sonó como música a mis oídos. Tenía una nave… ¡una nave que podía volar!

Un hombre podía manejarla pero, por supuesto, no podía luchar solo. Sin embargo, ¿dónde conseguiría hombres? No quería unos hombres cualquiera; quería buenos combatientes a los que les diera igual luchar contra Hin Abtol.

Sopesado este problema, fui a mi camarote para lavarme; éste estaba flamante. Fo-Nar había realizado un buen trabajo; también había dispuesto el correaje y el metal de un dwar, sin duda propiedad del último comandante. Bañado y vestido adecuadamente, me sentí un hombre nuevo cuando subí a la cubierta superior. Fo-Nar se puso firme y me saludó.

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